miércoles, 8 de diciembre de 2010

Vía de escape

No es fácil mover un grupo como el nuestro. Sam necesita ayuda para caminar y es obvio que las heridas le duelen aunque no se queje. Mishel no dice nada, está como ida y todavía no ha abierto la boca. Tengo que tirar de ella para que empiece a caminar. Isaac va unos metros por delante, los demás todavía estamos en el umbral de la puerta. Nos hace una señal para que lo sigamos y nos ponemos en marcha. 
Hemos caminado apenas unos metros cuando se detiene y levanta la cabeza. Atento, muy quieto, escruta los alrededores.
- ¿Qué pasa? -le pregunto desde atrás. Me manda callar con un gesto de la mano. Se da la vuelta y echa a correr, pasa junto a nosotros y rodea el edificio. Instintivamente nos movemos hacia atrás, quedándonos muy juntos, como si ello pudiera protegernos. No nos atrevemos a respirar. Si ha vuelto a abandonarnos, estamos muertos.


A lo lejos, se oye un murmullo de lamentos cada vez más próximo. No sé si ha sido el jaleo de la pelea, los disparos, o los gritos de Alex y Mishel cuando estaban siendo torturadas por todos esos malnacidos, pero algo los está atrayendo hacia aquí. Vienen, y son muchos, y aunque yo podría huir fácilmente de ellos siento la imperiosa necesidad de proteger a mis compañeros.


Isaac vuelve a aparecer por el lateral del edificio, respiro de nuevo, aunque por la expresión de su rostro el alivio durará poco tiempo. Se acerca a nosotros y habla en voz baja.
- Hay que largarse echando leches.
No me atrevo a preguntar el motivo, pero es obvio que nuestras vidas corren peligro. Los saqueadores, los podridos... qué más da, hay que escapar. Nadie pregunta nada, Isaac y Lukas cargan con Sam y yo tiro de Mishel. Tratamos de correr, pero somos lentos. Me duele todo el cuerpo tras la paliza que me han dado esos cabrones, y estoy segura de que Mishel se siente igual, o peor. La cabeza no para de zumbarme y sigo sangrando por el oído, con cada paso un pinchazo de dolor me perfora el cráneo.
Me doy cuenta de que Isaac nos conduce por la ruta que inicialmente queríamos seguir, no sé si por casualidad, en dirección a la salida de la ciudad. Trato de recordar el plano y la altura a la que estaba el cordón militar. Queda lejos todavía, un trecho que podría ser insalvable para alguien herido. ¿Dónde podría encontrar material con el que atender a Sam?


Intento pensar rápido en cómo escapar de lo que se nos viene encima. Lo primero que trato de hacer es, obviamente, correr en la dirección contraria. El problema es que ninguno de mis compañeros está en condiciones para correr, así que avanzamos lentamente entre los edificios de la zona industrial, buscando la salida de la ciudad. Los podridos tampoco son rápidos, por suerte, aunque no las tengo todas conmigo. Pero claro, como todo en este puto apocalipsis, la cosa se complica.
Uno de los saqueadores escapó cuando entré en el edificio de oficinas. No le presté atención y lo dejé vivir. Grave error.
Vuelve, trae a unos cuantos más junto a él. Puedo ver la diminuta figura acercándose acompañada de unas cuatro o cinco personas más. Una vía de escape que se cierra... a menos que yo la abra de nuevo.


- Tenéis que apartaros -dice Isaac mientras nos empuja a un lado de la calle.
- ¿Qué? ¿Qué pasa? -le pregunto, la voz me suena aguda por el miedo y la tensión. Él ni siquiera me mira, está concentrado en algo que está lejos, al otro lado de la fila de naves industriales. Es... oh, joder, no... por favor, que no vuelvan a venir, por favor... 
- Puedo con ellos -responde Isaac-, pero tenéis que esconderos, no puedo estar pendiente de ellos y de vosotros a la vez.
- Es muy peligroso... -susurra Sam detrás de mí.
- Ya lo sé, por eso necesito concentración -Isaac parece ya un tanto exasperado, nos empuja hacia la puerta metálica de una de las naves-. Meteos ahí dentro y por favor, no hagáis ninguna tontería. No salgáis hasta que venga a buscaros.
La patada que da a la puerta hace que por un instante acuda a mi mente la imagen de Mel. Tiene que golpear una segunda vez, y la puerta cede. Entramos, él se queda fuera.


Me aseguro de que Alex y Lukas aseguren la puerta de la nave desde dentro. Les recuerdo una vez más que no se muevan de allí, cojo aire y emprendo la carrera.
A medida que me acerco a los saqueadores mis compañeros desaparecen progresivamente de mi mente y mi atención se estrecha hasta concentrarme únicamente en las figuras que tengo delante. Siento un cosquilleo en brazos y piernas, ese extraño calor en las venas, aumento la velocidad y salto.
Los saqueadores lanzan algunos disparos hacia el lugar donde estaba hace un segundo. De repente sus movimientos se me antojan sumamente lentos. Son cuatro, llevan armas, pero no desperdiciarán demasiada munición si conservan algún resquicio de inteligencia. Me muevo tan rápido como puedo, convirtiéndome en un objetivo difícil. Ahora estoy suficientemente cerca como para ver sus expresiones de asombro. Sonrío casi sin darme cuenta. No saben lo que se les viene encima.
La carrera me ha dado un gran impulso, así que lo aprovecho y salto. Un par de balas pasan peligrosamente cerca, levanto las piernas y aterrizo sobre uno de los hombres, hundiendo mis botas en su pecho. Veo cómo abre la boca intentando respirar, buscando desesperadamente el aire, pero lo único que consigue es comenzar a escupir sangre con un sonido ahogado. Con los pulmones destrozados ya no supone una amenaza. Uno menos.


Se oyen gritos en el exterior. Suenan disparos. La saliva se me atraganta.


Giro sobre mí mismo y agarro con fuerza el brazo del hombre que tengo más cerca, una bala me roza el cuello como una caricia ardiente. Deja una quemadura, no me duele, tiro del brazo que he agarrado sintiendo como el codo del tipo se disloca y él deja escapar un alarido. Uso su cuerpo como escudo y cargo contra uno de los otros dos, siento un par de disparos impactar contra él pero me frenan sólo de forma momentánea.


Nadie respira dentro de esa nave industrial. Sam tose, a Mishel se le escurre una lágrima por la mejilla. Un murmullo creciente se aproxima.


Caigo sobre el tercero, entre él y yo el cuerpo de su compañero moribundo. Me lanzo a su cuello y arranco un pedazo de carne, la trago casi sin masticar y vuelvo sobre él. En pocos segundos su cara y su cuello no son más que una masa deforme. Cuando levanto la cabeza, el último de los saqueadores corre como un poseso, alejándose entre los edificios. No, no cometeré dos veces el mismo error.


Algo golpea la puerta. No nos movemos.
Golpea de nuevo.
Lukas se acerca, lleva en las manos una pistola con unas pocas balas en el cargador.
- ¿Isaac? -susurra junto a la puerta. Un nuevo golpe como respuesta.


Echo a correr tras él, sorprendiéndome a mí mismo sonriendo en la persecución. Me siento tentado de reducir la velocidad, darle un pequeño margen para que la caza sea más divertida, como un gato que juega con el ratón haciéndole creer que puede escapar. Pero no, no es momento de perder el tiempo. Acelero y casi lo alcanzo, él, en una maniobra desesperada, me descerraja dos tiros que casi aciertan en la cabeza. Caigo sobre él con fuerza demoledora, en pocos segundos dejo de oír sus gritos. Tengo hambre.


Tratamos de sujetar la puerta, de buscar algo con lo que tapiarla, pero no nos da tiempo. Poco a poco comienza a ceder y el primer podrido se abre paso por la pequeña rendija que la horda ha conseguido abrir. Lukas lo golpea con fuerza, haciendo que caiga al suelo, y suelta una lluvia de patadas sobre su cabeza. Abrir un cráneo no es tan fácil como hacen ver en las películas.
Otro logra colarse, hora de volver a usar el martillo. 


