sábado, 29 de mayo de 2010

Sacrificios

El Orador espera en su pequeño despacho, vigilado por un par de hombres. De camino, la gente se aparta y nos mira con recelo. Sam me ha contado que durante todos estos días el Orador ha estado dando pequeños discursos como el que escuchamos al llegar aquí, una historia un poco enrevesada sobre que los muertos son el ejército de los cielos y sólo este lugar es seguro ahora. Me da miedo el fanatismo que transmite, porque muy probablemente no sólo los guardianes estén convencidos de ello, sino muchos de los supervivientes refugiados aquí.

El hombre que me ha acompañado al despacho me hace pasar con un gesto de la cabeza. En el interior, el Orador me recibe con una amplia sonrisa. El cabello pulcramente peinado y la barba recortada contrastan con el aspecto de los demás supervivientes, con el pelo enmarañado y sin afeitar. Imagino que mi apariencia debe ser aún peor.
- Bienvenida, bienvenida -dice. Una vez estoy dentro, su expresión cambia y se pone serio. Me mira con gravedad y yo me encojo.
- Parece que te has recuperado de tu enfermedad ¿Te encuentras mejor?
- Sí, ya estoy mejor.
- Lamento que tuvieras que pasar por la cuarentena, pero ya sabes, son las reglas.
"Las reglas", pienso. Prefiero no darle mi opinión sobre las reglas.
- Verás, aquí hay muchos refugiados que sólo quieren un lugar seguro en el que vivir. Para mantener a flote este lugar, es muy importante el estado de ánimo de la gente. Y la gente, como imaginarás, tiene miedo. Las noticias vuelan, y todo el mundo sabe que tú y Lukas estuvisteis implicados en un incidente con una infectada. Al saber que estabais fuera de la cuarentena, una oleada de miedo ha invadido este lugar. Necesito que perciban la amenaza en el exterior, y no aquí, de lo contrario el Purgatorio dejaría de ser un punto seguro. Entiendes lo que quiero decir, ¿verdad?

Y tanto, pienso. Me he convertido en un estorbo y en una amenaza para la seguridad de este lugar. Qué sorpresa.
- ¿Me pides que me marche?
El Orador asiente con la cabeza.
- No es necesario que lo hagas ahora mismo pero, en el plazo de unos días, te agradecería que lo hicieras.
- Sabes que no estoy infectada -replico-. Sabes qué me espera ahí fuera. 
Se queda en silencio, meditando unos instantes. No me ilusiona la idea de permanecer aquí mucho tiempo, en especial después de cómo me han tratado durante la cuarentena. Como si fuera un animal, cuando estaba claro que no estaba infectada. Sin embargo, si me marcho de aquí yo sola, no me dirijo a otra cosa que a una muerte segura, y tampoco estoy dispuesta a dejar que Sam arriesgue su vida por algo que únicamente me concierne a mí.
- Sin duda el exterior es un lugar desagradable -dice con gravedad-, pero no estoy dispuesto a poner en peligro todo lo que he levantado aquí por una sola persona. Lamento decirte que no eres imprescindible para nadie.
Trago saliva. Eso me ha dolido.
- ¿Eres tú imprescindible? -espeto.
- El Purgatorio es imprescindible. Toda esta gente necesita algo en lo que creer, algo que los haga sentir seguros en este mundo caótico.
Me gustaría lanzarme sobre él y partirle la cara, pero eso solo resultaría en más problemas. Este cabrón está engañando a todo el mundo, creando una secta a su alrededor con el único objetivo de protegerle. 
- El Purgatorio solamente es imprescindible para ti -digo, e inmediatamente me arrepiento. Por la expresión de su cara acabo de firmar mi propio destierro, o algo peor.
- Sé que solo me atacas porque tienes miedo. Y es normal que lo tengas, probablemente mueras ahí fuera. De verdad lo siento, pero son tiempos complicados. Todos debemos hacer sacrificios.

