viernes, 1 de enero de 2016

Responsabilidad

Empiezo a recobrar el sentido acompañada de varias voces que hablan a lo lejos. Las escucho cada vez más cerca, hasta que finalmente entiendo lo que dicen.
- ...agotada. Ha tenido que pasar mucha tensión.
- Mandaré a alguien a que le traiga agua y algo de comer.
Parecen un hombre y una mujer. Abro los ojos, pero todavía no puedo ver bien. Poco a poco, los borrones que tengo delante van tomando forma humana. Desde el suelo sólo veo una figura alta, con barba espesa. Adrian, sin duda. La otra persona es la mujer que ha venido a hacerse cargo de Neil cuando se ha desmayado, ahora está arrodillada a mi lado. Trato de incorporarme.
- ¿Cuánto tiempo he... ? -empiezo, pero la mano de la mujer me empuja suavemente hacia el suelo.
- Tranquila, doctora, no se levante tan deprisa. Se volverá a marear.
- ¿Cuánto tiempo ha pasado? -vuelvo a preguntar-. ¿Y Ronald?
- Sólo han sido unos segundos -responde la mujer. Unos pasos apresurados se acercan por el pasillo y cuando Adrian se vuelve hacia el ruido veo que su ropa está manchada de sangre. Levanto ligeramente la cabeza para comprobar que yo estoy empapada. Los pasos llegan hasta donde estamos y entonces descubro que pertenecen a otra mujer que trae una botella de agua. Se la alcanza a la que está a mi lado y se aleja de nuevo.
- Gracias, Alice -dice ella, y se vuelve hacia mí-. Toma, bebe un poco. Enseguida te traerán algo que comer y te sentirás mejor.
Cojo la botella con la mano aun temblorosa y me incorporo ligeramente para beber. Me doy cuenta de que el pasillo está lleno de gente.
- ¿Cómo está Ronald? -insisto, ya que nadie parece haberme escuchado antes.
- Todavía inconsciente -responde Adrian-. Pero se recuperará, ¿verdad?
- Eso espero.

Me levanto del todo y siento una nueva oleada de mareo, aunque esta vez más leve, de forma que soy capaz de volver a la habitación y dejarme caer sobre el sillón. Adrian y la mujer me siguen dentro. Veo al otro hijo de Ronald tumbado sobre el colchón que hay en el suelo, está despierto aunque todavía pálido. El padre, en la cama, sigue igual que lo había dejado. La habitación está patas arriba, con todo mi instrumental esparcido, incluida la sierra que descansa a los pies de la cama. El pie de Ronald ha desaparecido, Christopher se lo ha debido llevar, porque a él tampoco lo veo por aquí.
- ¿Qué hacemos ahora, doctora?
Adrian y la mujer me miran con expectación. Echo un vistazo a Ronald y respiro hondo.
- Vigilarlo y esperar a que despierte. Podéis rezar, si queréis.


Las horas transcurren despacio. Me siento mejor después de comer una especie de pan casero hecho con harina de maíz elaborado, según me cuentan, por los propios habitantes de la granja. Cuando siento que voy recuperando las fuerzas, pido que me traigan agua limpia y me dedico a recoger y limpiar todo el instrumental que he utilizado durante la operación. Mientras me muevo en silencio alrededor de la cama, escucho a Ronald respirar de forma rápida y superficial. Le toco ligeramente la frente, todavía tiene fiebre. Afuera, el sol empieza a caer y la luz se vuelve anaranjada y débil. La noche será difícil.
- ¿Puedo ayudar en algo, doctora?
Me vuelvo para ver quién pregunta. Me sorprendo al encontrar al muchacho que esta mañana preguntaba por Damon. Creo recordar que se llamaba Red. Tiene los ojos enrojecidos y la mejilla hinchada y amoratada.
- ¿Qué te ha pasado? -pregunto.
- No es nada.
Antes de que pueda decir nada más, Christopher y la mujer de antes aparecen en la habitación. Todos nos volvemos hacia ellos, incluso Neil, que sigue sentado en el colchón del suelo, junto a su padre.
- Deja de molestar, Red -gruñe la mujer-. Tienes trabajo que hacer.
- Tranquila, no estaba... -empiezo, intentando evitar un nuevo enfrentamiento. Red se adelanta a mi respuesta dando un paso al frente.
- Está oscureciendo -dice en tono desafiante, señalando la ventana-. No hay suficiente luz para seguir en el campo, ¿no lo ves, Tina?
Ella no parece sentirse intimidada.
- Entonces ve a ayudar con las cenas -responde sin mudar la expresión. Red vacila un momento-. ¿A qué esperas?
Finalmente el muchacho da unos pasos hacia la puerta de la habitación, donde se encuentra Christopher. Con expresión severa, se aparta para dejar pasar a Red, y finalmente los pasos del chico se pierden por el pasillo. Ahora que se ha ido, ambos se vuelven hacia mí.
- ¿Alguna novedad? -pregunta Christopher. Niego con la cabeza. Tina se me acerca y me pone la mano suavemente en el brazo. Tiene una expresión amable que la hace parecer una persona completamente diferente a la de hace unos segundos, lo cual me inquieta.
- Tal vez sería buena idea que se lavara y se pusiera ropa limpia -me dice en tono maternal-. Pondremos sábanas limpias para Ronald también.
- No deberíamos moverlo mucho.
- Bien, tendremos mucho cuidado. Christopher se quedará aquí con Neil, tú ven conmigo, ¿de acuerdo?
- ¿Dónde está Adrian?
- Cambiándose, también. Aunque él no estaba tan sucio como tú, la verdad.
- Bien. Christopher, por favor, avísame si hay algún cambio.
Salgo de la habitación detrás de Tina, el pasillo está prácticamente a oscuras. Ha anochecido deprisa. Ya no queda nadie aquí, supongo que estarán cenando, o durmiendo, no sé.
- ¿Cuántos sois aquí? -le pregunto a Tina.
- Veintidós hasta esta mañana -responde. Se le nota dolor en la voz.
- Siento lo de Damon.
- Era un buen chico. No se merecía morir así.
- Damon no...
- Déjalo -me corta-. Christopher me lo ha contado.
- ¿Y no crees que...?
- He dicho que lo dejes -ahora su tono es tajante-. Sé que quieres ayudar, pero no hay nada que hacer. Eres médico, ¿no? Debes de saber que no se puede salvar a todo el mundo.
No me atrevo a responder. Bajo la cabeza y la sigo hasta una habitación en la planta baja donde me ofrece ropa limpia. Antes de salir, señala un gran cuenco sobre una cómoda.
- Puedes usar el agua que hay ahí para limpiarte la cara. Ya conoces el camino de vuelta, regresa con Ronald en cuanto acabes. No te separes de él. Si tienes hambre o sed, díselo a Adrian. Si necesitas ir al baño, hay una letrina afuera. Él te acompañará.

Cierra de un portazo al salir. Respiro hondo, pero soy incapaz de deshacer el nudo que tengo en el estómago. Me acerco a la cómoda y me sorprendo al ver mi reflejo en el espejo que cuelga sobre ella. En la penumbra, la sangre se ve de un tono gris, pero aun así siento un escalofrío. Me apresuro a lavarme, no quiero que lo primero que vea Ronald al despertar sea una imagen tan escabrosa.

Cuando regreso a la habitación, los dos hijos de Ronald están allí, sentados en el suelo. Han encendido un par de velas que apenas iluminan la estancia y ambos beben de sendos tazones. La ventana está abierta y entra una brisa que refresca la estancia. Sonríen al verme.
- Tiene mucho mejor aspecto ahora, doctora.
Adrian señala una de las mesillas de noche, donde hay otro tazón.
- Hemos traído un poco de sopa para usted. Espero que no se haya enfriado.
- Gracias -cojo el tazón con las dos manos, está tibio-. Podéis llamarme Alex.
Me siento junto a ellos y bebo. La sopa no está muy caliente, pero es reconfortante y sabe deliciosa después de tanto tiempo sin comer nada recién hecho.
- Estarás cansada -dice Neil-. Si quieres dormir un poco, puedes usar el colchón.
Niego con la cabeza.
- Estaré pendiente de vuestro padre durante algunas horas. Pero vosotros podéis descansar.

Ninguno de los dos quiere dormir, pero a medida que pasa el tiempo sin novedades ambos se quedan adormilados. Incluso yo, que a cada poco compruebo el estado de Ronald, empiezo a sentir que se me cierran los ojos. La cabeza me pesa y me hundo en el sillón donde estoy sentada. Entonces oigo un murmullo, el roce de la piel contra la tela, y me levanto rápidamente. Ronald se está moviendo. Adrian y Neil también se han percatado y en una fracción de segundo se abalanzan sobre la cama.
- ¡Papá!
- ¿Estás despierto?
Yo me acerco también. Ronald parpadea unas cuantas veces y luego hace una mueca de dolor. Su rostro se ilumina al ver a sus hijos.
- Chicos...
- ¡Lo hiciste papá!
Cuando dirige su mirada hacia mí, ya tengo las medicinas preparadas.
- Parece que todo ha ido bien. ¿Cómo te sientes? -le pregunto.
- Horrible -responde con voz ronca.
- Esto te ayudará -le ofrezco el medicamento junto con un vaso de agua-. Es para el dolor y la fiebre. Lo peor ha pasado ya.
No sé si es verdad, pero parece reconfortarlo. Se toma las pastillas y suspira.
- Ahora lo mejor es que descanses y no te muevas. Por la mañana veremos qué tal va la herida.
Asiente levemente con la cabeza y cierra los ojos. Todavía parece muy débil para cantar victoria, pero tengo la esperanza de que mejorará si supera esta primera noche.
- Se pondrá bien, ¿verdad?
Levanto la cabeza y veo a Neil y Adrian, mirándome con expectación. Se debaten entre la angustia y la esperanza.
- No lo sé, chicos. Por el momento sólo podemos esperar. Pero ha superado la cirugía. Vuestro padre es fuerte, confiemos en él.

La habitación se queda en silencio de nuevo y yo vuelvo al sillón. El pasillo, la casa, el mundo entero, todo se ha quedado en calma tras caer la noche. Acostumbrada a dormir en la enfermería de Cornwell, donde la tranquilidad es un bien escaso, se me hace extraño estar aquí sólo en compañía de las respiraciones rítmicas y pausadas de los tres hombres que se van quedando dormidos en la habitación.

Debo de haberme quedado dormida también, porque en cuanto vuelvo a abrir los ojos las velas se han apagado y la oscuridad es absoluta. Algo me ha despertado, un ruido. Creo que ha sido la puerta. No veo nada, pero oigo pasos. De repente, una luz anaranjada aparece ante mis ojos y doy un pequeño salto en el sillón. Alguien sujeta una cerilla encendida frente a mí, pero no logro verle bien la cara.
- Shhh... -susurra una voz-. Los va a despertar. Venga conmigo, por favor.
Por un momento creo que estoy soñando.
- ¿Quién eres? ¿A dónde quieres que vaya?
- Fuera.
- ¿Por qué?
- Sólo quiero hablar, por favor, venga.
La cerilla se le apaga y, tras unos segundos, oigo el fósforo rasgar la caja y la luz vuelve a aparecer, iluminando el rostro del visitante. Entonces me doy cuenta de que es Red. Los demás siguen respirando profundamente, dormidos supongo.
- Está bien. Pero sólo puedo salir un momento, no puedo alejarme de Ronald.

