Tenemos que salir de aquí, rápido, ya. Hay que buscar una forma de escapar... pero no puedo pensar si Mishel no deja de sollozar detrás de mí.
- ¡Cállate, por favor! -le grito, exasperada. Ella me mira, dolida, y se lleva una mano al hombro dislocado. Es una lesión dolorosa, pero, por suerte, una de las primeras cosas que aprendí a solucionar. Le agarro el brazo y, con un movimiento brusco, coloco la articulación en su sitio. Se oye un fuerte crujido seguido de un grito de dolor. Espero que así deje de lloriquear.
Sam nos alerta, se oyen ruidos en los pisos inferiores, estaremos perdidos si no hacemos algo. Mel está muerto. Isaac podría estarlo. Me tiemblan las manos, creo que estoy perdiendo los nervios. Corro hacia uno de los extremos de la azotea. El edificio contiguo a la comisaría es una especie de garaje donde los policías dejan los coches patrulla, aunque en la parte superior se ven ventanas, probablemente haya algún tipo de oficina. Su cubierta es plana, así que si pudiéramos llegar hasta ella, tal vez tuviésemos una oportunidad de salir de esto con vida... Pero estamos demasiado altos para saltar, y no podemos volver al piso de abajo. Alex, ¡eres una científica! ¡piensa algo! Miro a mi alrededor, buscando algo que pueda sernos útil.
- ¡Una escalera! -exclama Sam. En el suelo de la azotea hay una escalera, probablemente utilizada para el mantenimiento de las antenas de radio y telefonía, de las que estamos rodeados. La coge triunfante y se asoma a la barandilla para colocarla, yo dirijo una mirada nerviosa a la puerta de acceso a las escaleras. Desde abajo siguen llegando gemidos, gritos y golpes, desesperadamente intento distinguir la voz de Isaac, pero no lo consigo.
Mierda. Mierda, mierda, mierda. La escalera no llega, ha caído sobre la cubierta del edificio anexo y seguimos sin poder escapar, y los ruidos son cada vez más intensos. Escuchamos unos pasos vacilantes que se acercan. Por favor, por favor, que sea Isaac. Sam se acerca sigilosamente a la puerta, con el hacha en alto. Una figura atraviesa el umbral, y se vuelve hacia él con los brazos estirados y la mirada perdida. Sam, sin vacilar, le parte el cráneo con el hacha, salpicándose de sangre y astillas de hueso. Consciente de que pueden llegar más, saco el arma con la que he estado practicando antes. Sin embargo, de momento, no aparece ninguno más, y lo más urgente es encontrar una forma de escapar de aquí. Mishel está llorando de nuevo, voy a volverme loca.
- ¿Crees que alguna de las antenas nos serviría para pasar al otro edificio? -dice Sam. Me asomo a la barandilla de nuevo, tal vez si encontramos un lugar donde fijar uno de los extremos...
- Si apoyamos un extremo al aparato de aire acondicionado podría actuar como tope... y podríamos deslizarnos hasta abajo -le digo. Es un poco arriesgado, pero a estas alturas, qué más da, moriremos de todas formas. Sam se acerca a una de las antenas y comienza a darle hachazos en la base. Va sonriendo a medida que el metal cede a sus brutales golpes, y de repente Mishel y yo tenemos que apartarnos para que la antena no nos aplaste. Cae con un fuerte estrépito, lo cual me temo que atraerá a más cadáveres, así que debemos ser rápidos. Colocamos la antena bien apoyada: la base, en la cubierta del otro edificio, apoyada en un aparato de aire acondicionado, el otro lado, sobre la barandilla de la azotea de la comisaría. Está bastante inclinada, pero confío en que podremos bajar por ella. Sam y Mishel bajan primero, deslizándose lentamente por el metal. A ella le sigue doliendo el brazo, así que necesita un poco de ayuda. Una vez llegan abajo, los escucho respirar aliviados, y les lanzo las mochilas que hemos podido rescatar durante nuestra huida. Antes de tener tiempo de darme la vuelta, oigo uno de esos escalofriantes aullidos a mi espalda, no necesito mirar para saber qué es, agarro firmemente la pistola y, dándome la vuelta, disparo. La bala impacta en su pecho, pero el maldito despojo apenas se tambalea. Disparo de nuevo, esta vez acierto en el ojo y el cuerpo cae al suelo, inerte.
Se oyen de nuevo ruidos y pasos en las escaleras, pero no me atrevo a cerrar la puerta. ¿Y si es Isaac a quien impido salir? Me quedo un momento muy quieta, conteniendo la respiración, con el pulso tan acelerado que me pregunto por qué no estoy sufriendo un infarto. Y entonces, aparece. Cubierto de sangre y con el dolor grabado en el rostro, rápidamente cierra la puerta y se dirige a mí, cojeando.
- ¡Hay uno de los rápidos! -grita Isaac, con la voz rota.
Era noche cerrada cuando salí al tejado de la comisaría, sentía el incesante martilleo de mi agitado corazón en las sienes. Ladré una advertencia a la doctora en cuanto la vi cerca de una improvisada pasarela, mientras, empecé a avanzar lo más deprisa que pude, cojeando. Me dolía horrores, pero a mis perseguidores eso no les importaba, seguían ascendiendo por las escaleras implacables, hambrientos. Conseguí alcanzar a Alex justo cuando apareció al exterior, allí estaba, mirándonos con ojos crueles y rostro desencajado, empezó a caminar, cada paso más rápido que el anterior, abalanzándose contra nosotros iniciando una pequeña carrera. Sam nos gritaba desde el otro edificio desesperado y encogido de consternación, Mishel lloraba acurrucada sin querer mirar la escena que acontecía a escasos metros de ellos. Alex empezó a cruzar por la pasarela, ayudándome con mi cojera, el zombie se aproximaba, "demasiado rápido" -pensé, iba a alcanzarnos y probablemente a lanzarnos al vacío. Empujé a Alex con todas mis fuerzas hacia el tejado del edificio colindante, y salté, la predecible criatura, saltó detrás de mí. Había una cuenta pendiente entre él y yo, al parecer él también lo entendió así. No podría decir cuantos metros caí hasta estamparme contra el cristal de una ventana, probablemente unos dos o tres pisos por debajo. No pensé que llegaría con la pierna herida, al saltar, pero oí el grito desgarrador de la endemoniada criatura al caer al vacío justo antes de que la oscuridad se cerniera sobre mí, dejándome nadar en un mar de inconsciencia.