Arranco los pedazos de carne casi sin respirar, comiendo con avidez, completamente descontrolado. Cuando un alarido a mis espaldas me hace volver a la consciencia, me encuentro a mí mismo sobre un cuerpo destrozado, irreconocible. Me vuelvo malhumorado, buscando lo que ha interrumpido mi almuerzo, y la realidad me golpea como un mazo. Los podridos han llegado a la nave donde escondí a mis compañeros, y saben que están allí. Se arremolinan alrededor de la puerta, gritando desquiciados. Tal vez ya estén muertos... Vuelvo a correr, todavía con restos de sangre entre los labios.

lunes, 11 de octubre de 2010

Desaparecer

Todo se detiene tras el abrazo, y puedo notar como toda la rabia, el hambre y los impulsos depredadores que hace un segundo me parecían tan reales, desaparecen, todo desaparece y sólo queda el calor de un abrazo, la sensación puramente humana de protección a través del prójimo, sensación que tenía completamente olvidada.
Miro a mi alrededor y veo mi reflejo en una estalactita de vidrio roto que cuelga del ventanal, estoy hecho un asco y aún así me descubro sonriendo, respiro profundamente relajado ya que a pesar de todo sigo sintiéndome humano, de nuevo y por primera vez en demasiado tiempo. Huelo el miedo de los dos hombres en la estancia, pero el de ella ha desaparecido, está tranquila, ¿protegida quizá? Aspiro su familiar aroma una vez más cuando me descubro salivando de nuevo, la sombra se cierne sobre mí de nuevo, siento esos impulsos horribles que me alejan de mi humanidad, me reprimo con fuerza pero mi rostro en el espejo ya no refleja una sonrisa, sino la promesa de una muerte que termina en el torbellino de la lucha que sufro en mi interior.

Me siento bien durante unos momentos con la amenaza de una muerte segura brevemente interrumpida. Los brazos de Isaac son un escudo protector hasta que sus manos, que descansan sobre mis hombros, comienzan a presionar con más fuerza de lo normal. Me está haciendo daño, intento separarme de él pero no me deja moverme. Hasta la expresión de su rostro ha cambiado.
- Isaac, ¿qué estás haciendo? -pregunto, casi gritando, mientras intento de nuevo echarme hacia atrás. No puedo evitar asustarme después de lo que acabo de verle hacer. Percibo un movimiento por el rabillo del ojo, Lukas está alerta frente a nosotros, preparado para saltar. De pronto Isaac se relaja, me suelta y retrocede unos pasos.
- Lo... lo siento -murmura, dirigiéndose a la puerta. Sam, apoyado en el umbral, intenta cortarle el paso. Hace una mueca de dolor al moverse un poco.
- ¡Espera! -le grito a Isaac. Parece muy preocupado, asustado quizá, no es difícil intuir que su intención es marcharse de nuevo ahora que su intervención ya ha terminado. Pero no voy a permitir que se marche, al menos de momento, aunque haya matado a dos hombres con sus propias manos. Después de todo, ellos me estaban haciendo daño y él me protegió. Ahora toca proteger a otros compañeros, hay que atender a Sam y...
- ¿Dónde está Mishel?

Desde el umbral de la puerta, junto a Sam, dirijo una mirada fugaz a la habitación del otro lado del pasillo, el lugar por el que entré en el edificio. Una imagen destella en mi cabeza y recuerdo que vi a Mishel allí. Se lo indico a los demás con un simple gesto de la mano, sin conseguir disimular un leve temblor. Por un momento creí que iba a despedazar a Alex, me estremezco con solo pensarlo.
Me vuelvo hacia Sam, esboza una sonrisa torcida.
- Maldito cabrón, ya era hora de que aparecieras -dice, suelta una carcajada que se interrumpe por un acceso de tos. Los saqueadores se cebaron con él, siento un cosquilleo en los brazos al pensarlo y la rabia me recorre el espinazo. Volvería a matarlos otra vez ahora mismo.
La doctora se acerca a Sam y examina algunas de las heridas. Su rostro lo dice todo, la cosa no pinta nada bien.
- Necesitamos llevarte a un hospital, no tengo material con el que atenderte aquí y si se infectan las heridas...
Sam la silencia con un gesto de la mano.
- Estaré bien, encontremos a Mishel y luego buscaremos un lugar mejor.
Ella se muerde el labio, preocupada, pero es difícil convencer a Sam de que no haga lo que quiere hacer.
- ¿Dónde están los saqueadores? -pregunta Alex con un hilo de voz. Muevo la cabeza.
- Muertos -respondo-. Uno de ellos escapó, creo.
Asiente y se adelanta unos pasos. Los demás nos hemos quedado parados, al darse cuenta se da la vuelta y frunce el ceño. 
- ¿Vais a venir o qué?

Recorremos el pasillo en silencio. Me llevo una mano a la cabeza, siento un dolor punzante en el lado donde recibí el golpe y un desagradable zumbido en el oído. 
- Espera -dice Isaac cuando estamos ante la puerta-, yo iré delante.
No estoy en situación de hacerme la heroína, así que me hago un lado y lo dejo pasar. Un instante después hace gestos con la mano para que lo sigamos. Todo despejado, parece. Entramos.
En el despacho entra algo de la luz del amanecer, dejando ver el festín de sangre y miembros mutilados que Isaac dejó a su paso. No puedo evitar llevarme las manos a la boca y dar, instintivamente, un paso atrás. Por mucha sangre que uno haya visto en Urgencias, el espectáculo es demasiado atroz como para dejar a nadie indiferente. Incluso él parece afectado durante unos momentos al contemplar su propia obra.
Mishel es un bulto tembloroso en un rincón de la estancia, desnuda y ensangrentada. Me acerco a ella y le toco el brazo, susurrando su nombre. Se aparta de mí rápidamente, sobresaltada y a la defensiva. Le lleva unos segundos comprender quién soy. Las lágrimas dibujan surcos irregulares en la suciedad y la sangre seca que cubre sus mejillas.
- Vamos -apremia Lukas, con suavidad-. Este lugar ya no es seguro, es mejor que nos marchemos.
Asiento y busco la ropa de Mishel entre los muebles destrozados y los restos de los cuerpos. Está hecha un asco, echo un vistazo a la mía para ver si puedo prestarle algo pero el aspecto no es mejor. La ayudo a vestirse y a ponerse de pie, probablemente ella también necesitará atención médica en cuanto encontremos un lugar tranquilo donde descansar.
Isaac se asoma a la ventana, el cristal está roto.
- Los alrededores están despejados, al menos por el momento.
Convencidos de que lo mejor es salir de aquí, recuperamos nuestras cosas y nos ponemos en marcha. De todas formas, si nos quedamos, no podré atender ni a Sam ni a Mishel, y corremos el riesgo de que el tipo que escapó vuelva a buscarnos con más compañía. Desaparecer parece la mejor alternativa.

jueves, 19 de agosto de 2010

La última esperanza

Recorro el pasillo moviéndome como una tarántula hacia su presa, alcanzo la habitación en pocos segundos y ésta vez parece que la fiesta está a punto de comenzar.
- ¿Interrumpo?- comento con sarcasmo a los asaltantes, rápidamente uno de ellos alza una barra de metal que tiene un parecido demasiado razonable a una llave inglesa.
-Es una fiesta privada héroe, ¿o es que vienes por otra cosa?- escupe el que sujeta a una semi inconsciente Alex.
- Vengo desde el infierno atraído por la peste que emana de vuestros sucios traseros.
Acto seguido el asaltante frunce el ceño extrañado.


- Oye, ¿qué coño te pasa en las venas? Este tío está infectado... ¡mátale!


El tío de la llave inglesa se abalanza sobre mí con un gruñido asomando por sus labios, dejo que cargue y detengo su golpe cogiéndole la mano que empuña el arma, aprieto con todas mis fuerzas, el tipo trata de zafarse, me golpea y gime de dolor mientras se va acuclillando, aprieto más y más hasta que empiezo a notar los chasquidos de los huesos aprisionados entre mi mano y la empuñadura de la llave. Me mira incrédulo, con los ojos desorbitados y la mano hecha puré. Le quito tranquilamente el arma y hundo la llave en su frente.
- Ahora me toca a mí- digo mientras avanzo hasta el motero que queda y suena a mis espaldas el cuerpo del otro tipo al caer. Mis venas marcadas, mi mirada de depredador, mi avance implacable... el tipo se ha meado encima y tiembla como una colegiala el primer día de instituto. Trato de sonreirle, al fin y al cabo es mejor ver una cara sonriente antes de morir, le cojo del cuello y aprieto su nuez contra la tráquea, de pronto oigo un disparo, aprieto con fuerza y una pistola se desliza entre los dedos inertes del motero. ¿Ha fallado? De pronto las fuerzas me abandonan, el vientre me arde y mi sangre más espesa de lo habitual empieza a salir copiosamente durante unos segundos, me tambaleo ligeramente, la habitación me ha dado una vuelta entera, trato de centrarme, meto los dedos y saco la bala hurgando en mi herida, medio minuto más y parece que dejo de sangrar, sigo mareado, me arde el vientre y siento agotamiento, todo de golpe, como si de repente fuera solo humano.