Salimos al pasillo, pero Red no se detiene. Baja la escalera y me conduce hasta el exterior de la casa. Hace algo de frío, aunque la oscuridad no es tan absoluta como dentro. La luz de la luna revela el rostro angustiado del muchacho.
- ¿Qué quieres?
- Tiene que contármelo, por favor -suplica.
- Red, yo...
- Por favor. Necesito saber qué le pasó a Damon. ¿De verdad está muerto?
Me tomo unos segundos para responder. No sé muy bien qué decirle.
- Lo siento mucho, Red. Se cayó a la autopista desde el puente.
- Eso ya lo sé -está conteniendo las lágrimas-. Christopher nos lo dijo durante la cena. Pero esconde algo, estoy seguro. Sé cuándo las personas mienten. Dígame, doctora, ¿ocurrió algo más?
- La autopista estaba llena de zombis. Christopher dijo que nunca la había visto así. Damon se acercó al borde y se apoyó sobre el guardarraíl. Éste cedió, y Damon cayó al vacío.
- ¿Usted lo vio, doctora? ¿Lo vio caer?
Red se va acercando a mí y casi sin darme cuenta voy echándome hacia atrás, hasta que mi espalda toca la pared de la casa.
- Sí, lo vi.
- ¿Dónde estaba Christopher entonces?
- Se había adelantado para inspeccionar los coches abandonados en el camino, por si había algún zombi escondido entre ellos.
Me mira muy fijamente durante unos segundos, apretando los dientes y convirtiendo su boca en una fina línea.
- Te estoy diciendo la verdad.
Al final suspira y se separa un poco de mí.
- ¿Sobrevivió a la caída?
No respondo. No sé lo que le habrá contado Christopher, pero Red tiene derecho a conocer la verdad. Lo que me preocupa es qué hará si se lo cuento.
- Doctora, Damon era un hermano para mí -tiene la voz temblorosa, se esfuerza por no llorar-. Tengo que saberlo. ¿De verdad está muerto? Cuando os marchasteis de allí, ¿Damon estaba muerto?

Me viene a la mente la imagen de Damon tendido sobre el techo del autobús. En mi cabeza resuenan sus gritos, sus súplicas rogando que no lo dejáramos allí solo. Escucho las promesas de Christopher de volver con ayuda. Mintiéndole y abandonándolo fríamente.
- Damon se hirió gravemente al caer. Tal vez sus heridas fueron mortales. Pero estaba vivo cuando nos fuimos.
Red se lleva las manos a la boca y una lágrima le recorre la mejilla. Temblando, se deja caer de rodillas y se estremece en un sollozo. Me arrodillo junto a él y le pongo una mano en el hombro.
- Escucha, lo siento mucho. Intenté convencer a Christopher de que enviara a alguien pero...
Me aparta y se seca las lágrimas con la manga al tiempo que se pone de pie.
- Me voy a buscarlo.
Echa a andar, alejándose de la casa.
- ¿Qué? No, Red... ¡Red! ¡Espera!
- ¡No puedo dejarlo allí! -dice sin dejar de andar-. ¡Tengo que ir a por él!
- ¡No puedes hacerlo tú solo!
- Tengo que hacerlo solo, nadie va a venir conmigo. Christopher ya los ha convencido de que no me ayuden.
- Pero es un suicidio.
- Dejar a Damon allí es un asesinato.
Me acerco a él y tiro de su brazo.
- Red, espera. Podemos convencer a Christopher.
Me aparta de un empujón. Ya está de espaldas y en marcha cuando responde.
- No va a poder convencerlo de nada.
- ¡Red! ¡No te vayas!
Me ignora y se marcha en dirección contraria a la casa. Creo que se dirige a un cobertizo que hay junto al granero. Claro, supongo que no se marchará sin al menos una linterna y algo con que defenderse. Tal vez eso me dé unos minutos de margen.

Me meto de nuevo en la casa, dispuesta a buscar a Christopher y despertarlo, pero no va a ser necesario. Lo encuentro, junto a Tina y otros dos hombres, al pie de la escalera. Parecen desconcertados cuando me ven aparecer.
- ¿Qué hace aquí, doctora? ¿Era usted quien gritaba?
- Sí, yo... lo siento. Necesito vuestra ayuda. Red quiere ir a buscar a Damon al puente.
La expresión de Christopher cambia de la confusión a la ira.
- Se lo ha contado, ¿no es así? No ha podido mantener la boca cerrada.
- Tenía derecho a saberlo -respondo.
- Mierda... ¿dónde está? ¿Se ha marchado ya?
- Creo que está en el cobertizo.
- Estará buscando equipamiento. Tina, avisa a los vigías, que no lo dejen salir hasta que lleguemos.
La mujer asiente enérgicamente y se mete en una de las habitaciones que dan al recibidor.
- ¿Los avisa por radio? -pregunto.
- Sí -responde uno de los hombres que acompañan a Christopher.
- No podemos perder más tiempo -dice él-. Coged linternas y armas. ¡Vamos!
Los hombres obedecen, pero yo me quedo quieta. Christopher echa a andar hacia la puerta.
- Voy contigo -logro articular al fin.
- Haz lo que quieras -gruñe. Está muy enfadado, pero no me impide seguirlo al exterior. Tina y los otros dos hombres aparecen enseguida. Llevan linternas, y una escopeta cada uno. Espero que las lleven por si aparecen zombis y no para usarlas contra Red.
- Está en la puerta este -dice Tina-. Lo han descubierto intentando saltar la verja cerca de allí.

Nadie dice nada, simplemente se ponen a caminar detrás de Christopher, que encabeza la marcha. Me apresuro a seguirles el ritmo, a pesar de que no estoy segura de que vaya a poder hacer nada útil. Nos lleva unos pocos minutos llegar hasta la puerta este, la misma por la que hemos entrado esta mañana, pero el camino se me hace interminable. Las linternas iluminan, un poco más allá, a tres figuras de pie junto a la puerta. Red, en medio de los dos vigilantes, mantiene una postura firme, lleno de determinación. Nos recibe con una mirada desafiante.
- Pero si es la caballería -dice-. Que sepáis que no me vais a impedir ir a por Damon.
- Red, escucha -empiezo, pero Christopher me corta con un gesto de la mano.
- ¿Qué te propones, Red? -pregunta-. ¿Qué quieres hacer exactamente?
Red da un paso al frente.
- Me voy a buscar a Damon. Voy a rescatarlo.
Christopher parece tranquilo, aunque muy serio.
- ¿Tienes algún plan?
- Sí, tengo un plan. Me descolgaré desde el puente a la autopista y subiré con Damon. He escalado muchas veces, puedo hacerlo. Ya tengo todo lo que necesito.
- ¿Vas a hacerlo en plena noche?
- No puedo perder más tiempo. Cada minuto que pasa las posibilidades de rescatar a Damon disminuyen.
- Las posibilidades de rescatar a Damon son nulas. Lo único que vas a conseguir es acabar como él.
- No habría acabado así si no lo hubieras abandonado como a un perro. Y ahora otro tiene que arreglar tu estropicio, Christopher.
- No hay ningún estropicio que arreglar, chico. Hice lo que tenía que hacer para evitar más pérdidas. No podía poner a otros en peligro. Mi deber es proteger a la gente de esta granja, incluido tú.
Red da un pisotón en el suelo, exasperado.
- ¿Protegernos? ¡Lo que hiciste fue inhumano! ¡Voy a ir a por él y traerlo a casa!
- Tú solo, claro. ¿No ves que es una locura?
- Me da igual que sea una locura. Sé que ninguno de vosotros va a venir conmigo a ayudarme, pero he tomado una decisión. Si queréis impedirme que me marche, vais a tener que pegarme un tiro.
Christopher niega con la cabeza y respira hondo.
- Nadie va a pegarte un tiro, Red. Esto no funciona así -da unos pasos hacia la puerta, los vigilantes se apartan para dejarlo pasar-. He intentado protegerte, razonar contigo, pero no hay manera. No puedo retener a nadie aquí contra su voluntad.
Christopher se acerca a la puerta y empuja una de las hojas, dejándola abierta.
- Eres libre de irte si eso es lo que quieres.
- ¡No! -intervengo-. No puedes hacerlo solo, Red.
Christopher se vuelve hacia mí con expresión severa.
- ¿Será usted quien lo ayude, doctora?
Me quedo en silencio, sin saber qué responder. Christopher se dirige a Red de nuevo.
- He hecho lo que he podido, Red. La puerta está abierta, la decisión es tuya. Pero tómala rápido, es peligroso dejarla así.
- Volveré con Damon -dice Red. Pasa entre los vigilantes y saluda a Christopher con una inclinación de cabeza. Me quedo paralizada, sin saber qué hacer. Quiero detenerlo, pero ya no me quedan argumentos. Red atraviesa el umbral en silencio y se adentra en el bosque.
- Cerrad -murmura Christopher secamente antes de que el pequeño haz de luz de la linterna de Red se pierda de vista.

Nadie habla, pero se adivina el dolor de todos en las figuras encogidas y los rostros débilmente iluminados. Lentamente, emprendemos la marcha de vuelta a la casa. Christopher se me acerca y me habla en voz baja, tanto que dudo que ninguno de los demás pueda oír lo que me dice.
- Usted podría haber evitado esto, doctora. ¿Podrá cargar con ese peso?


viernes, 27 de noviembre de 2015

Cuaderno de notas

Me tiemblan las manos y apenas puedo respirar. Todo parece borroso, irreal, como si estuviera dentro de una pesadilla. Los zombis aúllan como locos, pero los oigo lejanos y amortiguados. Lo único que siento con una intensidad abrumadora es el sabor de la carne y la sangre en mi boca, delicioso pero terrible. No es la primera vez que pruebo la carne humana, ni siquiera es la primera vez que asesino a alguien con mis manos y mis dientes, pero sí es la primera vez que pierdo el control de mí mismo de esta forma. No estaba furioso, como lo estaba cuando despedacé a aquellos malnacidos que torturaron a mis compañeros. No lo decidí fríamente, como decidí acabar, rápidamente y sin dolor, con la vida de aquel muchacho infectado en el cordón militar. Tenía hambre, sí, pero no estaba tan desesperado, he comido hace sólo un rato en el camión. Ni siquiera recuerdo lo que ha pasado. Cuando voy a hablar, se me quiebra la voz.

- Lo siento -le digo a lo que queda de Bernard-. Espero que no sufrieras mucho.

Me quedo en silencio, de rodillas en el suelo, sin moverme durante un rato. No sé cuánto tiempo pasa. ¿Qué puedo hacer ahora? ¿Cómo salgo de aquí? Los zombis rodean la jaula y parece que la carnicería los ha desquiciado aún más. Alargan los brazos y tratan de pasar entre los barrotes, impacientes por hacerse con un pedazo de carne. Entonces se me ocurre una idea.

Sacudo las manos, todavía ensangrentadas, las limpio en la ropa de Bernard, y deslizo la derecha por el cinturón en busca del cuchillo con mango tallado que me he llevado de una de las caravanas del circo. Al cadáver le queda un brazo prácticamente intacto, aunque creo que con la mano será suficiente. El cuchillo es grande pero está poco afilado. Voy a intentarlo.

- Perdóname, por favor. Nunca quise que esto terminara así.

Clavo el cuchillo en su muñeca con un golpe seco, la hoja se hunde un poco pero no limpiamente. Me lleva varios minutos separar del todo la mano del brazo y cuando termino dejo escapar un suspiro de alivio. Recojo del suelo la extremidad amputada y me pongo de pie, cargándome a la espalda la mochila y el rifle. Me despido de Bernard con una leve inclinación de cabeza y me vuelvo hacia los barrotes de la jaula, donde los podridos se amontonan como animales hambrientos. Cojo impulso y, con fuerza, lanzo la mano por encima de los barrotes, más allá de los zombis, que al ver un pedazo de carne pasar cerca de ellos enloquecen todavía más y se dan la vuelta para lanzarse a por ella en una desordenada estampida, de modo que los barrotes quedan despejados por un momento, lo suficiente para permitirme trepar por ellos y saltar al otro lado a toda prisa. Echo a correr, pero antes de salir de la carpa no puedo evitar volverme un instante para mirar atrás y un pensamiento cruza mi mente: ¿qué diferencia hay entre ellos y el Isaac descontrolado de hace sólo un rato?

Salgo de la carpa y sigo corriendo durante varias decenas de metros, hasta estar seguro de que los zombis del interior no van a seguirme. Luego, simplemente me dejo caer de rodillas sobre la descuidada hierba del parque, me quito la carga de la espalda y trato de serenarme. Oigo un suave murmullo cerca y levanto la cabeza para ver que Hamlet viene a recibirme con entusiasmo. Sin embargo, se detiene de golpe a pocos metros de mí, e incluso retrocede un poco. Parece confuso, miro alrededor buscando qué lo ha alterado, y entonces me doy cuenta de que me mira a mí. Sigo cubierto de sangre y apuesto a que mi aspecto es casi tan espantoso como el de los zombis.

