viernes, 1 de enero de 2016

Responsabilidad

Empiezo a recobrar el sentido acompañada de varias voces que hablan a lo lejos. Las escucho cada vez más cerca, hasta que finalmente entiendo lo que dicen.
- ...agotada. Ha tenido que pasar mucha tensión.
- Mandaré a alguien a que le traiga agua y algo de comer.
Parecen un hombre y una mujer. Abro los ojos, pero todavía no puedo ver bien. Poco a poco, los borrones que tengo delante van tomando forma humana. Desde el suelo sólo veo una figura alta, con barba espesa. Adrian, sin duda. La otra persona es la mujer que ha venido a hacerse cargo de Neil cuando se ha desmayado, ahora está arrodillada a mi lado. Trato de incorporarme.
- ¿Cuánto tiempo he... ? -empiezo, pero la mano de la mujer me empuja suavemente hacia el suelo.
- Tranquila, doctora, no se levante tan deprisa. Se volverá a marear.
- ¿Cuánto tiempo ha pasado? -vuelvo a preguntar-. ¿Y Ronald?
- Sólo han sido unos segundos -responde la mujer. Unos pasos apresurados se acercan por el pasillo y cuando Adrian se vuelve hacia el ruido veo que su ropa está manchada de sangre. Levanto ligeramente la cabeza para comprobar que yo estoy empapada. Los pasos llegan hasta donde estamos y entonces descubro que pertenecen a otra mujer que trae una botella de agua. Se la alcanza a la que está a mi lado y se aleja de nuevo.
- Gracias, Alice -dice ella, y se vuelve hacia mí-. Toma, bebe un poco. Enseguida te traerán algo que comer y te sentirás mejor.
Cojo la botella con la mano aun temblorosa y me incorporo ligeramente para beber. Me doy cuenta de que el pasillo está lleno de gente.
- ¿Cómo está Ronald? -insisto, ya que nadie parece haberme escuchado antes.
- Todavía inconsciente -responde Adrian-. Pero se recuperará, ¿verdad?
- Eso espero.

Me levanto del todo y siento una nueva oleada de mareo, aunque esta vez más leve, de forma que soy capaz de volver a la habitación y dejarme caer sobre el sillón. Adrian y la mujer me siguen dentro. Veo al otro hijo de Ronald tumbado sobre el colchón que hay en el suelo, está despierto aunque todavía pálido. El padre, en la cama, sigue igual que lo había dejado. La habitación está patas arriba, con todo mi instrumental esparcido, incluida la sierra que descansa a los pies de la cama. El pie de Ronald ha desaparecido, Christopher se lo ha debido llevar, porque a él tampoco lo veo por aquí.
- ¿Qué hacemos ahora, doctora?
Adrian y la mujer me miran con expectación. Echo un vistazo a Ronald y respiro hondo.
- Vigilarlo y esperar a que despierte. Podéis rezar, si queréis.


