Cuando llego a la enfermería tengo que abrirme paso entre un pequeño grupo de gente que se ha apelotonado en la puerta. En el interior veo a Marcus, de pie junto a la camilla en la que yace inerte el recién llegado. Isabelle está inclinada sobre él, limpiándole la herida de la cabeza, pero se vuelve rápidamente en cuanto me escucha entrar.
- Anda, ven aquí y ayúdame, hay que suturar esto.
El hombre de la camilla debe de rondar los treinta y cinco. Es alto, así que los pies le cuelgan por un extremo. El pelo rubio le ha crecido demasiado para el corte que lleva y la barba es por lo menos de un mes. Viste ropa elegante, pero sucia y bastante desgastada. Huele a alcohol.
- ¿Es la única herida que tiene? -pregunto, mientras me lavo las manos y me siento junto a Isabelle.
- Sí, lo han examinado a fondo -responde Marcus-. Debe de haberse golpeado la cabeza al tener el accidente, por eso ha perdido el conocimiento.
- Lleva mucho tiempo inconsciente -añado.
- ¿Crees que tendrá daño cerebral?
Me encojo de hombros. Puede que lo tenga, no hay manera de saberlo.
- Habrá que esperar a que despierte. ¿Cómo están los otros dos?
- Un poco nerviosos -dice Marcus-. Ahora los traen, para que les echéis un vistazo, aunque no tienen heridas de gravedad. Algunas magulladuras del accidente, creo.
Nos deja solas y nosotras terminamos de cerrar la herida y limpiarla. Me gustaría que nuestro paciente estuviera despierto para preguntarle qué hacía con una limusina en medio del apocalipsis. Supongo que ha sido un golpe de suerte que se hayan estrellado justo frente a nuestra puerta. En cualquier otro lugar, los zombis podrían estar dándose un festín con ellos.
Los otros dos ocupantes de la limusina llegan al poco tiempo. Aparecen acompañados de un par de muchachos armados que no les quitan el ojo de encima. Parecen tranquilos, hasta que se percatan de que su compañero está presente, aunque inconsciente aun. Entonces, el hombre lanza un alarido y se abalanza sobre él. Empieza a darle puñetazos en la cara y en el pecho, y a gritar palabras que no entiendo pero que sólo pueden ser maldiciones. Los chicos de Marcus reaccionan rápido, lo cogen de los brazos y lo apartan del herido, pero tardan un poco en reducirlo del todo. Sigue mascullando por lo bajo cuando por fin se da por vencido y se deja caer de rodillas, apresado por los muchachos. La mujer entonces se acerca a la camilla, donde Isabelle se apresura en comprobar las constantes del paciente.
- Tranquila -le dice-. Sigue respirando.
- Chertovski p´yan -dice ella con desprecio, y acto seguido escupe a su compañero. Esto ya es demasiado.
- ¿Se puede saber qué pasa? ¿Qué has dicho?
- Ella ha dicho: puto borracho -aclara el hombre.
- ¿Borracho?
- ¿Por qué crees que ha estrellado el coche ese cabrón?
- ¿Estaba conduciendo borracho? -parece que tenemos una explicación lógica a por qué el tipo huele a alcohol.
- Eso he dicho. Nosotros -hace un gesto para señalar a la mujer- estábamos durmiendo detrás. Él se ha levantado sin decir nada y ha arrancado la limusina. ¡Era lo único que teníamos! ¡Ahora no tenemos nada!
Hace amago de levantarse de nuevo, pero los chicos lo retienen.
- No te emociones, colega -dice uno de ellos-. Tú también hueles a alcohol.
El hombre los mira, primero a uno, luego al otro, luego a Isabelle y a mí.
- Estuvimos bebiendo anoche -responde al fin-. Los tres. Luego nos fuimos a dormir. Nos despertamos cuando ese hijo de puta de ahí estrelló el coche.
Isabelle pone los brazos en jarras y se queda mirando a los visitantes durante unos segundos.
- Tú y tú, os vais a calmar y nos vais a contar qué ha pasado. Uno de vosotros -le dice a los muchachos- debería avisar a Marcus, creo que le interesará.
Uno de los chicos asiente y sale corriendo, el otro se queda, todavía vigilando de cerca al hombre que sigue de rodillas en el suelo. Isabelle acerca un par de sillas y les pide que se sienten mientras esperamos a Marcus. Aprovechamos esos instantes para tratar de calmarlos, ya que parecen bastante alterados. Puede que sigan un poco borrachos, también.