- Sólo soy yo, Hamlet.

No se le ve convencido del todo, así que dejo de insistir. Tal vez fuera mejor para él alejarse de mí. Clavo un puño en el suelo, me pongo de pie y recojo mis cosas para marcharme. Empieza a hacerse de noche y el aire fresco del atardecer me hace sentir un poco mejor. Necesito descansar unas horas, puede que dormir un poco, recuperar fuerzas y decidir lo que voy a hacer a continuación. El camión de la comida puede ser un buen refugio para la noche. Empiezo a andar. Hamlet se queda atrás al principio, pero finalmente me sigue.

Como la única forma de entrar en el camión es saltando el mostrador, tengo que coger a Hamlet en brazos y hacerlo pasar primero, para luego trepar yo. Una vez dentro, sentado en suelo, abro algunas bolsas de aperitivos para el perro y echo un poco de agua en un plato. Él se pone a comer y beber tranquilamente, y yo me recuesto en la pared para intentar descansar.
- Qué envidia me das, chaval -digo en voz baja. Hamlet levanta la cabeza durante un segundo para volver a dedicar plenamente su atención a la comida.

Suspiro y cierro los ojos. ¿Cuánto tiempo llevo sin dormir? Desde mi transformación apenas puedo hacerlo. La mayor parte del tiempo siento que no lo necesito, pero en momentos como éste deseo con todas mis fuerzas desconectar mi cerebro aunque sólo sea por un rato. Las imágenes de las últimas horas se repiten una y otra vez ante mis ojos cerrados. Usando mi mochila como almohada, me tumbo en un rincón del remolque, bajo unos estantes, tan escondido como me resulta posible, y le pido al mundo que me dé un respiro.


Al abrir los ojos, la oscuridad que me rodea es absoluta. Después de tanto tiempo sin dormir varias horas seguidas me cuesta unos segundos recordar dónde estoy y qué ha pasado, aunque desearía olvidarlo por completo. Oigo la respiración de Hamlet cerca y siento el calor de su cuerpo junto a mí. 

Las horas que pasan hasta el amanecer se hacen eternas. 

En cuanto empiezo a ser capaz de distinguir algo en la penumbra, me incorporo y estiro los miembros entumecidos. Hamlet se despierta al sentir el roce de mi ropa, inmediatamente alerta y vigilante, pero parece relajarse cuando ve que me acomodo sentado en el suelo y empiezo a rebuscar en mi mochila. Se aleja unos pasos para dar cuenta de las sobras de anoche.

No consigo sacarme de dentro la sensación de haber cometido un acto atroz y repugnante, pero sé que regodearme en ello no mejorará las cosas. Mi objetivo es que algo así no se repita nunca, y para eso tengo que entender qué me pasa y cómo volver a ser el de antes, si es que hay alguna posibilidad de hacerlo. Encontrar el laboratorio del que me habló Bernard era mi mejor baza, antes de cargarme a la única persona que podía guiarme hasta allí. Sin embargo, albergo una última esperanza.
- Te tengo -murmuro, y saco de la mochila el cuaderno de tapas amarillas que perteneció a la compañera de Bernard-. Veamos qué hay aquí.

Paso rápidamente las páginas, y varios papeles sueltos se desprenden y caen a mis pies. Uno de ellos es simplemente un trozo de una hoja con una lista de números anotados. El segundo parece una lista de la compra, tal vez sea un registro de las provisiones que llevaban encima. El último está doblado en cuatro partes, manoseado y mugriento. Al abrirlo, me doy cuenta de que es un mapa. Mejor dicho, es un plano de la ciudad, dividido a lápiz en cuadrantes. Hay un montón de puntos marcados, pero ninguno señalado como el laboratorio. Es más, si el laboratorio está más allá del cordón militar, no creo que aparezca dentro de los límites del plano. Aun así, creo que me va a ser útil para moverme. Sólo llevaba dos semanas destinado aquí cuando todo empezó, hay muchas zonas que ni siquiera he visto.

Después de comprobar que no hay más hojas sueltas dentro del cuaderno, lo abro y empiezo a leer. En la primera página hay una especie de lista, con fechas y códigos que no entiendo.

17 May
D52 - 3:51pm 4146 s0028 m F1 Negativo
D52 - 4:23pm 4146 s0029 h F1 Negativo

19 May
D49 - 7:07am 4146 s0030 h F3 Negativo

22 May
F42 - 1:45pm 4146 s0031 h F1 Negativo

31 May
E52 - 8:34pm 4147 s0032 m F2 Negativo


Las fechas son de mayo, eso fue hace cuatro meses, poco después de que empezara todo esto. Las letras y los números...
- Un momento -digo para mí mismo, y vuelvo a abrir el mapa-. Pues claro. Los cuadrantes.
El código que precede a cada entrada debe de corresponder a uno de los cuadrantes del mapa. Por lo que me contó Bernard, estas líneas podrían referirse a las muestras que la mujer fue tomando en su trabajo diario, probando las fórmulas que se iban desarrollando en el laboratorio. No genera mucha esperanza ver que todas están marcadas como negativas.

Las páginas siguientes continúan de forma similar. Los números van cambiando, y las fechas avanzan en el tiempo. Las entradas están en grupos de unos pocos días seguidos o muy próximos, entre los que pasan cuatro o cinco días sin ninguna nota. Tiene que corresponder con los días en que el equipo salía a hacer trabajo de campo fuera del laboratorio. Las salidas son progresivamente más largas, la última, tal como dijo Bernard, de casi dos semanas. Todas siguen la misma estructura, aunque en algunas hay observaciones anotadas. Junto a una de ellas, parecen las letras "Q.M.", como si se tratara de iniciales o siglas. En otra, hay una anotación que parece hecha por otra persona, con una caligrafía completamente diferente.

01 Sep
E48 - 9:12am 4181 s073 h F3, mordido dos veces en un intervalo de 10min., Negativo

En varias de ellas, hay referencias al comportamiento de las personas de quienes se tomaron las muestras.

18 Ago
F39 - 6:28pm 4169 s0053 m F1, sujeto muy agresivo, muestra tomada bajo sedación, Negativo

02 Sep
D47 - 8:57pm 4181 s0074 h F1, sujeto agresivo, posible contacto con J.S., Negativo
J.S. puesto en cuarentena inmediatamente.

J.S. sin signos de infección después de 12 horas de cuarentena. Se asume que no hay contagio.


El cuaderno resume el trabajo de aquella mujer durante los últimos cuatro meses. Las últimas entradas corresponden al 9 de septiembre, hace poco más de dos semanas. No hay referencias a la ubicación del laboratorio, pero puede que haya una forma de hacerme una idea de la zona en la que está. Despliego el mapa en el suelo y vuelvo a las primeras páginas del cuaderno. Asumiendo que los códigos de letras y números que preceden cada entrada corresponden a los cuadrantes del mapa, intento trazar el camino que el equipo de Miranda iba siguiendo en cada salida. El eje horizontal del mapa está dividido en veinte columnas que corresponden a las letras A a T. El eje vertical está numerado en 52 filas. En sus primeros registros, el grupo toma las muestras a la altura de las columnas D, E y F, en el extremo inferior del plano. Durante los días que dura cada salida, los registros se van alejando de la zona, en diferentes direcciones cada vez, y a medida que pasa el tiempo incluso los primeros registros de cada expedición se encuentran cada vez más lejos. 

Localizo los últimos cerca de una gran zona verde en el mapa que sin duda debe ser el parque en el que me encuentro ahora mismo, en el cuadrante P14. Considerando que el punto de partida de las expediciones parece encontrarse entre D52 y E52, estoy en la otra punta de la ciudad. Sin embargo, creo que estoy tras una pista sólida. Si esta gente entraba en la ciudad siempre por el mismo punto, explorar esa zona me podría llevar al laboratorio del que procedían. Al menos es un primer paso.

Intento trazar un plan en mi cabeza. Usando el mapa podría encontrar la ruta más corta hasta D52, y desde ahí empezar a buscar indicios del laboratorio. Si me pongo en marcha ahora podría cruzar la ciudad en cuanto... ¿dos, tres horas? Antes tal vez sí. Ahora probablemente vaya a ser mucho más, ya que no sé qué puedo encontrarme ni qué desvíos me veré obligado a tomar. 

Sigo trazando mentalmente las rutas que fue siguiendo el equipo de la autora del cuaderno. En una de ellas hay una nota que me llama la atención.

17 Jul
J21 - 12:51pm 4163 s0048 m F2, sujeto perdido
Vehículo bloqueado por grupo masivo, sujeto sustraído
Intentamos dialogar con el sujeto y su acompañante sin éxito
Imposible recuperarlo sin poner en peligro al equipo

Si estoy bien orientado, se trata de una zona por la que he pasado antes. El plano señala una iglesia, creo que corresponde al lugar donde mis antiguos compañeros pasaron un tiempo, una especie de refugio que estuve observando desde la distancia. La nota es muy escueta, pero es posible que los habitantes del lugar recuerden el suceso. No dice qué paso con la persona en quien hicieron las pruebas, pero parece que estaba con alguien. 
- ¿Tú qué opinas, Hamlet? Puede que sepan algo sobre esta gente...

El lugar está más cerca de aquí que D52 y tal vez puedan darme información. Recuerdo que Alex y los demás tuvieron que salir corriendo de allí, pero no creo que los ocupantes del refugio llegaran a verme. Quizá vale la pena intentar sacarles algo de información útil, una primera parada en mi viaje. 


Antes de salir, abro una de las latas de comida de gato y la engullo con rapidez, luego me pongo de pie y estiro mis brazos y mi espalda agarrotada. Hamlet me mira con curiosidad, se resiste un poco cuando lo cojo en brazos para hacerlo pasar por encima del mostrador del camión para sacarlo afuera. Luego salto yo. Al mirar hacia abajo veo que mi ropa sigue cubierta de sangre reseca. Puede que eso sea lo que inquieta a Hamlet... necesito ropa limpia. No puedo presentarme así delante de un grupo humano.

- ¿Preparado? -le digo al perro-. Nos vamos.

Echo a andar, seguido de los pasos ligeros de Hamlet. El sol acaba de salir. Me alegro de marcharme de aquí, nunca me gustó el circo.

sábado, 31 de octubre de 2015

En el centro de la pista

Ni siquiera me ha permitido conservar la palanca, el maldito viejo se ha largado dejándome completamente desarmado, por lo que cuando veo al zombi acercarse a Hamlet peligrosamente lo único que puedo hacer es lanzarme a por él con el puño en alto. Me interpongo entre el perro y el podrido y lo golpeo con fuerza en la sien. No es una herida fatal, pero sirve para desequilibrarlo y hacerlo caer de modo que pueda terminar el trabajo a pisotones. Hamlet no deja de ladrar hasta que el zombi se queda completamente inmóvil. Unas manchas oscuras aparecen bajo la capucha blanca del traje de seguridad que lleva puesto, pero a mí no me ha salpicado nada. Sorprendentemente higiénico.

Me vuelvo hacia el perro, todavía muy alterado.
- ¿Estás bien, muchacho?

Continúa gruñéndole al zombi en el suelo. Me acerco a él y me agacho para acariciarle la cabeza, pero sigue pendiente del cuerpo que está inmóvil a medio metro de nosotros. Aunque los recuerdos que conservo de mi primer encontronazo con uno de estos tipos de los trajes son prácticamente inexistentes, Alex me contó lo suficiente como para no tomarlos a la ligera. Se pasean por la ciudad con esos equipos, haciendo pruebas y algún tipo de experimento. Me hubiera gustado interrogar a éste, pero ya que no será posible me dispongo a registrarlo para ver si lleva encima algo que me pueda ser útil. Le quito primero la máscara antigás, que parece que llevara incrustada en el cráneo, y dejo al descubierto un rostro amoratado, deformado por mis golpes y la infección. Aun así, puedo reconocer los rasgos de una mujer de mediana edad, y al quitarle la capucha aparece un cabello castaño y abundante manchado de una sustancia negruzca.

