domingo, 27 de diciembre de 2009

Cuatro ruedas

Hay seis o siete zombies en la calle, los esquivamos con facilidad. Parece que siguen concentrados alrededor de la comisaría, así que a medida que nos vamos alejando, avanzar se hace bastante más fácil. Al principio no me convenció la idea de coger un vehículo... podría convertirse en una trampa mortal si nos rodean... pero mientras nos mantengamos suficientemente alejados, la cosa puede funcionar.
Hemos cogido uno de los vehículos que había en el garaje, bajo las oficinas. Es un todoterreno, el único que tenía las llaves en el contacto. Sam va conduciendo, Mishel está en el asiento del copiloto. Yo voy detrás, Isaac está tumbado en el asiento con las piernas encima de mis rodillas. Antes, cuando casi se desmaya, me he asustado de verdad. Creo que fue una bajada de tensión. Me preocupa qué vaya a pasarle ahora... aquello que le pusieron evitó que se convirtiera pero no sabemos qué otros efectos puede tener.

Sam detiene el coche y Mishel se da la vuelta.
- Hay una tienda ahí delante -dice-. Deberíamos coger algo de comida, y sobre todo agua.
- Iremos tú y yo -le digo a Mishel-. Una mochila cada una, entramos, las llenamos, y nos largamos tan rápido como sea posible. Sam, mantén el motor en marcha para poder salir pitando.
Sam sonríe y hace un saludo militar.
- ¡A la orden!
Suspiro y bajo de un salto. Mishel me imita. Empezamos a correr.

Me incorporo cuando estoy seguro de que el coche se ha parado. El sol entra por la ventanilla y me da de lleno en la cara. Miro mi reloj, pero está roto. Debió de romperse por la caída de esta madrugada. Estamos en una calle que no había visto nunca. En el asiento de delante veo a Sam. ¿Dónde están las chicas?
- Parece que ya estás mejor -dice mi compañero, desde el asiento del conductor. Aunque sigue doliéndome todo el cuerpo, asiento con la cabeza y le pregunto por Alex y Mishel.
- Dentro de la tienda -explica-. A por algo de provisiones. Luego buscaremos un buen refugio.
- ¿Ahí dentro? ¿Solas? -exclamo, comenzando a asustarme. Sam levanta las manos en un gesto tranquilizador. Me enseña un walkie-talkie.
- Tienen una pistola y un martillo, y un walkie por si necesitan una intervención de urgencia.
- ¿De dónde ha salido eso? -pregunto, creo que estoy recibiendo demasiada información para mi cerebro recién recuperado-. ¿Y de dónde ha salido este coche?
- Debajo de las oficinas había un garaje, con vehículos de la policía. Cogimos el coche de ahí, y los walkies estaban en la guantera.

Voy a preguntar algo más, pero se oye un crujido procedente del aparato y la voz de la doctora, hablando entrecortadamente.
- ¡Sam, prepárate para arrancar enseguida!
Mi compañero quita el freno de mano y los dos observamos la puerta de la tienda, conteniendo la respiración. A los pocos segundos, las chicas aparecen cargando con las mochilas llenas y corriendo tan rápido como pueden. Suben al todoterreno a toda prisa y Sam arranca enseguida. Mientras doblamos la esquina, un par de muertos aparecen a la vista. Otros están saliendo de la tienda. Por suerte, nosotros vamos sobre cuatro ruedas. Poco a poco, los vamos dejando atrás.

- ¿Habéis conseguido algo? -pregunta Sam. Mishel responde, todavía recuperando la respiración.
- Tenemos para unos cuantos días...
- ¿Qué ha pasado ahí dentro? -dice Isaac. Parece que está un poco mejor.
- Salieron unos cuantos de detrás de una estantería -respondo-. Evitamos dispararles, para ahorrar munición, así que corrimos...
Avanzamos unas calles más, recuperándonos del susto. Por suerte, hemos conseguido bastante agua y provisiones para los próximos días. Ahora tenemos que encontrar un buen refugio para pasarlos a salvo...

- Alex... -dice Isaac, en voz baja. Me acerco para ver qué quiere decir-. Este coche, es un vehículo de la policía, ¿verdad?
- Sí... No irás a detenernos, ¿no?
- No, no, es sólo que me extraña que hubiera vehículos en un garaje cuando todas las unidades de la ciudad fueron movilizadas por la cuarentena. La única razón por la que se me ocurre que estuvieran allí es porque fuera un taller de reparación...
No acabo de entender lo que implican sus palabras hasta que el coche hace un ruido extraño y el motor se apaga. Miramos a la vez por el cristal trasero. Los muertos que acabábamos de dejar atrás empiezan a ganar terreno.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Muertos

Sam tiene razón, no podemos quedarnos aquí. En nuestro precipitado escape de la comisaría, perdimos gran parte de nuestras provisiones... y de todas formas, los tipos de los trajes podrían volver en cualquier momento. No me apetece volver a verlos, aunque reconozco que me gustaría hacerles algunas preguntas... Dentro de un par de horas será pleno día, y podremos salir. Hasta entonces, no queda otra que esperar, y tal vez planear lo que vamos a hacer.
Isaac se ha quedado dormido, los demás estamos sentados en el suelo, en silencio, sin mirarnos.
Sólo se oye la trabajosa respiración de nuestro compañero, teñida de fondo por el lamento de los muertos. Mishel intenta en vano hacer funcionar un teléfono móvil. Está empezando a sollozar de nuevo, pero esta vez no la culpo. De repente, los acontecimientos de esta noche fatídica vuelven a mi cabeza y me golpean con fuerza. Noto como se me estrecha el nudo en la garganta. Tengo que hacer algo para mantener la mente ocupada, así que me dedico a vacíar las dos mochilas que nos quedan y hacer inventario de lo que tenemos: medio litro de agua, una bolsa de nueces, un montón de barritas energéticas...

Mel está muerto.


Angustiada, me intento concentrar todavía más en la tarea. Dieciocho barritas energéticas, tres jeringuillas, un paquete de vendas...

Todo el mundo está muerto, joder.


Hundo la cabeza entre las rodillas, agotada. Por un instante, deseo estar muerta también. Empiezo a llorar en silencio.



Me despierto mareado, sin saber muy bien dónde estoy ni qué me ha pasado. Desafortunadamente, no pasa mucho tiempo hasta que lo recuerdo. Me duele todo el cuerpo, especialmente el tobillo... Abro los ojos con esfuerzo. Alguien me está hablando, mientras me zarandea con suavidad. ¿Quién es? Ah, sí... la doctora... No entiendo lo que dice...
- Isaac... Isaac, ¿crees que vas a poder levantarte? -su voz me llega lejana, amortiguada. Intento enfocar la mirada. No tiene muy buena cara.

- Creo... que necesitaré un poco de ayuda -consigo articular, al fin.

- Sam, ¿puedes ayudarme? -dice, dándose la vuelta. No alcanzo a ver a Sam, sólo siento su brazo agarrarme con fuerza por las axilas, levantándome con una facilidad asombrosa. Todo empieza a darme vueltas... Alex aparece por el otro lado, y me apoyo sobre ella. Sam se adelanta unos pasos mientras nosotros avanzamos lentamente tras él. Mishel está a su lado, cargando con una de las mochilas.


Los seguimos a lo largo de los pasillos hasta llegar a un espacio grande, más oscuro. Empiezo a marearme de nuevo... me fallan las piernas y la visión...

- ¡Sam, ayúdame! -grita la doctora. Apenas la oigo... apenas oigo nada, ni veo... Me dejan sobre un asiento mullido. Hablan entre ellos, pero no entiendo nada. Cierro los ojos y me quedo quieto. Creo que nos movemos.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Despertar

No había nada cuando desperté, tan sólo una oscuridad líquida que lo impregnaba todo. No tengo manera humana de calcular el tiempo que estuve así, lo mismo habría dado un año, que una década o que un minuto, al ser consciente de algo así, el terror se apoderó de mi, pero todo era inútil. La desesperación, la amargura, la impotencia... nada podía hacer por cambiar mi estado. Y de pronto, el líquido alquitranado y pegajoso empezó a formar un torbellino, que me atrapó en su recorrido, vaciándose rápidamente llevándome hacia la superficie, una superficie que no estaba allí momentos antes, pero que sentía de alguna forma que me aproximaba a ella.

-¡¡Ha abierto los ojos!!! -exclamó Sam dando un respingo con el hacha enarbolada por si acaso.
Ante mi borrosa visión, enseguida aparecieron las chicas, Mishel cubriéndose tras Sam y Alex, mientras ésta última se acercaba con cuidado pistola en mano.



-¿Tenéis un poco de agua? Estoy seco -conseguí exclamar, no sin dificultad.

-¡Por Dios, ha funcionado! ¡Sea lo que sea que le inyectaron ha evitado que se convierta en un muerto! -dijo Mishel asombrada.


Entonces me acordé, y no pude evitar dirigir mi mirada hacia la pierna herida por el mordisco, alcé el rostro hacia el de Alex y sin mediar palabra la expresión de mi cara le preguntó, ¿qué me ha pasado?