Marcus llega poco después. Con la situación un poco más calmada, empieza a hacer preguntas.
- Supongo que ahora ya podéis explicarnos con un poco más de detalle quiénes sois, de dónde habéis salido y qué hacéis aquí.
El hombre asiente, la mujer lo mira sin decir nada. Creo que no nos entiende.
- Me llamo Fiodor, ella es Eva -empieza él-. El capullo se llama Yuri. Llevábamos unos pocos días en el país cuando todo empezó. Vinimos con nuestro jefe, era el dueño de una empresa de gas natural en Rusia.
- Así que sois rusos -dice Marcus-, pero habláis nuestro idioma.
- Yo sí, Yuri también, creo. Eva no.
- Tendrá que aprender. Bien, continúa. Vinistéis con vuestro jefe.
- Sí, el señor Borovski. Iba a cerrar acuerdos de negocios. Nuestro jefe tiene mucho dinero. Fue cuando declararon la zona cero de cuarentena. Fuimos a varias reuniones, pero empezaron a haber rumores de que iban a ampliar la cuarentena y que nosotros estaríamos dentro. Empezaron a evacuar gente. Entonces nuestro jefe decidió marcharse, pero nos dijeron que no podíamos, que había que aislar la zona. Todo estaba lleno de militares. Él tenía un helicóptero. Se marchó en el helicóptero, sólo se llevó al piloto. No nos dijo nada, nosotros estábamos en el hotel y nos enteramos cuando él ya se había ido. Nos dejó tirados. No sé por qué lo dejaron salir, de hecho no sé si llegó a salir de la cuarentena, pero no supimos nada más de él y a nosotros no nos dejaron marcharnos. Luego los militares se fueron, y sólo quedó la gente, pero todo el mundo se estaba volviendo loco. Teníamos las llaves de la limusina, Yuri las tenía, él era el chófer, así que la cogimos y nos fuimos. Era una buena protección, cristales blindados y todo eso, y mucho espacio dentro. Hemos estado bien un tiempo, moviéndonos de sitio para encontrar comida. Pero el hijo de puta ha tenido que estrellarla. Siempre ha sido un borracho. El jefe debió despedirlo hace tiempo.
- Yuri era el chófer... ¿y vosotros?
- Yo era el secretario personal del señor Borovski -dice-. Eva... ella era su... acompañante.
- Ya veo...
La historia del ruso me deja pensando, no sólo por el hecho de que se quedasen tirados mientras su jefe se largaba en su helicóptero, sino por lo que ha dicho sobre las zonas de cuarentena. Aunque nuestra ciudad fue la primera en caer, ya había oído por aquí que hubo otros focos, y que la zona de cuarentena tuvo que ser ampliada.
- ¿Dónde estábais cuando empezó esto? -les pregunto.
- En Arlington.
- Eso está... ¿a cuánto? ¿Ciento cincuenta, doscientos kilómetros?
- Unos doscientos -apunta Marcus.
No dice nada, pero probablemente está pensando lo mismo que yo. La zona de cuarentena tiene que ser enorme, y no sabemos si han habido más ampliaciones. Sin embargo, puede que exista una zona segura más allá. El problema es que para llegar hasta allí, necesitamos un plan, y la gente de Cornwell parece más dispuesta a seguir con su día a día esperando que en algún momento alguien venga a rescatarnos.
- Habéis recorrido una gran distancia, ¿habéis visto signos de que todo este asunto de los zombis esté mejorando?
Fiodor niega con la cabeza.
- No hemos pasado por muchas ciudades porque nos dimos cuenta de que cuanto más nos acercábamos, más zombis había. Algunas son como hormigueros. Así que buscamos las zonas rurales. Estábamos en este pueblo porque parecía vacío, hay muy pocos por aquí.
- Eso es porque nos encargamos de mantenerlo limpio -dice Marcus.
La mujer le pregunta algo a su compañero. Él se pone a hablarle en ruso, imagino que explicándole lo que nos acaba de contar. Ella no para de hacer preguntas.
- Eva quiere saber si es seguro estar aquí... y en ese caso, si podemos quedarnos.
Marcus medita un instante.
- Podéis quedaros hasta que vuestro amigo se recupere, si colaboráis con las tareas del refugio. No podéis tener armas y dormiréis separados del resto en una habitación vigilada. Son normas de la casa, la doctora Sky pasó por lo mismo no hace mucho, ¿verdad?
