miércoles, 24 de marzo de 2010

Infectada


Salimos de la entrevista con El Orador un tanto confundidos. Este lugar parece seguro como refugio, pero no es que me convenza demasiado la forma de funcionar. Tampoco es que vayamos a quedarnos aquí para siempre, lo más probable es que mañana nos marchemos. Y esta noche dormiremos tranquilos, lejos del infierno que es la ciudad. Lo cierto es que eso me reconforta.

Durante las pocas horas que quedan para que sea noche cerrada, procuramos colaborar en lo posible en el mantenimiento del refugio. No hay mucho que hacer por hoy, así que buscamos un buen lugar para cenar y dormir, en las naves laterales de la iglesia, junto a otros grupos como el nuestro. Nadie nos dice nada, no parecen muy comunicativos. Mientras cenamos, Lukas se acerca a nosotros.
- Dicen por ahí que os marcharéis por la mañana -dice a modo de saludo. Asiento con la cabeza.
- Las noticias vuelan.
- Me preguntaba... ¿Podrías echarle un vistazo a Ness antes de que os vayáis?
Miro fugazmente a mis compañeros. Supongo que puedo hacerlo antes de irnos.
- Claro -respondo. Lukas esboza una sonrisa triste.
- Gracias -dice. Luego, se marcha en silencio.

La noche transcurre sin incidencias. Los sonidos de los muertos se escuchan muy lejos, tanto que apenas me perturban a la hora de dormir. Agotados sobre las mantas, un poco incómodos por estar en el suelo, finalmente todos caemos presas del sueño.

Me despiertan algunos ruidos a mi alrededor. Mishel y Sam siguen durmiendo, pero ya hay algunas personas levantadas y rondando por aquí. Apenas he tenido tiempo de recogerme el pelo cuando Lukas se acerca con las manos en los bolsillos. Me escapo con sigilo, para no despertar a los demás, y lo sigo de nuevo hasta la zona de cuarentena. Casi no hay luz todavía, pero el día ya se adivina nublado cuando llegamos a la puerta de madera marcada por el signo de la plaga.
La chica enferma continúa como la dejé ayer, con fiebre alta a pesar de la medicación, y bastante debilitada, incapaz de levantarse de la cama. Sin embargo, está despierta después de cuatro días luchando contra la infección.
- ¿Cómo te encuentras? -le pregunto mientras observo la herida del brazo.
- Me duele todo el cuerpo... -murmura-. Es como si tuviera hielo circulando por mis venas en lugar de sangre...
Me fijo en cómo se marcan sus venas bajo la piel. Se han oscurecido un poco más. La única explicación que se me ocurre es que, como le sucedió a Isaac, la sangre se está espesando en el interior de los vasos, coagulándose poco a poco. Dudo un momento, no sé si decirle a Lukas que está empeorando. Aunque lo creo, no puedo estar totalmente segura...
- No hace falta que disimules -dice entonces Ness-. Me encuentro peor que ayer, me encuentro peor cada hora que pasa, y tengo la sensación de que llevo meses en este estado... No puede ser buena señal.
- No lo es -respondo-. De verdad, lo siento mucho, pero no puedo hacer nada por ti...
- ¿Estás segura? -pregunta Lukas, aferrándose a una esperanza que Ness dejó ir hace tiempo.
Asiento con la cabeza. El rostro del chico se contrae de dolor, la impotencia que yo siento no es nada en comparación con la que él refleja.
- ¿Cuánto queda? -añade, con un hilo de voz.
- No lo sé. Ha resistido mucho tiempo... pero no tengo medios para darte una cifra. Horas, días... ¿De verdad no pasó nada extraño cuando se contagió?
- No, nada -dice, enfadado-. Y si no puedes ayudarla, mejor déjanos solos.
Me marcho sin decir nada. Esa reacción no hace más que confirmarme que me ha mentido, pero ocultar la verdad perjudica a Ness más que a nadie. "Qué más da", me digo. Nos vamos a marchar dentro de nada y probablemente no vuelva a verlos.