Apenas podía creerlo. Había pasado poco tiempo desde que los tipos con trajes de seguridad se marcharon. Después de extraerle a Isaac muestras de sangre y tejido de la herida, dijeron que tal vez no se convertiría. Por lo que pude escuchar de su conversación, no habían probado el compuesto con un paciente en fase tres (sea lo que sea lo que eso signifique). Luego, se marcharon, sin esperar a ver si su predicción se cumplía o no. No dieron explicación de quiénes eran ni de qué pretendían descubrir con todo aquello, aunque obviamente era algo relacionado con lo que estaba causando este maldito apocalipsis.
Mientras Sam se apresuraba a buscar en las mochilas la única botella de agua que pudimos salvar en nuestra apresurada huída, me acerqué a Isaac y le puse la mano en la frente. La fiebre había bajado significativamente y probablemente ahora se reducía a unas décimas. La sangre había dejado de coagularse y parecía fluir sin problemas. En su piel, todavía pálida, las venas iban dejando de marcarse y su aspecto era menos aterrador. No podía creer lo que veían mis ojos... Incluso alrededor de la herida de su tobillo se apreciaba una ligera mejoría. ¿Estaba remitiendo de verdad la infección?
Mishel, a unos pocos pasos de mi posición, me miraba preocupada, leyendo en mi rostro esa misma pregunta.
Ayudamos a Isaac a incorporarse y apoyar la espalda en la pared. Le conté todo lo que había ocurrido mientras él estaba inconsciente. A nuestro lado, Sam y Mishel recordaban aquellos difíciles momentos al ritmo de la historia. Al terminar, nos quedamos mirando a nuestro recién recuperado compañero.

- Y tú, ¿cómo te encuentras?


-Siento palpitaciones en cada centímetro de mi cuerpo, así como el recuerdo de que se me quemaban las venas...*tose ligeramente*...no se si podré levantarme. ¿Estamos a salvo aquí?-No lo creo, podemos esperar un par de horas, pero deberíamos partir en cuanto amanezca, aquí no tenemos con qué hacernos fuertes- dijo Sam con tono de preocupación.

Asentí cerrando los ojos cuidadosamente para aprovechar las pocas horas que quedaban para marcharnos y descansar. Estaba vivo, no termino de comprender aún cómo es posible... todavía tengo en el cuerpo las sensaciones de agonía y fogonazos de dolor, tan sólo espero recuperarme del todo.



Mientras el resto del grupo preparaba algo de comida y recogía las cosas preparandonos para la marcha me dormí como últimamente era costumbre, con la nana de los muertos sonando a lo lejos, en la calle.

sábado, 24 de octubre de 2009

Fase tres

- Debiste cortarle el pie al ver la mordedura. Un torniquete no es suficiente.
- Si hubiera tenido un equipo quirúrgico, lo habría hecho -respondo malhumorada, mientras termino de ajustar una venda alrededor de la pierna, justo por encima de la heri
da-. O qué, ¿le amputo el pie con el hacha de Sam?
- Por ejemplo.
- ¿Tengo que volver a explicarte por qué no es una buena idea?
- Dejadlo ya, chicas -interviene Sam, en tono cansado, probablemente de oirnos discutir. Mantiene la vista fija a través de la ventana y ni siquiera se da la vuelta para hablarnos. Está evitando mirar a Isaac. Mishel también se mantiene alejada, se limita a observar cómo limpio la herida de nuestro compañero y envuelvo su tobillo en un rudimentario vendaje. Mi provisión de medicinas es jodidamente limitada y lo único que he podido hacer es darle ibuprofeno para la fiebre y una buena dosis de aspirinas con la esperanza de enlentecer el ritmo al que se coagula su sangre. El torniquete evitará que vuelva la hemorragia, pero la infección... se ha extendido tan rápido que apenas he tenido tiempo para reaccionar. Durante un rato, perdía y recuperaba la consciencia, pero cada vez me costaba más despertarlo. Al final ha dejado de responder del todo. Está en c
oma, me temo. A este ritmo, no creo que sobreviva a la próxima hora. Y todo apunta a que se reanimará convertido en un maldito antropófago. Mierda, no puedo dejar que pase eso, tengo que hacer algo... Y lo único que se me ocurre, es que mientras lo mantenga con vida no se transformará en una de esas criaturas.

- ¿Por qué no nos vamos antes de que se convierta en zombie? -dice Mishel, volviendo a la carga, aunque ahora percibo más miedo que malicia en su voz. Lo que más me fastidia es que sé que está siendo la más sensata de los tres. Sam me ahorra tener que responder a eso.

- Desde aquí veo una farmacia.

Me pongo en pie de un salto y corro junto a Sam. No debe de faltar mucho para el amanecer, ya que a través de la penumbra puedo distinguir el cartel del establecimiento. Una farmacia, justo al otro lado de la calle. Tan sólo son unos metros... tomo la decisión en una fracción de segundo.

- Aho
ra vuelvo -le digo a Sam, y luego, en voz baja, añado- vigílalos.
Cojo una mochila y una pistola, el martillo ya lo llevo colgado de la cintura. El pobre Sam apenas tiene tiempo de gritarme que no lo haga, que es muy peligroso, antes de verme desaparecer por la escalera que conduce a la planta baja.

Siento el pulso descontrolado y la respiración acelerada mientras bajo la escalera con la pistola en alto. No se ve ningún cadáver por aquí, aunque en algunos lugares encuentro señales de su paso: manchas de sangre en las paredes, muebles destrozados... Intento ignorarlas y sigo corriendo. Algo tiene que haber en esa farmacia que me ayude a
mantener a Isaac con vida un poco más de tiempo...

Al llegar a la planta baja me desoriento un poco. Está muy oscuro y no veo nada; por el momento decido escuchar en busca de señales de movimiento. Todo parece tranquilo, así que rebusco en la mochila hasta encontrar una linterna. Al encenderla, veo que me rodean unos diez vehículos de la policía, entre coches y furgonetas. Me dedico a explorar la estancia con el débil haz de luz, concentrándome en encontrar una salida segura para evitar esa opresión en el pecho que me dice que voy a arrepentirme de esto.

De repente, escucho un golpe a mi izquierda. Al darme la vuelta, descubro un cadáver en el interior de uno de los coches, que grita enloquecido mientras aporrea la ventanilla con todas sus fuerzas. Al salir corriendo me doy cuenta de que había dejado de respira
r y cojo una gran bocanada de aire mientras me abalanzo sobre una puerta metálica. Afortunadamente, está abierta. Parece que el apocalipsis pilló desprevenido a todo el mundo, y ni siquiera hubo tiempo de asegurar las salidas. Sin embargo, en mi precipitada carrera hacia el exterior mientras huía del zombie atrapado en el coche, olvidé que la calle está plagada de ellos.

Al salir del garaje me encuentro a unos veinte metros de la entrada de la comisaría, donde los muertos están más concentrados. Lógico, después de haber entrado hace un rato... aunque a mí me parece que fue hace siglos. Sin entretenerme, echo a correr hacia la farmacia intentando hacer el menor ruido posible, aunque sé que pronto o tarde repararán en mi presencia. La tensión que siento es tan grande que creo que voy a romperme en pedazos...


Esperaba poder romper la puerta de la farmacia con el martillo, pero
no será necesario. La puerta está abierta de par en par y el interior del establecimiento aparece destrozado bajo la luz de mi linterna. Alguien ha pasado por aquí y ha dejado los estantes prácticamente vacíos. El estómago se me encoge y me falta el aire, pero no puedo marcharme sin más. Tal vez encuentre algo útil, tiene que haber un almacén o algo, ¡joder!
Parece que no hay nadie, así que me adentro en la farmacia, con la pistola preparada, eso sí. No confío demasiado en mis habilidades de lucha, pero al menos me defenderé si me ataca alguien... o algo. En la trastienda encuentro un armario que los saqueadores han dejado casi intacto. Meto en la mochila todo lo que pueda ser de utilidad: jeringuillas,
gasas, vendajes y medicaciones de distintos tipos. Estoy arrodillada en el suelo, rebuscando en un cajón, cuando escucho un sonido extraño detrás de mí, como un chasquido. Me doy la vuelta despacio, con la pistola agarrada firmemente y casi sin respirar. Me encuentro cara a cara con el cañón de un arma enorme que apunta directamente a mi cabeza.
- No te muevas -dice el visitante. Su voz suena distorsionada porque habla a través de una máscara de gas. Lleva una especie de traje de seguridad, que le cubre todo el cuerpo y le hace parecer más corpulento de lo que en realidad es aunque, de hecho, es un hombre enorme. Tiene, además, un chaleco repleto de bolsillos, pero no puedo ver qué lleva en ellos. La visión me resulta terrorífica, nunca había estado tan quieta.

Ladea la cabeza. Me pone nerviosa no poder verle la cara.

- ¿Sabes qué hago con los saqueadores como tú? -dice en tono amenazador. Entonces me echo a temblar.
- N-no... ¡no soy ninguna saqueadora! -consigo articular, tartamudeando-. Necesitaba medicinas... mi amigo se está muriendo...

- ¿Muriendo? ¿De qué?

Me quedo callada, no sé si responder a la pregunta. No puedo confiar en alguien que me apunta a la cabeza con un cacharro que parece sacado de una película. Entonces acciona el cargador, y vuelve a preguntar.

- Dime de qué se muere o no sales de aquí.

- Una... una de esas cosas le atacó y...

Me callo al ver que saca un walkie del bolsillo.

- Aquí Johan. Tengo algo.

