domingo, 12 de octubre de 2014

Horas extra

Me dejo caer como un peso muerto y me quedo sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Los ojos me escuecen y me duele la cabeza por la falta de sueño. Llevo una semana con sus correspondientes noches sin poder descansar ni un minuto a causa de los nuevos pacientes. Yuri está ardiendo de fiebre, apenas puede dormir y cuando lo consigue se despierta gritando en medio de pesadillas horribles, temblando y cubierto de sudor frío. Por si eso fuera poco, Mishel ha empeorado notablemente en los últimos días, está constantemente asustada y cualquier pequeño ruido la sobresalta, y sus ataques de pánico son cada vez más frecuentes. Cuando se pone así, intenta atacar a cualquiera que se le acerca, así que ha estado quedándose en la enfermería conmigo. Yo, por mi parte, creo que podría caer dormida en cualquier rincón.

Isabelle llega después de atender una pequeña emergencia en el patio, al parecer uno de los chiquillos se ha dislocado el hombro en una aparatosa caída. Cuando entra en la enfermería trae algo entre las manos.
- ¿Tienes hambre? -pregunta, y reparo en que lo que trae es un bol con lo que parece una especie de puré.
- La verdad es que sólo tengo sueño -respondo. Ella barre la habitación con la mirada y se detiene un momento en Yuri, que parece dormido, y Mishel, sentada en el camastro donde yo suelo dormir con la mirada perdida en el vacío. Hace un gesto con la cabeza como asintiendo.
- Lo entiendo cariño, pero es la hora de comer y necesitas alimentarte -dice en tono maternal-. Todavía está caliente, y te he traído una manzana de postre.
Empleo mis últimas fuerzas en ponerme de pie y llegar hasta donde está ella, que me ofrece la comida con una sonrisa.
- ¿Por qué no bajamos al comedor para comer con los demás? -sugiero, pero Isabelle me alarga el bol sin dejar de sonreír.
- Lo siento, pero creo que deberías quedarte aquí con ellos, no podemos dejarlos solos.
- No tardaré más que diez minutos.
Isabelle niega con la cabeza.
- Es mejor así, cielo.
Tampoco tengo fuerzas para discutir, así que cojo la comida que me ofrece y me siento en una silla. Isabelle deja una pequeña manzana roja en una mesa junto a mí.
- Ya quedan pocas -comento.
- En pocos días vendrán los trabajadores de la granja y traerán lo que hayan podido recoger. Quizá traigan más. En fin, siento dejarte sola de nuevo, pero tengo que reunirme con Marcus.
- De acuerdo.
- Nos vemos esta tarde.
- Gracias por la comida.
Pero ya ha salido de la sala, no creo que me haya oído. Doy unas cuantas cucharadas al puré sin pensar demasiado. Me hubiera gustado salir de aquí aunque fuese para comer, y hablar con alguien que no esté enfermo o desequilibrado. Marcus me ha quitado incluso las guardias para que pueda pasar todo el tiempo en la enfermería, y siento que se está convirtiendo en mi prisión personal.