Estoy pensando en qué ruta deberíamos seguir cuando salgo de nuevo a la calle. El día comienza grisáceo y una tormenta se ve venir desde lejos. Al llegar a la iglesia, encuentro a Sam en la entrada, observando con el ceño fruncido el cúmulo de nubes que se acerca lentamente.
- ¿Cambio de planes? -le pregunto.
- Creo que no queda más remedio. Nada nos garantiza que para cuando llegue la tormenta estemos en un lugar seguro.
Mishel llega en ese momento, a tiempo de escuchar nuestra pequeña conversación.
- Deberíamos esperar a que mejore el tiempo -dice, con la mirada puesta en el cielo. Por una vez estamos de acuerdo.
- Nos quedamos hasta mañana, entonces.
Mis compañeros asienten en silencio.

Le comunicamos a uno de los guardianes nuestras intenciones de quedarnos un día más en el refugio. No parece importarle demasiado, simplemente se limita a asignarnos tareas. Envía a Sam a trabajar en la fortificación de una parte de la barricada, y a Mishel y a mí a ayudar a un pequeño grupo que está despejando de escombros una edificación cercana. Al parecer, un
vehículo chocó contra la parte baja y hubo un pequeño derrumbe. Hay algunos hombres apuntalando precariamente la pared dañada.
La mañana transcurre sin incidentes, aparte del momento en que intento cargar demasiado peso y lo que llevaba en brazos, un montón de pedazos de yeso desprendidos de la pared, acaba por caer al suelo y hacerse añicos. Uno de ellos se lleva por delante la manga de mi camiseta y parte de la piel de mi brazo. Por suerte, sólo ha sido un arañazo que enseguida dejará de sangrar. Mishel pasa a mi lado riéndose por lo bajo, con todas las personas que hay aquí, ha tenido que ser precisamente ella quien viera el estropicio. En fin...

Estamos agotados cuando llega la tarde y comienza a anochecer. La tormenta, que se ha pasado amenazando todo el día, está ya casi encima de nosotros. Llego a la iglesia después de un último viaje y encuentro allí a Mishel, parece que también acaba de llegar. Está rebuscando algo en mi mochila.
- ¿No tenías pastillas para el dolor de cabeza? -pregunta. Yo me encojo de hombros.
- No sé si queda algo, tal vez un paquete de aspirinas. Pero no estamos para derrochar precisamente...
No me vendría mal algo para el dolor de espalda también, aunque probablemente se me pase en cuanto haya descansado un rato. Sam se acerca enseguida y nos trae la cena, cortesía de los hombres de El Orador, en compensación por un día de trabajo. Lo que ellos llaman una "ración" no es más que una lata de champiñones y una botella de agua. No sé qué cantidad de comida tienen en sus reservas... pero si tienen que alimentar a toda esta gente, no me extraña que la racionen. Estamos terminando con la comida cuando notamos un revuelo alrededor, la gente está como inquieta. Entonces lo vemos, una figura humana de pie sobre el altar. Es El Orador.

- ¡Amigos! -exclama, elevando los brazos-. Cómo me alegro de teneros aquí un día más. Cómo me alegro de ver que seguís resistiendo. Porque en éste, nuestro pequeño reducto de salvación, continuamos a salvo del caos.
Los truenos comienzan a escucharse, todavía un poco distantes. Los guardianes gritan una oleada de vítores ante el pequeño discurso.
- En las últimas semanas hemos sido testigos de un auténtico apocalipsis -continúa-. Algunos dicen que fue un ataque terrorista o un experimento fallido. ¡Mentiras! ¡Todos sabemos por qué ha ocurrido todo esto! ¡Todos sabemos quién lo ha causado! ¡Dios!

Los guardianes vuelven a gritar. Yo me estremezco al ver como muchos de los refugiados observan embobados a El Orador. Empiezo a sentir frío y una ráfaga de dolor me cruza el abdomen.