- Mirad qué he encontrado ahí dentro -dice Johan, triunfante, al salir de la farmacia. Me ha robado la pistola y me ha sacado del local prácticamente a rastras. Fuera están los que supongo que son sus compañeros, cinco o seis tipos vestidos igual que él, empuñando armas como la suya. Aquí hay más luz y puedo ver en sus trajes el acrónimo NBD. Me empuja hasta situarme unos pasos por delante de él, mostrándome a los demás como un trofeo. Contengo la respiración al ver las armas apuntando en mi dirección.
- Johan nos ha traído un regalito... -dice uno, avanzando hacia mí. Cómo me gustaría partirle la cara.
- No es para eso, gilipollas -interrumpe Johan, agresivo-. Creo que nos puede conducir hasta un paciente en fase dos o tres.
- ¿Dónde está? -pregunta otro, visiblemente interesado. No me gusta nada el rumbo que está tomando todo esto. Johan se acerca a mí y me golpea la espalda con el cañón del arma. Me quedo paralizada un instante, me vuelve a golpear con más fuerza y me hace tropezar. Oigo algunas risas amortiguadas.

- Llévanos hasta él.

No me hace ninguna gracia que estos animales encuentren a Isaac, pero no tengo ninguna duda de que sus amenazas van en serio. No sé de dónde pueden haber salido ni quienes son, ya que no responden a mis preguntas. Temblando de miedo, los conduzco hasta los demás, temiendo que mi acción sea una condena a muerte para todos.


Llegamos hasta el despacho donde están mis compañeros. Los tres siguen allí, Mishel y Sam al parecer discutiendo, Isaac en el suelo, inmóvil. Por favor, por favor que no esté muerto...
Los recién llegados no pierden el tiempo. Irrumpen en la estancia con las armas preparadas, dando un susto de muerte a Sam y a Mishel. Nos empujan hasta un rincón sin contemplaciones. Sam intenta resistirse, pero lo único que consigue es un culatazo en la cara. Un par de ellos forcejean con él hasta inmovilizarlo, no dudan en asestarle puñetazos y patadas cada vez que intenta algún movimiento. Otros dos se han encargado de sujetarnos a Mishel y a mí. Les grito todos los insultos que conozco e intento liberarme, pero mi oponente no tiene problema en estamparme contra la pared mientras me retuerce el brazo y yo grito de dolor. Aunque nos amenazan con las pistolas, evitan utilizarlas. Deben de estar ahorrando munición.

Los dos que han quedado libres se han arrodillado alrededor de Isaac. No puedo ver lo que están haciendo con él pero me temo que no es nada bueno. Soy una jodida idiota, no debí conducirles hasta aquí...

- ¿Tienes la vía? -dice uno de los que están con Isaac, reconozco la voz de Johan.

- Sí, ya está. Parece que intentaron parar la coagulación de la sangre. Está muy fluida para estar en fase tres, pero el estado de coma no deja lugar a dudas.

- Bien -dice Johan-. Puedes empezar.

jueves, 15 de octubre de 2009

Treinta y cinco minutos

No estaba sorprendido, recordaba perfectamente el rostro del cadáver que me había mordido. Y casi desde el primer segundo sentí un calor abrasador en la zona donde estaba la herida, pero un frío intenso que recorría mis venas. Miro el reloj, y tan sólo han pasado unos minutos desde que he sido mordido, no podemos estar seguros de nada aunque en mi interior ya sé que algo no va bien. Mis compañeros me miran horrorizados, no saben qué hacer, las dudas fluyen por sus ojos nítidamente.
-No tiene por qué pasar nada, quizá sea una infección o un efecto de mordedura, las transformaciones milagrosas sólo pasan en las películas- añadió Sam restándole tensión al momento.

-¡¡Todo lo que nos pasa tiene que ver con las películas!! -exclamó Mishel nerviosa y desconfiada.

Alex
no dice nada, sólo me quita el sudor en un paño empapado de agua, sin mirarme directamente a la cara. Ninguno sabe con certeza lo que va a pasar, pero yo ya me siento condenado.
Quince minutos, siento como la fiebre sube rápidamente, empiezo a temblar...
La doctora Sky y el resto están en una pequeña discusión, los nervios están a flor de piel, siento como si los escuchara cada vez un poco más lejos, y calculo que no deben de estar a más de 10 metros en la estancia.
Veinte minutos desde la mordedura, Sam me da algo de comer, dice que me dará fuerzas. Debo tener muy mal aspecto tal y como me mira Mishel, es la que menos disimula y puede que en este caso la que me muestre más sinceridad. Gracias a ella ahora sé que doy miedo. Me despierto como si hubiera pasado una eternidad, miro el reloj y veo que sólo han pasado dos minutos, Alex está a mi lado, ha intentado reanimarme pero en ningún momento he sentido cómo me sacudía, ni cómo me gritaba. Treinta minutos; Sam disimula, pero tiene su hacha bien afianzada, y sé que está en tensión por cómo aprieta los puños contra el mango. Me miro los brazos y parecen más delgados, quizá sea mi imaginación, lo que sí asusta son mis venas, me duelen, y se marcan más de lo habitual. Apenas puedo oírles, tan sólo un martilleo en mi cabeza, doloroso y rítmico. Parece el martilleo de un corazón desbocado, luchando por escapar, por sobrevivir. Despierto de nuevo, miro el reloj, treinta y cinco minutos y otra aparente eternidad. Si no fuera por el reloj diría que llevo días así. Me sobresalto cuando Alex señala mi brazo, las venas están negras y mi aspecto general no promete ser mejor. Siento como si transportaran hielo líquido, quemando de frío... y de pronto siento un quemazón en el pecho, muy fuerte. Siento mi cuerpo convulsionar antes de que la oscuridad se apodere de mí.

viernes, 2 de octubre de 2009

Cristales rotos


Por un instante me vi suspendida en el aire, después, mi cuerpo impactó brutalmente contra la cubierta del edificio que había junto a la comisaría. A mi espalda escuché el aullido desgarrador de la criatura al precipitarse al vacío, luego un fuerte estruendo y los gritos de Sam y Mishel mientras corrían hacia el borde del tejado. Me incorporé lentamente, recuperándome del golpe, y gateé hasta situarme a su lado. Abajo, en el suelo, el cadáver que nos había perseguido se arrastraba por el callejón, pero no había rastro de Isaac.
- Tiene que haberse metido por alguna de las ventanas -dijo Sam, respondiendo a la pregunta que todos teníamos en la cabeza.

Entramos en el edificio a través de una trampilla, con suma cautela y las armas preparadas, ya que no sabíamos qué podíamos encontrarnos en el interior. Sam, que encabezaba la marcha, nos indicó que guardáramos silencio mientras comenzábamos a avanzar por un pasillo estrecho y de techo bajo. Mishel iba detrás de él, sin abrir la boca, y yo iba en último lugar, vigilando continuamente mis espaldas. No encontramos rastro de Isaac en aquel nivel, así que descendimos al piso inferior. Tampoco nos cruzamos con ningún muerto, aunque seguíamos oyendo sus gemidos lejanos, en la calle.

Recorrimos el piso inferior conteniendo la respiración. Sam se asomaba a todas las habitaciones, que parecían oficinas, y negaba, con un suspiro, en cuanto comprobaba que estaban vacías. En una de ellas encontramos un par de cadáveres, definitivamente muertos ya que tenían el cráneo destrozado. Al parecer, alguien había pasado por allí antes que nosotros. No supe si tranquilizarme o alarmarme por ello.
Finalmente, tras abrir una de las puertas, Sam soltó una exclamación que apenas entendí, y todos nos precipitamos dentro de la habitación. Era una especie de despacho que parecía haber sido abandonado a toda prisa, con papeles desperdigados sobre la mesa y una silla volcada. Cerca de la ventana había un cuerpo inerte, sobre una alfombra de sangre y cristales rotos. Nos aproximamos a él con cautela, y finalmente respiramos al comprobar que su pecho subía y bajaba, rítmicamente, y que por tanto estaba vivo, al menos de momento. Me arrodillé a su lado mientras Sam se quedaba en la puerta, vigilando, y Mishel observaba preocupada desde una distancia prudencial.
Tenía pulso, un poco acelerado, y respiraba al parecer sin dificultad. La ropa y la piel aparecían manchadas de sangre, aunque no podía decir si era toda suya o no. Estaba inconsciente, y tenía varios cortes y arañazos en las manos y en la cara, que no parecían ser demasiado graves. Empezó a volver en sí mientras revisaba su pierna derecha, ya que tenía el pantalón empapado en sangre, y entonces, al retirar la bota destrozada, vi la herida, más o menos a la altura del tobillo. Ésta sí parecía grave... Isaac me miró con expresión sombría mientras las manos comenzaban a temblarme y casi sin darme cuenta me ponía a negar con la cabeza.

- No... no... no...

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Muerte en la azotea

Tenemos que salir de aquí, rápido, ya. Hay que buscar una forma de escapar... pero no puedo pensar si Mishel no deja de sollozar detrás de mí.
- ¡Cállate, por favor! -le grito, exasperada. Ella me mira, dolida, y se lleva una mano al hombro dislocado. Es una lesión dolorosa, pero, por suerte, una de las primeras cosas que aprendí a solucionar. Le agarro el brazo y, con un movimiento brusco, coloco la articulación en su sitio. Se oye un fuerte crujido seguido de un grito de dolor. Espero que así deje de lloriquear.

Sam nos alerta, se oyen ruidos en los pisos inferiores, estaremos perdidos si no hacemos algo. Mel está muerto. Isaac podría estarlo. Me tiemblan las manos, creo que estoy perdiendo los nervios. Corro hacia uno de los extremos de la azotea. El edificio contiguo a la comisaría es una especie de garaje donde los policías dejan los coches patrulla, aunque en la parte superior se ven ventanas, probablemente haya algún tipo de oficina. Su cubierta es plana, así que si pudiéramos llegar hasta ella, tal vez tuviésemos una oportunidad de salir de esto con vida... Pero estamos demasiado altos para saltar, y no podemos volver al piso de abajo. Alex, ¡eres una científica! ¡piensa algo! Miro a mi alrededor, buscando algo que pueda sernos útil.