Asiento con la cabeza, sin prestar demasiada atención.
- Cuando vuestro amigo esté recuperado, nos reuniremos y decidiremos si os quedáis o no.
- Yuri no es nuestro amigo -dice Fiodor a modo de respuesta.
domingo, 20 de enero de 2013
lunes, 14 de enero de 2013
Turno de guardia
No me gusta montar guardia. Nunca pasa nada interesante, y eso significa que tengo tiempo para pensar. Pensar es malo, y más cuando se está solo. La cabeza se va a todas las cosas terribles que han pasado o pueden pasar, o a todas las personas que no voy a volver a ver, o a preguntarse si mi familia sigue con vida, o si Isaac está bien. Y pensar en esas cosas con un rifle en la mano no es malo, es peor.
Me levanto de la silla y doy una vuelta por la azotea del instituto. La he recorrido ya un par de veces, pero tengo que pasar aquí cuatro horas, así que estiro las piernas una vez más. Me asomo por la barandilla y escruto las calles de los alrededores, pero todo está desierto, ni siquiera hay zombis cerca. De vez en cuando se acercan pequeños grupos, entonces el vigía avisa a los demás y un grupo armado sale a eliminarlos. Luego simplemente queman los cuerpos. Hace días que no viene ninguno, y prefiero que no lo hagan en mi turno de guardia, pero eso no quita que me aburra profundamente. En la enfermería, al menos, siempre puedo encontrar algo que hacer, aunque sea llevarle la contraria a Isabelle para enfadarla un poco, que creo que le sienta bien de vez en cuando.
Lydia sube al cabo de media hora para hacerme compañía y traerme algo de comer. Empieza a caer la tarde y el aire es fresco. Los días se empiezan a acortar, lo llevo notando algún tiempo. Sólo espero que el invierno no sea muy frío.
- ¿Quieres una manzana, Alex? -me dice Lydia-. Son de la granja.
- Claro -respondo, y casi no la cojo cuando me la lanza de cualquier manera. Es mucho más pequeña que las que vendían en las tiendas, pero está dulce. Me dura apenas un par de bocados.
Lydia se me acerca entonces y sé que quiere hablarme de algo. Déjame adivinar.
- Oye, Alex, tu amiga...
Lo sabía.
- No mejora, ¿verdad?
Lydia niega con la cabeza. Parece realmente preocupada por Mishel. Yo también lo estoy, lleva semanas en esa especie de estado de shock, apenas come y mucho menos duerme. Grita en sueños y se despierta llorando, aunque Isabelle me ha dicho que yo también lo hago. Normalmente, no me acuerdo de lo que sueño. Lo prefiero, la verdad.
- ¿Hay algo que crees que pueda hacer? -le pregunto. Ella se encoje de hombros.
- Yo trabajaba con adolescentes en un instituto, no me había enfrentado nunca a algo así...
- En la enfermería tenemos algunas cajas de benzodiacepinas. Podrían calmarla un poco y así sería más fácil trabajar con ella.
- A lo mejor...
Un estruendo nos obliga a dejar la conversación a medias. Miramos alrededor, sin entender qué ha pasado. Ha sido cerca, de eso estoy segura. Recorro la azotea una vez más, buscando en los alrededores el origen del ruido. Lo encuentro cuando llego a la parte trasera del instituto, justo sobre el gimnasio.
- ¡Lydia, corre, ven aquí!
Un vehículo se ha estrellado contra una farola. Pero no cualquier vehículo, no.
- ¿Eso es...?
- Una limusina.
Una puta limusina. Como si este mundo no fuera suficientemente absurdo.
Los habitantes del refugio han escuchado también el ruido de la colisión, y salen al patio preguntando qué ha pasado. Lydia baja a toda prisa para informar a Marcus, pero yo me quedo en mi puesto, no puedo abandonar la guardia. Además, desde aquí tengo un asiento de primera fila para ver qué pasa con el accidente.
Por el momento, ninguno de los nuestros sale a la calle. Marcus sube a la azotea enseguida, y se coloca a mi lado para ver qué ha ocurrido.
- Ten preparado el rifle -me dice, y lo miro dudando un poco-. Sólo por si acaso.