Me impaciento. Jodido mentiroso. ¿En serio quiere hablar sobre sacrificios? ¿Él, sentado en su cómodo despacho mientras docenas de personas velan por su seguridad?
- Es que no entiendo por qué cojones quieres que me marche ahora, si sabes perfectamente que no supongo una amenaza para nadie. ¿Por qué no me echaste al principio, y te ahorraste todo lo que vino después?
Hace una pausa antes de responder.
- Porque Lukas me lo pidió.
La respuesta me descoloca, no me lo esperaba.
- ¿Lukas?
El Orador asiente.
- Me rogó que te permitiera estar aquí mientras Ness estuviera viva, tenía la vana esperanza de que le ofrecieras una cura. De lo contrario, no hubiéramos montado todo el numerito de la cuarentena. Sólo existía porque debíamos tener a Ness aislada de los demás cuando ocurriera lo inevitable.
- Pero Lukas me dijo que habíais tenido más personas allí...
Suelta una risa amarga, parecida a un ataque de tos.
- Lukas te mintió. 
- No lo entiendo... él ha estado aislado también.
- Por supuesto, no esperarías que anduviera a sus anchas por aquí después del incidente, cuando tú estabas encerrada y vigilada veinticuatro horas al día. Hubiera sido muy imprudente por mi parte cometer tal incoherencia.
Miro al Orador con expresión de desconcierto. 
- Verás, Alexandra, yo no había previsto nada de esto. Pero cuando surgieron las sospechas sobre tu infección, me vi obligado a tomar medidas. Ya te he dicho que no pienso arriesgar el refugio que he construido, y mucho menos voy a permitir que los superivivientes perciban que aquí no están a salvo. Las órdenes que tienen mis hombres son muy claras, cuando hay sospechas de infección, se llevan al sospechoso a la casa y le pegan un tiro en la cabeza, así de simple. Te permitimos vivir porque Lukas se empeñó en ello. Ahora, sin embargo, la necesidad ha desaparecido y el miedo entre mi gente permanece. No quiero tener que matarte, Alex.
- Prefieres dejar que lo hagan los zombies.
- Es un modo de verlo. Ahora, si eres tan amable de marcharte, no hace falta que vengas a despedirte cuando te vayas de aquí.

Me pongo de pie y me doy cuenta de que me tiemblan las piernas. Las palabras del Orador me han afectado más de lo que creía y todavía estoy asimilando la información. Me dirijo a la puerta sin saber qué pensar.
- ¿Por qué me has contado todo eso?
Ladea la cabeza.
- Al menos ahora sabrás por qué mueres.
- ¿No te preocupa que se lo cuente a los demás?
Suelta otra vez esa risa áspera.
- Nadie va a creerte. A ojos de los demás eres una chiflada.
Me quedo quieta en el umbral de la puerta, derrotada.
- ¿Y qué pasa con Lukas? -pregunto, antes de salir.
- Él no sabe nada de esto, y es mejor que siga siendo así. No le guardes rencor. Sabes que actuaba cegado por el dolor. Quería hacer todo lo posible por Ness.
- Entonces, ¿a él no vas a echarlo?
El Orador niega con la cabeza.
- ¿Por qué?
- Porque, por mucho que me pese y por mucho que él me odie -responde-, Lukas es mi hijo.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Siete días

Siete días. Un semana interminable aquí dentro, sin apenas comer, sin hablar con nadie, sin ver más luz que la que se cuela entre los tablones que tapian la ventana. Los guardianes del Orador han tardado todo este tiempo en convencerse de que no me voy a convertir en una de esas cosas que se arrastran al otro lado de los muros de chatarra. Estaba abandonando ya las esperanzas de que me sacasen de aquí...


Sin embargo, lo peor no ha sido el encierro. Lo peor ha sido el no tener nada en que ocupar la mente. Al principio, intentaba controlar mis pensamientos a toda costa. Las imágenes venían en tropel y no había forma de contenerlas: veía el hospital abarrotado, la sangre, los gritos y el miedo alrededor, veía la zanja llena de cadáveres, Mel tendido en un charco de sangre, Isaac muriéndose en mis brazos... Veía todo el horror que ha quedado grabado en mi cerebro desde que todo empezó. Y luego me iba atrás, más lejos, y veía las guardias en Urgencias y las peleas por teléfono, y a mi padre preocupado por vivir tan lejos, y aquella vida me parecía tan distante y esta tan surrealista que esperaba despertarme en cualquier momento de un tremendo delirio. 