El tiempo pasa lentamente durante la tarde. Mishel ha pasado varias horas sin apenas moverse, así que decido probar suerte e intentar convencerla para que camine un poco. Incluso podría aprovechar para acompañarla y subir juntas a la azotea, necesito un poco de aire fresco.
- ¿No crees que te dolerá todo el cuerpo si te quedas quieta tanto rato? -le pregunto en tono amistoso. Ella no responde, claro. Ni siquiera me mira. No es que me pille por sorpresa.
- Venga, vamos a dar una vuelta -insisto, al tiempo que la tomo de la mano. La aparta casi como si se hubiera quemado.
Lo intento un rato más, tratando por todos los medios de no perder la paciencia. Al final parece que la estoy empezando a convencer, pero en ese momento alguien más entra en la enfermería, Mishel se asusta y todos mis progresos se van al traste. Cuando me doy la vuelta me doy cuenta de que es Marcus, acompañado de Isabelle y de otro hombre con el que no he hablado nunca. Traen un gesto grave en el rostro, y un millón de posibles desgracias se me pasan por la cabeza antes de hablar.
- Hola -les digo, volviéndome hacia ellos y olvidándome por un momento de Mishel.
- Doctora Sky -dice Marcus, esbozando una leve sonrisa-. Siento interrumpir sus tareas.
- No hay problema -respondo-. ¿Qué ocurre?
Marcus entrelaza los dedos y se pone un poco más erguido.
- Hay un problema, de hecho -explica-. En la granja. Uno de los trabajadores está herido. Christopher ha venido de allí a toda prisa para buscar ayuda -señala al otro hombre con un gesto de la mano-. ¿Puedes explicar qué le ha pasado a Ronald, por favor?
El tal Christopher se aclara la garganta antes de hablar.
- Estábamos reparando el techo de los establos para poder resguardar a los animales en invierno y no nos dimos cuenta de que una de las vigas más grandes estaba mal colocada. Durante las reparaciones algo falló y la viga cayó sobre el pobre Ronald. Le ha destrozado la pierna. Algunos compañeros de la granja saben primeros auxilios, pero esto es demasiado grave. Necesitamos un médico.
- Entiendo -digo, en voz tan baja que dudo que me hayan oído.
- Una de nosotras debería ir a la granja -interviene Isabelle-. Ronald está en un estado demasiado grave como para trasladarlo.
Siento como si una luz se encendiera en mi mente.
- Yo iré -digo sin dudar. Isabelle me mira un poco incrédula-. Si todos estáis de acuerdo, claro.
Mis interlocutores se miran entre ellos, parecen sorprendidos por mi determinación. Tal vez si los encerraran a ellos aquí durante tantos días su visión cambiaría un poco.
- Por supuesto que estamos de acuerdo -dice Isabelle.
- ¿Te ocuparás tú de los pacientes mientras ella esté fuera? -pregunta Marcus. Isabelle asiente.
- Yuri debería empezar a mejorar en pocos días.
Marcus lo mira de soslayo.
- Isabelle me convenció de que no está infectado con la plaga, pero ¿no será contagioso lo que tiene, no?
Mi jefa y yo nos miramos un instante, y al final ella es la que habla.
- No, para nada. Sus compañeros tenían razón cuando dijeron que era un borracho.
- Se está desintoxicando -digo, intentando suavizar la situación-. Pero el consumo no era tan grave como pueda parecer, mejorará pronto. Y Mishel sólo necesita tranquilidad.
- No mantendremos a un borracho aquí -dice Marcus, tajante.
- Ahora ya no está borracho -intervengo yo-. Lleva una semana sin beber, concédele un tiempo. Es fuerte, seguro que podrá trabajar.
Marcus asiente, pero no parece del todo satisfecho.
- Más le vale no dar problemas. Hay demasiadas cosas que hacer como para estar pendientes de alguien como él.
- Habrá que hacer algunos preparativos para tratar a... ¿Ronald? -digo, intentando cambiar de tema.
- Cierto, Alex. Prepara todo el material que creas que puedes necesitar -Isabelle vuelve a su tono autoritario habitual-. Parece que la lesión es grave, no descartes la cirugía.
- Lo prepararé ahora mismo.
- Va a haber muy poca luz -interviene Christopher-. No podemos viajar ahora.
Marcus asiente con la cabeza.
- Tiene razón. Habrá que esperar al amanecer.
- Tenlo todo preparado para entonces -ordena Isabelle.
- Sí, señora.

