miércoles, 6 de mayo de 2009

Con el barro en los talones


Fue entonces cuando empezó una carrera frenética por la supervivencia, los brazos, cuerpos retorcidos y manos agarrotadas empezaron a moverse por todas partes, no todos los cadáveres parecían "despertar" pero sí muchos de ellos, demasiados. Si alguna vez habéis caminado sobre la espalda de alguien, emprenderéis lo difícil que resultaba moverse en esas condiciones, pisando cuerpos, cabezas y torsos amontonados de cualquier manera, todo lo rápido que podíamos, mientras decenas de manos intentaban cogernos, inmovilizarnos... Mel tenía menos dificultades, su entrenamiento era superior al del resto, encabezaba la marcha hacia el lugar más fácil de escalar rápidamente dadas las circunstancias; yo cerraba la comitiva, ayudando a la doctora a avanzar lo más deprisa posible. Tras unos segundos de carrera, Sam resbaló... -¡Sigue a Mel! -grité a Alexandra mientras pateaba la cara del desgraciado que había cogido a Sam por el tobillo. La criatura gruñó aprentando más su presa, Sam encogió el rostro de dolor mientras con su hacha golpeaba y cortaba todas las manos que trataban de aferrarse a su cuerpo, volví a patear con mi bota hasta dejar marcada mi suela en la piel ahora ensangrentada y embarrada del zombi. -¡Ahora está más guapo! JAJA!- Sugirió Sam mientras se levantaba para retomar la dificultosa carrera de obstáculos. Llegamos a su altura justo a tiempo, Sam incrustó su hacha en la cabeza de un podrido justo antes de que mordiera a Mel en la pierna, distraido como estaba aupando a Alexandra para salir de la especie de trinchera embarrada. Sam subió el segundo, mientras lo cubríamos entre Mel y yo, pateando y empujando todo lo que se nos acercaba demasiado. -¡Sube! lo harás más rápido que yo, y una vez arriba podréis tirar de mí para subirme más deprisa- dije a Mel mientras aporreaba a patadas al mismo zombi por acercarse una tercera vez. Una vez arriba, los tres comenzaron a gritar para que espabilara, miré arriba, vi el rostro aterrado de la doctora Sky, el ceño fruncido de Sam y la cara de preocupación de Mel mirando a unos metros a mi izquierda. Miré en la misma dirección y empecé a trepar con rapidez, clavaba las manos y los pies en el barro y hacía toda la fuerza posible para empujar mi cuerpo hacia arriba, sentía como la adrenalina potenciaba mis músculos, el pulso martilleando mi sien, la ansiedad creciente...pues lo que vieron mis ojos al mirar en aquella dirección, era uno de esos cadáveres rápidos. Le faltaba una pierna, pero aún así se movía bastante deprisa entre el resto de cuerpos, usando los brazos y la otra pierna, en una postura animal. Gruñía y salibaba con terrible ansiedad, mientras saltaba de un lado a otro del foso a "tres patas" con una agilidad sorprendente y una velocidad sobrenatural. Subí casi dos metros cuando sentí que algo me enganchó la chaqueta, casi al mismo tiempo en el que empecé a notar mi descenso arrastrando el barro con mis manos, como arañándolo desesperadamente para no caer, dos fuertes manos me frenaron. Sam y Mel, cada uno por una muñeca y haciendo un gran esfuerzo, se estiraron lo suficiente como para cogerme y tirar de mí. La criatura colgaba y se zarandeaba mientras Alexandra le lanzaba piedras con afortunada puntería.

Una, en el hombro. Otra en la boca, que hizo saltar dientes, sangre y saliva, pero el maldito despojo no soltaba su presa. Recordé con toda claridad nuestro último encuentro con una de aquellas criaturas. Isaac tenía los pies hundidos en el barro y luchaba con todas sus fuerzas por subir por la escarpada pared, mientras Sam y Mel tiraban de él. El zombi lanzó un bocado, tratando de morderle la pierna. - ¡¡Ni lo sueñes, cabrón!! -grité, apuntando a la cabeza del muerto. La piedra impactó en su ojo derecho, que quedó convertido en una masa oscura, y por un momento se tambaleó. Mel y Sam aprovecharon la ocasión para dar un fuerte tirón y subir a Isaac un buen tramo, sin darse cuenta de que el zombi se había agarrado a su bota hasta que le oyeron lanzar un grito de dolor. En precario equilibrio, Isaac se mantenía aferrado a las manos de los otros dos, con un pie hundido en el barro que resbalaba lentamente hacia abajo, y el otro en el aire con el cadáver colgado de él. Sam y Mel aguantaban como podían el peso de dos cuerpos prácticamente a pulso y yo sabía que a pesar de las pedradas el condenado zombi no iba a renunciar a su almuerzo. - Así no vamos a sacarlo. ¡Hay que hacer algo! -dije, haciéndome oir por encima de los gemidos de los muertos que habían empezado a concentrarse en el fondo de la zanja, alrededor de donde Isaac luchaba por salir. Mel me llamó. Habló con una serenidad que contrastaba tremendamente con la situación. - En mi cinturón hay una pistola. Quedan unas pocas balas. Cógela. Saqué el arma de la pequeña funda unida al cinturón del militar y la miré sin demasiada confianza. Mel continuó dándome instrucciones, mientras Isaac sacudía la pierna en un intento por evitar la mordedura del zombi. - Tira de la parte de arriba hacia ti, hasta que oigas un chasquido. Luego busca un lugar donde veas bien y dispara. Sólo tienes que apretar el gatillo. Respiré hondo y obedecí rápidamente. La lluvia me dificultaba la visión cuando traté de apuntar. El muerto había clavado sus dientes en la bota de Isaac, esperaba que fuese lo bastante resistente como para evitar que el mordisco llegase a la piel. Apunté el cañón a la cabeza y recé para que esto se me diera tan bien en la vida real como en los videojuegos. Después, apreté el gatillo.


