lunes, 17 de junio de 2013

Yuri

Después de varias horas, me doy cuenta de que el ruso se mueve. Lo hemos tenido en observación en la enfermería, primero Isabelle, luego yo. La verdad es que ni siquiera podemos monitorizarlo, todo lo que tenemos aquí no nos permite más que prestar algunos primeros auxilios. Lo único que hemos hecho ha sido cerrarle la brecha de la cabeza, que por suerte era bastante superficial, y asegurarnos de que no tuviera otras heridas graves. Cuando todos los demás se han marchado, he aprovechado para limpiarle el pequeño corte que su compañero le ha hecho en la mejilla hace un momento. Le van a quedar algunas magulladuras después de esa muestra de amistad. Estará dolorido cuando despierte, si es que finalmente lo hace.

Hace un momento, sin embargo, me ha dado la sensación de que se estaba despertando. Ha respirado hondo y se ha movido, solo un poco, luego se ha quedado quieto unos segundos. Lo observo con detenimiento hasta constatar que sí, ha vuelto a moverse. Me acerco rápidamente.
- Yuri, ¿estás despierto?
Abre un poco los ojos y pasea la mirada por la habitación, sin rumbo, pero vuelve a cerrarlos. Le toco un poco el hombro, intentando que reaccione. Le cuesta un poco, pero parece que despierta.
- ¿Yuri?

Me dirige una mirada de extrañeza, pero enseguida su expresión se convierte en una mueca de dolor y se inclina hacia un lado. Una arcada lo sacude y se pone a vomitar... justo encima de mis pies. Está temblando, tengo que sujetarlo para que no se me caiga encima también. Ya nos hemos puesto perdidos los dos, así que dejo que se apoye en mí y termine de devolver lo que le queda en el estómago, todo líquido. Parece que sus compañeros decían la verdad y que realmente había bebido mucho, pero aún así, se ha dado un golpe muy fuerte en la cabeza y me preocupa que pueda tener daño cerebral. Lo ayudo a que se tumbe de nuevo, de lado.
- Quédate aquí un momento -le digo-. ¿Me entiendes?
Tose y luego asiente con la cabeza. Busco en el cajón la linterna de Isabelle para comprobar la respuesta de las pupilas.
- Quédate quieto.
Parece normal, eso me alivia un poco.
- Has tenido un accidente de tráfico, ahora estás en la enfermería del instituto de Cornwell. Es un lugar seguro, sin zombis. Nos estamos ocupando de tus heridas -hablo despacio, intentando no alarmarlo-. Me llamo Alex, soy médico. Tú te llamas Yuri, ¿verdad?


- ¿Qué es todo este estropicio?
Isabelle entra en la enfermería como un huracán, dando voces a tal volumen que el ruso salta del susto.
- Lo... lo siento -consigue articular, con voz ronca.
- No pasa nada, ahora lo limpiamos -le digo, pero Isabelle me interrumpe.
- Por lo menos habla nuestro idioma. Alex, ve a por una fregona y un cubo.
Salgo corriendo, en dirección al cuarto de limpieza. No sé por qué, pero soy incapaz de desobedecer una orden de Isabelle. Esa mujer es la autoridad en sí misma, a veces me da la sensación de estar en el colegio, de ser sólo una niña ante ella. Aunque en cierto modo, así no tengo que emplear energías en tomar mis propias decisiones. Esto es mucho más cómodo.

Cuando vuelvo, con un cubo y una esponja, porque no he conseguido encontrar la fregona, Yuri está sentado en la camilla, en calzoncillos. Isabelle está examinándolo, moviendo algunos grupos musculares y preguntándole si le duele. Me doy prisa en limpiar el vómito del suelo, que al fin y al cabo era un charco de alcohol.
- Voy a dejar esto en su sitio y a por ropa limpia. Luego me ocupo de él -le digo a Isabelle.
- Bien, bien, te esperamos aquí. Cuando termines, dale una ducha, le vendrá bien.
Sin querer, siento que me ruborizo.
- ¿Que le dé una ducha?


Devuelvo los trastos después de dejar la enfermería ordenada. No tengo otra ropa aparte de la que llevo puesto, así que voy a buscar a Lydia para ver si puede prestarme algo, ya que ella es la que se encarga de estas cosas. La encuentro en el que era su antiguo despacho cuando trabajaba aquí, en el instituto, y está acompañada, para mi sorpresa. Mishel está sentada a su lado, delante de un montón de ropa, sin hacer nada.
- Estamos clasificando la ropa para ver qué cosas hay que arreglar -explica Lydia-. Mishel me está ayudando.
- Ya veo -respondo, aunque en realidad Mishel no está haciendo nada. Solo mira la ropa como si fuera un extraterrestre, ni siquiera ha levantado la cabeza cuando he entrado en la habitación.
- ¿Has venido a ayudarnos también? -pregunta Lydia.
- En realidad, no. He venido a ver si podéis prestarme algo para ponerme...
Lydia entonces mira mi ropa con cara de asco.
- ¿Qué has hecho? Estás llena de...
- Vómito. Alcohol en su mayor parte. Nuestro nuevo paciente ha tenido un pequeño accidente en la enfermería.
- Habrá que lavar eso... -no parece muy entusiasmada, pero se pone a revisar uno de los montones de ropa-. Ahora veré qué hay por aquí para ti.
- Gracias. Oye, ¿podrías buscar algo para el nuevo también? Algo para un hombre grande.