Las horas transcurren despacio. Me siento mejor después de comer una especie de pan casero hecho con harina de maíz elaborado, según me cuentan, por los propios habitantes de la granja. Cuando siento que voy recuperando las fuerzas, pido que me traigan agua limpia y me dedico a recoger y limpiar todo el instrumental que he utilizado durante la operación. Mientras me muevo en silencio alrededor de la cama, escucho a Ronald respirar de forma rápida y superficial. Le toco ligeramente la frente, todavía tiene fiebre. Afuera, el sol empieza a caer y la luz se vuelve anaranjada y débil. La noche será difícil.
- ¿Puedo ayudar en algo, doctora?
Me vuelvo para ver quién pregunta. Me sorprendo al encontrar al muchacho que esta mañana preguntaba por Damon. Creo recordar que se llamaba Red. Tiene los ojos enrojecidos y la mejilla hinchada y amoratada.
- ¿Qué te ha pasado? -pregunto.
- No es nada.
Antes de que pueda decir nada más, Christopher y la mujer de antes aparecen en la habitación. Todos nos volvemos hacia ellos, incluso Neil, que sigue sentado en el colchón del suelo, junto a su padre.
- Deja de molestar, Red -gruñe la mujer-. Tienes trabajo que hacer.
- Tranquila, no estaba... -empiezo, intentando evitar un nuevo enfrentamiento. Red se adelanta a mi respuesta dando un paso al frente.
- Está oscureciendo -dice en tono desafiante, señalando la ventana-. No hay suficiente luz para seguir en el campo, ¿no lo ves, Tina?
Ella no parece sentirse intimidada.
- Entonces ve a ayudar con las cenas -responde sin mudar la expresión. Red vacila un momento-. ¿A qué esperas?
Finalmente el muchacho da unos pasos hacia la puerta de la habitación, donde se encuentra Christopher. Con expresión severa, se aparta para dejar pasar a Red, y finalmente los pasos del chico se pierden por el pasillo. Ahora que se ha ido, ambos se vuelven hacia mí.
- ¿Alguna novedad? -pregunta Christopher. Niego con la cabeza. Tina se me acerca y me pone la mano suavemente en el brazo. Tiene una expresión amable que la hace parecer una persona completamente diferente a la de hace unos segundos, lo cual me inquieta.
- Tal vez sería buena idea que se lavara y se pusiera ropa limpia -me dice en tono maternal-. Pondremos sábanas limpias para Ronald también.
- No deberíamos moverlo mucho.
- Bien, tendremos mucho cuidado. Christopher se quedará aquí con Neil, tú ven conmigo, ¿de acuerdo?
- ¿Dónde está Adrian?
- Cambiándose, también. Aunque él no estaba tan sucio como tú, la verdad.
- Bien. Christopher, por favor, avísame si hay algún cambio.
Salgo de la habitación detrás de Tina, el pasillo está prácticamente a oscuras. Ha anochecido deprisa. Ya no queda nadie aquí, supongo que estarán cenando, o durmiendo, no sé.
- ¿Cuántos sois aquí? -le pregunto a Tina.
- Veintidós hasta esta mañana -responde. Se le nota dolor en la voz.
- Siento lo de Damon.
- Era un buen chico. No se merecía morir así.
- Damon no...
- Déjalo -me corta-. Christopher me lo ha contado.
- ¿Y no crees que...?
- He dicho que lo dejes -ahora su tono es tajante-. Sé que quieres ayudar, pero no hay nada que hacer. Eres médico, ¿no? Debes de saber que no se puede salvar a todo el mundo.
No me atrevo a responder. Bajo la cabeza y la sigo hasta una habitación en la planta baja donde me ofrece ropa limpia. Antes de salir, señala un gran cuenco sobre una cómoda.
- Puedes usar el agua que hay ahí para limpiarte la cara. Ya conoces el camino de vuelta, regresa con Ronald en cuanto acabes. No te separes de él. Si tienes hambre o sed, díselo a Adrian. Si necesitas ir al baño, hay una letrina afuera. Él te acompañará.

Cierra de un portazo al salir. Respiro hondo, pero soy incapaz de deshacer el nudo que tengo en el estómago. Me acerco a la cómoda y me sorprendo al ver mi reflejo en el espejo que cuelga sobre ella. En la penumbra, la sangre se ve de un tono gris, pero aun así siento un escalofrío. Me apresuro a lavarme, no quiero que lo primero que vea Ronald al despertar sea una imagen tan escabrosa.

Cuando regreso a la habitación, los dos hijos de Ronald están allí, sentados en el suelo. Han encendido un par de velas que apenas iluminan la estancia y ambos beben de sendos tazones. La ventana está abierta y entra una brisa que refresca la estancia. Sonríen al verme.
- Tiene mucho mejor aspecto ahora, doctora.
Adrian señala una de las mesillas de noche, donde hay otro tazón.
- Hemos traído un poco de sopa para usted. Espero que no se haya enfriado.
- Gracias -cojo el tazón con las dos manos, está tibio-. Podéis llamarme Alex.
Me siento junto a ellos y bebo. La sopa no está muy caliente, pero es reconfortante y sabe deliciosa después de tanto tiempo sin comer nada recién hecho.
- Estarás cansada -dice Neil-. Si quieres dormir un poco, puedes usar el colchón.
Niego con la cabeza.
- Estaré pendiente de vuestro padre durante algunas horas. Pero vosotros podéis descansar.