En cuanto se marchan, me pongo manos a la obra, y preparo una pequeña mochila con todo el material que se me pasa por la cabeza. Aguja, hilo de sutura, antisépitcos, antibióticos, gasas estériles, vendas, anestésicos... Me pregunto qué clase de lesión me encontraré. ¿Qué hago si realmente es muy, muy grave? Tal vez no debí ofrecerme tan alegremente para algo como esto...
- ¿Qué pasa? -dice una voz a mis espaldas. Yuri acaba de despertar y está medio incorporado en la cama.
- ¿Cómo te encuentras? -me acerco hasta él y le toco la frente, parece que la fiebre le está dando un respiro.
- No sé, no muy bien todavía, creo -como sin darse cuenta, se pasa la mano por la brecha que ya empieza a cerrarse-. ¿Fíodor y Eva? ¿Cómo están ellos?
- No lo sé. Sinceramente, no los he visto desde que se recuperaron del accidente. No me dejan salir de aquí, así que no puedo decirte mucho. Puede que Marcus los tenga haciendo alguna tarea.
Se incorpora del todo, taciturno.
- He oído lo que hablaban ahora. ¿Se va a algún sitio, doctora?
- Me voy a la granja, mañana al amanecer. Hay un hombre herido que tengo que atender.
Yuri tuerce la expresión.
- ¿No será peligroso? ¿No habrá zombis?
- No lo creo, hacen el camino todas las semanas. Debe de ser seguro, no te preocupes. Tú recupérate y déjame esto a mí.
- ¿Es verdad lo que ha dicho, doctora? ¿Que estoy enfermo por beber?
- Bueno, lo que te puso enfermo fue dejar de beber. Tu cuerpo tiene que acostumbrarse a funcionar sin alcohol y el proceso es bastante desagradable. Pero tienes que pasar por ahí.
Se deja caer de nuevo en la cama, abatido.
- ¿No hay alcohol aquí?
- Ni se te ocurra -le advierto-. Marcus te sacaría de aquí a patadas.


Me despierto un buen rato antes del amanecer. Esta noche no la he pasado en la enfermería, Isabelle por fin me ha dado un respiro ya que hoy me espera una caminata de tres horas, pero el cambio de cama y el hecho de dormir en una sala llena de gente me ha sentado peor de lo que esperaba. Todo está oscuro, pero mucho menos silencioso de lo que uno esperaría. Siempre hay alguien que ronca, que tose o que llora. Los minutos pasan muy lentamente hasta que alguien me viene a buscar.

Una expedición de tres personas sale del instituto de Cornwell con las primeras luces del día. Cristopher, el hombre que conocí ayer y que me explicó la situación de la granja, otro trabajador de la granja llamado Damon, moreno y más joven, y yo misma, cargando una mochila llena de material médico. Poner los pies en la calle me produce una sensación extraña después de haber pasado semanas sin salir del refugio, y al escuchar las puertas cerrarse a mis espaldas siento una punzada de miedo. Tantos días ahí dentro habían diluido la terrorífica realidad del exterior.

- La granja está a unos quince kilómetros al este -explica Christopher cuando echamos a andar-. Son unas tres horas a pie. El camino está bastante limpio pero de todas formas hay que andar con los ojos bien abiertos, y hacer el menor ruido posible.
- Entendido.
Christopher lleva un rifle a la espada, y Damon una pistola en el cinturón, pero me cuentan que prácticamente no disparan nunca. Prefieren usar lo que ellos llaman las "lanzas", que no son otra cosa que palos de madera maciza con un cuchillo incrustado y bien sujeto en la punta. A mí me han dado una pistola también, aunque ya me han advertido que sólo es para situaciones de vida o muerte.
- De todas formas, vemos pocos zombis por aquí -dice Christopher-. Si vienen solos es fácil abatirlos, y si son grupos pequeños lo mejor es tratar de evitarlos antes de que puedan seguirnos. Hoy sólo somos tres y la llevamos a usted, doctora, así que vamos a evitar riesgos a toda costa.
Avanzamos en silencio durante varios minutos recorriendo las calles desiertas de Cornwell, pasando frente a casas abandonadas y comercios saqueados. No hay nadie a la vista, ni vivo ni muerto, es una auténtica ciudad fantasma. Aprieto el paso para alcanzar a mis compañeros, y cuando me pongo a la altura de Damon se vuelve hacia mí para preguntarme.
- Dicen que se ha enfrentado a los zombis antes, doctora. ¿Es verdad? ¿Cuántos eran?
- Bueno, sí, es verdad... -no sé muy bien qué decirle-. Pero no sé cuántos eran, yo...
- Deja de atosigar a la doctora, Damon -interviene Christopher-. No queremos atraer a ningún bicho así que caminad en silencio.
Le agradezco en silencio que me evite hablar de cosas tan desagradables, y los tres continuamos nuestro camino sin decir una palabra. Poco a poco, las tiendas desaparecen y las casas se espacian más y más, hasta que salimos de Cornwell y tomamos una pequeña carretera rural que se adentra en un bosquecillo de abedules. Christopher parece conocer muy bien el camino, cada desvío que debemos tomar para evitar las zonas donde podría haber peligro. La vegetación crece a cada lado del camino, los árboles forman un pequeño techo sobre nuestras cabezas y crean una sensación de protección y seguridad. Sin embargo, sé que es una mera ilusión y mi instinto me dice que el peligro podría aparecer desde detrás de cualquier tronco, de cualquier rincón en la sombra. Entonces, sin motivo aparente, Damon se detiene.
- ¿Oís eso?
Escuchamos con atención, sin hacer el menor ruido. Cuesta identificarlo, porque se funde con el murmullo del viento y las hojas, un zumbido como el de un gigantesco enjambre de abejas resonando a lo lejos. Hace que se me ericen los pelos de la nuca.
- ¿Qué es? -pregunto, mi voz suena extrañamente ronca debido al miedo.
- Mantened los ojos bien abiertos -dice Christopher-. Yo iré delante. Tened las armas preparadas.
Nos ponemos en marcha de nuevo, más callados y alerta si cabe. Empiezo a arrepentirme de haber abandonado la seguridad de Cornwell, de haberme expuesto al terror del exterior sólo porque sentí que el trabajo me sobrepasaba. Con cada metro que avanzamos el zumbido se intensifica y con él mi miedo y el de mis compañeros. Pero no puedo dejar que me domine, no ahora que estamos tan cerca de la granja. Al fin y al cabo, hay alguien que necesita ayuda y tengo que cumplir con mi deber.