Escucho una conversación que me llega desde lejos, desde fuera del pozo de inconsciencia en el que lucho por no caer. Una voz familiar que no consigo identificar, golpes, la fuerza que me aprisionaba contra el suelo de pronto desaparecida. El miedo es ahora menos intenso, diluido en el dolor y la derrota. La conversación continúa a mis espaldas, pero las palabras me resultan incomprensibles y apenas las oigo. Intento sobreponerme al mareo y a pesar de que no consigo enfocar la mirada, trato de darme la vuelta y arrastrarme lejos de los ruidos de la pelea. Me subo la ropa interior, enredada en mis tobillos, y avanzo a gatas hasta toparme con la pared. Me arranco de un tirón la cinta adhesiva que me cubre la boca y cojo aire. Cuando alzo la vista siento el horror volviendo de golpe a medida que empiezo a discernir lo que ocurre ante mis ojos. Uno de mis atacantes está tendido en el suelo, el cráneo abierto con algún tipo de herramienta, tal vez una llave inglesa. Enfrente, el otro forcejea con un hombre pálido, de aspecto enfermo, con la piel surcada por finas líneas oscuras que esboza una sonrisa cruel. A pesar de la mueca que le deforma el rostro, a pesar de que su cuerpo está sembrado de heridas y sangre, reconozco los rasgos de Isaac.


El sonido de un disparo me sobresalta de tal manera que me golpeo contra la pared. Isaac, con expresión de sorpresa, cierra una poderosa garra sobre el cuello del hombre que hace un minuto intentaba violarme, y tras un crujido claramente audible su cabeza se descuelga a un lado formando un ángulo antinatural. Al tiempo que lo deja caer, lo que un día fue mi amigo mira con atención su abdomen empapado en sangre oscura y mete los dedos en la herida hasta extraer la bala. La única muestra de dolor es un leve gruñido interrumpiendo una respiración entrecortada. Entonces levanta la mirada, clavando sus ojos en los míos. Me quedo paralizada, pegada a la pared, de pronto intensamente consciente de cualquier sensación, mi corazón bombeando con fuerza, el dolor sordo de las heridas, el zumbido en mi cabeza y el hilo de sangre que me baja desde el oído y ya me llega al pecho. Creo percibir un atisbo de miedo en Isaac, que enseguida se transforma en esa expresión que acabo de verle al matar a los dos hombres. La exaltación del depredador observando a su presa.


Toso un poco de sangre por la herida, aunque parece que cada vez me molesta menos, es algo progresivo pero constante, de repente aparecen dos hombres más por la puerta de la habitación, uno más joven y fuerte lleva a... Sam... me quedo perplejo por un instante, apaleado y malherido apenas se mueve sin una mueca de dolor en el rostro. El otro hombre me mira perplejo, acomoda rápidamente a Sam en el quicio de la puerta y se dirige a por mi congestionado su rostro en una mueca de ira. 
-¡Déjala! - me grita cargando contra mí con todo. Suspiro resignado unos segundos antes del encontronazo, siento el calor de nuevo en las venas de mi brazo, me posiciono para recibirle y con un rápido revés golpeo su torso con ganas haciendo volar su cuerpo hasta la otra pared de la habitación. Se retuerce de dolor en el suelo y sonrío dispuesto a terminar el trabajo, me dirijo hacia él, implacable, Sam abre los ojos de forma desmesurada y comprendo que acaba de reconocerme, trata de alargar su brazo y balbucea algo incomprensible, pero no puede alcanzarme ni hacer nada, no en su estado.



No sé cómo han escapado de su encierro pero me quedo con la boca abierta cuando los veo aparecer. El aspecto de Sam es deplorable, a simple vista distingo múltiples contusiones, un corte sobre la ceja y varias heridas en las manos, por no hablar de lo que debe ocultar bajo la ropa. ¿Qué le han hecho esos animales...?
Pero no tengo tiempo de pensar nada más, Lukas ha gritado algo y carga a la carrera contra Isaac, que lo envía al suelo de un golpe descomunal. Sam murmura algo, Isaac lo ignora y avanza hacia Lukas. A un lado, los cadáveres destrozados de mis agresores, me doy cuenta de que eso es lo que le espera a Lukas en manos de Isaac. No, no, no...
- ¡Isaac, no lo hagas! 
Se detiene apenas una fracción de segundo y continua hacia Lukas, esbozando esa sonrisa escalofriante, como si estuviera disfrutando con la situación. Sin pensar, me pongo de pie y me lanzo sobre él, ingenuamente dispuesta a detenerlo.
- ¡Isaac, por favor, no! -le grito, casi llorando, tirando de su brazo con todas mis fuerzas. Se deshace de mí con una simple sacudida, lo intento de nuevo, poniéndome en medio de su camino con los ojos llenos de lágrimas. Me aparta de un empujón y caigo al suelo. Entonces todo se detiene, como si el mundo hubiese dejado de girar.
Isaac se vuelve hacia mí y me observa un instante, perplejo. El silencio es tan intenso que oigo los latidos de mi corazón, acelerados, golpeando rítmicamente en los oídos. No me atrevo a desviar la mirada de los ojos de Isaac, tengo la sensación de que si lo hago se dará la vuelta y destrozará a Lukas sin vacilar. Sin embargo, su forma de mirarme ahora es ligeramente diferente, parece confuso, como si dudara sobre qué hacer. Me doy cuenta de que estoy temblando, los pensamientos me vienen a la mente tan rápido que la cabeza me da vueltas. ¿Qué te hicieron, Isaac? ¿En qué te has convertido? No puedes ser un monstruo, me niego a creerlo... Tiene que haber algo de él ahí dentro...
Despacio, comienzo a incorporarme. Me pongo de pie poco a poco, sin dejar de sostenerle la mirada, haciendo un descomunal esfuerzo para que las piernas me sostengan. Doy un paso hacia delante, con mucha cautela, acercándome a él sin atreverme a respirar. Otro paso, siento la atónita mirada de Sam y Lukas sobre mí, pero ninguno de los dos se atreve a moverse un ápice. Levanto los brazos muy lentamente y acerco las manos a su rostro sin poder contener el temblor, hasta rodear su cuello y abrazarlo con fuerza. Permanece rígido, en tensión, completamente inmóvil. Una lágrima se abre paso por mi mejilla, y luego una más, y otra. Mi cuerpo se estremece en repetidas sacudidas, incapaz de dejar de llorar. Pasa un minuto, tal vez dos. Unos brazos fuertes, todavía tensos, me rodean con cuidado la espalda.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Sangre y tortura


Estoy sentada en el suelo, la sensación de impotencia ardiéndome en el pecho. Ha estado ahí desde que empezó todo este desastre, la falta de control sobre los acontecimientos, sobre lo que me ocurría, sobre mi vida... Se hizo más fuerte cuando nos abandonó Isaac y casi creí que me mataría en el Purgatorio, pero ahora me está anulando por completo. La parte de mí que insiste en seguir luchando empieza a ceder ante la que quiere darse por vencida y cada segundo es más difícil resistir. Sería tan fácil dejarme morir...

Alguien habla en la otra habitación. Tardo unos segundos en darme cuenta de que es Lukas, y de que me está hablando a mí. Me cuesta entenderlo al principio. Al final saco unas palabras en claro.
- Sam está aquí. Está muy mal.
- ¿Qué le han hecho? -digo casi a gritos pegada a la pared. Pasan unos segundos antes de que me responda.
- Le han pegado una paliza, Alex -responde Lukas-. Está consciente. Débil.
Me pongo a temblar. Por favor, Sam no...
- Tiene una herida. Sangra mucho -añade Lukas. Respiro profundamente.
- Busca algo para taponar la herida. Tu chaqueta, cualquier cosa, tienes que hacer presión sobre ella.
Unos exasperantes momentos de silencio.
- Ya está. ¿Qué hago ahora?
- Presiona la herida. ¿Cómo respira?
Tarda en responder. Escucho unos murmullos que no entiendo, parece que habla con Sam.
- Le cuesta. Dice que le duele el pecho.
Me acuden a la mente miles de posibilidades. Dolor muscular. El corazón. Una costilla rota, perforando el pulmón. Ninguna ante la que yo pueda hacer algo ahora.