- ¡Una escalera! -exclama Sam. En el suelo de la azotea hay una escalera, probablemente utilizada para el mantenimiento de las antenas de radio y telefonía, de las que estamos rodeados. La coge triunfante y se asoma a la barandilla para colocarla, yo dirijo una mirada nerviosa a la puerta de acceso a las escaleras. Desde abajo siguen llegando gemidos, gritos y golpes, desesperadamente intento distinguir la voz de Isaac, pero no lo consigo.

Mierda. Mierda, mierda, mierda. La escalera no llega, ha caído sobre la cubierta del edificio anexo y seguimos sin poder escapar, y los ruidos son cada vez más intensos. Escuchamos unos pasos vacilantes que se acercan. Por favor, por favor, que sea Isaac. Sam se acerca sigilosamente a la puerta, con el hacha en alto. Una figura atraviesa el umbral, y se vuelve hacia él con los brazos estirados y la mirada perdida. Sam, sin vacilar, le parte el cráneo con el hacha, salpicándose de sangre y astillas de hueso. Consciente de que pueden llegar más, saco el arma con la que he estado practicando antes. Sin embargo, de momento, no aparece ninguno más, y lo más urgente es encontrar una forma de escapar de aquí. Mishel está llorando de nuevo, voy a volverme loca.

- ¿Crees que alguna de las antenas nos serviría para pasar al otro edificio? -dice Sam. Me asomo a la barandilla de nuevo, tal vez si encontramos un lugar donde fijar uno de los extremos...

- Si apoyamos un extremo al aparato de aire acondicionado podría actuar como tope... y podríamos deslizarnos hasta abajo -le digo. Es un poco arriesgado, pero a estas alturas, qué más da, moriremos de todas formas.
Sam se acerca a una de las antenas y comienza a darle hachazos en la base. Va sonriendo a medida que el metal cede a sus brutales golpes, y de repente Mishel y yo tenemos que apartarnos para que la antena no nos aplaste. Cae con un fuerte estrépito, lo cual me temo que atraerá a más cadáveres, así que debemos ser rápidos. Colocamos la antena bien apoyada: la base, en la cubierta del otro edificio, apoyada en un aparato de aire acondicionado, el otro lado, sobre la barandilla de la azotea de la comisaría. Está bastante inclinada, pero confío en que podremos bajar por ella. Sam y Mishel bajan primero, deslizándose lentamente por el metal. A ella le sigue doliendo el brazo, así que necesita un poco de ayuda. Una vez llegan abajo, los escucho respirar aliviados, y les lanzo las mochilas que hemos podido rescatar durante nuestra huida. Antes de tener tiempo de darme la vuelta, oigo uno de esos escalofriantes aullidos a mi espalda, no necesito mirar para saber qué es, agarro firmemente la pistola y, dándome la vuelta, disparo. La bala impacta en su pecho, pero el maldito despojo apenas se tambalea. Disparo de nuevo, esta vez acierto en el ojo y el cuerpo cae al suelo, inerte.

Se oyen de nuevo ruidos y pasos en las escaleras, pero no me atrevo a cerrar la puerta. ¿Y si es Isaac a quien impido salir? Me quedo un momento muy quieta, conteniendo la respiración, con el pulso tan acelerado que me pregunto por qué no estoy sufriendo un infarto. Y entonces, aparece. Cubierto de sangre y con el dolor grabado en el rostro, rápidamente cierra la puerta y se dirige a mí, cojeando.

- ¡Hay uno de los rápidos! -grita Isaac, con la voz rota.

Era noche cerrada cuando salí al tejado de la comisaría, sentía el incesante martilleo de mi agitado corazón en las sienes. Ladré una advertencia a la doctora en cuanto la vi cerca de una improvisada pasarela, mientras, empecé a avanzar lo más deprisa que pude, cojeando. Me dolía horrores, pero a mis perseguidores eso no les importaba, seguían ascendiendo por las escaleras implacables, hambrientos. Conseguí alcanzar a Alex justo cuando apareció al exterior, allí estaba, mirándonos con ojos crueles y rostro desencajado, empezó a caminar, cada paso más rápido que el anterior, abalanzándose contra nosotros iniciando una pequeña carrera. Sam nos gritaba desde el otro edificio desesperado y encogido de consternación, Mishel lloraba acurrucada sin querer mirar la escena que acontecía a escasos metros de ellos. Alex empezó a cruzar por la pasarela, ayudándome con mi cojera, el zombie se aproximaba, "demasiado rápido" -pensé, iba a alcanzarnos y probablemente a lanzarnos al vacío. Empujé a Alex con todas mis fuerzas hacia el tejado del edificio colindante, y salté, la predecible criatura, saltó detrás de mí. Había una cuenta pendiente entre él y yo, al parecer él también lo entendió así. No podría decir cuantos metros caí hasta estamparme contra el cristal de una ventana, probablemente unos dos o tres pisos por debajo. No pensé que llegaría con la pierna herida, al saltar, pero oí el grito desgarrador de la endemoniada criatura al caer al vacío justo antes de que la oscuridad se cerniera sobre mí, dejándome nadar en un mar de inconsciencia.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Asedio

En apenas unos segundos estábamos en el piso de abajo, armados y aterrorizados. Los crujidos y golpes procedentes de las ventanas y la puerta se escuchaban ahora con más claridad, acompañados por los escalofriantes gemidos de los muertos que intentaban entrar en el edificio. Mel, medio desnudo, empujaba una mesa hacia la puerta con intención de reforzar la pequeña barricada que habíamos construido antes. Mishel se encontraba en el centro de la estancia, completamente paralizada y con una expresión en el rostro que era el reflejo del pánico, sujetando la camisa de Mel entre sus manos temblorosas. Los golpes eran cada vez más fuertes.
- ¡Tenemos que contener el ataque! -gritó Mel desde la puerta-. ¡Hay demasiados ahí fuera para enfrentarnos a ellos!
Su voz actua como catalizador, y rápidamente nos ponemos en marcha, mientras el militar nos da instrucciones sobre qué hacer. Isaac corre a su lado para ayudarle a reforzar la puerta, los demás, nos dirigimos a las ventanas de la parte frontal, que parece ser la que está siendo atacada. Comienzo a empujar una estantería hacia una de ellas, mientras siento cómo mi pulso se acelera y una oleada de adrenalina recorre mi cuerpo.


Los golpes desde el exterior son brutales, Mel y yo rebotamos con cada embestida desde afuera, y la madera gruñe y se retuerce con los golpes. "Es inútil, su fuerza es muy superior a la humana y parecen incansables, la puerta no aguantará mucho.."- pienso mientras hago fuerza con todo mi cuerpo para sujetar la puerta junto a Mel. Miro a mi alrededor y la situación no es mejor para el resto de mis compañeros, Sam y Alexandra sujetan cada uno una ventana tapiada, mientras la madera cruje cada vez con más fuerza y las astillas saltan a su alrededor. Al otro lado de la estancia está Mishel, abro los ojos como platos al ver lo que está haciendo, ha descolocado varias tablas de las que tapiaban la ventana dejando una abertura para acceder al interior, entonces caigo en la cuenta, su ventana no está siendo atacada, ¿pretende escapar mientras entretenemos a los zombies?
-¡¡AAAAhhhhh!!- Un grito de mujer interrumpe mis pensamientos, uno de los malditos la ha atrapado por el brazo y tira violentamente de ella hacia el exterior, puedo oír entre el caos el crujido de su hombro al descolocarse del sitio, Mel me deja solo ante la puerta, cierro los ojos por un momento aguantando la embestida, que rompe una de las tablas provocando un agujero en la puerta por encima de mi cabeza.
En dos zancadas Mel se sitúa a la altura de Mishel, golpea violéntamente al zombi con su porra consiguendo que deje a su presa.
-¡¡Aléjate de la ventana!!- grita a la muchacha, mientras a patadas estampa la suela de su bota sobre los rostros de los malditos que intentan acceder desesperados al interior.
Inmediatamente después, algo entra como lanzado desde el exterior, derribando a Mel con mucha fuerza contra el suelo entre gruñidos y forcejeos. Mishel, gimoteando, se arrastra hasta las escaleras para iniciar el ascenso al piso superior, otra embestida me lanza de espaldas contra el suelo. Hay un nuevo agujero en la puerta, pronto accederán al interior.
-¡¡Subid, dejad las ventanas y subid!! -Grito mientras me incorporo y saco mi arma. Uno, dos, tres tiros, la criatura cae al lado de Mel mientras la maltrecha puerta no resiste la siguiente embestida y exhala un crujido definitivo entre astillas de madera. Los ojos vacíos de Mel me miran mientras se forma en su espalda una espesa capa carmesí. Esta muerto, con una horrible herida en el cuello, inerte.
Alex ayuda a Mishel a subir con dificultad, mientras Sam se coloca a mi lado, con el hacha presta dispuesto a todo. Otra ventana se abre con una nube de virutas de madera, y más demonios hambrientos entran en la comisaría. No dejo de disparar mientras la sangre salpica a Sam en sus brazos y rostro con cada hachazo.
-¡¡Sube maldita sea Sam, yo soy el que tiene el arma a distancia!! -grito a la dese
sperada.


