lunes, 17 de junio de 2013

Yuri

Después de varias horas, me doy cuenta de que el ruso se mueve. Lo hemos tenido en observación en la enfermería, primero Isabelle, luego yo. La verdad es que ni siquiera podemos monitorizarlo, todo lo que tenemos aquí no nos permite más que prestar algunos primeros auxilios. Lo único que hemos hecho ha sido cerrarle la brecha de la cabeza, que por suerte era bastante superficial, y asegurarnos de que no tuviera otras heridas graves. Cuando todos los demás se han marchado, he aprovechado para limpiarle el pequeño corte que su compañero le ha hecho en la mejilla hace un momento. Le van a quedar algunas magulladuras después de esa muestra de amistad. Estará dolorido cuando despierte, si es que finalmente lo hace.

Hace un momento, sin embargo, me ha dado la sensación de que se estaba despertando. Ha respirado hondo y se ha movido, solo un poco, luego se ha quedado quieto unos segundos. Lo observo con detenimiento hasta constatar que sí, ha vuelto a moverse. Me acerco rápidamente.
- Yuri, ¿estás despierto?
Abre un poco los ojos y pasea la mirada por la habitación, sin rumbo, pero vuelve a cerrarlos. Le toco un poco el hombro, intentando que reaccione. Le cuesta un poco, pero parece que despierta.
- ¿Yuri?

Me dirige una mirada de extrañeza, pero enseguida su expresión se convierte en una mueca de dolor y se inclina hacia un lado. Una arcada lo sacude y se pone a vomitar... justo encima de mis pies. Está temblando, tengo que sujetarlo para que no se me caiga encima también. Ya nos hemos puesto perdidos los dos, así que dejo que se apoye en mí y termine de devolver lo que le queda en el estómago, todo líquido. Parece que sus compañeros decían la verdad y que realmente había bebido mucho, pero aún así, se ha dado un golpe muy fuerte en la cabeza y me preocupa que pueda tener daño cerebral. Lo ayudo a que se tumbe de nuevo, de lado.
- Quédate aquí un momento -le digo-. ¿Me entiendes?
Tose y luego asiente con la cabeza. Busco en el cajón la linterna de Isabelle para comprobar la respuesta de las pupilas.
- Quédate quieto.
Parece normal, eso me alivia un poco.
- Has tenido un accidente de tráfico, ahora estás en la enfermería del instituto de Cornwell. Es un lugar seguro, sin zombis. Nos estamos ocupando de tus heridas -hablo despacio, intentando no alarmarlo-. Me llamo Alex, soy médico. Tú te llamas Yuri, ¿verdad?


- ¿Qué es todo este estropicio?
Isabelle entra en la enfermería como un huracán, dando voces a tal volumen que el ruso salta del susto.
- Lo... lo siento -consigue articular, con voz ronca.
- No pasa nada, ahora lo limpiamos -le digo, pero Isabelle me interrumpe.
- Por lo menos habla nuestro idioma. Alex, ve a por una fregona y un cubo.
Salgo corriendo, en dirección al cuarto de limpieza. No sé por qué, pero soy incapaz de desobedecer una orden de Isabelle. Esa mujer es la autoridad en sí misma, a veces me da la sensación de estar en el colegio, de ser sólo una niña ante ella. Aunque en cierto modo, así no tengo que emplear energías en tomar mis propias decisiones. Esto es mucho más cómodo.

Cuando vuelvo, con un cubo y una esponja, porque no he conseguido encontrar la fregona, Yuri está sentado en la camilla, en calzoncillos. Isabelle está examinándolo, moviendo algunos grupos musculares y preguntándole si le duele. Me doy prisa en limpiar el vómito del suelo, que al fin y al cabo era un charco de alcohol.
- Voy a dejar esto en su sitio y a por ropa limpia. Luego me ocupo de él -le digo a Isabelle.
- Bien, bien, te esperamos aquí. Cuando termines, dale una ducha, le vendrá bien.
Sin querer, siento que me ruborizo.
- ¿Que le dé una ducha?


Devuelvo los trastos después de dejar la enfermería ordenada. No tengo otra ropa aparte de la que llevo puesto, así que voy a buscar a Lydia para ver si puede prestarme algo, ya que ella es la que se encarga de estas cosas. La encuentro en el que era su antiguo despacho cuando trabajaba aquí, en el instituto, y está acompañada, para mi sorpresa. Mishel está sentada a su lado, delante de un montón de ropa, sin hacer nada.
- Estamos clasificando la ropa para ver qué cosas hay que arreglar -explica Lydia-. Mishel me está ayudando.
- Ya veo -respondo, aunque en realidad Mishel no está haciendo nada. Solo mira la ropa como si fuera un extraterrestre, ni siquiera ha levantado la cabeza cuando he entrado en la habitación.
- ¿Has venido a ayudarnos también? -pregunta Lydia.
- En realidad, no. He venido a ver si podéis prestarme algo para ponerme...
Lydia entonces mira mi ropa con cara de asco.
- ¿Qué has hecho? Estás llena de...
- Vómito. Alcohol en su mayor parte. Nuestro nuevo paciente ha tenido un pequeño accidente en la enfermería.
- Habrá que lavar eso... -no parece muy entusiasmada, pero se pone a revisar uno de los montones de ropa-. Ahora veré qué hay por aquí para ti.
- Gracias. Oye, ¿podrías buscar algo para el nuevo también? Algo para un hombre grande.