Al final, la pequeña carretera sale a un camino más amplio. Hay un coche abandonado justo en el cruce, y un poco más adelante la calzada se eleva en un puente estrecho y recto que pasa sobre una autopista. Al poner los pies en el puente un olor nauseabundo nos hace detenernos de golpe, y lo que en el bosque parecía un zumbido sin identificar se materializa en un coro de aullidos. Aterrorizada, miro alrededor, pero no veo a ningún zombi cerca. Unos pocos vehículos salpican la carretera, uno de ellos empotrado en el guardarraíl, pero no se atisba la menor señal de movimiento. En el otro extremo se abre de nuevo el bosque.

Christopher y Damon también parecen inquietos, aunque mantienen la compostura y dan unos pasos más hacia adelante. Se acercan al coche más cercano, un turismo cuya pintura se adivina roja debajo del polvo y las hojas secas. La forma en que Christopher se mueve parece medida, estudiada, como esperando ya por dónde aparecerá el peligro. Damon lo sigue de cerca, imitándolo en todo. En cuanto han estudiado a fondo este pequeño tramo del puente me hacen una señal para que me acerque, y es entonces cuando por fin identifico la fuente de los gemidos. Los zombis no están en el puente, sino debajo. La autopista, al menos la zona que puedo ver desde aquí arriba, está atestada de vehículos, y entre ellos, como si se tratara de un bullicioso hormiguero, vagan sin rumbo una cantidad de engendros digna de mis peores pesadillas.

Llego a la altura de los otros dos sin hacer el menor ruido. Luego, en un susurro apenas audible, le digo a Christopher:
- Dijisteis que no había zombis por aquí.
Él asiente, y responde en voz igual de baja.
- Eso creíamos. Esto es nuevo.
- ¿Pueden subir hasta aquí?
- Es difícil, no se puede llegar a este camino desde la autopista. Hay que dar un rodeo muy largo.
- No pueden trepar, ¿verdad? -interviene Damon. Nos mira alternativamente a Christopher y a mí.
- No he visto a ninguno que lo hiciera.
- Podrían trepar si hubiera algún tipo de escalera -añado yo. No quiero alarmarlos sin necesidad, pero con estas criaturas cualquier precaución es poca.
- Escuchadme -dice Christopher, muy serio-. Yo iré delante y me aseguraré de que el camino está limpio. Damon, tú vigilas que no aparezca ninguno por detrás. Doctora, usted va en medio, es la posición más segura. Tenga el arma preparada pero dispare sólo si es cuestión de vida o muerte. ¿Entendido?
Damon y yo asentimos con la cabeza, ya que aunque no lo haya dicho, va a ser crucial que podamos atravesar el puente sin que los zombis de abajo nos detecten. Enseguida nos ponemos cada uno en nuestra posición para iniciar un avance lento pero seguro. Cuando nos encontramos más o menos a mitad de camino, Christopher nos hace detenernos y se adelanta a inspeccionar el interior de los coches que tenemos delante. Me doy la vuelta para ver qué tal le va a Damon y veo que aprovecha la pausa para acercarse al borde del puente y observar la marabunta de podridos que invade la autopista. Se apoya en el guardarraíl, que inesperadamente cede ante su peso, haciendo que el joven pierda el equilibrio.