La puerta se abre y yo me aparto a un lado, expectante. Es uno de los hombres del Orador. Se queda junto a la puerta y hace un gesto para que lo siga.
- Vamos, ya no hace falta que estés aquí por más tiempo.
Me pongo de pie y salgo de la habitación con paso vacilante. Aunque me he recuperado de la fiebre que me tuvo fuera de juego durante algunos días, estar aquí dentro no me ha sentado precisamente bien. La luz me ciega y las piernas me fallan un instante, pero me repongo enseguida. Quiero salir cuanto antes.


Salgo al exterior detrás de él. Me cubro los ojos con el dorso de la mano, deslumbrada por un momento ante la claridad del día. Doy unos pasos, un tanto torpes después de unos días sin apenas levantarme. Entonces, algo impacta brutalmente contra mí. Escucho una voz que grita, tardo un momento en entender lo que dice.
- ¡¡Alex!!
Algo me agarra, no me puedo mover. Me revuelvo un poco y por fin consigo liberarme del potente abrazo. Me encuentro con unos ojos azules ligeramente humedecidos. Nos miramos un instante y no puedo contener las lágrimas.
- Sam... No sabes como te he echado de menos...
Me fallan las fuerzas, se me doblan las rodillas. Sam me sujeta justo a tiempo y me abraza de nuevo.
- Yo también pequeña -dice, sonriendo. 


Dirijo una última mirada a la casa donde he pasado la última semana y mis ojos se cruzan con los de Lukas, que está justo en la puerta. Lleva grabada en el rostro una expresión de derrota, una vez el dolor de los primeros momentos se ha disipado. Quiero decirle algo, pero aparta la vista y se pone a hablar con uno de los hombres armados que vigilan el refugio. Sam, pasándome un brazo por el hombro, me conduce suavemente de camino a la iglesia. Me cuenta que durante estos días él y Mishel han estado colaborando en el mantenimiento del refugio, a la espera de que me liberasen. 
- Intenté ir a verte muchas veces -explica-. Pero no me permitían entrar, siempre me echaban de allí de malas maneras. ¿Te trataron bien?
Me encojo de hombros.
- No ha sido como estar en un hotel -digo yo-. Simplemente, me tenían allí encerrada, sin ningún contacto con el exterior.


Cuando llegamos a la iglesia, me encuentro de frente con Mishel. Resulta obvio que le incomoda mi presencia, lo cual no me extraña lo más mínimo. Pudo evitar que pasara por la cuarentena, pero en lugar de ello se quedó callada. Maldita traidora, ni siquiera le digo hola. Mejor pasar de largo que ponerme a discutir con ella delante de todo el mundo, ahora no tengo fuerzas suficientes para odiarla. Sam se da cuenta de la tensión que hay entre nosotras y me aparta de ella, llevándome al rincón donde tienen guardadas sus cosas. A un lado, veo mi mochila y mi chaqueta, cuidadosamente doblada. Sam se da la vuelta un momento, reprimiendo una sonrisa, y rebusca en su mochila. Saca algo y lo esconde en la espalda. Ahora sonríe abiertamente y me contagia la expresión.
- ¿Qué tienes ahí? -pregunto.
- Es un regalo para ti.
- ¿Un regalo?
Entonces, me enseña lo que estaba ocultando. Es un cinturón para llevar herramientas. En la otra mano sujeta mi martillo, parece que ha hecho un esfuerzo por limpiarlo. No puedo evitarlo, y me echo a reír. 
- ¿Te gusta?
- Me encanta. ¿De dónde lo has sacado?
Duda un momento antes de responder.
- Se lo robé a un muerto -dice, casi parece que se siente culpable. Me vuelvo a reír.
- Espero que no opusiera mucha resistencia.
Cojo el cinturón y me lo pruebo. Cuelgo el martillo en uno de los compartimentos.
- Te queda bien.
Me vuelvo a reír. No sé qué hubiera sido de mí sin este hombre, sin duda ha sido él quien ha evitado que me viniera abajo aún en los peores momentos. Y sin embargo, sé que en el fondo también está sufriendo, igual que todos, puede que incluso más. Estoy segura de que es perfectamente consciente de lo que significa este horror que nos ha tocado vivir.


Uno de los hombres del Orador se acerca a nosotros. Lo reconozco, es el mismo que me ha sacado del encierro. Su expresión deja entrever que no trae buenas noticias.
- El Orador quiere verte -dice, dirigiéndose a mí. Esto no puede acabar en nada bueno.