No me gusta montar guardia. Nunca pasa nada interesante, y eso significa que tengo tiempo para pensar. Pensar es malo, y más cuando se está solo. La cabeza se va a todas las cosas terribles que han pasado o pueden pasar, o a todas las personas que no voy a volver a ver, o a preguntarse si mi familia sigue con vida, o si Isaac está bien. Y pensar en esas cosas con un rifle en la mano no es malo, es peor.
Me levanto de la silla y doy una vuelta por la azotea del instituto. La he recorrido ya un par de veces, pero tengo que pasar aquí cuatro horas, así que estiro las piernas una vez más. Me asomo por la barandilla y escruto las calles de los alrededores, pero todo está desierto, ni siquiera hay zombis cerca. De vez en cuando se acercan pequeños grupos, entonces el vigía avisa a los demás y un grupo armado sale a eliminarlos. Luego simplemente queman los cuerpos. Hace días que no viene ninguno, y prefiero que no lo hagan en mi turno de guardia, pero eso no quita que me aburra profundamente. En la enfermería, al menos, siempre puedo encontrar algo que hacer, aunque sea llevarle la contraria a Isabelle para enfadarla un poco, que creo que le sienta bien de vez en cuando.
Lydia sube al cabo de media hora para hacerme compañía y traerme algo de comer. Empieza a caer la tarde y el aire es fresco. Los días se empiezan a acortar, lo llevo notando algún tiempo. Sólo espero que el invierno no sea muy frío.
- ¿Quieres una manzana, Alex? -me dice Lydia-. Son de la granja.
- Claro -respondo, y casi no la cojo cuando me la lanza de cualquier manera. Es mucho más pequeña que las que vendían en las tiendas, pero está dulce. Me dura apenas un par de bocados.
Lydia se me acerca entonces y sé que quiere hablarme de algo. Déjame adivinar.
- Oye, Alex, tu amiga...
Lo sabía.
- No mejora, ¿verdad?
Lydia niega con la cabeza. Parece realmente preocupada por Mishel. Yo también lo estoy, lleva semanas en esa especie de estado de shock, apenas come y mucho menos duerme. Grita en sueños y se despierta llorando, aunque Isabelle me ha dicho que yo también lo hago. Normalmente, no me acuerdo de lo que sueño. Lo prefiero, la verdad.
- ¿Hay algo que crees que pueda hacer? -le pregunto. Ella se encoje de hombros.
- Yo trabajaba con adolescentes en un instituto, no me había enfrentado nunca a algo así...
- En la enfermería tenemos algunas cajas de benzodiacepinas. Podrían calmarla un poco y así sería más fácil trabajar con ella.
- A lo mejor...
Un estruendo nos obliga a dejar la conversación a medias. Miramos alrededor, sin entender qué ha pasado. Ha sido cerca, de eso estoy segura. Recorro la azotea una vez más, buscando en los alrededores el origen del ruido. Lo encuentro cuando llego a la parte trasera del instituto, justo sobre el gimnasio.
- ¡Lydia, corre, ven aquí!
Un vehículo se ha estrellado contra una farola. Pero no cualquier vehículo, no.
- ¿Eso es...?
- Una limusina.
Una puta limusina. Como si este mundo no fuera suficientemente absurdo.
Los habitantes del refugio han escuchado también el ruido de la colisión, y salen al patio preguntando qué ha pasado. Lydia baja a toda prisa para informar a Marcus, pero yo me quedo en mi puesto, no puedo abandonar la guardia. Además, desde aquí tengo un asiento de primera fila para ver qué pasa con el accidente.
Por el momento, ninguno de los nuestros sale a la calle. Marcus sube a la azotea enseguida, y se coloca a mi lado para ver qué ha ocurrido.
- Ten preparado el rifle -me dice, y lo miro dudando un poco-. Sólo por si acaso.
Obedezco la orden y cojo el arma con las dos manos, preparada para disparar, aunque de momento no hay objetivo al que apuntar siquiera. Esperamos durante unos minutos sin que pase nada, hasta que al fin vemos cómo se abre una de las puertas traseras de la limusina. Un hombre sale trastabillando y tosiendo, da unos pasos, y se deja caer sobre las rodillas, apoyando las manos en el suelo. Lleva un traje negro que incluso desde aquí se adivina sucio y desgastado, y tiene la cara roja y congestionada. Se lleva una mano a la cabeza, escasa de pelo, y niega lentamente. No parece darse cuenta de que lo estamos observando.