En un instante ha desaparecido. Después de una interminable fracción de segundo, un estruendo metálico me devuelve a la realidad.

- ¡Damon! -mi voz es un grito ahogado y cuando intento echar a andar, las piernas me tiemblan.
- ¿Qué pasa? -pregunta Christopher desde el otro lado.
- ¡Se ha caído!
Su rostro parece perder la serenidad por un momento, y rápidamente corre hacia donde estaba nuestro compañero hasta hace un segundo. Al final, reúno fuerzas suficientes para acercarme a él, y con un nudo en la garganta me atrevo a mirar hacia abajo.

Damon está tendido sobre el techo abollado de un autobús, inmóvil. Alrededor del vehículo se agolpan los zombis que, alborotados por el ruido del golpe del cuerpo contra el metal, alargan las manos y abren la boca ávidos de carne fresca. Christopher y yo pasamos unos segundos en silencio, los ojos fijos en nuestro compañero, sin que haga falta formular en voz alta la pregunta que ambos tenemos en la cabeza. Poco después, Damon abre los ojos y mueve un poco la cabeza.
- ¿Estás herido, muchacho? -pregunta Christopher. Intenta no levantar demasiado la voz, pero es inevitable que los zombis nos oigan. Damon trata de incorporarse, pero gime de dolor y se tumba de nuevo.
- Me duele todo el cuerpo.
Ha caído desde unos siete u ocho metros de altura, o eso creo. Podría haber sido fácilmente mortal, así que me preocupa que tenga alguna lesión grave.
- ¿Crees que te has roto algún hueso?
- No lo sé, no me puedo mover.
Damon continúa intentado incorporarse, sin éxito.
- ¡No te muevas! -le grito-. ¡Quédate tal y como estás!
- No puedo mover las piernas.
- ¿Te duelen?
- No -dice Damon, con la voz un poco quebrada. El miedo está empezando a apoderarse de él.
¿Puedes sentir algo? -le pregunto, intentando aparentar serenidad. 
- No -vuelve a repetir, ahora al borde del llanto.
- ¿Estás seguro de que no puedes moverte? -dice Christopher-. ¿Nada de nada?
Antes de que a Damon le dé tiempo a intentarlo de nuevo, le grito otra vez.
- ¡Estate quieto!
Vuelvo la cabeza y me encuentro con la mirada de Christopher a medio camino entre el dolor y el miedo.
- ¿Qué pasa?
Espero unos segundos y me dirijo a Damon.
- ¿Puedes mover los dedos de los pies?
El joven empieza a sollozar.
- No puedo.

Me siento en el suelo, con la cara hundida entre las manos.
- Estamos jodidos.
Christopher se arrodilla ante mí y me coge de los hombros con fuerza. Me obligo a levantar la cabeza y mirarlo a los ojos.
- Doctora -dice-. Dígame qué pasa.
- Creo que... creo que tiene una lesión de columna.
El rostro de Christopher se desencaja a medida que mis palabras toman forma en su cabeza. 