El olor se hace cada vez más intenso, sin duda voy en la dirección correcta, mi corazón se desboca ante el embriagador sabor del miedo, es tan intenso y visceral que lo saboreo en el paladar. Sigo a toda velocidad, callejeando y esquivando escombros, coches calcinados y los espectros de la muerte que abrazan el aire a mi paso deseando sentir mi carne en sus labios, pero no hay tiempo de jugar con ellos, la verdadera diversión esta a unos cuatrocientos metros, puedo estimar que de entre todas las edificaciones, el edificio de oficinas es mi objetivo. Giro unas cuantas calles, salto un par de coches y tras doblar la última esquina encuentro una barricada de cadáveres ante la avenida que lleva justo al edificio al que me dirijo. Me detengo bruscamente, los músculos de las piernas tensados, mi corazón bombeando firme y potente bajo mi pecho... cierro los ojos por un momento explorando la zona con mi olfato, una sonrisa se dibuja en mi rostro, están todos aquí... y al parecer han hecho nuevos amigos, aspiro con fuerza por la nariz, maleantes, piratas o asesinos, casi puedo oler sus negras y pútridas almas.


Creo que es de noche. La poca luz que se colaba por la ventana tapiada ha desaparecido. Hace un rato que no tengo noticias de mis compañeros, lo último que supe es que Sam se había quedado dormido. Al menos Lukas está con él. Se han estado escuchando ruidos en el piso de arriba que me han hecho pensar en Mishel. No sé si sigue en el despacho o la han encerrado también. Ni siquiera sé si sigue con vida. Joder, deben de haberle hecho de todo.
Escucho pasos y voces por el pasillo que me sobresaltan. Son dos, están cerca, hablando entre ellos. Uno suelta una risotada y me estremezco. Están frente a mi puerta.
- ¿No se cabreará el jefe?
- Él ya tiene a la rubia, ¿qué más le da lo que hagamos con la otra?
La puerta comienza a abrirse y todo mi cuerpo se pone alerta, los músculos tensos como cables de acero. Entran.


Me acerco sigilosamente, cubierto por el negro manto de la noche, no es un edificio muy accesible así que no parece haber nadie vigilando. Multitud de cadáveres rodean el edificio formando como un arco a su alrededor, o han repelido algún ataque numeroso o se dedican a hacer prácticas de tiro con los que husmean por aquí, sea como sea, parece que los podridos saben que no es bueno acercar sus traseros a esta zona que ahora parece muy despejada.

Percibo el dolor y el peligro en el piso de arriba, alguien está sufriendo una gran agonía y probablemente no tenga final feliz, ¿Mishel? el olor de sexo y sangre se confunden con el miedo y la excitación, hay al menos tres hombres ahí arriba. Trepo ansioso y hambriento de carne por la farola más próxima al ventanal del segundo piso que despide olores que prometen diversión. Sin duda la fiesta lleva en marcha bastante tiempo, siento como sube ese calor en mi interior, tenso los músculos y salto los ocho metros que me separan de la ventana dispuesto a reventarlo con el hombro...
Vivo la escena muy lentamente, como si todo fuera a cámara lenta aunque en realidad pasan un par de minutos. El cristal explota ante el golpe y siento que las diminutas astillas de cristal me acarician dejando una estela de sangre cuando ruedo por el suelo de la estancia, tres hombres ataviados como moteros de carretera o piratas de ciudad disfrutan de la compañía de Mishel hasta que interrumpo con mi entrada, no les doy tiempo para mucho más, me abalanzo sobre el primero como una bestia terrible, las venas negras marcadas en tensión por todo el cuerpo. Lo levanto del cuello, apenas noto su peso y lo lanzo por la ventana, un segundo con una argolla en la nariz y demasiado ataviado con pulseras de pinchos y cadenas, se abalanza sobre mí navaja en mano, detengo el golpe y le parto el antebrazo empujando con un golpe seco su puño hasta verle el hueso. El tío aulla de dolor mientras sus sucias lágrimas empapan sus ojos, le muerdo en la cara arrancando un trozo de carne mientras miro como el tercer motero se sube los pantalones.
Me abalanzo sobre él sin darle tiempo a abrocharlos y estampo su cráneo contra el suelo, al lado de Mishel, lo hago con tanta violencia y tantas veces que su cara desfigurada queda empapada en un charco de sangre.
Me alimento un poco más del que queda vivo en la estancia, está en sock con un agujero en la cara por el que asoman los dientes ensangrentados y el hueso del antebrazo al aire libre, sacio mi hambre con él hasta matarlo ante la mirada de una atónita Mishel, ni siquiera sé si me ve, al menos lo que queda de ella, sangrando por la entrepierna, la cara y múltiples heridas por la espalda. Oigo ruido por la escalera de la otra punta del pasillo, alguien viene, olfateo el viciado aire de violencia...

Contengo la respiración mientras se acercan a mí, apenas dos siluetas recortadas a la escasa luz que llega del pasillo. Otra vez esa risa.
Cuando uno de ellos me toca, es como si saltara un resorte. Grito, me revuelvo, doy patadas, intento resistirme con todas mis fuerzas. Una patada en el estómago me corta la respiración y acalla mis gritos durante unos momentos. Siento unas manos agarrarme con fuerza de los brazos y del pelo y una tira de cinta adhesiva sobre mis labios. Me sacan de la habitación a rastras y me llevan escaleras arriba. Nos dirigimos al otro extremo del pasillo, justo al otro lado del despacho principal. Los gritos que salen de allí son terribles, me estremezco al pensar en Mishel.
- Menuda fiesta se están dando con la rubia -oigo detrás de mí, seguido de una carcajada. Me empujan al interior de la habitación y caigo al suelo, sobre mi hombro derecho.
- ¡Cierra la puerta, Ron! -grita uno de mis agresores. Escucho un portazo y me vuelvo. Aquí hay más luz y puedo ver que son los mismos cabrones que nos abrieron la puerta. El que tiene el pelo rapado se abalanza sobre mí, tratando de inmovilizarme. Me revuelvo con fuerza y lanzo patadas al aire intentando golpearlo, pero no lo consigo. El corazón me late tan fuerte que creo que voy a sufrir un infarto, la cinta adhesiva sobre la boca me dificulta la respiración y siento que me ahogo. Me coge los brazos con tanta fuerza que sus uñas se clavan en mi piel.
- ¡Maldita sea, Ron, ayúdame!
Me golpea en la cara.
- ¡Estate quieta!
El otro se acerca y nos rodea, se coloca detrás de mí y me aprisiona los brazos contra el suelo. El calvo me desabrocha los pantalones y tira de ellos. Casi me vuelvo loca, pataleo con fuerza, acierto un golpe contra él.
- ¡La muy puta me ha pegado! -grita, golpeándome de nuevo-. ¡Haz que se esté quieta, Ron!
No lo veo venir. El impacto de la bota de Ron contra mi cabeza es brutal. El dolor irradia desde mi sien derecha, expandiéndose por todo el cráneo, una sensación cálida bajando desde el oído al cuello, empapando mi camiseta en una mancha oscura. Me debato en los límites de la inconsciencia, luchando por no desmayarme. El mundo se convierte en un borrón, en unas manos que arañan mi piel al tirar de mi ropa interior, en una sombra que se inclina sobre mí y en un intenso dolor en la entrepierna.

martes, 3 de agosto de 2010

Un olor familiar

Creo que debo estar en una especie de coma, me siento vagar de una pesadilla a otra siempre con el mismo argumento. El mundo aparece borroso como inundado por una nube negra y espesa, deformando los edificios en borrosas paredes y convirtiendo al resto de criaturas en sombras de agudos y lacerantes chillidos. La pesadilla siempre se repite, vago por la negra espesura en la que se ha convertido la ciudad, y de vez en cuando siento como las sombras me rodean para morderme, para alimentarse de mi alma... pero en lugar de ello ocurre algo peor, me dejan en paz, como si fuese una broma macabra del destino, como si yo fuese igual que ellas.
Recupero y pierdo el conocimiento en ese punto, entre sudores fríos y convulsiones que me hunden de nuevo en mis pesadillas, ya no sé si lo que sueño ocurre o simplemente es producto de mi mente... qué más da, creo que no me van a dejar morir, mi cuerpo se niega a dejarme morir.
La siguiente pesadilla es similar a la anterior, pero acabo devorado por una horda de sombras hambrientas de colmillos afilados. Y me veo a mi mismo en un charco de mis propias entrañas, pugnando por alcanzar algo con mi mano, pero sin poder arrastrarme, sin fuerzas... tan sólo me estiro todo cuanto puedo para terminar sintiendo el peso de una terrible bota militar y la sonrisa de la sombra más cruel de la ciudad.
Vuelvo a despertar, no veo nada, solo oscuridad, no oigo nada... tan solo siento el sudor segundos antes de que vuelvan las convulsiones... algo está cambiando, empiezo a percibir un olor familiar antes de desvanecerme de nuevo.