- El Señor vio en qué se convertía esta sociedad: el crimen y la depravación ¡estaban por todas partes! Él fue quien decidió acabar con ello. ¿Sabéis donde están ahora todos los corruptos, todos los impuros? ¡Muertos! Mientras tanto nosotros sobrevivimos aquí, resistimos el azote de los muertos, porque Él nos ha señalado como los guardianes de su nueva sociedad.

Comienzo a contener la respiración. Sam y Mishel parecen tan impresionados como yo. Los truenos resuenan ya sobre nuestras cabezas, dando más fuerza a las palabras de El Orador. Sigue hablando, los guardianes vitoreándolo a cada pausa. Me siento peor, tengo náuseas. Me estoy mareando, necesito que me dé el aire. Me pongo en pie trabajosamente y, dando tumbos, me dirijo al exterior.

- Éste es el Reino de la Muerte, el infierno desatado sobre la tierra, y sólo en el Purgatorio permaneceréis a salvo. Ya no es el tiempo de los vivos, sólo unos pocos permaneceremos para aprender la lección. Sólo los que honremos a la Muerte, enviada desde los cielos para limpiar la tierra de los males del hombre. Mirad con respeto a los resucitados que caminan más allá de nuestros muros, porque son los soldados del ejército divino. Permaneced aquí, o salid y pasad a engrosar sus filas.

Escucho el apoteósico final del discurso y los gritos de entusiasmo de los guardianes y los supervivientes desde la entrada del templo, apoyada contra la pared y de rodillas en el suelo. El aire fresco del atardecer me sienta bien, y por un momento me encuentro mejor. Entonces, sin previo aviso, mi cuerpo se estremece en una arcada y acabo devolviendo toda la cena. Alguien se acerca corriendo, escucho la voz de Sam.
- ¡Alex! ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? -exclama, al tiempo que se agacha junto a mí-. Estás sudando, ¿tienes fiebre?
- Me duele el estómago... -respondo con voz ronca-. Algo debe de haberme sentado mal...
Sam me da un poco de agua y un pañuelo para limpiarme. Está empezando a llover. Termino de beber un trago cuando alguien grita a nuestra espalda.
- ¡Está enferma! ¡Está infectada!
Antes de que me dé tiempo a reaccionar, dos guardianes me levantan del suelo de un tirón. Asustada, comienzo a gritar.
- ¡No estoy infectada! ¡No estoy infectada!
Desgraciadamente, los sudores fríos y las arcadas no me dan mucha credibilidad. Un pequeño grupo de curiosos se ha congregado en la puerta de la iglesia. Uno de los guardianes me levanta el brazo, dejando al descubierto la herida que me hice esta mañana.
- Un resucitado debe de haberla arañado -le dice a su compañero, y luego, dirigiéndose a los demás-: ¡Nos la llevamos a cuarentena!
- ¡No! -les grito, tratando de soltarme-. ¡No estoy infectada!
Los hombres tiran de mí escaleras abajo, ignorando las quejas y los empujones de Sam. Entre los supervivientes distingo a Mishel.
- ¡Mishel! ¡Tú viste cómo me hice la herida! -grito con todas mis fuerzas, aguantando el dolor que me atenaza las entrañas-. ¡Diles cómo me hice daño! ¡Mishel!
Ella, sin embargo, se limita a bajar la mirada y permanecer en silencio.
- ¡Mishel, por favor!
Continúo llamándola a voces, entre súplicas e insultos, mientras los guardianes me llevan a
rastras a la casa que hace las veces de cuarentena. El único mobiliario que me acompaña, cuando cierran la puerta de una diminuta habitación, es un cubo de fregar y un colchón en el suelo. Mis gritos se pierden en el estruendo de la tormenta.



6 comentarios:

  1. Por cierto, Nes, GUAPISIMO el dibujo = )

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  2. Una panda de fanaticos y una que esta cagada de miedo (Mishel). Peaso compañia, verdad?

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  3. Pintan mal las cosas por el momento...

    Por cierto, ¿qué os parece la ilustración? :)

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  4. Preciosa ilustración! Y me encanta el discurso del Orador. Una vez más lo habéis conseguido.
    Por cierto, que yo ya dije que no aguantaba a Mishel...

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