Se da la vuelta con unas cuantas piezas de ropa en los brazos. 
- Espero que os sirva. ¿Quieres cambiarte aquí?
- Sí, buena idea.
Aprovecho el escaso minuto y medio que tardo en quitarme la ropa sucia y ponerme la limpia para preguntarle a Mishel cómo está. No me responde, sólo levanta un poco la mirada y encoge los hombros. Me siento mal por marcharme sin intentar hacer nada más, pero no sé cómo ayudarla. Al menos Lydia está con ella y la mantiene ocupada.
- Gracias otra vez, chicas -les digo, antes de salir casi corriendo.


Isabelle me espera en la puerta de la enfermería. 
- He terminado con la exploración -me dice-. Estará bien en cuanto se le cure la brecha de la cabeza -hace una pausa-. Y en cuanto se le pase la resaca, claro.
Echo un vistazo al interior de la sala. Yuri sigue sentado en la camilla, todavía en calzoncillos, aunque ahora Isabelle le ha echado una sábana por encima. 
- Le he traído ropa.
- Bien. Pero antes, necesita una ducha. Puede caminar hasta los vestuarios, así que acompáñalo y estate pendiente, por si necesita ayuda.
Desde su sitio en la camilla, Yuri levanta la vista y me mira. "Hecho polvo" es la mejor descripción que se me ocurre para él. Aunque se haya dedicado a la conducción temeraria en mitad del alzamiento de los muertos, no soy capaz de negarle la ayuda a alguien que la necesita, así que asumo mis deberes como parte del equipo médico de Cornwell y le tiendo la mano. Él se apoya en mí para bajar de la camilla y ponerse de pie, y entonces me doy cuenta de que me saca una cabeza entera. También es verdad que yo no soy muy grande, pero aún así, es realmente alto. Espero que le sirva la ropa que Lydia me ha dado para él.
- Ven conmigo.

Me sigue caminando despacio y con la cabeza gacha, en completo silencio, hasta que llegamos a la escalera que baja a los vestuarios. 
- ¿Qué pasa?
- La ducha... ¿es sólo una ducha? ¿Para limpiar?
- Pues claro, ¿qué otra cosa...? -hago una pausa-. No pensarás que queremos hacerte daño, ¿no? Acabamos de coserte la brecha que tú mismo te hiciste. Incluso te defendimos de tu compañero cuando te empezó a pegar.
- ¿Pegar?
- Cuando estabas inconsciente. Tu amigo te dio unos cuantos puñetazos en el pecho.
- Fiodor... y Eva. ¿Ellos están bien? ¿Dónde están?
- Sí, están bien -le digo-. Están hablando con Marcus. Él es... el jefe aquí. Probablemente os deje quedaros el tiempo que necesitéis. Estaréis bien aquí, tenemos comida, una granja a unos kilómetros... y de vez en cuando podemos disfrutar de cinco minutos de agua caliente. Te estoy ofreciendo los tuyos ahora mismo. Y ropa limpia. Cuando estés presentable y recuperado te llevaré con Marcus, y podrás hacerle todas las preguntas que quieras.

Parece desconfiar por un momento, pero después de unos segundos dudando, decide seguirme hasta el sótano. Lo llevo hasta los vestuarios y le enseño el camino a la ducha. Yo me quedo en la puerta.
- Estaré aquí por si necesitas algo.
Mira alrededor, hasta asegurarse de que no hay nadie más con nosotros. Luego, asiente con la cabeza y entra. Abro la manilla del agua caliente y en pocos segundos escucho el chorro de la ducha. Me siento en el suelo, con la espalda apoyada sobre la pared de azulejo. La humedad y el calor llegan hasta aquí, y me entra sueño, así que aprovecho el momento de tranquilidad para cerrar los ojos durante un minuto. Pero en este mundo, la calma dura poco.

