lunes, 8 de marzo de 2010

Tres días

- ¡Identificaos! -grita la figura desde lo alto. Entre sus manos descansa lo que parece un rifle.
Sam se adelanta por los tres y le dice nuestros nombres. La silueta mira hacia atrás, al interior del recinto fortificado, y hacia nosotros otra vez. Espero que nos deje entrar... llevamos caminando todo el día y no nos vendría mal descansar en un lugar seguro.
- ¿Habéis tenido contacto con algún infectado? -pregunta. Le decimos que no. Aún así, parece indeciso. Probablemente, espera que los que lleguen le mientan. Empiezo a inquietarme, creo que no va a dejarnos pasar así como así. Sam intenta negociar con él.
- Estamos sanos, podemos colaborar en la fortificación del refugio -le dice-. Ni siquiera consumiremos vuestras provisiones, ¡traemos las nuestras! Sólo necesitamos un lugar donde pasar la noche.
El tipo, en lo alto de la barricada de escombros, parece que se lo piensa un poco, pero sigue sin dar respuesta. Decido intervenir, en un intento desesperado por convencerlo.
- ¡Soy médico! ¡Y tengo medicinas! -grito, enseñándole la mochila. Seguro que ahí dentro hay algún herido que necesita que lo atiendan.
Parece que mis palabras operan un ligero cambio en el vigía. Se queda callado, como indeciso, y finalmente desaparece tras la muralla de vehículos calcinados y muebles rotos. Perdida ya la esperanza, el vigilante aparece por una esquina, abriendo la puerta de un coche en la parte baja de la muralla. Hace señas para que nos dirijamos hacia él. Una vez allí, vemos que los asientos traseros del automóvil han sido arrancados para utilizar esa parte como pasadizo. Lo atravesamos y, acto seguido, el vigía coloca un pesado armario sobre la puerta del vehículo, bloqueando la entrada. Sam lo ayuda en la tarea.
- Necesito que vengas conmigo, ahora -dice con gravedad. Se salta las presentaciones y cualquier recibimiento de cortesía, así que imagino que la situación debe de ser seria. Echo un último vistazo a Sam y Mishel antes de seguir al vigilante al interior del recinto.

Parece que han amurallado, con barricadas improvisadas, un espacio de varias calles, en el centro del cual se levanta, imponente, un edificio de piedra, surcado de arcos y ventanales que imitan el estilo gótico de las antiguas catedrales europeas. Es una iglesia.
En la escalinata que da acceso a la misma, pequeños grupos de personas se congregan dirigiéndonos miradas de desconfianza. Un nuevo vigilante ocupa ya el puesto que el otro ha dejado libre, en la cumbre del montón de escombros, mientras otro hombre, también armado, hace indicaciones a Mishel y Sam para que lo sigan. Se marchan en dirección a la iglesia, pero el chico al que estoy siguiendo camina en otra dirección. Es joven, no creo que llegue a los veinticinco años. El cabello largo y claro, junto con los ojos azules, le dan un aspecto nórdico.
- Date prisa, ¿quieres? -dice malhumorado. Habla con un ligero acento que no consigo identificar.
Me conduce a una pequeña edificación que se encuentra un poco apartada. Es una casa pequeña, con dos alturas, de aspecto descuidado. Hay un hombre corpulento, con un arma entre las manos, vigilando la entrada. En la puerta de madera, asegurada por un enorme candado, está pintada una enorme cruz roja.
- Venimos a ver a Ness -dice mi acompañante-. Ella es médico.
El tipo nos mira levantando una ceja, pero nos acaba dejando pasar. Empiezo a imaginarme qué clase de lugar es éste.