Obedezco la orden y cojo el arma con las dos manos, preparada para disparar, aunque de momento no hay objetivo al que apuntar siquiera. Esperamos durante unos minutos sin que pase nada, hasta que al fin vemos cómo se abre una de las puertas traseras de la limusina. Un hombre sale trastabillando y tosiendo, da unos pasos, y se deja caer sobre las rodillas, apoyando las manos en el suelo. Lleva un traje negro que incluso desde aquí se adivina sucio y desgastado, y tiene la cara roja y congestionada. Se lleva una mano a la cabeza, escasa de pelo, y niega lentamente. No parece darse cuenta de que lo estamos observando.
Se incorpora y vuelve la vista hacia la limusina. Otra persona está saliendo, el hombre se levanta para ayudarla. Es una mujer con una larga cabellera rubia y un vestido negro que deja poco a la imaginación. El hombre prácticamente tiene que sostenerla para que se mantenga en pie una vez ha salido a la calle. Se ponen a hablar en voz baja y ella rompe a llorar. Su compañero la deja un instante para correr al asiento del conductor y abrir la puerta. Le grita unas palabras a la mujer, no entiendo lo que dice, pero ella se acerca con paso inseguro y se asoma al interior. Está llorando en silencio. Ahí debería estar el conductor y por la expresión de ambos no debe de haber salido bien parado de la colisión. No tardaremos en saberlo, parece que el hombre trata de sacarlo del coche.
- Marcus, un herido.
- O un muerto. Esperemos un poco más.
Vemos al hombre forcejear un rato hasta que por fin logra sacar al conductor. Me siento mal por estar aquí simplemente observando, sin ayudar en nada, pero no puedo desobedecer a Marcus. Esperamos a que lo saque del todo. El conductor está inconsciente o muerto, y parece que no reacciona. Tumbado en el suelo, sus compañeros intentan despertarlo a base de sopapos, pero no hay suerte. Tiene la cara llena de sangre, tendrá alguna herida en la cabeza. No se dan por vencidos en su intento de reanimarlo, así que no creo que esté muerto.
- Marcus...
- No seas impaciente, muchacha.
Pero entonces, la mujer levanta la cabeza y nos ve. Le dice algo al hombre, y él se vuelve también hacia nosotros. Luego, haciendo grandes aspavientos con los brazos, se pone a gritar.
- ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor!
Marcus resopla. Le hace gestos para que baje la voz y lanza una mirada alrededor, comprobando que no se acercan zombis.
- ¿Cuántos sois? -le pregunta.
- Sólo nosotros -dice el hombre, poniéndose de pie y acercándose al edificio-. Nosotros tres.
- ¿Formáis parte de algún grupo?
- No, no, ningún grupo, sólo nosotros -habla con acento extranjero y parece que tiene que buscar las palabras.
- ¿Tenéis armas?
Niega con la cabeza.
- No tenemos nada, tenemos el coche, pero ya no -parece desolado-. Ahora ya nada.
En un segundo le cambia la expresión y le asesta un puñetazo en el pecho al otro hombre, que sigue tendido en el suelo, al tiempo que grita algo incomprensible que suena como un insulto.
- Ayuda, por favor -suplica. La mujer repite las palabras otra vez. Marcus refunfuña.
- Quedaos ahí, saldremos a por vosotros. No os mováis, y no hagáis ruido.
Yo tengo órdenes de quedarme en la azotea, vigilando para dar el aviso si algún peligro se acerca, así que no me queda más remedio que observar la escena desde arriba. Una pequeña comitiva sale por la puerta trasera del instituto, con algunas armas, y les piden que se acerquen lentamente y con las manos en alto. La mujer dice algo en un idioma que no entiendo, el hombre le contesta y ambos se dirigen al grupo. El otro hombre sigue en el suelo, inmóvil. Aun sin quitar el seguro del rifle, apunto hacia él, preparada para disparar en caso de que se levante con hambre.
La comisión de bienvenida somete a los recién llegados al examen de rigor. Al principio parece que no entienden lo que ocurre, pero pronto los convencen a ambos. La mujer tampoco llevaba mucha ropa, en realidad, iba incluso sin zapatos. Parece que están limpios, porque los dejan pasar. Luego, unos cuantos se arremolinan alrededor del que está en el suelo, para examinarlo a fondo también. Les lleva un rato, no sólo porque no es fácil desnudar a una persona inconsciente, sino porque tienen que mantenerse alerta en todo momento ante la posibilidad de que despierte convertido en zombi. Sin embargo, de momento no se apartan de él por lo que probablemente siga con vida. Una vez se dan por satisfechos, se lo llevan al interior del recinto. Un par de compañeros se quedan fuera y echan un vistazo al interior de la limusina destrozada. Sacan unas cuantas botellas del vehículo y vuelven rápidamente al instituto. No pasa mucho tiempo hasta que uno de los chicos de Marcus sube a la azotea y me informa de que viene a relevarme, aunque no han pasado aun las cuatro horas de guardia.