No habrán pasado ni treinta segundos cuando Yuri empieza a toser, con fuerza. Me pongo en tensión de repente, como siempre me pasa cuando oigo un sonido repentino, y espero en silencio y completamente quieta. La tos no se detiene y, alarmada, me pongo en pie de un salto y entro en la ducha corriendo, justo a tiempo para ver cómo le fallan las piernas a Yuri. Instintivamente intento cogerlo antes de que se desplome, pero pesa demasiado para mí, y los dos nos vamos al suelo. Él no deja de toser ni de estremecerse, aunque no tiene nada en el estómago ya. Se abraza a mí, temblando, ambos todavía bajo el chorro de la ducha, hasta que el agua caliente deja de salir.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Petunia

El hambre me desgarra.

Es como si se me retorcieran las entrañas, un dolor permanente que no puedo aliviar. Puedo comer y, tan pronto como haya terminado, volveré a estar hambriento. Lo único que me ha saciado, realmente, ha sido la carne humana. Los animalillos del bosque son apenas un bocado, sirven para engañar al ansia durante un breve lapso de tiempo, pero sé que al poco va a volver, con más fuerza. En cambio, cuando terminé con el muchacho de hace una semana, cerca del cordón militar, pude aguantar fácilmente varios días sin probar otra cosa. Me alimenté durante horas, pero tuve que dejar más de la mitad del cuerpo porque no podía comer más. Si hubiera encontrado la forma de conservarlo, antes de que se pudriera... Podría haberme durado semanas. Con la cabeza más clara, quise alejarme al máximo de cualquier signo de civilización, con la esperanza de no hacer daño a ningún otro ser humano. Me puse a andar sin rumbo, adentrándome en el bosque, hacia las montañas. El perro me ha seguido todos estos días. No me molestaba, así que lo he dejado hacer. Creo que la compañía no me viene mal.

Ahora, sin embargo, vuelvo a tener dudas sobre el rumbo que debería tomar. Estoy en medio de la nada, y tengo hambre. Pronto empezará a hacer más frío y será más difícil encontrar comida. No sé qué haré durante el invierno, ni cuánto tiempo podré aguantar antes de volverme loco.

Hamlet se adelanta varios metros y yo lo sigo entre la maleza. De vez en cuando encuentra algún animal, o alguna fuente de agua. Yo no necesito beber, realmente, pero me viene bien lavarme un poco. Como no tengo un destino fijo, me resulta más cómodo dejarme llevar por él y seguirlo a donde nos lleve su instinto. Cuando veo que acelera el paso y se pierde entre la vegetación más espesa, corro tras él, procurando hacer el menor ruido posible. Sin embargo, al poco se detiene, y cuando llego a su altura, lo único que hace es escarbar en el suelo. Aparto un puñado de hojas secas esperando tal vez encontrar la madriguera de un conejo, pero no hay nada. 
- Joder, Hamlet. No te pongas a desvariar ahora, que el que está cuerdo aquí eres tú.
Cuando le hablo, inclina la cabeza como si entendiera lo que digo. Luego vuelve a su hoyo, pero enseguida lo deja. Levanta la cabeza y se pone alerta, como si hubiera oído algo. Echa a correr, levantando un murmullo entre las hojas, y yo le sigo.

Ahora sí está persiguiendo algo, algo que, a medida que me acerco, puedo oler con más claridad, algo cálido que desprende el olor de las cosas vivas. Trato de adelantarme por un lateral, para pillar al animal de frente, pero no sé moverme por este terreno y todo lo que hay me molesta para avanzar, así que me centro en no perder de vista el borrón peludo al que Hamlet intenta dar caza. Algo me dice, sin embargo, que Hamlet también es un novato en esto, porque después de diez minutos de persecución creo que estamos más lejos del conejo que al principio. Se escabulle entre la maleza y prácticamente se escapa de entre mis brazos cada vez que me acerco lo suficiente como para lanzarme a por él. Lo único que me viene a la cabeza es que sería mucho más fácil atrapar a un ser humano.

Ya está, lo hemos perdido. Contengo un grito de rabia, armar más ruido sólo servirá para ahuyentar otras presas. Hamlet es testarudo y no se da por vencido, así que trata de rastrear al animal y encontrar su madriguera. Lo sigo con desgana y durante unos minutos dejo que escarbe en la tierra, pero es un perro grande, no hay manera de que pueda pillar al conejo si ya se ha escondido. Nunca me había interesado por la caza, pero he oído decir que la gente utiliza hurones para obligar a los conejos a salir de sus madrigueras y atraparlos entonces.
- No gastes más energías en eso -le digo-. Vámonos. No va a salir mientras estemos aquí.
Doy unos pasos, el perro se queda atrás todavía empeñado en su tarea. Cuando empieza algo, no sabe parar. Da igual, terminará encontrándome de todas formas, así que sigo avanzando, sin una dirección clara, como siempre, pero al menos no estoy quieto. No puedo estar quieto, hace semanas que paso los días vagabundeando de un lado a otro. Simplemente, necesito caminar, moverme, el lugar al que vaya realmente me importa poco. Creo que es una de esas cosas en las que me parezco a los podridos. Ellos tampoco se detienen nunca. Al poco, Hamlet aparece a mi lado, con el morro sucio y lleno de tierra.
- Te lo dije, tendrías que hacerme más caso. 
Me mira con ojos de pena.
- No seas nenaza, ya encontraremos otra cosa que comer. 