Acabo de quitarle el traje de seguridad y busco en los bolsillos del chaleco que lleva debajo. No hay armas, ni comida, aunque sí un cuaderno con tapas de plástico de color amarillo chillón. Lo hojeo por encima, sin entender demasiado bien las anotaciones, y lo guardo en mi mochila. Le daré un vistazo luego, cuando esté en algún lugar más tranquilo. No lleva encima nada más que me pueda servir, ni siquiera el chaleco, demasiado pequeño para mí y cubierto en la zona del hombro de sangre reseca. Me pongo de pie y le dedico una última mirada, luego recojo mis cosas y me alejo del cuerpo. Hamlet me sigue con el hocico pegado al suelo. Un cadáver más que ahora se pudre lentamente junto a los otros miles sembrados por toda la ciudad. Me pregunto cuánto tardaré en acostumbrarme al olor.

Continuando con mi plan inicial, me dirijo a la zona donde están las caravanas de los artistas y trabajadores del circo. Damos un rodeo considerable para evitar a los grupos más numerosos de zombis, no quiero tener más enfrentamientos que los absolutamente necesarios para nuestra supervivencia. Al cabo de unos diez minutos llegamos a las primeras caravanas, un grupo de cuatro pequeños remolques antiguos y un poco oxidados. Pruebo con las puertas, pero todas están cerradas con llave. Intento forzar una de ellas, sin ningún resultado, así que trato de echar un vistazo a través de un ventanuco lleno de polvo. No alcanzo a ver nada, ni siquiera después de limpiar el cristal con la manga. Esto no va a ningún lado.
- Vamos a mirar por allí -le digo a Hamlet. No sé si me entiende o no, pero me sigue cuando echo a andar.

Empiezo a desesperarme cuando Hamlet se adelanta y se acerca a una de las caravanas más grandes. Bajo la capa de polvo hay una pintura roja reciente, aunque algo desgastada por el sol. El perro se detiene frente a la puerta. Me doy cuenta de que está entreabierta. La empujo lentamente, atento a cualquier signo que me indique si dentro hay alguien, infectado o no. En el interior todo está silencioso y tranquilo. A un lado, una cortinilla a medio cerrar deja entrever una cama y un pequeño armario. Al otro, inclinado sobre un escritorio de madera labrada, descansa el cuerpo inmóvil de un hombre que debe llevar muerto varias semanas.

Examino la caravana, primero superficialmente, sólo para asegurarme de que no haya nadie más, y me acerco al escritorio. Observo al hombre con detenimiento, aunque la causa de la muerte está clara, tiene una herida de bala en la sien. Miro alrededor, en busca del arma, que está en el suelo junto a una de las paredes. Es un revólver que a primera vista parece de calibre medio, nueve milímetros probablemente. Tampoco es difícil imaginarse qué llevó a este hombre al suicidio, viendo el escenario que rodea la caravana. Cojo el arma y la estudio durante unos segundos. La culata está recubierta de madera y el cañón cromado se ve reluciente, sin duda el propietario la tenía bien cuidada. El cargador está vacío, pero quizás haya munición en algún cajón, así que lo guardo en mi mochila y busco en el escritorio y en un pequeño armario que hay a un lado. En este último, en la parte más inferior, encuentro una cajita de balas del calibre adecuado. Un arma de fuego no me vendrá mal, aunque habrá que usarla con precaución si no quiero llamar la atención.

Al ponerme de nuevo de pie empiezo a fijarme en las paredes de la caravana, en las decenas o tal vez cientos de objetos que hay colgados o en pequeñas vitrinas, una infinidad que cachivaches que parecen traídos de todos los rincones del mundo: máscaras de madera, plumas de colores, pergaminos, tapices, muchos ni siquiera sé lo que son. En el escritorio, las curiosidades se amontonan alrededor del cadáver. Me llama especialmente la atención un gran cuchillo dentro de una funda de piel. Es una pieza de coleccionista: el mango es blanco, tal vez de marfil, tallado con un intrincado diseño geométrico que le da un tacto rugoso. Lo saco de la funda para ver la hoja, de acero brillante, no creo que su dueño llegara a usarlo nunca. Puede que haya que afilarlo un poco, pero me gusta. Me lo coloco en la cintura, sujetando la funda al cinturón.

Junto a la caja de balas para el revólver había otra con munición mucho más grande. Miro alrededor, buscando el arma que pueda acomodarla, y mis ojos se detienen sobre una vitrina situada justo encima del escritorio. Como presidiendo la estancia, un rifle de caza descansa sobre un soporte de madera que, apostaría mi mano derecha, está hecho a medida. Por la forma en la que el dueño lo exhibía, probablemente se trata del más preciado de todos los trofeos que atestan la caravana.

- Prometo cuidarlo como si fuese mío -le digo al cuerpo sin vida que descansa sobre la mesa al tiempo que me acerco para descolgar el arma de su soporte, pero la vitrina de cristal que lo protege está cerrada con llave. La busco en los cajones del escritorio y en las estanterías, pero no la encuentro, así que finalmente registro los bolsillos del muerto hasta dar con un manojo de llaves. Una de ellas, pequeña y plateada, abre la vitrina y por fin consigo el arma.

Nunca he utilizado un rifle de este tipo, así que tendré que tener cuidado las primeras veces. Preferiría no tener que usarlo, de hecho, pero sabiendo lo que me espera ahí fuera tengo que poder defenderme, así que decido llevármelo. Guardo la caja de munición en la mochila y me cuelgo el arma del hombro, descargada de momento. Ahora mismo me enfrento a varios grupos de zombis dispersos de los que me puedo librar fácilmente si no me atacan muchos a la vez, por lo que disparar no parece muy buena opción.

Atravieso la pequeña estancia para abrir los armarios del otro lado de la caravana en busca de comida, de nuevo sin suerte. No hay nada que comer aquí, solo algunos botes de champú y pasta de dientes. Meto un par de pastillas de jabón en la mochila y escucho a Hamlet ladrar afuera, así que salgo rápidamente. Un grupo bastante numeroso de zombis empieza a acercarse a donde estamos.
- Hamlet, cállate -susurro, pero no parece que me entienda. Va a atraer a los podridos si no hago algo. Tengo que alejarme de ellos-. Vamos, muchacho.

Empiezo a andar a paso ligero y compruebo, aliviado, que en cuanto me pongo en marcha el perro me sigue sin ladrar. Dejamos atrás el grupo de caravanas y los carteles del circo para subir la suave pendiente de una colina que ocupa gran parte del parque donde nos encontramos. La hierba ha crecido sin control haciendo que mis pasos sean mullidos y silenciosos. Los zombis se concentran más abajo, esta zona parece limpia. Me detengo al llegar junto a un banco de madera en la parte alta de la colina. Hay una persona sentada allí, y por un momento todas mis alarmas se disparan, hasta que me doy cuenta de que no se mueve y de que está más que muerto. A pesar de todo lo que he visto, resulta bastante inquietante, con su traje impoluto e incluso un sombrero sobre su cabeza. No parece que tuviera una muerte violenta. Lleva un paquete de palomitas de maíz en la mano derecha.

- Te acompaño, si no te importa -le digo, y me siento a su lado. Cojo el paquete de palomitas y me llevo un puñado a la boca, sin pensar, mientras observo el macabro circo de los horrores que ocupa la llanura. De repente siento que mi boca y mi nariz se llenan de un sabor nauseabundo, como si estuviera comiendo cartón podrido, una arcada me sacude y acabo doblado en el suelo, escupiendo todo lo que tenía en la boca. Empiezo a toser y a maldecirme.
- ¡Mierda! ¡Esto no es más que basura!
Hamlet se acerca a olisquear lo que acabo de escupir.
- ¡Fuera de aquí! -le grito, y el perro se aparta con las orejas bajas-. No puedo más -añado en voz baja, para mí mismo.
El agotamiento me pasa factura, todo el cuerpo me duele y mi desesperación aumenta a cada momento que pasa. ¿Qué voy a hacer? No puedo buscar la compañía de otros, no tal como estoy ahora, no sería más que un peligro para todo aquel que estuviera cerca de mí. Tengo que encontrar la forma de volver a la normalidad, pero no sé por donde empezar. ¿Qué pasa si me veo obligado a vagar como un zombi el resto de mis días, a la espera de que alguien finalmente me vuele la cabeza? No, pensar así no me va a ayudar. Tengo que ponerme en movimiento, encontrar algo que comer. Aprieto los puños con fuerza y escucho el crujido de la bolsa de papel que todavía sujetaba en la mano izquierda. El logotipo impreso, borroso y arrugado, me resulta familiar.

Levanto la cabeza para mirar a mi alrededor y mis ojos se paran en un camión aparcado cerca de la carpa principal del circo. Lleva uno de esos remolques que se pueden abrir para convertirse en un puesto de comida ambulante. Las luces están apagadas y hay algunas manchas de sangre alrededor del mostrador, pero por lo demás parece vacío y, lo que es más importante, abierto de par en par. Tal vez sea mi última oportunidad de encontrar algo que pueda comer en este lugar.
- ¡Vamos Hamlet!

Reúno las fuerzas que me quedan para echar a correr colina abajo, en dirección al camión. No puedo usar el camino más corto, ya que hay un grupo de muchos zombis alrededor de la carpa más grande del circo que me cortaría el paso, por lo que doy un rodeo. El perro me sigue de cerca, jadeando. A medida que nos acercamos a la zona más infestada, voy reduciendo la velocidad y me obligo a controlar la respiración para ser lo más sigiloso posible. No quiero enfrentarme a una horda con el estómago vacío.

El portón trasero que da acceso al camión está cerrado, pero no es un gran problema dado que el mostrado está completamente abierto. No está muy alto, puedo coger un poco de carrerilla y dar un salto que me ayude a trepar. Hamlet tendrá que esperar aquí fuera por el momento.
- No tardaré -le digo, y me impulso hacia el interior del remolque.

Me aseguro de que estoy solo antes de ponerme a buscar cualquier cosa que pueda ser comestible aquí dentro. Hay una máquina de palomitas medio llena, pero todas están cubiertas de moho. Después de lo de antes, sólo el verlas me da náuseas. Hay también una freidora llena de aceite y patatas podridas, y bolsas de pan echado a perder. No puedo comer nada de esto.

Al fondo veo lo que parece un congelador. Esperanzado, lo abro y me asomo al interior; un olor pestilente me golpea de pleno y me obliga incluso a retroceder un poco. El congelador no está frío en absoluto, probablemente la electricidad dejó de funcionar hace mucho. Sin demasiadas esperanzas, porque el olor no es para nada apetecible, decido abrir un paquete blanco que se encuentra en la parte superior. El arcón está hasta arriba de ellos, tal vez sean hamburguesas, o perritos calientes. Sin embargo, cuando separo el papel me encuentro el paquete vacío, no queda nada.
- Creo que el mundo me odia.
Abro el resto de los paquetes, pero todos están igual. La carne se ha echado a perder. Tiene que haber algo más...

Entonces veo las cajas bajo el mostrador. Bolsas de patatas fritas, debe haber varias docenas. Abro una, muerto de hambre, y me meto un puñado en la boca. Saben a rayos, y de nuevo me veo obligado a escupirlas. Sin embargo, a simple vista parece que están en buen estado. Vuelvo a intentarlo, pero ocurre lo mismo, no me las puedo tragar. Pruebo con otra bolsa, pero no hay cambios. Simplemente, parece que no puedo tolerarlas. Tal vez sean buenas para Hamlet, así que abro un par de bolsas y las tiro por encima del mostrador. No pierde un segundo para echarse encima de ellas y empezar a dar cuenta de la merienda. Al menos uno de los dos podrá comer.

Yo sigo buscando, abriendo todas las bolsas y cajas que encuentro. Hay bolsitas de ketchup y mostaza en cantidades industriales, botes de pepinillos, cebollas secas... Hasta que, después de un buen rato, doy con una bolsa de plástico llena de pequeñas latas coloreadas con la foto de un gato. Un pequeño rótulo blanco dice "Pollo con jamón". Nunca lo habría pensado, pero quizá funcione. Al fin y al cabo, los gatos comen carne.