Se da la vuelta con unas cuantas piezas de ropa en los brazos. 
- Espero que os sirva. ¿Quieres cambiarte aquí?
- Sí, buena idea.
Aprovecho el escaso minuto y medio que tardo en quitarme la ropa sucia y ponerme la limpia para preguntarle a Mishel cómo está. No me responde, sólo levanta un poco la mirada y encoge los hombros. Me siento mal por marcharme sin intentar hacer nada más, pero no sé cómo ayudarla. Al menos Lydia está con ella y la mantiene ocupada.
- Gracias otra vez, chicas -les digo, antes de salir casi corriendo.


Isabelle me espera en la puerta de la enfermería. 
- He terminado con la exploración -me dice-. Estará bien en cuanto se le cure la brecha de la cabeza -hace una pausa-. Y en cuanto se le pase la resaca, claro.
Echo un vistazo al interior de la sala. Yuri sigue sentado en la camilla, todavía en calzoncillos, aunque ahora Isabelle le ha echado una sábana por encima. 
- Le he traído ropa.
- Bien. Pero antes, necesita una ducha. Puede caminar hasta los vestuarios, así que acompáñalo y estate pendiente, por si necesita ayuda.
Desde su sitio en la camilla, Yuri levanta la vista y me mira. "Hecho polvo" es la mejor descripción que se me ocurre para él. Aunque se haya dedicado a la conducción temeraria en mitad del alzamiento de los muertos, no soy capaz de negarle la ayuda a alguien que la necesita, así que asumo mis deberes como parte del equipo médico de Cornwell y le tiendo la mano. Él se apoya en mí para bajar de la camilla y ponerse de pie, y entonces me doy cuenta de que me saca una cabeza entera. También es verdad que yo no soy muy grande, pero aún así, es realmente alto. Espero que le sirva la ropa que Lydia me ha dado para él.
- Ven conmigo.

Me sigue caminando despacio y con la cabeza gacha, en completo silencio, hasta que llegamos a la escalera que baja a los vestuarios. 
- ¿Qué pasa?
- La ducha... ¿es sólo una ducha? ¿Para limpiar?
- Pues claro, ¿qué otra cosa...? -hago una pausa-. No pensarás que queremos hacerte daño, ¿no? Acabamos de coserte la brecha que tú mismo te hiciste. Incluso te defendimos de tu compañero cuando te empezó a pegar.
- ¿Pegar?
- Cuando estabas inconsciente. Tu amigo te dio unos cuantos puñetazos en el pecho.
- Fiodor... y Eva. ¿Ellos están bien? ¿Dónde están?
- Sí, están bien -le digo-. Están hablando con Marcus. Él es... el jefe aquí. Probablemente os deje quedaros el tiempo que necesitéis. Estaréis bien aquí, tenemos comida, una granja a unos kilómetros... y de vez en cuando podemos disfrutar de cinco minutos de agua caliente. Te estoy ofreciendo los tuyos ahora mismo. Y ropa limpia. Cuando estés presentable y recuperado te llevaré con Marcus, y podrás hacerle todas las preguntas que quieras.

Parece desconfiar por un momento, pero después de unos segundos dudando, decide seguirme hasta el sótano. Lo llevo hasta los vestuarios y le enseño el camino a la ducha. Yo me quedo en la puerta.
- Estaré aquí por si necesitas algo.
Mira alrededor, hasta asegurarse de que no hay nadie más con nosotros. Luego, asiente con la cabeza y entra. Abro la manilla del agua caliente y en pocos segundos escucho el chorro de la ducha. Me siento en el suelo, con la espalda apoyada sobre la pared de azulejo. La humedad y el calor llegan hasta aquí, y me entra sueño, así que aprovecho el momento de tranquilidad para cerrar los ojos durante un minuto. Pero en este mundo, la calma dura poco.

No habrán pasado ni treinta segundos cuando Yuri empieza a toser, con fuerza. Me pongo en tensión de repente, como siempre me pasa cuando oigo un sonido repentino, y espero en silencio y completamente quieta. La tos no se detiene y, alarmada, me pongo en pie de un salto y entro en la ducha corriendo, justo a tiempo para ver cómo le fallan las piernas a Yuri. Instintivamente intento cogerlo antes de que se desplome, pero pesa demasiado para mí, y los dos nos vamos al suelo. Él no deja de toser ni de estremecerse, aunque no tiene nada en el estómago ya. Se abraza a mí, temblando, ambos todavía bajo el chorro de la ducha, hasta que el agua caliente deja de salir.