El sol comienza a bajar y empiezo a sentirme más activo. A medida que los días se acortan y se hacen más frescos, tengo la sensación de que estoy menos lento, menos atontado durante las horas de luz. Eso me hace preguntarme también cómo estarán reaccionando los zombis al cambio de tiempo. Podrían estar volviéndose más peligrosos, especialmente alguno con el que no sé si quiero volver a encontrarme. 

Un olor nuevo me llega de repente. Intercambio una mirada con Hamlet, seguro de que él también lo ha notado, probablemente antes que yo. Le hago una señal con la mano para que se esté quieto mientras busco en los alrededores, aunque realmente no sé si me obedece porque entiende la orden o porque mi cautela le pone en guardia. Muy cerca de nosotros, en el suelo, las hojas secas y la hierba se ven pisoteadas, y algunas ramas bajas, las más pequeñas, están rotas. Por aquí ha pasado un animal, un animal grande, y no hace mucho. No puedo decir qué era sólo por el olor, pero sé con seguridad que no era humano. 

Me pongo a seguir el nuevo rastro aprovechando las últimas luces de la tarde. A medida que me acerco, el olor es más fuerte, y se mezcla con otros. El animal no está solo, así que habrá que tener mucho cuidado. Anochece cuando el camino me lleva a un claro en el bosque con Hamlet pegado a los talones. Sin salir de la protección que nos brinda la oscuridad entre los árboles, echo un rápido vistazo a la escena. Al otro lado del claro hay un remolque que parece la parte de atrás de una vieja autocaravana con un pequeño fuego encendido justo enfrente. El animal que ha estado por el bosque resulta ser una mula que pasta no muy lejos de la hoguera. Un poco más allá, hay un camino de tierra. Tiene que ser por ahí por donde ha llegado el remolque hasta este lugar. No veo movimiento por ahora, pero está claro que aquí vive alguien. Me oculto entre la maleza y me dispongo a observar, a la espera de que se me ocurra algún plan o de que encuentre la ocasión de hincarle el diente a algo. Tengo que comer, lo que no tengo claro aún es el qué.

Después de lo que parecen horas, la puerta del remolque se abre y un hombre sale del interior. Camina encorvado hasta la fogata remueve las brasas con una vara. Cuando se acerca al fuego es cuando puedo verle el rostro, arrugado y luciendo una barba gris y descuidada. Un anciano no sería complicado de atrapar, si está solo. No, ¿en qué estoy pensado? Se supone que me he alejado de la civilización para no hacer daño a nadie más. El muchacho del otro día estaba condenado igualmente, sólo hice que su muerte sirviera de algo. Esto es diferente, el viejo no ha hecho daño a nadie. Esperaré a que se duerma para ir a por la mula. Me convertiré en una estatua entre los árboles hasta entonces.

El viejo vuelve enseguida al remolque y me pregunto si este no sería un bueno momento para ir a por mi alimento. No, no te impacientes. Es un animal grande, necesito pensar en cómo matarlo rápido o cómo alejarlo lo suficiente de aquí para que el viejo no me oiga. Si consigo hacer que me siga por el camino de tierra tal vez... El hombre sale otra vez, ahora cargado con trastos y algo agarrado a su espalda. Es un... de acuerdo, creo que es un mono. Sí, se baja del hombro del anciano y corretea unos segundos por el suelo, luego vuelve a su lado. Parece que el hombre le habla. Me río en silencio. En un mundo donde los muertos caminan, acaba de sorprenderme un mono.

Hamlet se queda inmóvil a mi lado todo el tiempo. Por suerte para nosotros, el viejo no se demora mucho. Al poco de haber salido, echa un cubo de tierra sobre la hoguera para apagarla y vuelve al interior del remolque. Es totalmente de noche cuando nos aventuramos a dar nuestros primeros pasos en el claro y a través de las ventanillas del remolque no se ve ninguna luz. Aun así extremo la precaución y me deslizo bordeando la línea de los árboles, con el perro pegado a mí, hasta llegar al lugar donde está la mula, de pie con la cabeza gacha. Arranco un puñado de hierba del suelo y me acerco. El plan es hacer que el animal me siga por el camino de tierra, hasta alejarlo lo suficiente como para que un disparo no despierte al dueño.

Alargo la mano hasta colocar la hierba que he cogido en el hocico del animal. Al principio retrocede un poco, luego se inclina y huele lo que le ofrezco. Entonces algo me desconcentra, un olor, un murmullo. Escucho a Hamlet gruñir y me doy la vuelta para encontrarme con el cañón de una escopeta de caza.
- Suelta lo que lleves en las manos y levántalas -dice el viejo. Habla con una voz sumamente tranquila.