Escuchamos como algo se arrastra al otro lado de la puerta, tal vez algún mueble que la estaba bloqueando. Lukas y yo nos miramos, preocupados, y casi inconscientemente agarro el mango de mi martillo y pongo en tensión todos los músculos del cuerpo. Lukas da un paso hacia atrás, vacilando, cuando la puerta se abre un poco. Nos recibe el cañón de una pistola.
- Llegáis a punto para la fiesta -dice una voz ronca.


A la primera arma le sigue otra. Nos quedamos paralizados, el corazón latiendo a cien por hora. Mis pensamientos vuelan de aquí a Sam y Mishel, aterrorizada ante la perspectiva de que estén atrapados en las oficinas con esa gente. El que está más cerca es un hombre de unos cuarenta años. Lleva la cabeza rapada y esboza una sonrisa torcida. Está diciendo algo, pero no me doy cuenta hasta que levanta la voz.
- ¡El martillo! ¡Que me lo des!
A mi lado veo como Lukas está entregando su pistola al otro, algo más joven y con el cabello cortado al estilo militar. Sin decir nada, obedezco la orden. La mano me tiembla cuando le doy el martillo, conteniendo la respiración.
- Ahora, adentro -dice el más joven, haciéndose a un lado para que pasemos pero sin dejar de apuntarnos en ningún momento. Desarmados, no nos queda otra opción que hacer lo que nos dicen. Me invade la certeza de que no vamos a salir de aquí con vida, pero el miedo que siento es extraño, parece como si estuviera viviendo un sueño, algo irreal.


Nos conducen al interior todavía encañonados. La planta baja está casi a oscuras, se escuchan voces en el piso de arriba. No me atrevo a preguntar por nuestros amigos, tal vez no hayan llegado todavía y no sepan de ellos. Puede que tengan algo más de precaución que nosotros y no los cojan... Mis esperanzas se desvanecen cuando llegamos al piso superior. En el despacho al final del pasillo hay varios hombres más. Uno de ellos, el que parece estar al mando, se adelanta unos pasos al vernos llegar. Tiene el pelo rubio, los descuidados mechones sobre los ojos. Sonríe, una sonrisa como de hiena.
Al otro lado de la habitación hay una pequeña figura hecha un ovillo, llorando medio desnuda. Es Mishel.
- ¡Pedazo de cabrón! -grito, adelantándome unos pasos, arrepintiéndome al instante. El golpe me alcanza la base del cráneo, haciendo que me tambalee y pierda el equilibrio. Caigo al suelo de rodillas, todavía mareada. Lukas parece haber recibido también, aunque no sé si ha hecho algo o lo han atacado por placer. Nos van a matar, estos locos nos van a matar. No entiendo cómo nos han encontrado en este lugar tan apartado, pero realmente da igual. Probablemente quieran llevarse lo que tengamos y quedarse con nuestro refugio. Matarnos por unas posesiones tan miserables... ¿y dónde está Sam?
- Encerradlos, chicos -dice el jefe.
- Levántate -ordena el que se encuentra a mi espalda. Me debato entre colaborar o resistirme, tal vez me pegue un tiro ahora y no tenga que sufrir más. Pero el instinto de supervivencia siempre gana. Me intento poner de pie, trastabillando. Me agarra del brazo con fuerza hasta hacerme daño y, de un tirón, me obliga a caminar por el pasillo. El otro lleva a Lukas delante de él, el cañón de la pistola en la espalda de mi compañero. Bajamos la escalera, hasta la planta baja. El hombre abre una puerta y empuja a Lukas al interior.
- ¡Sam! -exclama Lukas, intento darme la vuelta y correr hacia allí pero un nuevo golpe me detiene, esta vez en el pecho. Una patada me precipita al interior de otra habitación y la puerta se cierra de golpe. Intento forzarla, pero la han atrancado desde fuera. La ventana está tapiada y, como ya vimos al llegar aquí, tiene barrotes en el exterior. No voy a poder escapar.


Escucho voces y quejidos junto a mí, al otro lado de la pared. Lukas y Sam están justo ahí, en la oficina contigua, y les están haciendo daño. Golpeo la puerta y la pared desesperada, gritando y dando puñetazos hasta que me duelen las manos. Cuando los golpes cesan los llamo a gritos. Ninguno de los dos responde.


Me despierta un agudo dolor en el brazo izquierdo, abro los ojos para descubrir un maldito cuervo alimentándose en mi antebrazo ¡joder qué asco! de un manotazo lo estampo contra la pared del fondo donde cae inmóvil dejando una estela de plumas negras por el camino.
Salgo de la carnicería por el gran ventanal de cristal roto y el olor familiar me envuelve de nuevo ¿Alex?, miro a mi alrededor desorientado, es como si la tuviera muy cerca pero a la vez sé que no es así; el rastro viene de lejos, entremezclado con miles de tonos olfativos que ha recogido por el camino, creo que algo ha vuelto a cambiar en mí, me siento diferente de nuevo.
El viento me trae otra vez su olor, esta vez percibo un nuevo ingrediente, su miedo... salgo corriendo sin darme cuenta de que mi brazo esta intacto, como si nunca hubiese sido picoteado por un cuervo, entonces empiezo a sentir el calor de nuevo.
Siento que mis venas arden, se marcan negras a través de mi pálida piel, y acelero, acelero sin pensar, sin cansarme y sin dificultad, saltando coches, impulsándome con el entorno o usando las paredes de los edificios para girar bruscamente perdiendo el mínimo de velocidad.
Esta agilidad no es normal, siento que soy un depredador, un felino incansable directo a por su presa...

sábado, 24 de julio de 2010

En busca de alimento

El día amanece nublado, con poca luz, una fina niebla reposando tranquila sobre la ciudad muerta. Desde la ventana del despacho que se ha convertido en nuestro improvisado centro de mandos no se ve más que una impersonal hilera de almacenes y naves industriales. Me vuelvo hacia mis compañeros, preocupada. Apenas nos queda comida, y sólo dos litros de agua.
- La cosa pinta mal.
Lukas asiente, Mishel no parece demasiado preocupada. Sam se encoge de hombros. Parece que fuera a decir algo, pero finalmente se queda callado. Últimamente las situaciones por las que pasamos son capaces de superar su optimismo. No es agradable ser consciente de que te estás jugando la vida con cada movimiento.
- Estudiemos nuestras opciones -dice al fin-. ¿Dónde estamos y cómo llegamos a los límites de la ciudad?
Mishel saca un papel doblado del bolsillo, anoche encontró en un cajón un plano de la ciudad. Lo deja en el suelo y nos inclinamos sobre él. Es antiguo, pero bastante útil. Lukas señala un punto a la izquierda del papel.
- Estamos aquí, en la zona más occidental. El aeropuerto queda justo al otro extremo, aunque de poco nos va a servir ahora. La autopista 76 es la vía de comunicación más importante que tenemos cerca, y queda un par de kilómetros al norte.
- ¿No crees que la autopista estará bajo control militar? Al parecer, tienen la ciudad rodeada -digo. Lukas asiente.
- No creo que podamos utilizar ninguna carretera, ni vías de ferrocarril. Si no está el ejército, lo más probable es que esté infestado de podridos.
- ¿Entonces? -pregunta Mishel-. ¿Qué vamos a hacer?
Nos miramos durante unos segundos.
- Creo que tendremos que acercarnos al cordón militar -dice finalmente Sam-. La única salida posible es encontrar una brecha en la cuarentena.


No sabemos cuánto tiempo tardaremos en encontrar la forma de salir de aquí, pero algo está claro: no lo haremos sin comida. Observamos el exterior a través de la ventana: la niebla es fina, tal vez dentro de un rato se haya disipado. Si es así, saldremos a explorar los alrededores en busca de alguna fuente de alimentos y agua. La verdad, tengo pocas esperanzas.




Me doy la vuelta dispuesto a enfrentarme con todo lo que queda de mí al demonio incansable en el que se ha convertido Mel y me sorprendo al ver a una criatura espeluznante; del interior de un cubo de basura metálico surge medio hombre, literalmente, arrastrándose con la ayuda de sus codos el engendro se acerca a mí con un gemido lastimero muriendo en sus labios, me compadezco de él y, aunque ni siquiera siento asco me doy la vuelta y sigo mi camino buscando otros olores en el turbulento aire de la ciudad.

La noche ha sido un infierno, encontré refugio en una carnicería ilegal de chinos o algo así por los cadáveres que tuve que machacar. Casi no paso la noche, tras asegurarme el refugio, empezé a sentir como la fiebre subía rápidamente y lo último que recuerdo es que comencé a convulsionar. Hoy me he despertado ardiendo y con un sol de justicia apuñalándome en la cara, me arrastro hasta un rincón oscuro y más fresco, el baño de la carnicería, bebo agua, me limpio y parece que las heridas del combate con Mel están casi curadas, mi nuevo metabolismo es asombroso... aún así sigo sintiendo náuseas y ardor en mi tobillo.