Mi última visión de la planta baja de la comisaría me provoca un fuerte dolor en el pecho. Las ventanas que tratábamos de contener han saltado en pedazos, y el suelo está cubierto de cristales rotos y madera astillada. Sam e Isaac están retrocediendo a medida que los zombies ganan terreno. A un lado, en el suelo, veo a Mel. Bajo su cuerpo se ha formado un gran charco de sangre procedente de la herida en su cuello. Una estantería llena de archivadores ha caído encima de él, dejándolo atrapado a la altura de la cintura, pero no importa, ya está muerto. Me alejo de la dantesca escena oyendo los gritos de Isaac ordenando a todos subir al piso de arriba, tirando de Mishel que, dolorida y aterrorizada, apenas es capaz de articular las palabras.
- ¡Te colocaré el hombro después, ahora sube! -le grito, comenzando a perder los nervios. Llegamos a la segunda planta, pero ello no supone que estemos más seguras, sólo es cuestión de tiempo que suban hasta aquí. Le ordeno a Mishel que suba hasta la azotea, yo cojo un par de nuestras mochilas y la sigo. Oigo a alguien detrás de nosotras, rezo para que sea uno de los nuestros y corro escaleras arriba tan rápido como puedo. Finalmente, llego a la puerta que da acceso a la azotea, que Mishel mantiene abierta para que pueda pasar. Poco después, aparece Sam. Dice que Isaac sigue abajo. Entonces, escuchamos un fuerte estrépito y, por un momento, se hace el silencio.

viernes, 21 de agosto de 2009

Lecciones

"¿Estáis bien?" susurró Sam, sin atreverse a levantar la voz todavía. Todos asintieron en silencio. Enseguida, él y Mel se pusieron a reforzar las ventanas y puertas tapiadas, por si a nuestros recientes visitantes se les ocurría volver. Mientras Isaac trataba de tranquilizar a la chica nueva, fui corriendo a buscar un botiquín para curar la herida que tenía en el brazo. Lo encontré, como suponía, en el cuarto de baño. Cuando entré, me quedé helada durante un momento. Todo estaba blanco, limpio. Había toallas, jabón, papel higiénico. Al cerrar la puerta, casi parecía que no estaba viviendo el mismo apocalipsis. Disfruté durante algunos segundos de aquella ilusión de normalidad, aún sabiendo que volver a la realidad sería más duro todavía, luego, descolgué de la pared el armarito con las medicinas y volví junto a los demás. Me arrodillé junto a la chica nueva y le cogí el brazo suavemente. "Me llamo Alexandra, ¿y tú?" dije. "Mishel" respondió. "Voy a limpiarte la herida con antiséptico para que no se infecte", le expliqué, al tiempo que dejaba caer sobre el corte un chorro de líquido transparente. Ella levantó una ceja. "¿Qué eres, enfermera o algo así?" preguntó. "Médico residente en urgencias" respondí, tal vez en un tono demasiado cortante.

Me encontraba disparando en la sala de entrenamiento cuando sentí la mano de la doctora sobre mi hombro. Me quité un auricular para oírla mejor.
-Venía para comprobar los arañazos en tu cara- dijo la doctora mientras me examinaba la mejilla con ojo experto.
-No te preocupes, no es nada, ¿va todo bien por ahí arriba?
-Mishel, la nueva, parece tomarse demasiadas libertades, trata a Mel como si fuera su siervo.
-¿Y Sam?
La doctora sonríe pícara y responde:
- Procura evitarlo, al parecer le dió un buen susto con algo referente a su querida Edurne.

-¿Edurne?
-Su querida hacha, parece que ya la ha bautizado y todo.
Inevitablemente suelto una carcajada, "inconfundible Sam" pienso, mientras levanto el arma, apunto y disparo al maniquí del fondo acertando en el centro de la diana que es su rostro.
-¡¡Buena puntería!!-exclama Alex sorprendida.
-Muchas horas de práctica, ven, te enseñaré.
Me coloco detrás de ella, mientras se pone los cascos y sopesa el arma. Desde atrás corrijo la posición de sus brazos y le indico por donde apuntar.
-Cuidado con el retroceso, las primeras veces te sorprenderá, así que sujétala con fuerza. Aprieta el gatillo...

El retroceso del arma, tal como había dicho Isaac, me sorprende un poco, aunque ya prevenida, mantengo los brazos firmes, siguiendo sus instrucciones. La bala ha pasado rozando el hombro del maniquí, levantando una nubecilla de polvo y astillas. Me vienen a la cabeza las imágenes de... ¿cuándo fue, ayer? Los difíciles momentos en la zanja, cuando disparé al zombie. Parece que hayan pasado meses... Isaac me quita los cascos, sonriendo.
- No está mal para empezar... Aunque creo que para acabar con los cadáveres, hay que darles en la cabeza. ¿Quieres volver a intentarlo?

Asiento y me coloco de nuevo los cascos. Isaac me levanta un poco los brazos, enderezando mi postura. Después de los acontecimientos de los últimos días, esto me parece incluso divertido. Vuelvo a disparar. Esta vez la bala ha impactado en la cabeza del maniquí. ¿De verdad he acertado en el blanco? Isaac se ríe a carcajadas, que me llegan débiles y amortiguadas debido a los auriculares, probablemente a causa de la expresión de absoluto asombro que tengo en este momento.

Hora y media de prácticas de tiro es un buen entrenamiento para empezar, aunque muy cansado.


-¡Buen tiro muchacha!- la voz de Sam retumbó como un trueno desde la puerta de la estancia.


-Habéis tenido una buena idea, el mundo parece haberse vuelto un poco peligroso últimamente, no esta de más que entrenemos nuestras habilidades de combate pero la cena ya está lista y este viejo estómago no deja de rugir.
Una carcajada a tres voces, resonó en la sala de tiro mientras subíamos las escaleras.
Al llegar arriba el sonido lastimero de los muertos volvía a oírse, Sam nos guió hasta una especie de comedor dos pisos más arriba, donde Mel y Mishel habían estado abriendo latas de conserva para la cena.


-Yo he cenado ya, voy abajo a vigilar mientras coméis algo los demás- dijo Mel, mientras cargaba su rifle al hombro y se dirigía a las escaleras.


-Yo voy con él! - dijo rápidamente la nueva saliendo en pos del soldado.
Era bastante hermosa, aunque se la podría calificar de pija, no tendría más de 23 años, y al parecer le gustaban los hombres con uniforme.


-Puedes pasarme ......-Alex se interrumpió al oír un fuerte estrépito. Todos nos miramos durante un segundo antes de que un aviso de Mel desde el piso inferior rompiera el hielo.


-¡Tenemos visita! - dijo Mel mientras otro golpe y el crujir de la madera incrementaban la tensión.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Mishel

Encontramos la comisaría cerca del mediodía. Estaba en una calle ancha, salpicada de escombros y vehículos abandonados. Parece que es cierto que los caníbales hambrientos que merodean por la ciudad están más atontados en las horas centrales del día, ya que aunque vimos algunos a cierta distancia, su paso lento y descoordinado no fue suficiente para darnos alcance. Frente a la comisaría había aparcados algunos coches de policía. En uno de ellos, el cadáver de un agente todavía uniformado descansaba sobre el volante con un disparo en la sien. Daba la impresión de que se había suicidado, pero no me acerqué a comprobarlo. En lugar de eso, seguí a Isaac, que encabezaba la marcha, al interior del edificio. Las puertas estaban cerradas, pero sin tapiar ni asegurar de ninguna forma. Las cerramos con cuidado y nos dispusimos a explorar el lugar a fondo: armas, munición, provisiones, medicinas... cualquier cosa que pudiéramos necesitar.

Conseguí una escopeta y munición para mi pistola, así como algunas armas más de repuesto para Mel y Alexandra. Sam por su parte desestimó con un ademán y una sonrisa el coger algo que no sabría disparar -"Mi puntería es tan mala que prefiero dar hachazos" -Dijo en el tono desenfadado que le caracterizaba. Tras devorar una comida ligera, decidimos explorar la pequeña comisaría. Mel y yo tapiamos algunas ventanas y colocamos algunos muebles para tener cobertura en caso de "problemas" mientras Sam y la doctora hacían inventario de víveres y munición. Mel dio un brinco cuando una hermosa mujer se abalanzó contra la ventana que estaba tapiando en ese momento, aporreándola con desesperación y pánico al grito de "¡¡¡Abridme!!!"

Durante un instante, todos nos quedamos paralizados. La mujer seguía gritando en el exterior. "¡¡Abridme!! ¡¡Abridme, soy normal!! ¡¡No estoy infectada!!" Nos lanzamos en masa hacia la ventana y ayudamos a Mel a sacar la tabla que estaba utilizando para tapiar la ventana. Había destrozado una mesa para hacerlo y la madera estaba clavada a conciencia, pero finalmente conseguimos abrir un hueco lo suficientemente grande como para que se colara por él. Fue entonces cuando descubrimos el por qué de tanta urgencia, aunque estaba claro de antemano. Eran más de veinte y se acercaban peligrosamente lanzando sus escalofriantes quejidos. La mujer entró rápidamente por la abertura de la ventana y se dejó caer en el suelo, agotada. Inmediatamente después, Mel comenzó a cerrar el hueco de nuevo, trabajando tan deprisa como le era posible. Le pregunté a la recién llegada si había sido arañada o mordida por alguno de los zombies. "No" respondió "pero me hice daño en el brazo al escapar de mi casa". Me mostró su brazo derecho. Estaba empapado en sangre y un corte lo cruzaba casi desde el codo hasta la muñeca.