Tiro de la anilla para abrir la lata. Inmediatamente, el olor me hace empezar a salivar. Hundo los dedos en el contenido, una pasta rosada y suave, y saco un trozo que me llevo a la boca. No es ningún manjar, pero después de todo lo que ha pasado hoy no voy a hacerle ascos a algo que no me hace vomitar. Podría decir incluso que no está mal. Un par de minutos después, he acabado la lata y abro la siguiente. Antes de empezar la tercera, le paso otra bolsa de patatas a Hamlet por encima del mostrador, el pobre debe de estar tan hambriento como yo.

Después de unas cuantas latas siento que mi apetito por fin se calma un poco. Me relajo, creo que incluso pienso con mayor claridad. Meto todas las latas que quedan, unas quince, en mi mochila, que ya está completamente atiborrada. Aunque no tengo sed, cojo también un par de botellas de agua pequeñas y las guardo en los bolsillos de la chaqueta, quizá Hamlet sí quiera beber un poco. Me espera tumbado al sol junto a las bolsas de patatas ya vacías. Salto por encima del mostrador y aterrizo a su lado con un ruido sordo al que apenas hace caso.
- Venga chaval, se acabó el descanso -le digo casi riendo-. Hay que ponerse en marcha de nuevo.

Me tomo unos segundos para decidir mi próximo movimiento. He explorado la zona de caravanas y no creo que encuentre nada más que me sea útil, así que me fijo en las carpas donde los espectáculos del circo tenían lugar. La carpa principal, la más grande y vistosa, está rodeada de zombis, no sé si artistas, espectadores, o un grupo de podridos que casualmente se ha aglomerado allí. Esos bichos tienen tendencia a juntarse, después de todo. En cualquier caso, me mantendré lejos de ellos. Un poco alejada de la carpa principal, más cerca de la zona de caravanas, hay otra carpa más pequeña con la lona de color azul y que a primera vista parece desierta. Decido probar suerte en esta.

Cuando nos queda poco para llegar, Hamlet se pone tenso. Gruñe y se queda quieto, casi clavado en el suelo, sin hacer caso a mis gestos para que avance. Apenas nos separan unos metros de la entrada, está claro que ha detectado algo en el interior.
- ¿Hay podridos ahí dentro? -le pregunto. Me dedica una mirada rápida, pero enseguida vuelve a centrar su atención en la carpa azul.
- Oye, quédate aquí, iré a mirar.
Doy unos pasos para comprobar que no me sigue. Tal vez sea más seguro que se quede aquí. Ladra al ver que me alejo.
- Cállate, volveré enseguida.
Sigo adelante mientras escucho un par de ladridos más, y llego a la entrada. Aquí es donde yo percibo lo que Hamlet ha detectado hace unos metros: el olor y los gemidos apagados de los zombis llegan desde el interior de la carpa. Vacilo un poco antes de aventurarme a echar un vistazo, pero finalmente me asomo. Creo que tener el estómago lleno me está volviendo más osado.

Al entrar, la visión me sorprende. La carpa está en penumbra, la luz del sol penetra únicamente por algunas rendijas en el techo. El lugar está a rebosar de podridos, pero no andan desperdigados y sin rumbo como suelen hacerlo, sino que se arremolinan todos alrededor de algo que está en el centro de la pista, algo que no alcanzo a ver con claridad, pero que por los barrotes de hierro que sobresalen por encima de las cabezas de los zombis, diría que es una especie de jaula. Me adentro unos pasos y compruebo que ninguno de ellos parece reparar en mí. Bien, eso me concede algo de margen de maniobra. En lugar de atravesar el pasillo de entrada para llegar a la pista, me voy hacia la izquierda para entrar en la primera hilera de gradas que la rodean. Hay unas diez filas de asientos, creo que si subo hasta la última podré ver qué es eso que tanto interesa a la horda de muertos.

Entre los asientos, el suelo está pegajoso y sucio, y el olor a putrefacción parece adherirse a mi piel y a las paredes de lona de la carpa, creando una atmósfera asfixiante. Me pregunto si también yo me empezaré a descomponer, como todos esos desgraciados de ahí abajo.

Al fin llego a la última fila y desde allí, de pie, observo el espectáculo del centro de la pista. Efectivamente, los zombis se apiñan alrededor de una gran jaula circular. Tal vez en otro tiempo hubiese visto alguna fiera en su interior. Ahora, sin embargo, lo que veo es una figura solitaria y encogida en el suelo, vestida de blanco y con la cabeza hundida entre las rodillas. Los zombis alargan los brazos intentando alcanzarla, lo cual sólo puede significar una cosa. Sea quien sea, el que está ahí dentro es humano, y sigue vivo. Más aun, creo que lleva uno de esos trajes de plástico, igual que la mujer que me he encontrado hace un rato.

Me siento en las gradas y me paso las manos por el pelo. Está enmarañado y el sudor lo pega a mi cabeza. Si pudiera llegar hasta la jaula y hablar con esa persona... tal vez conseguiría alguna respuesta a lo que me está pasando. Pero, ¿cómo llego hasta allí? La jaula está rodeada de zombis, y yo solo no puedo con todos. Ni siquiera a tiros creo que pudiera conseguirlo, me rodearían mucho antes de que acabase con la mitad de ellos. No voy a ponerme en riesgo, mi supervivencia es mi prioridad ahora. Así que, ¿qué opciones tengo?

La jaula está abierta por arriba. Los barrotes son altos, pero no tiene techo. La cuestión es cómo paso por encima de la horda y de los barrotes, y cómo bajo luego sin romperme ningún hueso. Podría intentar construir una pasarela desde las gradas, pero tendría que ser demasiado larga. La alternativa son las cuerdas. Hay cuerdas que cruzan la carpa de un lado a otro, no sé si para sujetar la lona, o para el espectáculo de algún equilibrista. Pero si son fuertes, lo suficiente como para sostener mi peso, podría deslizarme por una de ellas hasta colocarme sobre la jaula y después, simplemente, dejarme caer. No es mal plan, creo.

Las cuerdas no están muy altas, pero aun desde la fila superior de las gradas no puedo alcanzarlas, así que bajo casi a pie de pista para escalar por uno de los postes que sujetan la estructura de luces, ahora apagadas e inservibles. Me agarro a las barras de metal que lo componen y, con cierta dificultad ya que apenas puedo meter los pies en los huecos, comienzo un lento ascenso hasta la parte superior, desde donde me agarro a una de las cuerdas. Es bastante gruesa, pero de todos modos doy un par de tirones fuertes para asegurarme de que resistirá antes de dejar que aguante todo mi peso. Me agarro con brazos y piernas y comienzo a deslizarme. La cuerda se tambalea un poco y me vienen a la cabeza recuerdos de mi entrenamiento, hace años. Igual estoy un poco viejo para andar colgándome como un mono. En fin, ya estoy aquí, así que decido continuar. En unos segundos me sitúo por encima de la jaula y miro hacia abajo por primera vez. Mis sospechas se confirman cuando veo, al lado de la figura en medio de la jaula, una máscara antigás. Es uno de ellos, sin duda. Sigue en la misma posición que antes, con los brazos por encima de la cabeza. A su alrededor hay algunas bolsas vacías y todo tipo de suciedad.

- ¡Oye! ¡Oye, tú! -grito. Mi voz sobresalta al tipo y hace gritar a los zombis. Veo que se mueve y finalmente mira hacia arriba. Es un hombre de aspecto demacrado. Abre la boca, pero no dice nada.

- ¡Oye! ¡Apártate si no quieres que te caiga encima!

Se aparta apenas medio metro, arrastrándose por el suelo, todavía con expresión de pánico. Empiezan a dolerme los brazos.

- Voy a bajar.

Suelto primero las piernas, y finalmente los brazos. La caída no es tan mala como esperaba, mis botas golpean el suelo con un estruendo y noto un pinchazo en los tobillos que se disipa enseguida. El hombre me mira aterrorizado, los ojos hundidos en profundas ojeras, la barba desordenada y los labios resecos. Un segundo después comienza a retroceder, sin levantarse del suelo, hasta casi ponerse al alcance de los zombis que alargan ávidamente los brazos desde los barrotes. Uno de ellos apenas lo roza con los dedos, pero es suficiente para que el hombre salte de nuevo hacia delante.

- Yo que tú no me pondría cerca de ellos.
No se mueve, pero parece reunir fuerzas suficientes para hablar.
- ¿Quién eres? -dice con voz ronca.
- ¿Qué más da? Soy el único que puede echarte una mano ahora mismo.

Me acerco un poco y saco del bolsillo uno de los botellines de agua que me he llevado del camión para ofrecérselo. Tendrá unos cuarenta años, quizá algo más. Huele incluso peor que los zombis. Coge la botella sin decir una palabra y prácticamente la vacía de un trago.
- ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
No responde, se limita a coger aire para terminar de beberse el agua. Cuando acaba, por fin habla.
- ¿Cómo has llegado a este lugar?
- Acabas de verlo.
- No, me refiero a aquí, en general. Al circo. Está todo lleno de zombis.
- Yo mismo no me lo explico -hago una pausa-. Pero tal vez tú puedas darme alguna respuesta.
- ¿Respuesta a qué?
Me descuelgo la mochila y rebusco en el interior hasta dar con el cuaderno amarillo.
- ¿Lo reconoces?
El hombre mira fijamente el cuaderno y luego a mí, vuelve al cuaderno y a mí de nuevo.
- ¿De dónde has sacado eso? -pregunta con un hilo de voz.
- Se lo cogí prestado a tu compañera.
Vacila antes de hacer la pregunta.
- ¿Dónde... dónde está ella?
- Fuera, en la hierba. Ha muerto.
- Oh, Dios...
Hunde la cara entre las manos y se estremece en un sollozo.
- Lo siento -digo.
Niega con la cabeza, le cuesta hablar.
- Debí haberlo imaginado... Albergaba la esperanza de que hubiera escapado de alguna forma. De que si aguantaba lo suficiente, volvería con ayuda. Aunque en los últimos días me había convencido de que iba a morir.
- ¿Cuánto tiempo llevas aquí? -repito mi pregunta de antes, ahora que parece más colaborador.
- Trece días -responde-. Fui tan estúpido como para pensar que aquí dentro estaría a salvo, porque estaría fuera del alcance de los zombis, y casi muero de deshidratación. Gracias por el agua, por cierto. Se me acabó hace casi dos días.

Creo que está más tranquilo. Con un poco de suerte, sacaré algo de información útil.
- Verás, en ese cuaderno hay muchas cosas escritas que no entiendo -empiezo-, y me gustaría que me las explicases.
Le acerco el cuaderno y dejo que lo coja, luego me siento a su lado. Me llega el olor de su carne mezclado con el de orina y excrementos. Es una sensación muy extraña, su olor es realmente apetecible, pero intento no prestarle atención. El hombre ojea las páginas manuscritas de su antigua compañera.
- ¿Qué quieres saber?
- ¿Qué hay en ese cuaderno?
- Son las notas de Miranda. Un registro de sus observaciones.
- ¿Qué tipo de observaciones?
- Oh, no puedo contártelo. Es información protegida.
- Así que protegida... Te enseñaré algo.
Me empiezo a desatar los cordones de la bota bajo su mirada confusa. Me quito la bota y el calcetín, y subo la pernera del pantalón para dejar al descubierto mi tobillo. La cicatriz de una fea herida desfigura mi piel, amoratada en algunas zonas.
- ¿Ves esto? Unos días después de que comenzara la cuarentena, un zombi me hizo esto. Me mordió, como puedes imaginarte. Recuerdo que me dolía mucho todo el cuerpo, hasta que al final perdí el conocimiento. Y luego, me desperté. No me encontraba demasiado bien, pero obviamente estaba vivo. Las personas con las que estaba por aquel entonces me contaron que tres hombres vestidos como tú y tu compañera vinieron y me inyectaron algo, me sacaron sangre y se largaron, todo ello mientras estaba inconsciente y mis compañeros amenazados o retenidos a punta de pistola. Así que, ¿por qué no me cuentas a qué os estáis dedicando? ¿Por qué estoy aquí dentro -señalo en dirección a los zombis que nos rodean-, en lugar de ahí fuera?