Exploro un poco el local, me alimento de carne cruda que encuentro en las cámaras frigoríficas, paso las horas más calurosas refugiado del Sol y rebuscando entre los cuerpos prendas de mi talla para sustituir la ropa que llevo hecha un asco.





Finalmente, a media mañana, la niebla acaba por levantarse. La luz es mucho más intensa ahora y nos da más confianza, probablemente los engendros están lo suficientemente atontados como para pasar más o menos desapercibidos. Al final, nos decidimos a probar suerte: nos separamos en dos grupos, Lukas y yo por un lado, Sam y Mishel por el otro. Vamos a intentar encontrar alguna fuente de alimentos y, por qué no, algún camino despejado hacia los límites del cordón militar. El problema es que no se me ocurre otra fuente de alimentos que alguna gran superficie, y un lugar así va a estar infestado de podridos. Tal vez si damos con algún tipo de almacén...


A medida que nos alejamos del refugio y exploramos los alrededores me doy cuenta de que esto llevaba abandonado desde mucho antes de que nuestras vidas se fueran a la mierda. Lukas parece haberse percatado también, y sugiere que cambiemos ligeramente la dirección planeada y nos acerquemos de nuevo a la ciudad. Por el momento, todo está desierto: ni un muerto a la vista, ni un vivo tampoco.
- Cuando estuvimos en el Purgatorio, dijiste que tu padre no se había preocupado por ti durante mucho tiempo -le digo a Lukas. Me mira levantando una ceja.
- Mi padre no actuó nunca como padre -dice él-. Nos mantenía a mi madre y a mí, pero no porque le importásemos. Simplemente por guardar las apariencias. A él le importa el poder, que todos lo adoren. Créeme, está en su salsa con todos esos pirados creyendo que es un enviado de Dios.
Jugueteo con el martillo entre las manos. Lukas lleva la pistola. Me pregunto cómo estarán Sam y Mishel.
- ¿Qué hay de tu familia, eh? -dice él. La pregunta me pilla un poco desprevenida. Me resulta doloroso pensar en ellos, suelo evitarlo.
- Viven lejos -respondo-. Ahora me alegro de ello, al menos se han evitado todo este horror. Sólo espero que estén bien...


Nos quedamos un rato en silencio. Es una mierda no saber qué está pasando más allá de lo que podemos ver. Todo esto, lo que ha pasado. Como para seguir creyendo que Dios existe.
- Al menos tu padre no es el líder de una secta de perturbados...
Lukas suelta una risa amarga. Me río también, solo un poco.
- No, pero es presidente de una asociación de recreaciones históricas.
- ¿De verdad?
- Sí, es profesor de historia en un instituto. Está obsesionado con Alejandro Magno. Quería ponerle su nombre a uno de sus hijos, pero mi madre se plantó con la tercera niña. Me llamaron Alexandra y todos contentos.
Se ríe.
- Es una historia divertida.
Suspiro. Y salto. A lo lejos, creo que es un camión volcado, unos cuantos podridos merodean a su alrededor. 
- Mira... -susurro, cogiendo a Lukas del brazo. Nos quedamos inmóviles un momento, intentando no llamar la atención de los engendros. El remolque del camión está abierto y la mercancía que transportaba, desparramada por el suelo. Desde aquí parecen botellas de plástico, lo cual puede significar agua.


Nos acercamos con cautela, lentamente, casi conteniendo la respiración. Damos un gran rodeo para llegar al contenido del camión sin cruzarnos con los muertos. En el suelo hay un montón de botellas, botellas de agua sin abrir. Abro la mochila y comienzo a cargarla con todas las que caben mientras Lukas vigila. Cuando está llena le pido la suya y meto también todas las que puedo. El estallido de un disparo me sobresalta hasta tal punto que creo que el corazón me va a estallar. A unos metros de nosotros, un podrido se desploma en el suelo. Lukas apunta a otro.
- ¡Date prisa! -me apremia.
- ¡Casi está!
Un nuevo disparo, me asusto otra vez.
- ¡Ten cuidado!
Cuando levanto la cabeza el grupo de engendros es mucho más numeroso. El ruido de los disparos debe haberlos alertado. Me cuelgo la mochila a la espalda y le doy la otra a Lukas. Cojo un par de botellas más para cargarlas en brazos y sigo a mi compañero, que ya a echado a correr.


A lo lejos veo el pequeño edificio de oficinas. Casi estamos.


Después de escapar de los muertos del camión, hemos dado varias vueltas por los alrededores. No hemos encontrado más alimentos ni nada de interés aparte de un grupo de podridos que me han obligado a tirar las botellas que llevaba en brazos para poder defenderme. Ahora el sol está bajando, casi hemos llegado.


Por la ventana del despacho principal se alcanza a ver destellos de luz, como si alguien hubiera encendido una linterna. Sam y Mishel ya deben haber llegado. Nos acercamos a la puerta, la encontramos atrancada. Golpeamos varias veces y los llamamos a voces para que nos abran.


Se oyen ruidos al otro lado, alguien camina. Parece que hay varias personas, hablan entre ellos. Pero las voces no son las de nuestros amigos.

lunes, 5 de julio de 2010

Sin descanso

El lugar parece tranquilo, no se percibe actividad en los alrededores. Tal vez haya algunos podridos desperdigados entre las naves y almacenes, pero no creo que constituyan un peligro por el momento. Hemos decidido instalarnos en la segunda planta, en el despacho más grande al final del pasillo. Hay un par de sillones y una alfombra, que aunque no son gran cosa nos van a venir bien a la hora de dormir. Además, es el más luminoso. No funciona la instalación eléctrica, por lo que vamos a necesitar la luz natural. En el resto del edificio, pocas cosas son aprovechables: casi todo es material de oficina y muebles llenos de polvo. Espero que nadie sea alérgico.
En la planta baja, hemos bloqueado la puerta principal y la de emergencia con unos pesados archivadores. Sam ha hecho un buen trabajo apuntalando los muebles, enormes, de manera que a los podridos les resulte muy complicado entrar. Las ventanas tienen rejas, pero de todos modos hemos colocado algunos muebles frente a ellas. Al terminar, nos hemos quedado prácticamente a oscuras. Arriba, por suerte, entraba todavía algo de luz, así que hemos aprovechado para hacer inventario de lo que tenemos y ver qué necesitamos. Lo cierto es que en cuanto a provisiones y comodidad el lugar no es muy acertado, pero todos tenemos claro que se trata de algo provisional. Aunque vayamos a descansar aquí unos días, no pasará mucho tiempo hasta que pensemos en algo para salir por fin de esta maldita ciudad. Al menos, eso espero.


Siento su presencia aun cuando debe de estar un par de pisos por debajo de mi posición, su olor es muy característico y he conseguido ocultar el mío con las sábanas del primer apartamento que encontré abierto. Me muevo sigilosamente, y el truco de la sábana me dará unos minutos hasta que llegue mi cazador, lo cierto es que estoy agotado, me canso rápidamente cuando despierta toda esa fuerza dormida en mi interior y las venas se me hinchan oscureciéndose.
Registro la habitación pero la única salida que tengo es la ventana del salón, dos pisos más abajo hay una farola, tan sólo tengo que engancharme a ella y deslizarme hasta la calle como los bomberos. Sonrío por un momento al pensar en lo absurdo de mi plan, al menos hasta antes del cambio seria algo imposible de hacer, pero tengo que intentarlo. Abro la ventana, cojo carrerilla hasta apoyar mi espalda sobre la pared contraria en el salón... uno, dos, tres... ¡salto!
Los músculos se tensan, las venas se oscurecen y alcanzo la farola con más fuerza de lo que esperaba, no he tenido problemas, alcanzo el suelo rápidamente y desaparezco por la oscuridad del callejón más próximo.
He perdido a mis compañeros, me va a ser difícil recuperar su rastro tras la desorientación de la pelea, recojo un retrovisor roto de un coche y me miro. La pelea se ha cobrado un precio alto, tengo un ojo medio cerrado del golpe contra la puerta del ascensor, y esa parte de la cara hinchada y roja como un tomate, me sangra el labio inferior copiosamente, tengo la frente perlada de sudor frío y empiezo a notar un ardor muy fuerte en el tobillo donde me ha mordido Mel, es una sensación familiar para mí, como la primera vez que fui mordido. Se oye un chasquido a mis espaldas -Mierda!- pienso mientras me doy la vuelta dispuesto a enfrentarme de nuevo a mi peor pesadilla.