Escondeos! ¡Deprisa!" Antes de que los zombies se agolparan alrededor del edificio intentando buscar una abertura por la que colarse en pos de la víctima que habían estado siguiendo, estábamos todos escondidos, mirando furtivamente a los apestados desde los rincones más oscuros de la estancia. Quizá no eran capaces de olernos, quizá "pensaran" que habían perdido a su víctima...mi cadena de pensamientos se vio interrumpida por los fuertes golpes que empezaban a dar contra las puertas y las ventanas tapiadas, incluso uno pareció intentar trepar por la ventana abierta sin demasiado éxito. Conseguí esconderme entre dos parapetos próximos a la abertura junto con la chica nueva, el resto estaban bastante más alejados, así que tenía que tener especial precaución ante la insistente amenaza que pretendía entrar. La chica temblaba violentamente y no quedaba resto alguno de color en su rostro, estaba claramente asustada por lo que intenté tranquilizarla en silencio rodeándola con mis brazos. Me sorprendió el hecho de que me apartara violentamente con mirada acusadora, su cuerpo totalmente tenso estaba a punto de saltar...."CRACK"...un fuerte crujido de la madera fue la gota que colmó el vaso. Conseguí coger a la asustada mujer antes de que saliera corriendo y chillando, la inmovilicé y tapé su boca para que no chillara, durante el forcejeo el zombie consiguió meter medio cuerpo por la abertura, no lo veíamos, no nos veía...pero sólo una barricada formada por una estantería nos separaba de su rostro maloliente. Ella estaba frenética, me arañó el rostro y los brazos mientras la sujetaba, aguanté el dolor en silencio mientras podía oír a la criatura arañar la madera con las uñas intentando avanzar. Lo que me pareció una eternidad se rompió de golpe con el grito de alguien desde la calle, seguido de un coro de lamentos de ultratumba. Las criaturas comenzaron a retirarse en pos de aquella nueva víctima, y el que estaba medio metido soltó sus uñas dejándose caer de nuevo en la calle. Fuera ya de todo peligro solté a mi presa y el resto de compañeros se acercaron con el corazón en un puño, conscientes de la escena que acababa de sucederse.

martes, 4 de agosto de 2009

El superviviente oscuro

Últimamente siento que mi mente se hunde en una espiral de primitiva negrura cada vez más habitualmente. La locura de los acontecimientos que vivimos, el cambiado mundo que ahora nos rodea saca de mi ese "superviviente oscuro", primitivo, capaz de destrozar a golpes a un adolescente infectado sin titubear. Intento amarrarme a mejores recuerdos, tirando con fuerza de mi mismo hacia fuera de la espiral de locura en la que se zambulle mi mente. No quiero hacerme tan insensible, no quiero convertirme en un monstruo sin conciencia capaz de cualquier cosa por sobrevivir... "el superviviente oscuro" me repito varias veces en silencio mientras los demás intentan descansar, todos excepto la doctora, también sumida en sus propios pensamientos. Me levanto en la oscuridad y me aproximo a ella, me acomodo a su lado y sin poder evitarlo, le confieso mis inquietudes.

"¿No puedes dormir?" me pregunta Isaac. Niego con la cabeza. "Pesadillas... ya sabes" le explico. Incluso en la oscuridad, se le nota la preocupación en el rostro. La verdad, no sé cómo animarlo. Es algo que nunca se me ha dado bien. Sólo puedo decirle que entiendo cómo se siente. "Lo que estamos viviendo es demoledor" le digo. "Sería extraño sentirse bien... Además, las cosas que hemos hecho son las que nos han salvado la vida." Baja la mirada y suspira. "Sí, pero... ¿a qué precio?" Nos quedamos callados un rato. "Las situaciones extremas tienen la capacidad de sacar lo peor de cada uno" digo al fin. Isaac asiente en silencio en la oscuridad. A pesar de haber comido y llevar ropa seca de nuevo, me siento peor que nunca.

Siempre es difícil conciliar el sueño cuando sientes que nada volverá a ser igual, ni siquiera tú. Las horas pasaron lentamente durante el resto de la noche y durante la mañana nos dedicamos a atracar el frigorífico y a tomar "prestada" la ropa que nos servía de los armarios. Todo transcurrió tranquilamente, puede que demasiado, así que una vez listos, nos dirigimos hacia la comisaría más cercana, era en opinión de la mayoría uno de los lugares donde podríamos conseguir armas para defendernos con relativa facilidad.

Ninguno de nosotros conocíamos bien aquella parte de la ciudad, así que no disponíamos de mucha información sobre qué dirección tomar para llegar rápidamente a una comisaría de policía. El único que tenía alguna idea sobre el tema era Isaac, aunque tampoco él estaba seguro de la dirección exacta ya que llevaba sólo unas semanas destinado aquí. Me sentí un poco avergonzda, ya que yo llevo viviendo aquí unos ocho años y apenas conseguía orientarme. En fin, son las consecuencias de pasarme la vida en el hospital. No me importaría si no estuviéramos en mitad de una lucha por la supervivencia... Estaba distraída jugando con el martillo entre las manos cuando escuché un grito a mi derecha. "¡Cuidado!" Me di la vuelta, sobresaltada, para descubrir una figura humana tambaleándose peligrosamente cerca de mí. La energía desatada por el miedo fue suficiente para que le fracturase el cráneo en unos pocos golpes. El cuerpo cayó a mis pies, convulsionó un instante, y luego se quedó inerte. Había sido una chica de mi edad, quizá un poco más joven, antes de convertirse en uno de aquellos cadáveres reanimados. ¿Es esta sensación lo que Isaac llama "el superviviente oscuro"?

jueves, 16 de julio de 2009

Detrás de la puerta

Nos echamos un poco hacia atrás, de manera inconsciente, preguntándonos si al otro lado de la puerta nos encontraríamos uno de aquellos cadáveres hambrientos. "Quizá sería mejor dejarla cerrada" sugerí. Los demás dudaron, pero Mel enseguida negó con la cabeza. "Si ahí hay un zombie, no podemos correr el riesgo de que pueda escapar en cualquier momento. No sabemos si hay otra forma de salir de la habitación". Me estremecí ante la perspectiva y retrocedí un poco más. Isaac movió el pomo de la puerta, pero parecía atrancada desde dentro. Mel le dijo que se apartase y cogió carrerilla. Bastó una de sus descomunales patadas para que la puerta cediera. Levantamos las armas, preparados para que algo saliera a toda prisa del interior, pero no pasó nada. Lentamente, nos asomamos al interior de la habitación. Al verlo, nos quedamos sin habla.

La imagen era realmente grotesca, conforme pasaban lo segundos sentí la bilis ascender hasta mi paladar, la cara se me desencajó del asco y el olor a podredumbre que inundaba la habitación. Había un adolescente de unos 16 años colgado de la lámpara de su habitación, tenía la mandíbula desencajada en una mueca de agonía probablemente por haber muerto asfixiado. El cuerpo hinchado por los gases y el rostro supurante de fluidos corporales, por ojos, nariz y boca. Sobre la cama, tumbado de lado, había un perro muerto, con el pelaje empapado en un charco de sangre reseca. Una inspección más minuciosa, propia de un entrenado policía convertido involuntariamente en superviviente de una hecatombe zombi, desvelaba que el perro había sido infectado y asesinado por su propio dueño, el chico. De repente los lamentos empezaron otra vez... el chaval se movía, y el lacónico lamento erizaba el bello de cualquier nuca. En su mano, que ahora estiraba hacia nosotros, podía verse un mordisco, volví la mirada hacia el perro sin cambiar mi expresión facial.

Sus gemidos sonaban de un modo muy extraño, siniestro, al tener el joven la tráquea probablemente rota, o al menos brutalmente deformada debido al ahorcamiento. Su cuerpo se balanceaba a dos palmos del suelo y levantaba las manos con torpeza, intentando liberarse de la cuerda que le rodeaba el cuello. Escuché a Sam murmurar algo ininteligible mientras daba un paso atrás. Yo quería correr y gritar pero mi cuerpo no respondía. En dos años de residencia en el hospital he visto más cadáveres de los que desearía, pero nunca algo tan impresionante. El chico comenzó a moverse más rápido, con violencia, tal vez nos había detectado y eso lo había alterado. Daba fuertes sacudidas y profería gemidos escalofriantes. Entonces escuchamos un crujido. Había una grieta en el techo, donde estaba el cable de la lámpara. Los movimientos del joven estaban haciendo ceder el soporte. Y en aquel momento, con un fuerte estruendo, finalmente la lámpara se desprendió del techo y el cuerpo cayó al suelo con un sonido sordo, en medio de una nube de polvo. Se puso en pie, nos miró y se lanzó contra nosotros antes de que tuviéramos tiempo de reaccionar.