El hombre me mira estupefacto.
- Tú... ¿sobreviviste?
- ¿Por qué te sorprende tanto?
- Lo siento, no puedo contarte nada.
- Entonces tal vez me largue por donde he venido, y te deje aquí para que te pudras del todo.
Se pasa la mano por el pelo y suspira.
- Escucha -le digo-, no creo que vayan a venir a por ti. Tus amigos deben estar todos ocupados haciendo experimentos con la gente que se encuentran.
- ¿Has visto a otros vestidos como yo?
- No aparte de... ¿cómo se llamaba? ¿Miranda?
- Dios, todo esto es un desastre...
- ¿Un desastre? ¿Tienes la menor idea de lo que me hicisteis? Me debes una explicación, sobre todo si esperas que te ayude a salir de aquí.
- Mierda... -cierra los ojos.
Me siento a su lado y empiezo a calzarme de nuevo.
- Cuéntame quiénes sois, qué hacéis. Luego nos largaremos de este agujero.
- Está bien, pero te advierto que yo soy un don nadie dentro de la organización. No tengo toda la información.
- Tú cuéntame lo que sepas.
- Verás, cuando se declaró la cuarentena y el ejército sitió la ciudad, pusieron en marcha sus unidades de defensa ante ataques químicos y biológicos. Ellos son los que están, o al menos estaban, a la cabeza de todas nuestras operaciones. Sin embargo, rápidamente se dieron cuenta de que todo esto los sobrepasaba y necesitaban más efectivos, así que reclutaron también a los servicios de emergencia civiles que tuvieran entrenamiento en protocolos de ese tipo. Policía, sanitarios, bomberos, ya te puedes imaginar. Yo era paramédico antes de esto. Miranda era de los militares. Formaron una división nueva y nos metieron a todos allí.
- ¿Con qué objetivo?
- Bueno, inicialmente era para encontrar una cura, claro. Montaron varios laboratorios de campaña alrededor de la ciudad, en realidad no sé cuantos exactamente. Al principio nos enviaban a recoger muestras casi cada día, teníamos que buscar personas que hubieran sido infectadas recientemente y recoger sangre, pelo y piel. Algunos equipos recogían muestras de los propios zombis. A nosotros nos hacían controles a diario, cada vez que llegábamos de alguna expedición. Enseguida empezaron a desarrollar las primeras fórmulas. Dada la urgencia de la situación, hubo pocas pruebas en animales, ¿entiendes? Empezaron a probar los fármacos en los propios infectados. Algunos compañeros se contagiaron por accidente, ellos fueron los primeros. Pero ninguno sobrevivió. La que más resistió agonizó durante cuatro días y luego se transformó.
- Por eso te ha sorprendido que yo estuviera vivo.
Asiente con la cabeza.
- Algunos equipos se dedicaban a probar los nuevos fármacos en los infectados de los que recogían muestras. Sacaban sangre, por ejemplo, inyectaban la fórmula y poco después sacaban otra muestra, y ya en el laboratorio observaban cómo evolucionaba cada una. Pero nunca supe los resultados de esas pruebas. Los rumores decían que todas salieron mal. En un momento dado perdimos el contacto entre laboratorios, así que puede que otros tuvieran más suerte. A medida que pasaban los meses todo fue a peor... Era muy difícil encontrar sujetos experimentales, íbamos perdiendo compañeros, perdiendo la esperanza. Nos marchábamos a expediciones cada vez más largas. Miranda y yo llevábamos más de una semana lejos de nuestra base antes de que me quedara atrapado aquí.

Me tomo unos segundos para asimilar la información. Ya intuía que mi situación era resultado de algún tipo de experimento, pero no me imaginaba todo lo que había detrás. Me surgen muchas preguntas, sobre todo, en relación a si mi estado actual es reversible. Sin embargo, no quiero contarle por el momento las consecuencias de la sustancia que probaron conmigo.

- ¿Dónde está esa base?
- Lejos -dice con una mueca-. Más allá del cordón militar.
- ¿Podrías llevarme hasta allí?
- Si puedes sacarme de aquí, tal vez -me mira de arriba a abajo-. Parece que vas bien armado. Pero no sé cómo vamos a salir de la jaula.
Busco con la mirada algo que nos pueda servir para ello. Podría trepar por los barrotes de la jaula, pero tendría que enfrentarme a los zombis, así que mejor evitarlo si puedo. Lo único que hay aquí dentro es una especie de plataforma circular, que se levanta más o menos un metro del suelo. Podríamos subirnos encima, aunque no es suficiente para llegar de nuevo a las cuerdas.
- Tendremos que pensar en algo -digo al tiempo que me pongo de pie. Luego, me vuelvo hacia el hombre y le tiendo la mano para ayudarlo a levantarse. Cuando se mueve siento otra vez el olor delicioso de la carne fresca y mi hambre se despierta con una fuerza voraz. 
- Me llamo Bernard, por cierto -dice él. Sigue hablando, creo, pero no puedo prestarle atención. No dejo de mirar su cuello, casi oigo la sangre correr por el interior de su arteria carótida. Estoy completamente hipnotizado.





Los zombis aúllan a mi alrededor. ¿Por qué gritan tanto? ¿De dónde ha salido toda esta sangre? Está en todas partes... en mis manos, en mi ropa, en mi cara, en el suelo. Hay un cuerpo junto a mí. Está destrozado, su vestimenta plastificada hecha jirones. Me cuesta pensar, pero poco a poco voy entendiendo la atrocidad que acabo de cometer. Ya no tengo hambre.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Atención domiciliaria

Christopher abre la puerta de la casa y me empuja al interior con un gesto un tanto brusco. La pequeña multitud que se ha congregado no deja de hacer preguntas, pero él no responde a ninguna.
- Hablaremos luego -dice en tono autoritario-. Ahora la prioridad es que la doctora vea a Ronald cuanto antes.
Un chico joven, casi adolescente, se adelanta un poco con el rostro congestionado.
- Por favor, dinos qué ha pasado con Damon.
- Vuelve al trabajo, Red.
Christopher se da la vuelta, entra y cierra la puerta tras de sí. Un improperio llega desde fuera, pero la puerta no vuelve a abrirse. Supongo que eso disipa cualquier duda que pudiera tener sobre quién está al mando aquí. Christopher se adelanta.
- Sígame -dice sin siquiera mirarme.

En cuanto atravesamos el vestíbulo las voces de la entrada se acallan y la casa queda sorprendentemente silenciosa. La madera del suelo cruje suavemente a nuestro paso y la luz de la mañana ilumina un salón con varios sillones de piel y una chimenea antigua. A diferencia del instituto, donde todas las ventanas de las plantas inferiores están tapiadas, aquí simplemente tienen barrotes de hierro labrado, por lo que la luz entra hasta el interior y provoca una sensación de normalidad que se me hace terriblemente extraña. La calma del salón me permite escuchar incluso mi corazón todavía acelerado.
- ¿De verdad piensas dejarlo allí? -estoy temblando de rabia y de miedo, pero me obligo a hablar.
Christopher, unos metros más adelante, se vuelve con expresión cansada.
- No hay nada que hacer -responde secamente.
- ¡Va a morir! ¡Tenemos que hacer algo!
- ¿Y qué propones? ¿Arriesgar las vidas de una docena de hombres por ese crío?
- Le prometiste que volverías a por él.
- No tenía alternativa.
- Nunca tuviste ninguna intención de volver, ¿verdad?
- Tenemos que subir a ver a Ronald.
- ¿Cómo puedes tener la sangre tan fría?
Christopher sacude la cabeza, tiene mala cara y parece a punto de perder los nervios.
- Doctora, hay un hombre en el piso de arriba con una herida muy grave. Un hombre al que no podemos permitirnos perder. Mi prioridad desde el primer momento ha sido traerla a usted aquí para que haga todo lo posible por salvarle la vida.
- ¿Entonces Damon es prescindible? Como no es importante, ¿lo dejamos morir?
- ¡No voy a arriesgar más vidas, doctora! ¿Cree que tomo decisiones como esta a la ligera? ¿Cree que no salvaría a Damon, si pudiera?
- ¡Ni siquiera vas a intentarlo!
- ¡No puedo dejar que muera nadie más! Usted misma vio cómo estaba la autopista, acercarse allí es un suicidio.
- Podríamos pensar en un plan.
- ¿Y luego qué? ¿Arriesgar las vidas de otros para rescatar a un lisiado? ¿No ve que es una locura?
- Dejarlo morir allí es inhumano y cruel.
- El mundo es ahora inhumano y cruel. Así que si no quiere que la muerte de un hombre pese sobre sus hombros suba ahora mismo al piso de arriba conmigo a ver a Ronald.

Lo dice como si tuviera alguna alternativa, pero está bastante claro que se trata de una orden. Se da la vuelta sin esperar mi respuesta y se dirige al pasillo, donde una escalera de madera conduce al primer piso. Me resisto a seguirlo durante unos segundos, y mientras estoy parada en mitad de la sala oigo abrirse la puerta de entrada. El muchacho que hace un momento preguntaba por Damon se precipita al interior a trompicones, seguido por un hombre y una mujer que tratan de detenerlo.
- ¡Christopher! -grita, los otros dos lo agarran de los brazos y le ladran que se esté quieto, pero se zafa y pasa a toda prisa frente a mí-. ¡Christopher!
En el pasillo, fuera de mi vista, Christopher le responde.
- Vuelve al trabajo, muchacho. No te lo quiero repetir.
- ¿Dónde está Damon? ¡Dímelo!
El hombre y la mujer que van tras el joven se apresuran al pasillo también, así que decido seguirlos.
- ¡Sal de aquí, Red! -grita la mujer, mientras el hombre balbucea una disculpa a Christopher.
- ¡No! ¡No me voy sin una respuesta!
El chico tiene los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas. Mira a su alrededor desesperado, y se detiene en mí.
- ¡Doctora! Usted también estaba allí, ¿verdad? Usted sabe qué le ha pasado a Damon.
Se acerca y me coge de la chaqueta, zarandeándome como si esperase que así mi respuesta saliera disparada. Intento sujetarlo de las muñecas para que me suelte, pero las manos todavía me tiemblan y estoy tan nerviosa que apenas puedo articular una palabra.
- Yo... lo siento...
Entonces Christopher coge al muchacho del cuello y lo aparta de mí de un tirón que casi lo echa al suelo. Parece que esta vez ha llegado a su límite.
- ¡Doctora, suba al piso de arriba de una jodida vez!
Trago saliva y, a pesar de que no estoy del todo segura de que mis piernas vayan a sostenerme, doy unos cuantos pasos en dirección a la escalera. Me paro un momento para ver cómo Christopher arrastra al chico hacia la sala, ayudado por los otros dos.
- ¿A qué espera? -me ladra Christopher, haciéndose oír por encima de las protestas del joven. Finalmente, y sintiendo que no me queda alternativa, echo a correr escaleras arriba.

El pasillo al que llego tiene el suelo cubierto por una alfombra raída de color verde oscuro, dos puertas a la derecha, una a la izquierda y otra al fondo. Abajo continúan los gritos y el alboroto, así que tomo aire y empiezo a recorrer la distancia que me separa de la primera puerta. Levanto la mano para llamar, pero antes de hacerlo una voz suave llega desde la habitación del fondo.
- Hola -dice-. ¿Es usted la doctora?
Me vuelvo y me encuentro con un hombre alto y moreno, con una espesa barba y expresión interrogante. Se asoma por la puerta de la última habitación y espera mi respuesta.
- Sí, soy yo.
Cuando me acerco me doy cuenta de que en realidad es bastante más joven de lo que parece a simple vista.
- Me llamo Adrian. Soy el hijo de Ronald, Christopher me dijo que vendría hoy.
- Ya veo -respondo-. Me llamo Alex -le tiendo la mano, me la estrecha con energía-. Christopher está un poco ocupado, pero me ha dicho que hay que ver a tu padre urgentemente.
- Así es -dice con seriedad-. Venga conmigo, por favor.
Abre la puerta del todo para conducirme al interior de una habitación amplia presidida por una cama antigua, con cabecero y pies de madera trabajada, y rodeada por pocos muebles grandes y oscuros, de aspecto rústico. En el suelo, a un lado, veo un colchón con sábanas revueltas. El hombre que está en la cama rondará los sesenta años. El parecido con su hijo es obvio, aunque el cabello es prácticamente blanco y la barba mucho más recortada. La palidez de su piel y su expresión de agotamiento no son un buen presagio. Dejo mi mochila en el suelo con cuidado y me acerco para descubrir que está cubierto de sudor.
- ¿Ronald? -digo suavemente. El hombre se mueve ligeramente y abre los ojos, pero no dice nada.
- Papá, esta es la doctora que ha venido de Cornwell -interviene el hijo. Ronald asiente con un gesto apenas perceptible.
- Ronald, necesito ver su herida.
Vuelve a asentir, y aparto la sábana para dejar al descubierto sus piernas. Lo que veo hace que se me caiga el alma a los pies.