- ¿Qué hacemos? -le pregunto en un susurro. 
Él guarda silencio, trata de mantener la serenidad mientras piensa en algo, y yo trato de imaginar una ruta que nos permita llegar a Damon. Abajo, sobre el techo abollado del autobús, el joven intenta darse la vuelta.
- ¡Te he dicho que no te muevas! -le grito, tan fuerte que los zombis miran hacia arriba y se agitan al vernos.
Christopher me coge del brazo y me obliga a levantarme y dar unos pasos hacia atrás, alejándonos del borde del puente.
- ¿Cómo de jodidos estamos?
- No lo sé, habría que hacer... -el miedo puede también conmigo, hace que las palabras salgan atropelladas de mi boca y no pueda articular una frase coherente-, habría que hacer tantas pruebas... no hay manera de...
- ¿Está paralizado?
- Eso creo, yo no...
- Ahora mismo no puede ponerse de pie, ni andar.
- No.
- ¿Cuánto tiempo tendría que pasar para que pudiera?
Niego con la cabeza.
- Es imposible saberlo, hay demasiadas cosas que...
- Doctora -me corta Christopher-. ¿Va a poder salir de ahí por su propio pie?
Echo un vistazo rápido a la carretera.
- No lo creo. 
Christopher suspira y se acerca de nuevo al borde del puente. Mira hacia abajo, hacia los lados, está devanándose los sesos con esto. 
- ¿Hay alguna forma de que podamos ir a por él? -pregunto.
- Es muy difícil. Para llegar a la autopista hay que dar un rodeo muy grande a pie, y con todo esto infestado de zombis es muy, muy peligroso. No podemos hacerlo.
- Pero tenemos que hacer algo, no podemos dejarlo ahí.
Se hace el silencio durante unos segundos, hasta que la voz de Damon nos interrumpe.
- ¿Christopher? ¿Doctora? ¿Seguís ahí?
- Estamos aquí, chico -dice Christopher-. Escucha, no podemos sacarte de ahí nosotros solos. Tenemos que ir a la granja a por ayuda.
Damon rompe a llorar.
- ¡No, por favor! ¡No me dejéis solo!
Los zombis se alborotan al escuchar sus gemidos.
- Damon -le digo-. Es importante que no te muevas mientras esperas o podrías empeorar la lesión.
- No os vayáis, por favor -parece que no escucha nada de lo que decimos, no deja de suplicar que nos quedemos con él.
- Cálmate, muchacho -interviene Christopher-. Vamos a regresar con ayuda, te lo prometo.
- Por favor, por favor, no me dejéis aquí... -su voz se rompe, y aunque está intentando mantenerse quieto, su pecho no deja de subir y bajar con la respiración entrecortada del llanto.
- Volveremos, te prometo que volveremos -Christopher trata de tranquilizarlo, aunque está aterrorizado-. Vamos doctora, no debemos perder más tiempo.
Me parte el alma dejarlo así, pero Christopher tiene razón. No hay manera de que lo saquemos de ahí entre nosotros dos solos, de hecho, no sé cuántas personas necesitaremos para rescatarlo. 
- ¿Cuánto nos queda hasta la granja?
- No mucho ya, estaremos allí en media hora más o menos si no surgen más problemas.
- ¿Estará bien Damon?
Christopher me mira con expresión grave.
- Doctora -dice-, no podemos hacer nada. Tenemos que irnos.
Bajo la mirada.
- De acuerdo.
Echamos a andar, cabizbajos y en silencio, apretando el paso para llegar a la granja cuanto antes. A nuestras espaldas, Damon nos pide a gritos que no lo dejemos solo, su voz mezclada con los lúgubres aullidos de los cientos de engendros que lo asedian.

Christopher se adelanta y apenas puedo seguirle el paso. Cuando dejamos atrás el puente nos adentramos de nuevo en el bosque de abedules y los quejidos de los zombis empiezan a convertirse otra vez en un zumbido indeterminado, hasta que pasado un buen rato deja de escucharse del todo. Los gritos de Damon se han perdido en la distancia, pero puedo oírlos en mi cabeza como si lo tuviera a mi lado. Su voz desesperada es una brecha en mitad de mi pecho que casi no me deja respirar.