La criatura se detuvo violentamente frente a la cara de Sam a escasos centímetros de alcanzarle. Sin gota de sangre en la cara, Sam lo observaba con las piernas clavadas en el suelo sin poder reaccionar, paralizado. La lámpara, al caer, había quedado enganchada a modo de ancla en un gran mueble lleno de libros, juegos, cómics y algún que otro peluche, dejando al zombi atado por el cuello como un perro rabioso que intenta morderte pero la soga no le deja. Tras unos tensos segundos de tensión, agarré el hacha de las manos de Sam y golpeé repetidas veces al chaval en la cabeza con la parte roma del arma hasta que dejó de oírse el extraño gemido que surgía de su garganta. Se escuchó el metal del hacha contra el suelo, y todos nos miramos en silencio y jadeantes por todo lo que acababa de pasar.

lunes, 25 de mayo de 2009

Preguntas

Empezaba a caer la noche cuando llegamos a lo que parecía un barrio residencial, con calles iguales en las que se alineaban casas también iguales, con pequeños jardines y cercas blancas. Parecía que la revuelta no había tenido apenas eco por aquí y la estampa era casi normal, de no ser por un pequeño detalle: el lugar tenía pinta de estar totalmente desierto. No se veía luz en las casas, ni se escuchaban las voces y los ruidos de sus habitantes, pero tampoco oíamos los gemidos de los muertos, el silencio era sepulcral, apenas roto por nuestros pasos cansados y el sonido de la lluvia. No habíamos abierto la boca desde la huida de los militares, simplemente nos habíamos limitado a caminar, abatidos, de nuevo hacia la ciudad. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? Ahora, sin embargo, teníamos que preocuparnos de algo mucho más inmediato: estábamos helados, teníamos hambre, y necesitábamos pasar la noche en algún lugar resguardado. Las casitas, vistas en la penumbra, no resultaban demasiado acogedoras.

"Ya sé que puede ser peligroso" dijo Sam. "Pero no podemos encontrar nada mejor por el momento... Dentro de poco será completamente de noche. Deberíamos probar en alguna de las casas, quizá incluso haya suministro eléctrico". Sam tenía razón. Miramos a nuestro alrededor, buscando señales que nos indicasen cuál era el refugio más apropiado. Al final nos decidimos por la casa más cercana, que desde fuera, como todas, parecía vacía. La puerta de entrada estaba entreabierta. "¿Eso es buena o mala señal?" pregunté, en voz baja. Los demás se encogieron de hombros, pero prepararon sus armas. Abrimos del todo y entramos en el vestíbulo.

Isaac pulsó el interruptor de la luz, y una lámpara parpadeó unos instantes, luego se apagó. No es que confiásemos en tener electricidad, así que saqué una linterna de la mochila e iluminé el pasillo. Aseguramos la puerta y cerramos la entrada posterior. La casa parecía vacía, no se oía nada y no había signos de actividad. Las cosas estaban a medio recoger, había algunas prendas de ropa sobre una silla y platos en el fregadero de la cocina. Daba la impresión de que los habitantes de la casa la había abandonado a toda prisa, probablemente justo al principio de todo este asunto. El polvo empezaba a acumularse en el suelo y sobre los muebles. En la nevera había comida, algunas cosas estaban ya estropeadas. Sam empezó a sacar fruta y leche. "Sería una lástima dejar que todo esto se echara a perder" dijo, relamiéndose los labios.

Me dirigí hacia donde estaba Mel. Tenía hambre, pero podía esperar unos momentos y necesitaba algunas respuestas. "Sabían que no estábamos infectados, si no, no hubiesen avisado antes de disparar" le dije. "¿Se puede saber a qué está jugando el ejército?" Mel negó con la cabeza, perdiendo por momentos la serenidad que le caracterizaba. "No... no lo sé" dijo. "¡No lo sé, maldita sea! ¡Esto no es lo que tenían que hacer!" Isaac se acercó a nosotros. "¿Qué quieres decir con eso?" preguntó. Mel nos miró unos momentos, parecía a punto de derrumbarse, pero de pronto recuperó la serenidad otra vez.

"Cuando nos enviaron aquí, se suponía que teníamos que evacuar a la población civil no infectada" empezó. "Es lo que establece el protocolo del Plan Nacional de Contingencia contra Amenazas Biológicas. La cuarentena, cerrar la ciudad... todo forma parte del protocolo. Es el que se sigue con el nivel máximo de alerta. Pero de pronto, nos abandonaron aquí dentro, a nuestra suerte. Eso sólo podía significar una cosa y era que iban a... neutralizar el foco de la infección, es decir, la ciudad. Que iban a volarnos por los aires. Pero han pasado dos días y no lo han hecho, y tampoco nos han dejado salir. No sé qué cojones pretenden."

Nos miramos, preocupados. Aquello sin duda tenía mala pinta, aunque parecía que no iban a hacernos desaparecer, tampoco iba a ser fácil salir de la ciudad. Me pregunté cuál sería nuestro próximo movimiento, si es que había alguno, pero por el momento era más importante asegurar nuestra supervivencia más inmediata. "¿Qué os parece si buscamos algo de ropa seca?" dije. "No creo que a los propietarios les importe... después de que Sam haya arrasado con su nevera". Sam rió, pero enseguida saltó de su silla dispuesto a quitarse de encima su uniforme empapado. Subimos al piso de arriba con las armas preparadas, ya que todavía no lo habíamos explorado. Había un pasillo largo con puertas a los dos lados, la mayoría de ellas abiertas. Sólo una, la primera, estaba cerrada. Escuchamos un golpe, y luego jadeos, procedentes del interior. Isaac se acercó. "¿Hola?" dijo, junto a la puerta. Como respuesta, oímos más golpes y un gemido, como si un animal estuviera atrapado en el interior. Sólo que todos sabíamos que no se trataba de ningún animal.

martes, 12 de mayo de 2009

Vuelta al infierno


Avanzamos lentamente en dirección al cordón militar, que se perfila frente a nosotros entre la lluvia. Aunque todavía queda un trecho hasta allí, se distinguen ya camiones y alambradas. No se ve, por el momento, movimiento humano ni de ningún tipo. Quizá estemos aún demasiado lejos. Mel aconsejó hace un rato que evitáramos las vías principales de acceso a la ciudad, ya que probablemente durante la revuelta hubo un intento masivo por abandonarla y las carreteras están llenas de vehículos accidentados, cadáveres y zombis buscando a su siguiente víctima. Por esa razón hemos decidido tomar un camino más apartado, y ahora nos encontramos en una especie de explanada donde sólo se ve algún que otro árbol solitario y ningún otro indicio de vida, al menos por el momento. Lo único que se oye es la lluvia y nuestros pies chapoteando en el suelo embarrado. Aún así, no he soltado la empuñadura del martillo que llevo colgado al cinturón desde que salimos de aquél foso, y los demás tampoco parece que vayan a guardar sus armas. Sam se adelanta un poco y se acerca a Mel. "Nos estamos acercando ya... ¿Cómo crees que nos recibirán tus amiguetes?" La verdad es que creo que la pregunta nos ha estado rondando a todos por la cabeza. Esperamos expectantes la respuesta del militar, pero en su lugar escuchamos una voz potente y distorsionada por un megáfono: "La población civil no está autorizada a permanecer en esta zona. Vuelvan de inmediato a la zona cero".

Teníamos demasiadas preguntas, y en el semblante de cada uno se dibujaba un interrogante distinto, nos miramos mutuamente sin saber muy bien qué hacer, mientras la advertencia se repetía en el horizonte con tono un tanto amenazador. Pasaron los segundos bajo la lluvia, con las dudas, el frío y la tensión por lo que había acontecido unos minutos antes en la zanja, cuando oímos un disparo, y tras éste cortas ráfagas y disparos más sonoros. Al grito de "¡¡Corred!!" de Mel, volvimos sobre nuestros pasos a toda velocidad, tropezando entre el barro y la lluvia, entre la maldita zanja y el fuego de los militares. 

No era fuego de advertencia. Algunos disparos pasaron realmente cerca, y probablemente habrían dado en el blanco si no hubiésemos estado moviéndonos, y tan lejos. ¿Por qué continuaban disparando si nos habíamos alejado tanto del cordón militar? No tenía sentido desperdiciar su munición con nosotros cuando estábamos volviendo a lo que llamaban la "zona cero", a no ser que realmente quisieran matarnos. Pero... ¿qué sentido tenía acabar con nosotros si no estábamos infectados? Entonces llegamos de nuevo a la zanja. Nos detuvimos en seco, indecisos. A un lado y a otro se tendían trampas mortales y nosotros cuatro estábamos atrapados en medio. Se escucharon más disparos, esta vez algo más atenuados. "¿Pueden sus armas alcanzarnos a esta distancia?" preguntó Isaac. Mel dirigió una mirada rápida al horizonte. "Es posible. De todas formas, no podemos volver. No avisarán la próxima vez." Un escalofrío me recorrió el cuerpo. El miedo y la incertidumbre se dibujaban en el rostro de todos. Sólo podíamos ir en una dirección.