En el interior de la casa hace frío. Sigo al vigilante hasta el piso de arriba, a una pequeña habitación que parece un dormitorio. La ventana está tapiada, apenas entra luz hasta que el chico acciona un interruptor y la estancia se ilumina. En la cama, una pequeña figura se revuelve, protegiéndose los ojos con el dorso de la mano.
- Cuando llegamos, se encontraba bien, pero entonces comenzó a tener fiebre -me explica el vigilante-. Aquí sólo hay un veterinario para atender a los heridos, pero no quiere acercarse a ella... la han traído aquí, lejos de todos, yo sé que quieren matarla... Sólo dejan que permanezca con vida porque vigilo voluntariamente la barricada día y noche.
- Espera, espera, ¿de qué me hablas? ¿Quién la ha traído aquí, quién quiere matarla?
No puedo evitar hacer suposiciones sobre lo que está pasando, y aunque rezo por no estar en lo cierto, cada vez estoy más convencida.
- Sólo quiero que la veas -dice el chico, perdiendo esa pose enfadada y volviéndose suplicante-. Que hagas todo lo posible por salvarla.
- Si lo hago... ¿dejarás que mis amigos y yo nos refugiemos aquí? -le pregunto. Odio tener que negociar con la vida de una persona, pero también las nuestras están en juego. Él responde que sí sin dudarlo, así que no me queda más remedio que cumplir con mi parte del trato. Cuando me acerco a la chica, casi no me atrevo a respirar.

Tiene el pelo negro, muy corto. Bajo la piel pálida se adivinan los vasos sanguíneos que comienzan a marcarse. Respira con dificultad, la mirada desenfocada busca algo a través de la habitación. El chico se acerca a ella y le coge la mano.
- Lukas... -dice en un susurro.
- He traído a esta chica, es médico -responde él, sonriendo-. Deja que te examine, ¿de acuerdo?
Me mira y asiente con la cabeza. Dejo la mochila en el suelo, a un lado, y toco la frente de la chica. No me hace falta un termómetro para saber que tiene mucha fiebre... y tampoco necesito ningún otro análisis para aventurar un diagnóstico. Por desgracia, no es la primera vez que veo estos síntomas. Al apartar la sábana encuentro el brazo derecho cubierto por un vendaje ensangrentado, por debajo del cual asoma la piel amoratada.
- ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que la mordieron? -pregunto.
- Tres días.
No puede ser.
- ¿Qué? ¿Tres días?
- Eso he dicho -responde Lukas, mirándome con preocupación-. ¿Qué ocurre?
Me quedo callada un momento, esto es muy raro. Isaac entró en coma antes de una hora. ¿Cómo esta chica ha podido aguantar tres días con la infección y estar todavía consciente?
- ¿Has visto algún otro caso? Si las heridas no lo hacen, la infección acaba matando a la persona en poco tiempo. ¿Ocurrió algo extraño en el contagio? ¿Qué pasó?
Lukas suspira, imagino que no debe de ser agradable para él recordar un momento así.
- Estuvimos encerrados en casa hasta hace tres días, desde que declararon la cuarentena -explica-. Las cosas parecían un poco más calmadas, y habíamos conseguido comunicarnos con otros supervivientes que estaban cerca, decían que tenían un buen refugio donde escondernos hasta que pasara todo, así que decidimos ir con ellos. Fue un grave error, como puedes ver... Había infectados merodeando por los alrededores y nos atacaron cuando intentábamos huir. Uno de ellos la agarró y le mordió en el brazo, provocando una grave herida que acabó infectada. Finalmente, conseguimos escapar, llegamos aquí al cabo de unas horas y pedimos que, por favor, nos dejasen refugiarnos, a cambio de colaboración en la construcción y vigilancia de las barricadas. Pero cuando Ness comenzó a tener fiebre, la encerraron aquí, lejos de todos los demás. Me costó horrores convencerlos de que no la mataran. La dejaron aquí, en cuarentena...

Al terminar de hablar, Lukas baja la vista. Observo con detenimiento a la chica, que tiene lágrimas en los ojos. Estoy segura de que no me ha contado toda la verdad.

5 comentarios:

  1. Esto está más que interesante... ¿Qué puede haber pasado realmente?
    Por favor, sacad la próxima entrega pronto!!!

    ResponderEliminar
  2. No te preocupes Puli, la próxima no tardará. Aunque para saber qué ha pasado realmente con la nueva infectada, habrá que esperar un poquillo más :P

    ResponderEliminar
  3. Lo que este relato hace que me pregunte es cuál es verdaderamente la anomalía en la reacción: la de Isaac, por ser demasiado pronto, o la de Ness, por tardar demasiado... ¡Interesante!

    ResponderEliminar
  4. Que alguien llame a los científicos que vacunaron a Isaac, ¿A ver qué opinan ellos?

    ResponderEliminar
  5. Muy buen giro de acontecimientos; la trama se hace más compleja e interesante cada vez.

    ResponderEliminar