- Isabelle te reclama en la enfermería.
Le doy el rifle y me marcho a toda prisa, no conviene hacerla esperar.
Me levanto de la silla y doy una vuelta por la azotea del instituto. La he recorrido ya un par de veces, pero tengo que pasar aquí cuatro horas, así que estiro las piernas una vez más. Me asomo por la barandilla y escruto las calles de los alrededores, pero todo está desierto, ni siquiera hay zombis cerca. De vez en cuando se acercan pequeños grupos, entonces el vigía avisa a los demás y un grupo armado sale a eliminarlos. Luego simplemente queman los cuerpos. Hace días que no viene ninguno, y prefiero que no lo hagan en mi turno de guardia, pero eso no quita que me aburra profundamente. En la enfermería, al menos, siempre puedo encontrar algo que hacer, aunque sea llevarle la contraria a Isabelle para enfadarla un poco, que creo que le sienta bien de vez en cuando.
Lydia sube al cabo de media hora para hacerme compañía y traerme algo de comer. Empieza a caer la tarde y el aire es fresco. Los días se empiezan a acortar, lo llevo notando algún tiempo. Sólo espero que el invierno no sea muy frío.
- ¿Quieres una manzana, Alex? -me dice Lydia-. Son de la granja.
- Claro -respondo, y casi no la cojo cuando me la lanza de cualquier manera. Es mucho más pequeña que las que vendían en las tiendas, pero está dulce. Me dura apenas un par de bocados.
Lydia se me acerca entonces y sé que quiere hablarme de algo. Déjame adivinar.
- Oye, Alex, tu amiga...
Lo sabía.
- No mejora, ¿verdad?
Lydia niega con la cabeza. Parece realmente preocupada por Mishel. Yo también lo estoy, lleva semanas en esa especie de estado de shock, apenas come y mucho menos duerme. Grita en sueños y se despierta llorando, aunque Isabelle me ha dicho que yo también lo hago. Normalmente, no me acuerdo de lo que sueño. Lo prefiero, la verdad.
- ¿Hay algo que crees que pueda hacer? -le pregunto. Ella se encoje de hombros.
- Yo trabajaba con adolescentes en un instituto, no me había enfrentado nunca a algo así...
- En la enfermería tenemos algunas cajas de benzodiacepinas. Podrían calmarla un poco y así sería más fácil trabajar con ella.
- A lo mejor...
Un estruendo nos obliga a dejar la conversación a medias. Miramos alrededor, sin entender qué ha pasado. Ha sido cerca, de eso estoy segura. Recorro la azotea una vez más, buscando en los alrededores el origen del ruido. Lo encuentro cuando llego a la parte trasera del instituto, justo sobre el gimnasio.
- ¡Lydia, corre, ven aquí!
Un vehículo se ha estrellado contra una farola. Pero no cualquier vehículo, no.
- ¿Eso es...?
- Una limusina.
Una puta limusina. Como si este mundo no fuera suficientemente absurdo.
Los habitantes del refugio han escuchado también el ruido de la colisión, y salen al patio preguntando qué ha pasado. Lydia baja a toda prisa para informar a Marcus, pero yo me quedo en mi puesto, no puedo abandonar la guardia. Además, desde aquí tengo un asiento de primera fila para ver qué pasa con el accidente.
Por el momento, ninguno de los nuestros sale a la calle. Marcus sube a la azotea enseguida, y se coloca a mi lado para ver qué ha ocurrido.
- Ten preparado el rifle -me dice, y lo miro dudando un poco-. Sólo por si acaso.
Obedezco la orden y cojo el arma con las dos manos, preparada para disparar, aunque de momento no hay objetivo al que apuntar siquiera. Esperamos durante unos minutos sin que pase nada, hasta que al fin vemos cómo se abre una de las puertas traseras de la limusina. Un hombre sale trastabillando y tosiendo, da unos pasos, y se deja caer sobre las rodillas, apoyando las manos en el suelo. Lleva un traje negro que incluso desde aquí se adivina sucio y desgastado, y tiene la cara roja y congestionada. Se lleva una mano a la cabeza, escasa de pelo, y niega lentamente. No parece darse cuenta de que lo estamos observando.