Dejo caer el puñado de hierba y el hombre, en la penumbra, levanta una ceja. Retrocede un poco, sin dejar de apuntarme. Hamlet se pone a la defensiva y le enseña los dientes.
- Ahora quítate la mochila y saca lo que tengas en los bolsillos, y déjalo todo en el suelo.
Obedezco lentamente, obligándome a contener la respiración para soportar mejor el estar tan cerca de un ser humano con el hambre que tengo. Podría con él si no estuviera armado, pero creo que un movimiento brusco ahora terminaría con una bala en mi cabeza. Por un momento me da la sensación de que Hamlet va a atacarlo, aunque al final se queda quieto y observando. Intento relajarme, si me ve tranquilo se calmará también.
- Está bien muchacho -dice el viejo entonces-. ¿Hay una explicación, o simplemente intentabas robarme a mi vieja Petunia?

domingo, 20 de enero de 2013

Chertovski p´yan

Cuando llego a la enfermería tengo que abrirme paso entre un pequeño grupo de gente que se ha apelotonado en la puerta. En el interior veo a Marcus, de pie junto a la camilla en la que yace inerte el recién llegado. Isabelle está inclinada sobre él, limpiándole la herida de la cabeza, pero se vuelve rápidamente en cuanto me escucha entrar.
- Anda, ven aquí y ayúdame, hay que suturar esto.

El hombre de la camilla debe de rondar los treinta y cinco. Es alto, así que los pies le cuelgan por un extremo. El pelo rubio le ha crecido demasiado para el corte que lleva y la barba es por lo menos de un mes. Viste ropa elegante, pero sucia y bastante desgastada. Huele a alcohol.
- ¿Es la única herida que tiene? -pregunto, mientras me lavo las manos y me siento junto a Isabelle.
- Sí, lo han examinado a fondo -responde Marcus-. Debe de haberse golpeado la cabeza al tener el accidente, por eso ha perdido el conocimiento.
- Lleva mucho tiempo inconsciente -añado.
- ¿Crees que tendrá daño cerebral?
Me encojo de hombros. Puede que lo tenga, no hay manera de saberlo.
- Habrá que esperar a que despierte. ¿Cómo están los otros dos?
- Un poco nerviosos -dice Marcus-. Ahora los traen, para que les echéis un vistazo, aunque no tienen heridas de gravedad. Algunas magulladuras del accidente, creo.

Nos deja solas y nosotras terminamos de cerrar la herida y limpiarla. Me gustaría que nuestro paciente estuviera despierto para preguntarle qué hacía con una limusina en medio del apocalipsis. Supongo que ha sido un golpe de suerte que se hayan estrellado justo frente a nuestra puerta. En cualquier otro lugar, los zombis podrían estar dándose un festín con ellos.

Los otros dos ocupantes de la limusina llegan al poco tiempo. Aparecen acompañados de un par de muchachos armados que no les quitan el ojo de encima. Parecen tranquilos, hasta que se percatan de que su compañero está presente, aunque inconsciente aun. Entonces, el hombre lanza un alarido y se abalanza sobre él. Empieza a darle puñetazos en la cara y en el pecho, y a gritar palabras que no entiendo pero que sólo pueden ser maldiciones. Los chicos de Marcus reaccionan rápido, lo cogen de los brazos y lo apartan del herido, pero tardan un poco en reducirlo del todo. Sigue mascullando por lo bajo cuando por fin se da por vencido y se deja caer de rodillas, apresado por los muchachos. La mujer entonces se acerca a la camilla, donde Isabelle se apresura en comprobar las constantes del paciente.
- Tranquila -le dice-. Sigue respirando.
- Chertovski p´yan -dice ella con desprecio, y acto seguido escupe a su compañero. Esto ya es demasiado.
- ¿Se puede saber qué pasa? ¿Qué has dicho?
- Ella ha dicho: puto borracho -aclara el hombre.
- ¿Borracho? 
- ¿Por qué crees que ha estrellado el coche ese cabrón?
- ¿Estaba conduciendo borracho? -parece que tenemos una explicación lógica a por qué el tipo huele a alcohol.
- Eso he dicho. Nosotros -hace un gesto para señalar a la mujer- estábamos durmiendo detrás. Él se ha levantado sin decir nada y ha arrancado la limusina. ¡Era lo único que teníamos! ¡Ahora no tenemos nada!
Hace amago de levantarse de nuevo, pero los chicos lo retienen.
- No te emociones, colega -dice uno de ellos-. Tú también hueles a alcohol.
El hombre los mira, primero a uno, luego al otro, luego a Isabelle y a mí.
- Estuvimos bebiendo anoche -responde al fin-. Los tres. Luego nos fuimos a dormir. Nos despertamos cuando ese hijo de puta de ahí estrelló el coche.