Ninguno de los dos quiere dormir, pero a medida que pasa el tiempo sin novedades ambos se quedan adormilados. Incluso yo, que a cada poco compruebo el estado de Ronald, empiezo a sentir que se me cierran los ojos. La cabeza me pesa y me hundo en el sillón donde estoy sentada. Entonces oigo un murmullo, el roce de la piel contra la tela, y me levanto rápidamente. Ronald se está moviendo. Adrian y Neil también se han percatado y en una fracción de segundo se abalanzan sobre la cama.
- ¡Papá!
- ¿Estás despierto?
Yo me acerco también. Ronald parpadea unas cuantas veces y luego hace una mueca de dolor. Su rostro se ilumina al ver a sus hijos.
- Chicos...
- ¡Lo hiciste papá!
Cuando dirige su mirada hacia mí, ya tengo las medicinas preparadas.
- Parece que todo ha ido bien. ¿Cómo te sientes? -le pregunto.
- Horrible -responde con voz ronca.
- Esto te ayudará -le ofrezco el medicamento junto con un vaso de agua-. Es para el dolor y la fiebre. Lo peor ha pasado ya.
No sé si es verdad, pero parece reconfortarlo. Se toma las pastillas y suspira.
- Ahora lo mejor es que descanses y no te muevas. Por la mañana veremos qué tal va la herida.
Asiente levemente con la cabeza y cierra los ojos. Todavía parece muy débil para cantar victoria, pero tengo la esperanza de que mejorará si supera esta primera noche.
- Se pondrá bien, ¿verdad?
Levanto la cabeza y veo a Neil y Adrian, mirándome con expectación. Se debaten entre la angustia y la esperanza.
- No lo sé, chicos. Por el momento sólo podemos esperar. Pero ha superado la cirugía. Vuestro padre es fuerte, confiemos en él.

La habitación se queda en silencio de nuevo y yo vuelvo al sillón. El pasillo, la casa, el mundo entero, todo se ha quedado en calma tras caer la noche. Acostumbrada a dormir en la enfermería de Cornwell, donde la tranquilidad es un bien escaso, se me hace extraño estar aquí sólo en compañía de las respiraciones rítmicas y pausadas de los tres hombres que se van quedando dormidos en la habitación.

Debo de haberme quedado dormida también, porque en cuanto vuelvo a abrir los ojos las velas se han apagado y la oscuridad es absoluta. Algo me ha despertado, un ruido. Creo que ha sido la puerta. No veo nada, pero oigo pasos. De repente, una luz anaranjada aparece ante mis ojos y doy un pequeño salto en el sillón. Alguien sujeta una cerilla encendida frente a mí, pero no logro verle bien la cara.
- Shhh... -susurra una voz-. Los va a despertar. Venga conmigo, por favor.
Por un momento creo que estoy soñando.
- ¿Quién eres? ¿A dónde quieres que vaya?
- Fuera.
- ¿Por qué?
- Sólo quiero hablar, por favor, venga.
La cerilla se le apaga y, tras unos segundos, oigo el fósforo rasgar la caja y la luz vuelve a aparecer, iluminando el rostro del visitante. Entonces me doy cuenta de que es Red. Los demás siguen respirando profundamente, dormidos supongo.
- Está bien. Pero sólo puedo salir un momento, no puedo alejarme de Ronald.

Salimos al pasillo, pero Red no se detiene. Baja la escalera y me conduce hasta el exterior de la casa. Hace algo de frío, aunque la oscuridad no es tan absoluta como dentro. La luz de la luna revela el rostro angustiado del muchacho.
- ¿Qué quieres?
- Tiene que contármelo, por favor -suplica.
- Red, yo...
- Por favor. Necesito saber qué le pasó a Damon. ¿De verdad está muerto?
Me tomo unos segundos para responder. No sé muy bien qué decirle.
- Lo siento mucho, Red. Se cayó a la autopista desde el puente.
- Eso ya lo sé -está conteniendo las lágrimas-. Christopher nos lo dijo durante la cena. Pero esconde algo, estoy seguro. Sé cuándo las personas mienten. Dígame, doctora, ¿ocurrió algo más?
- La autopista estaba llena de zombis. Christopher dijo que nunca la había visto así. Damon se acercó al borde y se apoyó sobre el guardarraíl. Éste cedió, y Damon cayó al vacío.
- ¿Usted lo vio, doctora? ¿Lo vio caer?
Red se va acercando a mí y casi sin darme cuenta voy echándome hacia atrás, hasta que mi espalda toca la pared de la casa.
- Sí, lo vi.
- ¿Dónde estaba Christopher entonces?
- Se había adelantado para inspeccionar los coches abandonados en el camino, por si había algún zombi escondido entre ellos.
Me mira muy fijamente durante unos segundos, apretando los dientes y convirtiendo su boca en una fina línea.
- Te estoy diciendo la verdad.
Al final suspira y se separa un poco de mí.
- ¿Sobrevivió a la caída?
No respondo. No sé lo que le habrá contado Christopher, pero Red tiene derecho a conocer la verdad. Lo que me preocupa es qué hará si se lo cuento.
- Doctora, Damon era un hermano para mí -tiene la voz temblorosa, se esfuerza por no llorar-. Tengo que saberlo. ¿De verdad está muerto? Cuando os marchasteis de allí, ¿Damon estaba muerto?