Se incorpora y vuelve la vista hacia la limusina. Otra persona está saliendo, el hombre se levanta para ayudarla. Es una mujer con una larga cabellera rubia y un vestido negro que deja poco a la imaginación. El hombre prácticamente tiene que sostenerla para que se mantenga en pie una vez ha salido a la calle. Se ponen a hablar en voz baja y ella rompe a llorar. Su compañero la deja un instante para correr al asiento del conductor y abrir la puerta. Le grita unas palabras a la mujer, no entiendo lo que dice, pero ella se acerca con paso inseguro y se asoma al interior. Está llorando en silencio. Ahí debería estar el conductor y por la expresión de ambos no debe de haber salido bien parado de la colisión. No tardaremos en saberlo, parece que el hombre trata de sacarlo del coche.
- Marcus, un herido.
- O un muerto. Esperemos un poco más.
Vemos al hombre forcejear un rato hasta que por fin logra sacar al conductor. Me siento mal por estar aquí simplemente observando, sin ayudar en nada, pero no puedo desobedecer a Marcus. Esperamos a que lo saque del todo. El conductor está inconsciente o muerto, y parece que no reacciona. Tumbado en el suelo, sus compañeros intentan despertarlo a base de sopapos, pero no hay suerte. Tiene la cara llena de sangre, tendrá alguna herida en la cabeza. No se dan por vencidos en su intento de reanimarlo, así que no creo que esté muerto.
- Marcus...
- No seas impaciente, muchacha.
Pero entonces, la mujer levanta la cabeza y nos ve. Le dice algo al hombre, y él se vuelve también hacia nosotros. Luego, haciendo grandes aspavientos con los brazos, se pone a gritar.
- ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor!
Marcus resopla. Le hace gestos para que baje la voz y lanza una mirada alrededor, comprobando que no se acercan zombis.
- ¿Cuántos sois? -le pregunta.
- Sólo nosotros -dice el hombre, poniéndose de pie y acercándose al edificio-. Nosotros tres.
- ¿Formáis parte de algún grupo?
- No, no, ningún grupo, sólo nosotros -habla con acento extranjero y parece que tiene que buscar las palabras.
- ¿Tenéis armas?
Niega con la cabeza.
- No tenemos nada, tenemos el coche, pero ya no -parece desolado-. Ahora ya nada.
En un segundo le cambia la expresión y le asesta un puñetazo en el pecho al otro hombre, que sigue tendido en el suelo, al tiempo que grita algo incomprensible que suena como un insulto.
- Ayuda, por favor -suplica. La mujer repite las palabras otra vez. Marcus refunfuña.
- Quedaos ahí, saldremos a por vosotros. No os mováis, y no hagáis ruido.
Yo tengo órdenes de quedarme en la azotea, vigilando para dar el aviso si algún peligro se acerca, así que no me queda más remedio que observar la escena desde arriba. Una pequeña comitiva sale por la puerta trasera del instituto, con algunas armas, y les piden que se acerquen lentamente y con las manos en alto. La mujer dice algo en un idioma que no entiendo, el hombre le contesta y ambos se dirigen al grupo. El otro hombre sigue en el suelo, inmóvil. Aun sin quitar el seguro del rifle, apunto hacia él, preparada para disparar en caso de que se levante con hambre.
La comisión de bienvenida somete a los recién llegados al examen de rigor. Al principio parece que no entienden lo que ocurre, pero pronto los convencen a ambos. La mujer tampoco llevaba mucha ropa, en realidad, iba incluso sin zapatos. Parece que están limpios, porque los dejan pasar. Luego, unos cuantos se arremolinan alrededor del que está en el suelo, para examinarlo a fondo también. Les lleva un rato, no sólo porque no es fácil desnudar a una persona inconsciente, sino porque tienen que mantenerse alerta en todo momento ante la posibilidad de que despierte convertido en zombi. Sin embargo, de momento no se apartan de él por lo que probablemente siga con vida. Una vez se dan por satisfechos, se lo llevan al interior del recinto. Un par de compañeros se quedan fuera y echan un vistazo al interior de la limusina destrozada. Sacan unas cuantas botellas del vehículo y vuelven rápidamente al instituto. No pasa mucho tiempo hasta que uno de los chicos de Marcus sube a la azotea y me informa de que viene a relevarme, aunque no han pasado aun las cuatro horas de guardia.
- Isabelle te reclama en la enfermería.
Le doy el rifle y me marcho a toda prisa, no conviene hacerla esperar.
¡Qué corto! ¡Y qué gente más rara! Estoy deseando saber de qué palo van!!
ResponderEliminar¿En serio? Es surrealista... Me encanta que vuelvas, lo esperaba ya ansioso, quizás por eso se me ha hecho tan breve.
ResponderEliminarTe habias tardado en escribir, pero muy buen regreso, saludos
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