Nos encontramos el camino despejado, Christopher camina delante de mí sin detenerse durante media hora, más o menos. Vamos cada vez más deprisa, y el miedo y el agotamiento se van apoderando de mi cuerpo. La mochila en la espalda es cada vez más pesada, las piernas me duelen y me tiemblan más a cada paso.
- ¿Cómo puede ser que no haya ninguno por aquí, si ahí atrás estaba atestado? -hago la pregunta en voz muy baja, en parte por el cansancio y en parte por la ansiedad. No me permito bajar la guardia ni un instante.
- Estos caminos están muy aislados. La autopista está muy comunicada, pero aquí uno no llega a no ser que quiera hacerlo.
La explicación termina ahí, y el tenso silencio entre nosotros ya no se rompe hasta que torcemos por un camino estrecho y sin asfaltar que sale a la izquierda de la pequeña carretera. Unos metros más adentro, una valla metálica corta la senda e impide el paso. Junto a la valla, a un par de metros, se levanta una estructura de madera construida toscamente, una especie de torreta de unos cinco metros. Hay alguien arriba, vigilando, un hombre con un rifle colgado del hombro. Se asoma un poco al vernos llegar, hasta que Christopher le hace un gesto con la mano y se apresura para bajar por la parte de atrás de la torre. Corre hasta el tramo de valla donde nos encontramos y abre una puertecilla metálica para dejarnos entrar y cerrar rápidamente a nuestras espaldas.
- Christopher, gracias a Dios -murmura el hombre. Visto de cerca parece más mayor, con el pelo canoso y la barba a medio crecer. Me escanea con la mirada, una pequeña cicatriz divide una de sus cejas en dos.
- Es la doctora Sky -dice Christopher.

Sin pedir más explicaciones, el hombre echa a andar, casi a correr, y Christopher me indica con la mano que me ponga en marcha yo también. Comenzamos a cruzar el terreno de la granja, que hasta donde puedo ver está rodeado por una valla de metal como la que acabamos de cruzar, salpicada en algunos lugares con torres de vigilancia de construcción rudimentaria. En medio del terreno se levanta una casa de dos alturas con un porche de madera, y a un lado un gran granero. Un puñado de personas que se encontraban junto al granero echan a correr hacia la casa en cuanto nos ven. Christopher los ignora, habla con el hombre que nos ha recibido.
- ¿Qué hay de Ronald? ¿Algún cambio?
- Tiene muy mala pinta, te lo digo yo. Espero que la doctora pueda hacer algo...
Por el tono en que habla, parece que no le inspiro mucha confianza, aunque me importa bien poco. 
- Christopher, tenemos que ir a por Damon cuanto antes -digo, mi respiración acelerada hace que la voz me suene entrecortada.
- ¿Qué pasa con Damon? -pregunta el hombre antes de que Christopher tenga tiempo de responder.
- Se ha caído del puente cuando pasábamos por... -empiezo a explicar, pero Christopher se detiene de golpe y se vuelve hacia mí.
- Doctora -dice, interrumpiéndome-. No podemos perder más tiempo.
- ¿Qué coño ha pasado? -pregunta otra vez el hombre, más enfadado esta vez.
- Te lo explicaré luego -responde Christopher, en un tono que no invita a insistir. Antes de que podamos continuar la conversación llegamos al porche, donde nos recibe la pequeña multitud que se había congregado en el granero. En pocos segundos parece que todos tienen preguntas para nosotros.
- ¿Cómo está el camino?
- ¿Viste a mi hija en Cornwell?
- ¿Cómo están las provisiones?
Christopher levanta la mano pidiendo silencio.
- Nos ocuparemos de todo eso luego -dice-. Tengo que llevar a la doctora junto a Ronald, es lo más urgente.
- Pero Christopher -irrumpo atropelladamente-, ¿qué hay de Damon? Hay que ir a buscarlo, tenemos que pensar un plan, necesitaremos por lo menos...
- Doctora -me corta la frase a la mitad. Esta vez no hay ninguna otra explicación, sólo una mirada capaz de congelar el infierno, que me cierra la boca como un puñetazo en la mandíbula.

4 comentarios:

  1. Maldita suerte les acompaña... ¿En esta historia los más jóvenes son los que menos duran? xD

    Me apuesto lo que queráis que al volver, si lo hacen, Marcus ha largado a los enfermos.

    Ya no es que necesite más dosis de la obra... Es que la plasmaría en una serie. Lo veo. Nunca defrauda.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, de verdad. Espero que sigas leyendo porque hay historia para rato. Lo de la serie, lo veo más difícil, a no ser que conozcas a algún productor...

      Eliminar
    2. Me encantaría poder decir que sí... O producirla yo, no puede menos que triunfar.

      ;)

      Eliminar
  2. Al fin!! después de 5 semanas de espera!! tu historia va genial!! pasate por mi blog y me dices que tal

    http://cronicas-de-un-caminante.blogspot.com/

    ResponderEliminar