Isabelle pone los brazos en jarras y se queda mirando a los visitantes durante unos segundos.
- Tú y tú, os vais a calmar y nos vais a contar qué ha pasado. Uno de vosotros -le dice a los muchachos- debería avisar a Marcus, creo que le interesará.
Uno de los chicos asiente y sale corriendo, el otro se queda, todavía vigilando de cerca al hombre que sigue de rodillas en el suelo. Isabelle acerca un par de sillas y les pide que se sienten mientras esperamos a Marcus. Aprovechamos esos instantes para tratar de calmarlos, ya que parecen bastante alterados. Puede que sigan un poco borrachos, también.

Marcus llega poco después. Con la situación un poco más calmada, empieza a hacer preguntas.
- Supongo que ahora ya podéis explicarnos con un poco más de detalle quiénes sois, de dónde habéis salido y qué hacéis aquí.
El hombre asiente, la mujer lo mira sin decir nada. Creo que no nos entiende.
- Me llamo Fiodor, ella es Eva -empieza él-. El capullo se llama Yuri. Llevábamos unos pocos días en el país cuando todo empezó. Vinimos con nuestro jefe, era el dueño de una empresa de gas natural en Rusia.
- Así que sois rusos -dice Marcus-, pero habláis nuestro idioma.
- Yo sí, Yuri también, creo. Eva no.
- Tendrá que aprender. Bien, continúa. Vinistéis con vuestro jefe.
- Sí, el señor Borovski. Iba a cerrar acuerdos de negocios. Nuestro jefe tiene mucho dinero. Fue cuando declararon la zona cero de cuarentena. Fuimos a varias reuniones, pero empezaron a haber rumores de que iban a ampliar la cuarentena y que nosotros estaríamos dentro. Empezaron a evacuar gente. Entonces nuestro jefe decidió marcharse, pero nos dijeron que no podíamos, que había que aislar la zona. Todo estaba lleno de militares. Él tenía un helicóptero. Se marchó en el helicóptero, sólo se llevó al piloto. No nos dijo nada, nosotros estábamos en el hotel y nos enteramos cuando él ya se había ido. Nos dejó tirados. No sé por qué lo dejaron salir, de hecho no sé si llegó a salir de la cuarentena, pero no supimos nada más de él y a nosotros no nos dejaron marcharnos. Luego los militares se fueron, y sólo quedó la gente, pero todo el mundo se estaba volviendo loco. Teníamos las llaves de la limusina, Yuri las tenía, él era el chófer, así que la cogimos y nos fuimos. Era una buena protección, cristales blindados y todo eso, y mucho espacio dentro. Hemos estado bien un tiempo, moviéndonos de sitio para encontrar comida. Pero el hijo de puta ha tenido que estrellarla. Siempre ha sido un borracho. El jefe debió despedirlo hace tiempo. 
- Yuri era el chófer... ¿y vosotros?
- Yo era el secretario personal del señor Borovski -dice-. Eva... ella era su... acompañante.
- Ya veo...

La historia del ruso me deja pensando, no sólo por el hecho de que se quedasen tirados mientras su jefe se largaba en su helicóptero, sino por lo que ha dicho sobre las zonas de cuarentena. Aunque nuestra ciudad fue la primera en caer, ya había oído por aquí que hubo otros focos, y que la zona de cuarentena tuvo que ser ampliada.
- ¿Dónde estábais cuando empezó esto? -les pregunto.
- En Arlington.
- Eso está... ¿a cuánto? ¿Ciento cincuenta, doscientos kilómetros?
- Unos doscientos -apunta Marcus. 
No dice nada, pero probablemente está pensando lo mismo que yo. La zona de cuarentena tiene que ser enorme, y no sabemos si han habido más ampliaciones. Sin embargo, puede que exista una zona segura más allá. El problema es que para llegar hasta allí, necesitamos un plan, y la gente de Cornwell parece más dispuesta a seguir con su día a día esperando que en algún momento alguien venga a rescatarnos.
- Habéis recorrido una gran distancia, ¿habéis visto signos de que todo este asunto de los zombis esté mejorando?
Fiodor niega con la cabeza.
- No hemos pasado por muchas ciudades porque nos dimos cuenta de que cuanto más nos acercábamos, más zombis había. Algunas son como hormigueros. Así que buscamos las zonas rurales. Estábamos en este pueblo porque parecía vacío, hay muy pocos por aquí.
- Eso es porque nos encargamos de mantenerlo limpio -dice Marcus.
La mujer le pregunta algo a su compañero. Él se pone a hablarle en ruso, imagino que explicándole lo que nos acaba de contar. Ella no para de hacer preguntas.
- Eva quiere saber si es seguro estar aquí... y en ese caso, si podemos quedarnos.
Marcus medita un instante.
- Podéis quedaros hasta que vuestro amigo se recupere, si colaboráis con las tareas del refugio. No podéis tener armas y dormiréis separados del resto en una habitación vigilada. Son normas de la casa, la doctora Sky pasó por lo mismo no hace mucho, ¿verdad?
Asiento con la cabeza, sin prestar demasiada atención.
- Cuando vuestro amigo esté recuperado, nos reuniremos y decidiremos si os quedáis o no.
- Yuri no es nuestro amigo -dice Fiodor a modo de respuesta.