Se incorpora y vuelve la vista hacia la limusina. Otra persona está saliendo, el hombre se levanta para ayudarla. Es una mujer con una larga cabellera rubia y un vestido negro que deja poco a la imaginación. El hombre prácticamente tiene que sostenerla para que se mantenga en pie una vez ha salido a la calle. Se ponen a hablar en voz baja y ella rompe a llorar. Su compañero la deja un instante para correr al asiento del conductor y abrir la puerta. Le grita unas palabras a la mujer, no entiendo lo que dice, pero ella se acerca con paso inseguro y se asoma al interior. Está llorando en silencio. Ahí debería estar el conductor y por la expresión de ambos no debe de haber salido bien parado de la colisión. No tardaremos en saberlo, parece que el hombre trata de sacarlo del coche.
- Marcus, un herido.
- O un muerto. Esperemos un poco más.
Vemos al hombre forcejear un rato hasta que por fin logra sacar al conductor. Me siento mal por estar aquí simplemente observando, sin ayudar en nada, pero no puedo desobedecer a Marcus. Esperamos a que lo saque del todo. El conductor está inconsciente o muerto, y parece que no reacciona. Tumbado en el suelo, sus compañeros intentan despertarlo a base de sopapos, pero no hay suerte. Tiene la cara llena de sangre, tendrá alguna herida en la cabeza. No se dan por vencidos en su intento de reanimarlo, así que no creo que esté muerto.
- Marcus...
- No seas impaciente, muchacha.
Pero entonces, la mujer levanta la cabeza y nos ve. Le dice algo al hombre, y él se vuelve también hacia nosotros. Luego, haciendo grandes aspavientos con los brazos, se pone a gritar.
- ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor!
Marcus resopla. Le hace gestos para que baje la voz y lanza una mirada alrededor, comprobando que no se acercan zombis.
- ¿Cuántos sois? -le pregunta.
- Sólo nosotros -dice el hombre, poniéndose de pie y acercándose al edificio-. Nosotros tres.
- ¿Formáis parte de algún grupo?
- No, no, ningún grupo, sólo nosotros -habla con acento extranjero y parece que tiene que buscar las palabras.
- ¿Tenéis armas?
Niega con la cabeza.
- No tenemos nada, tenemos el coche, pero ya no -parece desolado-. Ahora ya nada.
En un segundo le cambia la expresión y le asesta un puñetazo en el pecho al otro hombre, que sigue tendido en el suelo, al tiempo que grita algo incomprensible que suena como un insulto.
- Ayuda, por favor -suplica. La mujer repite las palabras otra vez. Marcus refunfuña.
- Quedaos ahí, saldremos a por vosotros. No os mováis, y no hagáis ruido.
Yo tengo órdenes de quedarme en la azotea, vigilando para dar el aviso si algún peligro se acerca, así que no me queda más remedio que observar la escena desde arriba. Una pequeña comitiva sale por la puerta trasera del instituto, con algunas armas, y les piden que se acerquen lentamente y con las manos en alto. La mujer dice algo en un idioma que no entiendo, el hombre le contesta y ambos se dirigen al grupo. El otro hombre sigue en el suelo, inmóvil. Aun sin quitar el seguro del rifle, apunto hacia él, preparada para disparar en caso de que se levante con hambre.
La comisión de bienvenida somete a los recién llegados al examen de rigor. Al principio parece que no entienden lo que ocurre, pero pronto los convencen a ambos. La mujer tampoco llevaba mucha ropa, en realidad, iba incluso sin zapatos. Parece que están limpios, porque los dejan pasar. Luego, unos cuantos se arremolinan alrededor del que está en el suelo, para examinarlo a fondo también. Les lleva un rato, no sólo porque no es fácil desnudar a una persona inconsciente, sino porque tienen que mantenerse alerta en todo momento ante la posibilidad de que despierte convertido en zombi. Sin embargo, de momento no se apartan de él por lo que probablemente siga con vida. Una vez se dan por satisfechos, se lo llevan al interior del recinto. Un par de compañeros se quedan fuera y echan un vistazo al interior de la limusina destrozada. Sacan unas cuantas botellas del vehículo y vuelven rápidamente al instituto. No pasa mucho tiempo hasta que uno de los chicos de Marcus sube a la azotea y me informa de que viene a relevarme, aunque no han pasado aun las cuatro horas de guardia.
- Isabelle te reclama en la enfermería.
Le doy el rifle y me marcho a toda prisa, no conviene hacerla esperar.
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