Me viene a la mente la imagen de Damon tendido sobre el techo del autobús. En mi cabeza resuenan sus gritos, sus súplicas rogando que no lo dejáramos allí solo. Escucho las promesas de Christopher de volver con ayuda. Mintiéndole y abandonándolo fríamente.
- Damon se hirió gravemente al caer. Tal vez sus heridas fueron mortales. Pero estaba vivo cuando nos fuimos.
Red se lleva las manos a la boca y una lágrima le recorre la mejilla. Temblando, se deja caer de rodillas y se estremece en un sollozo. Me arrodillo junto a él y le pongo una mano en el hombro.
- Escucha, lo siento mucho. Intenté convencer a Christopher de que enviara a alguien pero...
Me aparta y se seca las lágrimas con la manga al tiempo que se pone de pie.
- Me voy a buscarlo.
Echa a andar, alejándose de la casa.
- ¿Qué? No, Red... ¡Red! ¡Espera!
- ¡No puedo dejarlo allí! -dice sin dejar de andar-. ¡Tengo que ir a por él!
- ¡No puedes hacerlo tú solo!
- Tengo que hacerlo solo, nadie va a venir conmigo. Christopher ya los ha convencido de que no me ayuden.
- Pero es un suicidio.
- Dejar a Damon allí es un asesinato.
Me acerco a él y tiro de su brazo.
- Red, espera. Podemos convencer a Christopher.
Me aparta de un empujón. Ya está de espaldas y en marcha cuando responde.
- No va a poder convencerlo de nada.
- ¡Red! ¡No te vayas!
Me ignora y se marcha en dirección contraria a la casa. Creo que se dirige a un cobertizo que hay junto al granero. Claro, supongo que no se marchará sin al menos una linterna y algo con que defenderse. Tal vez eso me dé unos minutos de margen.

Me meto de nuevo en la casa, dispuesta a buscar a Christopher y despertarlo, pero no va a ser necesario. Lo encuentro, junto a Tina y otros dos hombres, al pie de la escalera. Parecen desconcertados cuando me ven aparecer.
- ¿Qué hace aquí, doctora? ¿Era usted quien gritaba?
- Sí, yo... lo siento. Necesito vuestra ayuda. Red quiere ir a buscar a Damon al puente.
La expresión de Christopher cambia de la confusión a la ira.
- Se lo ha contado, ¿no es así? No ha podido mantener la boca cerrada.
- Tenía derecho a saberlo -respondo.
- Mierda... ¿dónde está? ¿Se ha marchado ya?
- Creo que está en el cobertizo.
- Estará buscando equipamiento. Tina, avisa a los vigías, que no lo dejen salir hasta que lleguemos.
La mujer asiente enérgicamente y se mete en una de las habitaciones que dan al recibidor.
- ¿Los avisa por radio? -pregunto.
- Sí -responde uno de los hombres que acompañan a Christopher.
- No podemos perder más tiempo -dice él-. Coged linternas y armas. ¡Vamos!
Los hombres obedecen, pero yo me quedo quieta. Christopher echa a andar hacia la puerta.
- Voy contigo -logro articular al fin.
- Haz lo que quieras -gruñe. Está muy enfadado, pero no me impide seguirlo al exterior. Tina y los otros dos hombres aparecen enseguida. Llevan linternas, y una escopeta cada uno. Espero que las lleven por si aparecen zombis y no para usarlas contra Red.
- Está en la puerta este -dice Tina-. Lo han descubierto intentando saltar la verja cerca de allí.