lunes, 14 de enero de 2013

Turno de guardia

No me gusta montar guardia. Nunca pasa nada interesante, y eso significa que tengo tiempo para pensar. Pensar es malo, y más cuando se está solo. La cabeza se va a todas las cosas terribles que han pasado o pueden pasar, o a todas las personas que no voy a volver a ver, o a preguntarse si mi familia sigue con vida, o si Isaac está  bien. Y pensar en esas cosas con un rifle en la mano no es malo, es peor.

Me levanto de la silla y doy una vuelta por la azotea del instituto. La he recorrido ya un par de veces, pero tengo que pasar aquí cuatro horas, así que estiro las piernas una vez más. Me asomo por la barandilla y escruto las calles de los alrededores, pero todo está desierto, ni siquiera hay zombis cerca. De vez en cuando se acercan pequeños grupos, entonces el vigía avisa a los demás y un grupo armado sale a eliminarlos. Luego simplemente queman los cuerpos. Hace días que no viene ninguno, y prefiero que no lo hagan en mi turno de guardia, pero eso no quita que me aburra profundamente. En la enfermería, al menos, siempre puedo encontrar algo que hacer, aunque sea llevarle la contraria a Isabelle para enfadarla un poco, que creo que le sienta bien de vez en cuando.

Lydia sube al cabo de media hora para hacerme compañía y traerme algo de comer. Empieza a caer la tarde y el aire es fresco. Los días se empiezan a acortar, lo llevo notando algún tiempo. Sólo espero que el invierno no sea muy frío.
- ¿Quieres una manzana, Alex? -me dice Lydia-. Son de la granja.
- Claro -respondo, y casi no la cojo cuando me la lanza de cualquier manera. Es mucho más pequeña que las que vendían en las tiendas, pero está dulce. Me dura apenas un par de bocados.
Lydia se me acerca entonces y sé que quiere hablarme de algo. Déjame adivinar.
- Oye, Alex, tu amiga...
Lo sabía.
- No mejora, ¿verdad?
Lydia niega con la cabeza. Parece realmente preocupada por Mishel. Yo también lo estoy, lleva semanas en esa especie de estado de shock, apenas come y mucho menos duerme. Grita en sueños y se despierta llorando, aunque Isabelle me ha dicho que yo también lo hago. Normalmente, no me acuerdo de lo que sueño. Lo prefiero, la verdad.
 - ¿Hay algo que crees que pueda hacer? -le pregunto. Ella se encoje de hombros.
- Yo trabajaba con adolescentes en un instituto, no me había enfrentado nunca a algo así...
- En la enfermería tenemos algunas cajas de benzodiacepinas. Podrían calmarla un poco y así sería más fácil trabajar con ella.
- A lo mejor...

Un estruendo nos obliga a dejar la conversación a medias. Miramos alrededor, sin entender qué ha pasado. Ha sido cerca, de eso estoy segura. Recorro la azotea una vez más, buscando en los alrededores el origen del ruido. Lo encuentro cuando llego a la parte trasera del instituto, justo sobre el gimnasio.
- ¡Lydia, corre, ven aquí!
Un vehículo se ha estrellado contra una farola. Pero no cualquier vehículo, no.
- ¿Eso es...?
- Una limusina.
Una puta limusina. Como si este mundo no fuera suficientemente absurdo.

Los habitantes del refugio han escuchado también el ruido de la colisión, y salen al patio preguntando qué ha pasado. Lydia baja a toda prisa para informar a Marcus, pero yo me quedo en mi puesto, no puedo abandonar la guardia. Además, desde aquí tengo un asiento de primera fila para ver qué pasa con el accidente.

Por el momento, ninguno de los nuestros sale a la calle. Marcus sube a la azotea enseguida, y se coloca a mi lado para ver qué ha ocurrido. 
- Ten preparado el rifle -me dice, y lo miro dudando un poco-. Sólo por si acaso.