Nos alejamos lo suficiente como para que dejaran de disparar, y nos asomamos con todo el sigilo que nos fue posible al borde de la zanja, echados en el suelo, completamente embarrados y tiritando por la lluvia. Comenzaba a anochecer, el cielo estaba extraño, de un gris rojizo por el ocaso dejando un ambiente enrarecidamente tenebroso. Como era de esperar los cadáveres estaban amontonados, sucios y apestaban a humedad y muerte, habíamos tenido cuidado de acercarnos por otra altura de la zanja, esperando encontrar a los muertos tranquilitos y tuvimos suerte. Esta vez no hubo sorpresas, recorrimos la zanja por el lateral hasta encontrar el mejor lugar para bajar y subir lo más cómoda y rápidamente posible. Todo sucedió sin problemas en esta ocasión, cuando empezaron a rezumbar y despertarse, ya estábamos caminando al otro lado de la zanja, casi de noche, hambrientos, sucios, regresando a la ciudad maldita...

miércoles, 6 de mayo de 2009

Con el barro en los talones


Fue entonces cuando empezó una carrera frenética por la supervivencia, los brazos, cuerpos retorcidos y manos agarrotadas empezaron a moverse por todas partes, no todos los cadáveres parecían "despertar" pero sí muchos de ellos, demasiados. Si alguna vez habéis caminado sobre la espalda de alguien, emprenderéis lo difícil que resultaba moverse en esas condiciones, pisando cuerpos, cabezas y torsos amontonados de cualquier manera, todo lo rápido que podíamos, mientras decenas de manos intentaban cogernos, inmovilizarnos... Mel tenía menos dificultades, su entrenamiento era superior al del resto, encabezaba la marcha hacia el lugar más fácil de escalar rápidamente dadas las circunstancias; yo cerraba la comitiva, ayudando a la doctora a avanzar lo más deprisa posible. Tras unos segundos de carrera, Sam resbaló... -¡Sigue a Mel! -grité a Alexandra mientras pateaba la cara del desgraciado que había cogido a Sam por el tobillo. La criatura gruñó aprentando más su presa, Sam encogió el rostro de dolor mientras con su hacha golpeaba y cortaba todas las manos que trataban de aferrarse a su cuerpo, volví a patear con mi bota hasta dejar marcada mi suela en la piel ahora ensangrentada y embarrada del zombi. -¡Ahora está más guapo! JAJA!- Sugirió Sam mientras se levantaba para retomar la dificultosa carrera de obstáculos. Llegamos a su altura justo a tiempo, Sam incrustó su hacha en la cabeza de un podrido justo antes de que mordiera a Mel en la pierna, distraido como estaba aupando a Alexandra para salir de la especie de trinchera embarrada. Sam subió el segundo, mientras lo cubríamos entre Mel y yo, pateando y empujando todo lo que se nos acercaba demasiado. -¡Sube! lo harás más rápido que yo, y una vez arriba podréis tirar de mí para subirme más deprisa- dije a Mel mientras aporreaba a patadas al mismo zombi por acercarse una tercera vez. Una vez arriba, los tres comenzaron a gritar para que espabilara, miré arriba, vi el rostro aterrado de la doctora Sky, el ceño fruncido de Sam y la cara de preocupación de Mel mirando a unos metros a mi izquierda. Miré en la misma dirección y empecé a trepar con rapidez, clavaba las manos y los pies en el barro y hacía toda la fuerza posible para empujar mi cuerpo hacia arriba, sentía como la adrenalina potenciaba mis músculos, el pulso martilleando mi sien, la ansiedad creciente...pues lo que vieron mis ojos al mirar en aquella dirección, era uno de esos cadáveres rápidos. Le faltaba una pierna, pero aún así se movía bastante deprisa entre el resto de cuerpos, usando los brazos y la otra pierna, en una postura animal. Gruñía y salibaba con terrible ansiedad, mientras saltaba de un lado a otro del foso a "tres patas" con una agilidad sorprendente y una velocidad sobrenatural. Subí casi dos metros cuando sentí que algo me enganchó la chaqueta, casi al mismo tiempo en el que empecé a notar mi descenso arrastrando el barro con mis manos, como arañándolo desesperadamente para no caer, dos fuertes manos me frenaron. Sam y Mel, cada uno por una muñeca y haciendo un gran esfuerzo, se estiraron lo suficiente como para cogerme y tirar de mí. La criatura colgaba y se zarandeaba mientras Alexandra le lanzaba piedras con afortunada puntería.

Una, en el hombro. Otra en la boca, que hizo saltar dientes, sangre y saliva, pero el maldito despojo no soltaba su presa. Recordé con toda claridad nuestro último encuentro con una de aquellas criaturas. Isaac tenía los pies hundidos en el barro y luchaba con todas sus fuerzas por subir por la escarpada pared, mientras Sam y Mel tiraban de él. El zombi lanzó un bocado, tratando de morderle la pierna. - ¡¡Ni lo sueñes, cabrón!! -grité, apuntando a la cabeza del muerto. La piedra impactó en su ojo derecho, que quedó convertido en una masa oscura, y por un momento se tambaleó. Mel y Sam aprovecharon la ocasión para dar un fuerte tirón y subir a Isaac un buen tramo, sin darse cuenta de que el zombi se había agarrado a su bota hasta que le oyeron lanzar un grito de dolor. En precario equilibrio, Isaac se mantenía aferrado a las manos de los otros dos, con un pie hundido en el barro que resbalaba lentamente hacia abajo, y el otro en el aire con el cadáver colgado de él. Sam y Mel aguantaban como podían el peso de dos cuerpos prácticamente a pulso y yo sabía que a pesar de las pedradas el condenado zombi no iba a renunciar a su almuerzo. - Así no vamos a sacarlo. ¡Hay que hacer algo! -dije, haciéndome oir por encima de los gemidos de los muertos que habían empezado a concentrarse en el fondo de la zanja, alrededor de donde Isaac luchaba por salir. Mel me llamó. Habló con una serenidad que contrastaba tremendamente con la situación. - En mi cinturón hay una pistola. Quedan unas pocas balas. Cógela. Saqué el arma de la pequeña funda unida al cinturón del militar y la miré sin demasiada confianza. Mel continuó dándome instrucciones, mientras Isaac sacudía la pierna en un intento por evitar la mordedura del zombi. - Tira de la parte de arriba hacia ti, hasta que oigas un chasquido. Luego busca un lugar donde veas bien y dispara. Sólo tienes que apretar el gatillo. Respiré hondo y obedecí rápidamente. La lluvia me dificultaba la visión cuando traté de apuntar. El muerto había clavado sus dientes en la bota de Isaac, esperaba que fuese lo bastante resistente como para evitar que el mordisco llegase a la piel. Apunté el cañón a la cabeza y recé para que esto se me diera tan bien en la vida real como en los videojuegos. Después, apreté el gatillo.


Me dolía todo el cuerpo de la tensión y el esfuerzo, los brazos me ardían y los pinchazos que sentía en la pierna auguraban un fallo muscular en cualquier momento. Mover una pierna con un peso que no deja de revolverse tratando de morderte no es un ejercicio agradable... Oí un estruendo, sentí un quemazón en la parte externa del gemelo, y la pesada carga que colgaba de mi pierna dejó de moverse. Miré hacia abajo y la criatura miraba con la misma expresión gruñona, los ojos apagados de excitación y un riachuelo de humo y sangre salían del lateral de su cráneo, golpee su cara con la otra pierna hasta tres veces, para poder desembarazarme de la carga y finalmente, subí ayudado por mis compañeros, donde nos recostamos en el suelo embarrado, jadeando, para recuperar fuerzas. Los constantes gemidos y gruñidos que provenían de abajo, pronto nos animaron a continuar la marcha, alejarnos del peligro y rezar por que sus torpes movimientos no les permitieran trepar. Andamos unos 40 metros cuando nos detuvimos, queriamos comprobar nuestras heridas, era posible que tuviéramos alguna herida peligrosa, mi bota tenía la marca de una dentadura humana cerca del talón e irremediablemente acudieron a mi imaginación tráilers de películas del género zombi, en las que la mayoría de las víctimas se contagiaban por un simple mordisco. Sam tenia un moratón bastante importante en el tobillo por donde le agarraron, pero nada más, el resto, arañazos de trepar y de la frenética carrera, nada importante. Me llegó el turno, tras quitarme la bota, el calcetín no mostraba indicios de nada, la sangre con el barro no se distingue, así que me quité con cuidado la prenda para descubir mi pie intacto, tan sólo la marca de una mordedura en la piel, como cuando aprietas los dientes contra tu mano, dejando el surco en la piel con la forma de tu dentadura, sin dejar herida. Todos miraban perplejos. -Has tenido suerte, muchacho-dijo Sam animadamente. -Si, espero no haber gastado este cartucho demasiado pronto- le contesté pensando en qué habria pasado si su saliva hubiera entrado en contacto con mi sangre...¿me habría contagiado? ¿o tenía que morir para levantarme transformado en uno de esos engendros vivientes? Me calcé con estos turbios pensamientos en mente y seguí a mis compañeros con la mirada perdida hacia el cercano cordón militar.

Las piernas no dejaron de temblarme durante un buen rato. Devolví la pistola a Mel y me puse a caminar tras él, tratando de seguir su ritmo a pesar de que empezaba a notar el cansancio y que continuaba lloviendo con fuerza. Al menos, era una forma de combatir el frío. Miré de reojo la bota destrozada de Isaac pensando en lo que podría haber ocurrido. El mordisco del zombi no había llegado a producir una herida, así que según mi teoría no debería estar contagiado, pero aún así... podía equivocarme. Los casos que había visto en el hospital los días anteriores a lo que sin duda equivalía al apocalipsis inducían a pensar que el "contagio", por llamarlo de alguna manera, ocurría a través del intercambio de fluidos, así que las mordeduras eran la forma más probable de contraer la "infección", considerando que los despojos tenían especial motivación por la carne humana. El problema es que en aquél momento, antes de que todo se fuese a la mierda, pensamos que se trataba simplemente de heridas infectadas. En urgencias llega de todo, y la gente se pelea tanto que un mordisco no resulta especialmente llamativo... Hasta que la persona muere y luego se levanta convertida en un monstruo. Entonces recordé a quienes dimos una receta de antibióticos y el alta. Esas personas se fueron a casa y extendieron esto... Y ahora huimos de una ciudad destrozada, después de sobrevivir por los pelos a varios ataques, de disparar un arma por primera vez en mi vida, caminando entre el barro y la lluvia y con los brazos en alto para que no nos confundan con ellos.