Adrian espera pacientemente detrás de mí. No dice nada, pero siento su mirada clavada en mi nuca y no me atrevo a decir en voz alta lo que pienso. El pie de Ronald es irreconocible, está completamente destrozado, hinchado y deforme con varias heridas abiertas alrededor de las cuales la piel está ennegrecida. Aún sin comprobarlo estoy segura de que hay huesos rotos. Probablemente se ha infectado. Esto es muy, muy serio.
- Adrian, ¿puedes conseguir agua y jabón? -pregunto-. Tengo que ver esto más de cerca.
- Creo que sí -responde Adrian, suena ansioso por hacer algo-. Iré a ver.
- Calienta el agua antes de traerla. Déjala hervir unos minutos, para que se esterilice. Asegúrate de que está bien limpia.
- ¡Sí!
La puerta se cierra y se me escapa un suspiro teñido de abatimiento. Ronald inclina la cabeza y hace un esfuerzo por hablar.
- Mala pinta, ¿eh? -consigue decir con gran esfuerzo.
- No puedo mentirle, señor. No tiene buen aspecto.
Me acerco al cabecero de la cama y acerco una mano a su frente para tomarle la temperatura.
- ¿Puedo?
- Adelante.
Tiene fiebre, aunque no excesivamente alta. Busco un termómetro en mi mochila, recuerdo haberlo guardado en uno de los bolsillos interiores... pero antes de que lo encuentre alguien entra en la habitación. Es Christopher. No me presta atención, sus ojos no se separan del hombre que está en la cama.
- Ronald, ¿cómo te encuentras?
- Jodido.
Por fin mi mano topa con el termómetro, lo saco de la mochila y le pido que se lo ponga bajo la lengua.
- Siento que haya tenido que ver la escena de abajo, doctora -dice Christopher.
- Creo que el chico está en su derecho de querer saber lo que ha pasado.
- Por favor, no empiece otra vez -la expresión le ha cambiado, y aunque conserva la firmeza, el cansancio está haciendo mella. Decido callarme por el momento, no tanto por Christopher como porque tengo delante a un hombre con una lesión muy grave, y no quiero tener una discusión delante de él. Le pido el termómetro de nuevo a Ronald, y el resultado solo confirma mis sospechas.
- Treinta y ocho con seis -murmuro por lo bajo.
- ¿Qué pasa doctora? -pregunta Ronald. Intercambio una mirada rápida con Christopher antes de responder, empiezo a entender cómo funcionan las cosas por aquí.
- Tiene fiebre, probablemente la herida esté infectada. Pensé que podía pasar, así que he traído antibióticos. ¿Tiene alguna alergia, señor?
- No... no que yo sepa -susurra él.
- Bien, entonces empecemos con la primera dosis.

Le acabo de dar la medicina cuando Adrian abre la puerta, va cargado con un cubo y una pastilla de jabón. Me lo muestra esperanzado, como si con un poco de limpieza la pierna de su padre fuese a sanar milagrosamente.
- Gracias -le digo-. ¿La has hervido?
- Sí, doctora. Durante cinco minutos.
- Bien. Déjalo en el suelo, junto a la cama.
No pierdo el tiempo. Me lavo las manos y empiezo a limpiar bien la herida y a examinarla con tanta precisión como puedo. Hay varias heridas, en realidad, una de ellas muy profunda, y por la forma en la que el pie está inflamado y deformado, hay algún hueso roto, probablemente varios. Presiono en algunos puntos, a lo que Ronald responde con un gemido de dolor.
- Lo siento -le digo, él se limita a asentir levemente con la cabeza y apretar los dientes.
Sin duda hay múltiples fracturas. La herida está infectada y empiezan a verse signos de necrosis. ¿Qué voy a hacer? Si ahora estuviera en el hospital, iría a buscar a algún médico más experimentado para lidiar con esto. Le pediría opinión a Emma, mi amiga y compañera de piso desde la facultad, una gran cirujana. Pero ahora ni siquiera sé qué fue de ella. Estaba conmigo en el hospital aquella noche terrible, pero nunca supe si logró escapar. Quizá si ella hubiera ocupado mi lugar, ahora podría hacer algo por Ronald, porque dudo que yo pueda. Sin ayuda, sin medios, no sé cómo me las voy a arreglar.

Paso un largo rato observando, pensando, buscando alternativas. Trato de recordar todo lo que aprendí en la facultad y en el hospital, los casos similares que he visto, cualquier cosa. Al final me aparto, me lavo las manos de nuevo y me pongo de pie. Christopher y Adrian me miran con expectación, pero no es a ellos a quienes me dirijo.
- Ronald, su situación es muy grave -empiezo.
- Lo suponía -responde él-. Doctora, vaya al grano.
- En condiciones normales requeriría una cirugía bastante complicada, pero no tengo ni los conocimientos ni los medios para practicarla -hago una pausa, ninguno de los presentes dice nada-. La herida está infectada. Mucho me temo que va a gangrenarse en poco tiempo. Lo siento.
Adrian se lleva las manos a la cara y la expresión de Christopher se vuelve más sombría si cabe.
- Tiene que haber algo que pueda hacer -dice Adrian, casi a modo de súplica.
- Lo siento, no puedo...
- Tiene que hacerlo, doctora -dice Christopher-. Tiene que haber una solución.
- La única alternativa para salvarle la vida sería la amputación, y aun así no podría garantizarles nada. Pero no sé si sería capaz de llevar a cabo una operación así.

Los dos me miran con expresión grave, y me piden que lo haga. Sin embargo, la decisión final no es de ninguno de ellos. Ronald tiene los ojos cerrados, su boca es una línea fina y recta.
- Puedo darle un rato para que lo piense, Ronald.
Asiente con la cabeza repetidamente.
- ¿Podéis dejarme unos minutos a solas?
- Por supuesto.
Paso por delante de Adrian y de Christopher sin apenas mirarlos y salgo de la habitación. El segundo me sigue casi de inmediato, Adrian se toma unos segundos con su padre antes de unirse a nosotros en el pasillo. No se escucha nada en el piso de abajo, el chico de antes y los otros dos deben de haber salido. Apoyo la espalda en la pared y levanto la vista hacia mis dos acompañantes.
- ¿Cuándo puede hacer la amputación, doctora? -pregunta Christopher. Me sorprende la decisión con la que habla, como si me preguntara por un mero trámite. Adrian no dice nada, nos mira alternativamente a Christopher y a mí con la expresión deformada por la ansiedad.
- En cuanto Ronald decida si quiere que la haga, supongo -respondo finalmente.
- ¿Puede hacerlo realmente? -interviene Adrian-. ¿Usted sola?
- No lo sé.
No parece del todo convencido.
- ¿De verdad es la única alternativa? ¿No hay nada que hacer para salvarle el pie?
- Se podría salvar en circunstancias normales, pero ahora mismo... seré sincera. No estoy segura de si aún amputando el pie va a sobrevivir.
- Oh, Dios...
- Doctora -dice Christopher, con voz firme-, tiene que salvarle la vida. Haga lo que tenga que hacer, pero Ronald no puede morir.
Tal vez debería morderme la lengua, pero no lo hago.
- Así que ahora está dispuesto a correr riesgos.
- Escuche bien, señorita -da un paso hacia mí, colocándose tan cerca que lo oigo respirar-. Usted ha sido traída aquí con el único propósito de salvar a ese hombre. Hemos corrido riesgos y hemos hecho sacrificios para que pueda hacerlo porque Ronald es un miembro vital para nuestra comunidad. Lo necesitamos para mantener en funcionamiento esta granja, incluso sin una pierna, sus conocimientos son imprescindibles para la supervivencia de todos.
- ¿Qué quiere decir?
- Esta granja es de mi padre -explica Adrian-. Lleva trabajando en ella toda la vida. Mi hermano y yo le ayudamos durante algunos años, pero incluso nosotros nos acabamos dedicando a otra cosa, ¿entiende? Todos los que estamos trabajando aquí estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo por aprender lo que podamos, pero quien realmente sabe cómo dirigir la granja es él. Si muere, nos quedaremos sin guía.
- Hay provisiones en Cornwell, pero no sabemos cuánto van a durar -dice Christopher-, y para mantenernos con buena salud necesitamos alimentos frescos.
- Entiendo -digo yo, y asiento con la cabeza-. Haré todo lo que esté en mi mano, pero sólo si Ronald acepta.
- Gracias, doctora -dice Adrian, al tiempo que me pone una mano en el hombro. Siento que pesa una tonelada.
Christopher parece satisfecho con mi respuesta, y aunque apenas ha pasado un minuto, abre la puerta de la habitación y nos invita a pasar. Se acerca a Ronald para hablarle en tono tranquilo, amable.
- ¿Has tomado ya una decisión?
Ronald mira a su hijo y suspira.
- ¿Qué lección te estaría dando si no luchara hasta el final?
- En ese caso, no perdamos el tiempo -dice Christopher-. Doctora, haga una lista de todo lo que necesita.
Me tomo unos segundos en responder, mientras siento que el peso de la responsabilidad cae sobre mis hombros. Una llamarada de ansiedad me retuerce las entrañas. ¿Cómo he llegado hasta este punto? ¿Cómo le voy a amputar un pie a este hombre? Busco a tientas un lugar donde sentarme, porque mis piernas se han puesto a temblar de tal manera que temo que no van a poder sostenerme.
- ¿Está bien, doctora? -me pregunta Adrian cuando me dejo caer sobre una butaca-. Está pálida.
- Sí, sólo es el cansancio del viaje.
- Podrá hacer la cirugía igualmente, ¿verdad? -dice Christopher, aunque no parece tanto una pregunta como una orden. Me esfuerzo por serenarme y organizar mis pensamientos antes de hablar.
- Necesitaré agua limpia y jabón. Toallas limpias. Estaría bien un hornillo, o algo donde encender fuego. Hierve toda el agua antes de traerla. Creo que el resto de material lo llevo en la mochila...
- Adrian, ¿puedes hacerte cargo?
- Claro. Me llevaré esto para limpiarlo también -se acerca a la cama y recoge el cubo de agua que me ha traído hace unos minutos. Acaba de salir cuando recuerdo una cosa más.
- Christopher -le digo con un hilo de voz-, también voy a necesitar una sierra.
Él se queda en silencio un momento, pero no pierde la serenidad.
- Por supuesto. Encontraré una que pueda utilizar.