Reparto algunas de las barritas energéticas que quedaban en mi mochila entre mis compañeros, no tenemos mucho más para comer. Nos marchamos de una forma tan apresurada del Purgatorio, y hemos estado tan ocupados evitando a los despojos, que no hemos conseguido alimentos de ningún tipo. Probablemente mañana o pasado nos veremos obligados a salir y buscar algo que llevarnos a la boca si no queremos pasar el día sin comer. Le doy un bocado a mi barrita y me apoyo contra la pared, dejándome caer lentamente al suelo, hasta quedar sentada sobre la alfombra. Estoy agotada y a este paso no conseguiré recuperarme del encierro en aquel cuartucho. Jodidos fanáticos, apenas me dieron de comer. Debo de haber perdido al menos tres o cuatro kilos, lo cual es bastante para una persona de mi tamaño. Sam se me acerca con una sonrisa y me ofrece un poco de agua, que acepto de buen grado. 
Pasan unos minutos en silencio, mientras la luz que entra por la ventana se va volviendo más débil. El atardecer tiñe la habitación de un color rojizo. Lukas suspira y se pone de pie.
- Siento mucho todo esto -dice, mirando al suelo-. Ha sido culpa mía que nos echaran, por enfurecer a mi padre...
- Déjalo, Lukas -respondo-. Qué más da eso ya. Había que salir de allí de todas formas.
- Sentirte culpable no va a arreglar las cosas -dice Sam-. Lo que tenemos que hacer es mirar hacia delante, marcharnos bien lejos de todo este horror.
Lukas se queda callado y se vuelve a sentar en el suelo. Me pregunto si estará pensando en su padre y en todos los refugiados del Purgatorio. No estoy segura de si estar allí supone la salvación o es una condena a muerte. Una brecha en su seguridad y el lugar se convertiría en una ratonera. No parece que Lukas y el Orador se llevasen bien, pero sigue siendo su padre... Y él su hijo. Espero que esté hecho de otra pasta, no me apetece tener un psicópata en el grupo. Por el momento se ha portado bastante bien, obviando las mentiras que me contó para convencerme de que viera a Ness. Puedo entender aquella artimaña como fruto de la desesperación, y nos viene bien tener a alguien capaz de manejar armas y físicamente fuerte. Uf, empiezo a divagar. Se ha hecho de noche del todo, la ventana me ofrece una doble imagen. Por un lado, la casi absoluta oscuridad del exterior, la ciudad convertida en un mar de sombras. Por el otro, el reflejo del pequeño grupo a la luz de un par de linternas. Mi aspecto es lamentable, el cabello enmarañado, las ojeras oscuras, la ropa me empieza a estar demasiado grande. Creo que voy a intentar dormir un rato...

viernes, 25 de junio de 2010

Desigual

Es un sonido que me hiela la sangre, un aullido que no puede proceder de un ser humano. Contenemos la respiración durante un segundo interminable, atentos a cualquier movimiento. No se ve un alma en los alrededores, pero nos llega otro grito. No necesitamos decir nada para saber qué tenemos que hacer, las piernas van una fracción de segundo por delante del pensamiento. Ante la imposibilidad de volver al refugio, no nos queda otra opción que correr y alejarnos tanto como podamos del origen de esos sonidos, que no pueden augurar nada bueno. Nuestra prioridad debe ser encontrar un lugar donde ocultarnos antes de que caiga la noche, la oscuridad hace que los muertos estén más activos y no poder ver los alrededores es sumamente peligroso.

Muerto o no, Mel es una mole de músculos y a la velocidad a la que impacta contra mí el golpe es descomunal. Me lanza por los aires y caigo sobre un automóvil, la chapa se dobla y los cristales saltan hechos añicos, llenándome la espalda de pequeños cortes. Me deslizo al suelo, el dolor es lo suficientemente fuerte como para que me cueste ignorarlo. Sin embargo, cuando levanto la cabeza veo que vuelve a la carga, sin apenas tiempo para recuperar el aliento esquivo el golpe por los pelos, Mel choca aparatosamente contra la puerta del coche y yo aprovecho para ponerme de pie, me echo encima de él, a su espalda, y trato de inmovilizarlo.
- ¡Mel! -le grito-. ¿Puedes oírme?


Las piernas apenas me responden pero el miedo me impulsa a seguir corriendo. A medida que nos alejamos del Purgatorio, nos encontramos cada vez con más despojos. Al principio intentamos esquivarlos o dejarlos fuera de juego con un golpe certero, luego, la concentración aumenta y tenemos que desviarnos continuamente de nuestro camino para evitar los grupos más grandes. No podemos enfrentarnos a ellos, es una lucha demasiado desigual.
- Tenemos que escondernos en algún sitio -apremia Lukas.
- Tiene que ser un sitio seguro -respondo, tratando de recuperar el aliento-. Hay que poder entrar pero también poder salir.
- Deberíamos ir hacia las afueras... -dice Sam, mirando a todos lados y con el hacha preparada. La hoja está salpicada de sangre coagulada.
Lukas asiente y echa a correr, decidido. No tardamos en seguirlo a toda prisa.


Se revuelve con fuerza y consigue tirarme al suelo. No parece que me oiga, ni que me reconozca. Vuelvo a gritar su nombre, no consigo ninguna reacción. Se da la vuelta y se abalanza sobre mí, sin darme tiempo a levantarme, lanza una dentellada directa a mi cuello que a duras penas consigo esquivar. Vuelve a hacerlo, respondo con un fuerte golpe en la mandíbula que solamente me da unos segundos para recuperarme, puesto que no parece haberle afectado lo más mínimo. Lanzo varias patadas al aire hasta dar con su estómago, al menos lo desplazo lo suficiente como para quitármelo de encima. Me doy la vuelta para ponerme de pie, y es entonces cuando siento un fuerte dolor en el tobillo. Con aterradora lucidez, siento como la piel se desgarra y se abre de nuevo una vieja herida. El maldito militar me ha mordido, ¡me ha mordido en el mismo lugar en que lo hizo el otro engendro! El cosquilleo en brazos y piernas que había sentido hace un rato vuelve con fuerza, la conciencia se me nubla y se me estrecha hasta que sólo lo veo a él, y sólo veo una opción posible. Dejo que el instinto hable por mí.


Cada vez hay menos luz y me cuesta más mover las piernas. Mi cuerpo no se olvida de los siete días que ha pasado encerrado en cinco metros cuadrados, ni de que apenas ha comido durante gran parte de ese tiempo. Ahora ya no corremos, pero caminamos a buen paso y procurando alejarnos de los muertos que nos salen al encuentro. Recuerdo con nostalgia el tiempo en que podía coger el autobús para ir a cualquier sitio, o el metro... ahora bajar al metro sería un suicidio, aquello debe de ser un hervidero de infectados.
El cansancio me está poniendo de mal humor, necesito descansar, recuperar fuerzas, comer algo... Aunque no sé qué vamos a comer, en mi mochila apenas tengo provisiones. Llevamos un par de horas vagando por la ciudad, prácticamente sin rumbo ya que los grupos de muertos nos obligan a cambiar continuamente de dirección. Es la misma jodida estrategia que utilizamos la última vez, y acabamos en aquel refugio de locos.


La lluvia de golpes parece sorprender a Mel, o lo que sea ahora, y me hace ganar algo de tiempo. He dejado de pensar, ahora simplemente voy a por él en una maniobra temeraria, los dientes prestos a desgarrar una carne que en otras condiciones me produciría náuseas. Al principio, parece que tengo alguna posibilidad, lo hago retroceder, incluso en un momento dado creo acorralarlo... Luego viene de nuevo a por mí con fuerzas renovadas y no parece que los daños que le he causado le importen lo más mínimo. Tampoco a mí me importa lo que él pueda hacerme, me olvido de todo, me olvido incluso de por qué estoy peleando con él, sólo puedo pensar en sobrevivir al siguiente movimiento para poder continuar la lucha. Tras un tiempo que se me antoja interminable consigo hacerlo retroceder hasta el portal de un edificio, entonces, cogiendo impulso, me lanzo sobre él, estampándolo contra la puerta, que se desencaja tras el golpe brutal. Caemos al suelo en la penumbra del recibidor con un fuerte estrépito y Mel, inagotable, me agarra del pelo y me arrastra hasta golpear mi cabeza contra la puerta del ascensor.