Me dolía todo el cuerpo de la tensión y el esfuerzo, los brazos me ardían y los pinchazos que sentía en la pierna auguraban un fallo muscular en cualquier momento. Mover una pierna con un peso que no deja de revolverse tratando de morderte no es un ejercicio agradable... Oí un estruendo, sentí un quemazón en la parte externa del gemelo, y la pesada carga que colgaba de mi pierna dejó de moverse. Miré hacia abajo y la criatura miraba con la misma expresión gruñona, los ojos apagados de excitación y un riachuelo de humo y sangre salían del lateral de su cráneo, golpee su cara con la otra pierna hasta tres veces, para poder desembarazarme de la carga y finalmente, subí ayudado por mis compañeros, donde nos recostamos en el suelo embarrado, jadeando, para recuperar fuerzas. Los constantes gemidos y gruñidos que provenían de abajo, pronto nos animaron a continuar la marcha, alejarnos del peligro y rezar por que sus torpes movimientos no les permitieran trepar. Andamos unos 40 metros cuando nos detuvimos, queriamos comprobar nuestras heridas, era posible que tuviéramos alguna herida peligrosa, mi bota tenía la marca de una dentadura humana cerca del talón e irremediablemente acudieron a mi imaginación tráilers de películas del género zombi, en las que la mayoría de las víctimas se contagiaban por un simple mordisco. Sam tenia un moratón bastante importante en el tobillo por donde le agarraron, pero nada más, el resto, arañazos de trepar y de la frenética carrera, nada importante. Me llegó el turno, tras quitarme la bota, el calcetín no mostraba indicios de nada, la sangre con el barro no se distingue, así que me quité con cuidado la prenda para descubir mi pie intacto, tan sólo la marca de una mordedura en la piel, como cuando aprietas los dientes contra tu mano, dejando el surco en la piel con la forma de tu dentadura, sin dejar herida. Todos miraban perplejos. -Has tenido suerte, muchacho-dijo Sam animadamente. -Si, espero no haber gastado este cartucho demasiado pronto- le contesté pensando en qué habria pasado si su saliva hubiera entrado en contacto con mi sangre...¿me habría contagiado? ¿o tenía que morir para levantarme transformado en uno de esos engendros vivientes? Me calcé con estos turbios pensamientos en mente y seguí a mis compañeros con la mirada perdida hacia el cercano cordón militar.

Las piernas no dejaron de temblarme durante un buen rato. Devolví la pistola a Mel y me puse a caminar tras él, tratando de seguir su ritmo a pesar de que empezaba a notar el cansancio y que continuaba lloviendo con fuerza. Al menos, era una forma de combatir el frío. Miré de reojo la bota destrozada de Isaac pensando en lo que podría haber ocurrido. El mordisco del zombi no había llegado a producir una herida, así que según mi teoría no debería estar contagiado, pero aún así... podía equivocarme. Los casos que había visto en el hospital los días anteriores a lo que sin duda equivalía al apocalipsis inducían a pensar que el "contagio", por llamarlo de alguna manera, ocurría a través del intercambio de fluidos, así que las mordeduras eran la forma más probable de contraer la "infección", considerando que los despojos tenían especial motivación por la carne humana. El problema es que en aquél momento, antes de que todo se fuese a la mierda, pensamos que se trataba simplemente de heridas infectadas. En urgencias llega de todo, y la gente se pelea tanto que un mordisco no resulta especialmente llamativo... Hasta que la persona muere y luego se levanta convertida en un monstruo. Entonces recordé a quienes dimos una receta de antibióticos y el alta. Esas personas se fueron a casa y extendieron esto... Y ahora huimos de una ciudad destrozada, después de sobrevivir por los pelos a varios ataques, de disparar un arma por primera vez en mi vida, caminando entre el barro y la lluvia y con los brazos en alto para que no nos confundan con ellos.

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