Cuando me quedo sola con Ronald, la ansiedad se incrementa.
- No tiene muy buena cara, doctora -tiene gracia que lo diga él.
- Estaré bien enseguida. 
- ¿Puedo hacerle una pregunta?
- Las que quiera.
- ¿Ha hecho esto antes? Esto de cortar una pierna a alguien.
- No, nunca.
Hace una pausa.
- Ya veo.
- Lo he visto hacer, si eso lo tranquiliza.
- No mucho.
- Ya, lo entiendo.
Nos quedamos callados unos segundos.
- Tenía asumido que iba a morir, aunque Christopher y mis hijos no perdieran la esperanza. Me consolaba pensar que me reuniría con mi esposa. Falleció hace doce años, ¿sabe? Un derrame cerebral. Todo fue muy rápido, los médicos dijeron que no sintió nada. Pero yo... yo no tendré tanta suerte, ¿verdad?
- Puedo reducir el dolor con algunos medicamentos, pero tal vez incluso así lo sienta.
Ronald respira profundamente y cierra los ojos. Permanece así, quieto y en silencio, de modo que yo reúno fuerzas para levantarme del sillón y empezar a sacar cosas de mi mochila. Dos bisturís y varias hojas de recambio, tijeras, gasas esterilizadas, alcohol, antiséptico, aguja e hilo de sutura, incluso una navaja. Lo voy dejando todo bien ordenado sobre una mesilla, todavía sin sacar del envoltorio. Me quedo un rato mirándolo todo, sin creerme aun lo que voy a hacer. 

Christopher y Adrian vuelven al cabo de un rato, cargados con las cosas que les he pedido. Los acompaña el que, por el gran parecido que mantiene con Adrian, debe de ser el otro hijo de Ronald. 
- Ah, Neil, has venido... -susurra Ronald. 
- Por supuesto -responde el recién llegado. No es tan alto como Adrian, aunque sí algo más ancho de hombros. La barba que le cubre la cara hace que ambos se parezcan tanto que Neil parece una versión más pequeña y compacta de su hermano. Los tres se acercan para dejar junto a la cama un par de cubos de agua y un hornillo de gas. Christopher me pone en las manos una sierra y cuando siento su peso en las manos se me hace un nudo en el estómago.
- Parece que lo habéis conseguido todo -digo sin apenas voz-. Gracias. Empezaré a prepararlo todo.

Me arrodillo en el suelo, junto al agua y el hornillo, con la sierra todavía en las manos. Está en bastante buen estado, así que lo principal ahora es limpiarla hasta que quede totalmente esterilizada. La limpio minuciosamente con agua y jabón, concentrada en que quede reluciente. Ronald habla con Christopher y sus hijos pero no presto atención a lo que dicen. Después del agua, repaso la sierra con alcohol y enciendo el hornillo para poner la hoja sobre la llama. Repito el proceso una vez más, para asegurarme de reducir al máximo el riesgo de infección. Hago lo mismo con las tijeras, la navaja, y cualquier cosa que no traiga dentro de un envoltorio cerrado, repitiendo los pasos una y otra vez hasta la saciedad. Ha pasado alrededor de media hora cuando termino con todos los preparativos. Me pongo de pie y me acerco a la cama, se hace el silencio en cuanto me ven llegar.
- Estoy preparada -digo, aunque sea mentira. Ronald es más sincero.
- Yo no -dice-, pero vamos allá.
- Te voy a dar algo para el dolor, pero no puedo anestesiarte del todo. Lo siento.
Ronald tuerce la expresión. Se le ve el miedo en los ojos, en el temblor de sus manos, en su respiración acelerada. Se toma las pastillas que le ofrezco y mira a sus hijos. Neil se adelante y le toma la mano.
- ¿Podemos ayudar en algo, doctora?
- Vais a tener que hacerlo. Habrá que sujetarlo bien. Aunque si no os sienta bien ver sangre, tal vez deberíamos buscar a alguien más.
- Haremos lo que haga falta, no se preocupe.
- Los tres ayudaremos -añade Christopher.
- Gracias -respondo-. Está bien, empecemos. Ronald, va a sentir unos pequeños pinchazos. Voy a ponerle unas inyecciones.
Tengo ya la jeringuilla preparada, limpio la piel de la pierna de Ronald con antiséptico e inyecto el contenido. Es un anestésico local y no muy fuerte así que no sé hasta que punto reducirá el dolor, porque en este punto cualquier ayuda es pequeña. Cortaré por debajo de la rodilla, preservando toda la articulación, pero no mucho más abajo para no dejar nada de tejido enfermo. Ato una goma alrededor de su pierna, un poco por encima del punto en el que cortaré, para reducir el flujo de sangre. Ahora sí, todos los preparativos están hechos. Ronald parece un poco más calmado, ya que había tranquilizantes entre las pastillas que le he dado hace unos minutos, pero sé muy bien que esto es solo la quietud que precede a la tempestad.
- Puede que sea conveniente darle algo que pueda morder -sugiero antes de empezar.
- ¿Para morder? 
Neil rebusca en un cajón.
- ¿Servirá esto? -me muestra un cepillo de dientes con un mango de goma.
Me encojo de hombros.
- Supongo que sí. 
Pone el cepillo entre los dientes de su padre, que no parece muy convencido. Sin embargo, no protesta, simplemente me mira y asiente con la cabeza a pesar de tener los ojos llenos de terror.

- Necesito que lo sujetéis bien -digo en un susurro. 
Christopher, Adrian y Neil se colocan alrededor de la cama y agarran a Ronald de la cintura, los brazos y las piernas. No puedo demorarlo más. Hago un enorme esfuerzo por mantener mi pulso firme y cojo el bisturí. A la primera incisión, Ronald se estremece, pero parece que la anestesia está surtiendo efecto, al menos de momento. Sin embargo, en cuanto el corte empieza a ganar profundidad, siento que sus músculos se tensan y que empieza a gemir de dolor. Unos segundos después, se sacude y lanza un grito. El movimiento me hace perder precisión y la sangre empieza a brotar, cubriéndome las manos y empapando las sábanas. El corazón se me acelera y cuando intento hablar apenas me sale la voz.
- Sujetadlo fuerte, que no se mueva.
Adrian, que está más cerca del cabecero de la cama, se inclina hacia su padre y empieza a hablarle con voz pausada.
- Todo saldrá bien -le dice-. Eres muy fuerte, eres un ejemplo para todos.
Neil y Christopher se afianzan en sus posiciones y me miran. En cuanto consigo serenarme, cojo aire y vuelvo al trabajo. Si me concentro, todo irá bien. Me lo repito como un mantra mientras voy cortando, poco a poco, la carne que recubre la parte superior de la pierna, en forma de semicírculo. Ronald alterna los gemidos con los gritos más desgarradores, se mueve y se estremece y me suplica entre llantos que detenga esta tortura. Aunque me parta el corazón, ahora no nos queda más remedio que llegar hasta el final. 
Una vez he terminado de cortar la parte de arriba, levanto la carne hasta dejar el hueso al descubierto. La sangre sale a borbotones y me cuesta horrores suturar las arterias principales para evitar que Ronald se desangre. Cuando termino estoy agotada, y todavía me queda más de la mitad.
Muevo un poco la pierna para poder cortar la parte de abajo y Ronald grita con todas sus fuerzas. Instintivamente, Christopher, Adrian y Neil miran en mi dirección. El último se queda observando la pierna de su padre casi como embelesado, sin apartar los ojos de la herida, y su cara empieza a palidecer. Me doy cuenta de lo que va a pasar unos segundos antes de que el rostro de Neil se convierta en una mueca y su cuerpo se retuerza en una violenta arcada. Le da el tiempo justo para darse la vuelta y vomitar en el suelo, de espaldas al resto de nosotros.
- Lo siento... Lo limpiaré -dice, tosiendo, pero en cuanto levanta la cabeza y sus ojos se posan en la cama empapada de sangre se le doblan las rodillas y cae redondo.
- ¡Neil! -grita Adrian.
- ¡Hijo! -Ronald se empieza a mover, y agarro su pierna con fuerza. Mierda, esto se me está yendo de las manos.
- ¡Dejadlo! -les grito-. ¡Sólo se ha desmayado! Ronald, no se mueva, y Adrian ¡no lo sueltes! Christopher, ¡ve a por ayuda!
Ni siquiera parece importarle que sea yo quien esté dando órdenes, sale a toda prisa de la habitación sin decir una palabra. Se hace el silencio por unos segundos y los aprovecho para recobrar el control de la situación.
- Vamos a seguir -digo, más para mí misma que para los demás, aunque parece que también ayuda a que Adrian recupere un poco la calma.

Empiezo a cortar la otra parte de la pierna, justo por la zona del gemelo, de la misma forma que lo he hecho con la zona superior. Resulta difícil mantener quieto a Ronald sólo con una persona, por lo que voy mucho más despacio. Por suerte, Christopher vuelve enseguida con refuerzos. Trae a dos compañeros más, un hombre y una mujer, a los que reconozco a los pocos segundos: son los mismos que han detenido al muchacho llamado Red cuando hemos llegado a la granja. Trato de no pensar en eso ahora, no quiero que nada me distraiga de mi trabajo. Sin necesidad de darles ninguna instrucción, la mujer se acerca a Neil, que sigue en el suelo, y lo aparta con cuidado de la cama para atenderlo, mientras que el hombre se coloca junto a Ronald y ayuda a Christopher y Adrian a sujetarlo.

El tiempo que me lleva cortar el gemelo y dejar el hueso al descubierto se convierte en una eternidad. Los quejidos de Ronald se me clavan en el cerebro y su sangre me cubre las manos y la ropa. Me pongo de pie para lavarme un poco y coger la sierra, y me doy cuenta de que todos en la habitación me miran con aprensión en sus ojos. 
- Esta es la parte más difícil. Sujetad bien a Ronald, por favor.
Coloco la sierra junto al hueso, y respiro hondo. Muevo el brazo, y los dientes de la hoja arrancan astillas a la tibia de Ronald. El hombre grita, casi sin fuerzas, con las lágrimas secas bajando por sus mejillas, pero ahora no puedo parar. "Lo siento mucho", pienso, y sigo cortando. Unos segundos después, los gritos se detienen y los músculos de Ronald, hasta ahora terriblemente tensos, se relajan súbitamente. Adrian grita.
- ¡Papá!
Los otros dos se suman a la alarma general.
- ¡Doctora!
- ¡¿Qué ocurre?!
Incluso Neil, que está empezando a recuperarse, se altera. Yo me mantengo tan serena como puedo, dejo de cortar por un momento y me acerco al cabecero de la cama para comprobar que Ronald tiene pulso, y sigue respirando.
- Se ha desmayado -les explico-. Por el dolor, probablemente. Intentaré hacerlo tan rápido como pueda para evitarle más sufrimiento.
Vuelvo a mi posición, y les pido a mis ayudantes que sujeten bien la pierna para que pueda serrar los huesos más fácilmente, aunque es una tarea dura. Las gotas de sudor me bajan por la frente y por el cuello y los brazos me duelen por el esfuerzo, pero no me detengo hasta que consigo que tanto la tibia como el peroné queden cortados, limpiamente, y la parte baja de la pierna de Ronald se desprenda por completo.

- Christopher, ¿puedes apartarla? -digo, señalando la extremidad recién amputada. Él me mira entre horrorizado y asqueado, pero la coge y se separa unos pasos de la cama. Se queda allí quieto, con el pie de Ronald en brazos, y yo dejo la sierra para coger aguja e hilo y suturar la herida. No la cierro del todo, dejo una pequeña abertura para poder drenar el líquido que se acumule. Al terminar, funcionando ya casi por inercia, quito la goma que le había puesto para permitir que la sangre fluya libremente de nuevo, limpio el muñón que ha quedado y lo cubro con un vendaje.

Finalmente me pongo de pie y me separo un poco de la cama para observar a Ronald. Su pecho sube y baja rápidamente y su piel está pálida y cubierta de sudor, pero creo que la pérdida de sangre no ha sido excesivamente grave después de todo. Creo que puedo lograr que sobreviva, si consigo mantenerlo libre de infecciones. Sin embargo, ahora necesito salir de aquí y respirar un poco, aunque sea sólo un momento. Puede que Christopher o Adrian me estén diciendo algo, pero apenas los oigo, los oídos me zumban y este lugar empieza a asfixiarme. Abro la puerta, exhausta y sin siquiera limpiarme la sangre que me cubre prácticamente de la cabeza a los pies. Me sorprende levemente encontrar el pasillo repleto de gente me mira entre la sorpresa y el horror. Dicen algo, pero tampoco los oigo. Mi visión se vuelve borrosa y el mundo se tambalea bajo mis pies. Al darme cuenta de lo que está pasando, busco a tientas algo a lo que agarrarme, pero sólo encuentro un vacío oscuro antes de perder el sentido.