Nadie dice nada, simplemente se ponen a caminar detrás de Christopher, que encabeza la marcha. Me apresuro a seguirles el ritmo, a pesar de que no estoy segura de que vaya a poder hacer nada útil. Nos lleva unos pocos minutos llegar hasta la puerta este, la misma por la que hemos entrado esta mañana, pero el camino se me hace interminable. Las linternas iluminan, un poco más allá, a tres figuras de pie junto a la puerta. Red, en medio de los dos vigilantes, mantiene una postura firme, lleno de determinación. Nos recibe con una mirada desafiante.
- Pero si es la caballería -dice-. Que sepáis que no me vais a impedir ir a por Damon.
- Red, escucha -empiezo, pero Christopher me corta con un gesto de la mano.
- ¿Qué te propones, Red? -pregunta-. ¿Qué quieres hacer exactamente?
Red da un paso al frente.
- Me voy a buscar a Damon. Voy a rescatarlo.
Christopher parece tranquilo, aunque muy serio.
- ¿Tienes algún plan?
- Sí, tengo un plan. Me descolgaré desde el puente a la autopista y subiré con Damon. He escalado muchas veces, puedo hacerlo. Ya tengo todo lo que necesito.
- ¿Vas a hacerlo en plena noche?
- No puedo perder más tiempo. Cada minuto que pasa las posibilidades de rescatar a Damon disminuyen.
- Las posibilidades de rescatar a Damon son nulas. Lo único que vas a conseguir es acabar como él.
- No habría acabado así si no lo hubieras abandonado como a un perro. Y ahora otro tiene que arreglar tu estropicio, Christopher.
- No hay ningún estropicio que arreglar, chico. Hice lo que tenía que hacer para evitar más pérdidas. No podía poner a otros en peligro. Mi deber es proteger a la gente de esta granja, incluido tú.
Red da un pisotón en el suelo, exasperado.
- ¿Protegernos? ¡Lo que hiciste fue inhumano! ¡Voy a ir a por él y traerlo a casa!
- Tú solo, claro. ¿No ves que es una locura?
- Me da igual que sea una locura. Sé que ninguno de vosotros va a venir conmigo a ayudarme, pero he tomado una decisión. Si queréis impedirme que me marche, vais a tener que pegarme un tiro.
Christopher niega con la cabeza y respira hondo.
- Nadie va a pegarte un tiro, Red. Esto no funciona así -da unos pasos hacia la puerta, los vigilantes se apartan para dejarlo pasar-. He intentado protegerte, razonar contigo, pero no hay manera. No puedo retener a nadie aquí contra su voluntad.
Christopher se acerca a la puerta y empuja una de las hojas, dejándola abierta.
- Eres libre de irte si eso es lo que quieres.
- ¡No! -intervengo-. No puedes hacerlo solo, Red.
Christopher se vuelve hacia mí con expresión severa.
- ¿Será usted quien lo ayude, doctora?
Me quedo en silencio, sin saber qué responder. Christopher se dirige a Red de nuevo.
- He hecho lo que he podido, Red. La puerta está abierta, la decisión es tuya. Pero tómala rápido, es peligroso dejarla así.
- Volveré con Damon -dice Red. Pasa entre los vigilantes y saluda a Christopher con una inclinación de cabeza. Me quedo paralizada, sin saber qué hacer. Quiero detenerlo, pero ya no me quedan argumentos. Red atraviesa el umbral en silencio y se adentra en el bosque.
- Cerrad -murmura Christopher secamente antes de que el pequeño haz de luz de la linterna de Red se pierda de vista.

Nadie habla, pero se adivina el dolor de todos en las figuras encogidas y los rostros débilmente iluminados. Lentamente, emprendemos la marcha de vuelta a la casa. Christopher se me acerca y me habla en voz baja, tanto que dudo que ninguno de los demás pueda oír lo que me dice.
- Usted podría haber evitado esto, doctora. ¿Podrá cargar con ese peso?