Obedezco la orden y cojo el arma con las dos manos, preparada para disparar, aunque de momento no hay objetivo al que apuntar siquiera. Esperamos durante unos minutos sin que pase nada, hasta que al fin vemos cómo se abre una de las puertas traseras de la limusina. Un hombre sale trastabillando y tosiendo, da unos pasos, y se deja caer sobre las rodillas, apoyando las manos en el suelo. Lleva un traje negro que incluso desde aquí se adivina sucio y desgastado, y tiene la cara roja y congestionada. Se lleva una mano a la cabeza, escasa de pelo, y niega lentamente. No parece darse cuenta de que lo estamos observando.

Se incorpora y vuelve la vista hacia la limusina. Otra persona está saliendo, el hombre se levanta para ayudarla. Es una mujer con una larga cabellera rubia y un vestido negro que deja poco a la imaginación. El hombre prácticamente tiene que sostenerla para que se mantenga en pie una vez ha salido a la calle. Se ponen a hablar en voz baja y ella rompe a llorar. Su compañero la deja un instante para correr al asiento del conductor y abrir la puerta. Le grita unas palabras a la mujer, no entiendo lo que dice, pero ella se acerca con paso inseguro y se asoma al interior. Está llorando en silencio. Ahí debería estar el conductor y por la expresión de ambos no debe de haber salido bien parado de la colisión. No tardaremos en saberlo, parece que el hombre trata de sacarlo del coche.

- Marcus, un herido.
- O un muerto. Esperemos un poco más.
Vemos al hombre forcejear un rato hasta que por fin logra sacar al conductor. Me siento mal por estar aquí simplemente observando, sin ayudar en nada, pero no puedo desobedecer a Marcus. Esperamos a que lo saque del todo. El conductor está inconsciente o muerto, y parece que no reacciona. Tumbado en el suelo, sus compañeros intentan despertarlo a base de sopapos, pero no hay suerte. Tiene la cara llena de sangre, tendrá alguna herida en la cabeza. No se dan por vencidos en su intento de reanimarlo, así que no creo que esté muerto.

- Marcus...
- No seas impaciente, muchacha.

Pero entonces, la mujer levanta la cabeza y nos ve. Le dice algo al hombre, y él se vuelve también hacia nosotros. Luego, haciendo grandes aspavientos con los brazos, se pone a gritar.
- ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor!
Marcus resopla. Le hace gestos para que baje la voz y lanza una mirada alrededor, comprobando que no se acercan zombis.
- ¿Cuántos sois? -le pregunta. 
- Sólo nosotros -dice el hombre, poniéndose de pie y acercándose al edificio-. Nosotros tres.
- ¿Formáis parte de algún grupo? 
- No, no, ningún grupo, sólo nosotros -habla con acento extranjero y parece que tiene que buscar las palabras.
- ¿Tenéis armas? 
Niega con la cabeza.
- No tenemos nada, tenemos el coche, pero ya no -parece desolado-. Ahora ya nada.
En un segundo le cambia la expresión y le asesta un puñetazo en el pecho al otro hombre, que sigue tendido en el suelo, al tiempo que grita algo incomprensible que suena como un insulto.
- Ayuda, por favor -suplica. La mujer repite las palabras otra vez. Marcus refunfuña.
- Quedaos ahí, saldremos a por vosotros. No os mováis, y no hagáis ruido.

Yo tengo órdenes de quedarme en la azotea, vigilando para dar el aviso si algún peligro se acerca, así que no me queda más remedio que observar la escena desde arriba. Una pequeña comitiva sale por la puerta trasera del instituto, con algunas armas, y les piden que se acerquen lentamente y con las manos en alto. La mujer dice algo en un idioma que no entiendo, el hombre le contesta y ambos se dirigen al grupo. El otro hombre sigue en el suelo, inmóvil. Aun sin quitar el seguro del rifle, apunto hacia él, preparada para disparar en caso de que se levante con hambre. 

La comisión de bienvenida somete a los recién llegados al examen de rigor. Al principio parece que no entienden lo que ocurre, pero pronto los convencen a ambos. La mujer tampoco llevaba mucha ropa, en realidad, iba incluso sin zapatos. Parece que están limpios, porque los dejan pasar. Luego, unos cuantos se arremolinan alrededor del que está en el suelo, para examinarlo a fondo también. Les lleva un rato, no sólo porque no es fácil desnudar a una persona inconsciente, sino porque tienen que mantenerse alerta en todo momento ante la posibilidad de que despierte convertido en zombi. Sin embargo, de momento no se apartan de él por lo que probablemente siga con vida. Una vez se dan por satisfechos, se lo llevan al interior del recinto. Un par de compañeros se quedan fuera y echan un vistazo al interior de la limusina destrozada. Sacan unas cuantas botellas del vehículo y vuelven rápidamente al instituto. No pasa mucho tiempo hasta que uno de los chicos de Marcus sube a la azotea y me informa de que viene a relevarme, aunque no han pasado aun las cuatro horas de guardia.
- Isabelle te reclama en la enfermería.
Le doy el rifle y me marcho a toda prisa, no conviene hacerla esperar.