Nuestro viaje sin rumbo acaba por conducirnos a una zona ocupada por naves industriales. Para nuestro alivio, parece desierta, así que es probable que podamos encontrar un lugar seguro, alejado de los muertos y de los perturbados. Nos adentramos un poco más en las amplias calles que quedan entre las construcciones, pero aquí parece que no hay nadie. La mayoría de las naves parecen abandonadas desde antes del inicio del apocalipsis, aunque es difícil precisarlo. Finalmente decidimos entrar en un pequeño edificio de oficinas adyacente a una de ellas, la puerta cerrada cede ante un pequeño forcejeo de Sam, luego la aseguraremos desde dentro. La primera estancia que vemos, un recibidor, distribuye en dos pasillos distintos la planta baja, ambos ocupados por pequeñas oficinas. En el piso de arriba, más de lo mismo, al final del pasillo encontramos un despacho con un rótulo que reza "Director General". El calendario colgado en la pared es de hace cuatro años. No hay nada más aquí, solamente oficinas y muebles cubiertos de polvo. Ni una señal de vida reciente, ni una señal de movimiento o violencia. Perfecto para nosotros.


No tardo en entender que mis posibilidades de salir victorioso de esta pelea son escasas. Llevamos horas igual, y aunque me siento mucho menos fatigado de lo que cabría esperar y el dolor apenas me molesta, Mel es completamente incansable. Mis heridas sangran poco, pero las de él ni siquiera lo hacen. No parece importarle si vive o muere, simplemente viene a por mí. He intentado romperle la cabeza un par de veces, pero siempre es más rápido que yo. No puedo anticiparme a sus movimientos, como hago con los demás podridos. No sé qué cojones es Mel pero si no lo despisto va a acabar conmigo, ahora lo entiendo. Lo distraje de su presa porque me convertí en otra. Maldigo un instante el haber gastado en la lucha las fuerzas que podrían haberme hecho escapar de él y, relegando el cansancio a un alejado rincón de mi mente, emprendo la huida.

sábado, 12 de junio de 2010

Viejo amigo

Lleva varios días rondando el refugio, pero nunca se acerca lo suficiente como para ser visto por los que vigilan los muros. Sin embargo, para mí no ha sido difícil reconocer su olor, un tanto peculiar. Ya estuve tras él unos días, antes de seguir a mi antiguo grupo hasta este lugar. Me pregunto si él también los habrá seguido, o si está aquí por casualidad. Se mueve con sigilo, casi siempre durante la noche, rápido y silencioso, no se parece a los otros despojos que rondan por la ciudad, ni siquiera a los que corren. Parece capaz de esperar, incluso de planificar los movimientos. Al principio pensé que tal vez fuera como yo, pero no huele como un vivo. Me gustaría acercarme para observarlo más de cerca, aunque me preocupa que me ataque. No es difícil acabar con los lentos pero tengo la sensación de que éste sería un rival más duro, así que me limito a observarlo desde las alturas. Lo único que he sido capaz de distinguir es una mancha oscura donde tenía clavado un puñal la última vez que lo vi. No lleva ropa en la parte de arriba, sólo un pantalón oscuro y calzado militar.


Me acomodo en la azotea de uno de los edificios cercanos, el más alto, para observar con detenimiento sus movimientos. A pesar de que aún no ha caído la tarde parece alterado, más activo de lo normal. Subo a una pequeña caseta donde probablemente se guarden herramientas y me siento allí, buscando a mi objetivo con la mirada. Es un lugar un tanto remoto como para que pueda reparar en mi presencia, y el viento sopla en dirección opuesta, trayéndome su olor pero alejando de él el mío. Aun así, es posible que me haya detectado por los alrededores en los últimos días, observándole a una distancia prudencial. Si lo ha hecho, no parece que le haya importado.


Estoy preguntándome de nuevo qué ocurre hoy para que se muestre tan activo cuando escucho lo que probablemente está causando ese cambio en su comportamiento. Se escucha un revuelo en el interior del refugio, algo está pasando allí dentro, los supervivientes gritan. Desde mi posición, observo como un grupo cada vez mayor de personas salen de la iglesia que preside el recinto, parecen muy alborotados mientras se dirigen al muro que los protege de los muertos. Me quedo paralizado al descubrir quién encabeza la marcha. Seguidos muy de cerca por unos cuantos hombres armados, Sam, Mishel y Alex se dirigen apresuradamente a la barricada. No es fácil distinguir sus rostros desde aquí, pero no tengo problemas en reconocer la silueta del bombero, grande y cuadrada, y los cuerpos más pequeños de las chicas, con una maraña de pelo castaño coronando el de Alex y la melena rubia en la cabeza de Mishel. Los acompaña un joven de pelo largo que he visto alguna vez en lo alto de la barricada. El resto de supervivientes los arrinconan contra el muro y tengo problemas para verlos, pero eso no es lo que más me preocupa. El griterío de los refugiados me ha distraído el tiempo suficiente como para perder de vista al extraño ser que estaba vigilando. Alertado por un mal presentimiento, o tal vez porque una oleada de aire me ha traído el olor del miedo mezclado con el de los que fueron mis compañeros, me pongo en pie de un salto y concentro mi atención en localizar a la criatura.
- Oh, Dios...
Mi propia voz suena extraña después de varios días sin oírla. La silueta de ese muerto tan particular se dibuja sobre un balcón cercano al refugio, próximo al lugar donde se concentran los supervivientes. Se sujeta a la barandilla con un brazo, por la parte de fuera, preparado para saltar. En un instante entiendo lo que ocurre, alguien va a salir del recinto y él se ha preparado para caer sobre su presa. Por desgracia, no es difícil imaginar quién va a salir de ahí y no pienso permitir que esa cosa les haga daño.


En una carrera contrarreloj, salto al tejado del edificio vecino y de ahí, por la escalera exterior, bajo hasta la calle. Cruzo deprisa, saltando por encima de los escombros y sorteando los vehículos abandonados, comienzo a sentir ese cosquilleo en brazos y piernas que me prepara para un gran esfuerzo. Remonto la calle en dirección al refugio y la criatura levanta la cabeza, me ha visto y se prepara para atacar. Cuando creo que va a saltar sobre mí, se vuelve de nuevo hacia el refugio, donde los gritos están aumentando de intensidad, y salta sobre el techo de una furgoneta para agarrarse a un saliente de otro edificio y cambiar de posición, huyendo de mí pero sin alejarse demasiado de la presa fácil que van a suponer en breve los que atraviesen el muro. Eso me asusta, no había visto hacer a otro muerto viviente un trabajo físico como ese, ni tampoco, lo que es más aterrador, esperar pacientemente desde un punto estratégico a que se den las circunstancias apropiadas para el ataque. Normalmente son impulsivos, cualquiera de los otros, incluso los corredores, ya estaría golpeando el muro con fuerza. El olor de los supervivientes asustados en el interior es tentador hasta para mí.


Intento no perder tiempo y me acerco tanto como puedo a su posición, pero parece que intenta evitar un enfrentamiento directo, me rehuye todo el tiempo. Al menos estoy consiguiendo que se aleje del lugar. Los gritos dentro del recinto se vuelven más intensos, casi frenéticos, me vuelvo un instante para comprobar que Sam está saliendo por la abertura en la parte baja del muro, de espaldas a mi posición, a unos cuarenta metros de aquí. La criatura mira en la misma dirección y echa a correr hacia allí, pero no voy a permitir que llegue hasta ellos. Interponiéndome en su camino emprendo una carrera hacia él, cojo tanto impulso como puedo y salto, no puede esquivarme e impacto contra su cuerpo con una fuerza brutal. Salimos despedidos en direcciones opuestas, sonrío, he conseguido alejarlo de mis compañeros todavía más, ahora estamos al otro lado del refugio y todo el recinto cercado por el muro de escombros se interpone entre nosotros y ellos. Enfurecido, retoma la carrera tratando de evitarme, pero de nuevo me echo encima de él y lo tiro al suelo. Esta vez intento no soltarlo, se revuelve con fuerza y me lanza unos metros más allá. Mi cuerpo cruje con el golpe, la piel se abrasa con el roce del asfalto, el dolor aparece en algún lugar de mi cabeza. Le presto poca atención, vuelvo a ponerme en pie, dispuesto a cargar contra él de nuevo.


Entonces se da la vuelta y quedamos frente a frente. Parece que ha comprendido que no lo voy a dejar en paz y que no conseguirá llegar hasta sus presas mientras yo esté aquí. Flexiona las rodillas, inconscientemente me preparo para el inminente ataque, la sangre ardiéndome en las venas y los músculos tensos dispuestos a encajar el golpe. En ese instante de silencio, de calma previa a la tempestad, siento que el mundo se detiene. Recuerdo a Alex y los demás, al otro lado del refugio, y deseo con todas mis fuerzas que se marchen en dirección opuesta. Las facciones de la criatura, deformadas en una mueca feroz, se me aparecen de repente horrorosamente familiares. El más doloroso reencuentro con un viejo amigo.


Lanzando un alarido sobrehumano, lo que algún día fue Mel se abalanza sobre mí.