sábado, 28 de junio de 2014

Problemas de salud

Los primeros minutos del día, justo antes del amanecer, son los más tranquilos en la enfermería. Siendo justos, Isabelle y yo deberíamos turnarnos para pasar las noches aquí cuidando de los enfermos y disponibles para cualquier urgencia, pero ella tiene una niña pequeña de quien cuidar y en la práctica soy yo quien duerme en el camastro del fondo casi todos los días. La verdad es que no me molesta en absoluto, aquí tengo más calma e intimidad que en cualquier otro lugar del instituto, al menos hasta que Isabelle llega por la mañana. Por eso disfruto tanto de esos primeros minutos, cuando estoy sola y en silencio.

Esta noche la he pasado con el nuevo paciente, Yuri. Ha estado durmiéndose y despertándose a cada rato, pidiéndome agua, revolviéndose en sueños, pero durante la madrugada se ha calmado y me ha dejado descansar unas horas. No he podido dormir mucho, ya que cada hora uno de los vigilantes de Marcus venía a la enfermería para comprobar que todo marchase bien. Siempre hay alguien vigilando los alrededores desde la azotea y patrullando los pasillos, aunque hace semanas que no vemos un zombi. Esta noche, teniendo aquí a un grupo de recién llegados, la vigilancia se ha doblado. A pesar de que nos aseguramos de que no tuviesen ninguna herida ni signos de infección, toda precaución es poca. Si la plaga entra en el refugio será el final de la resistencia de Cornwell.

Aprovecho mientras Yuri sigue durmiendo para lavarme un poco y ponerme ropa limpia, y luego poner al día el inventario de la enfermería. Isabelle llega una media hora después, y por una vez, entra en la sala en silencio. Me alegro de que no haya despertado al ruso, y cuando levanto la cabeza del cuaderno en el que estoy haciendo el historial de Yuri, veo que viene acompañada. Lydia asoma en el umbral de la puerta, y me pide con un gesto que salga.
- ¿Qué ocurre? -le pregunto en un susurro. Por su expresión parece que algo no va bien.
- Es Mishel -responde. Siento una punzada de preocupación en el estómago.
Al ver mi cara, Lydia levanta las manos en un gesto tranquilizador.
- No ha pasado nada grave -dice-, pero estoy un poco preocupada por ella. Ayer me dijiste que teníais benzodiacepinas aquí...
La conversación me viene a la mente, ayer por la tarde, en la azotea, justo antes de que la limusina de los rusos se estrellara frente a nosotras. Tengo la sensación de que ha pasado mucho más tiempo.
- Sí, las tenemos. Te daré unas cuantas. A lo mejor así se tranquiliza un poco y te resulta más fácil hacer algún progreso.
Busco en nuestro pequeño almacén y encuentro la caja con las pastillas que busco. Meto diez en un botecito de plástico y se lo entrego a Lydia.
- Si toma una por la noche, le ayudará a dormir.
Lydia esboza una sonrisa cansada.
- Tal vez si está descansada pueda razonar un poco con ella.

Vuelvo junto a Isabelle justo después de que Lydia se marche y veo que le está tomando la temperatura a Yuri. Está despierto, aunque todavía no despejado del todo y el termómetro nos muestra que tiene unas décimas de fiebre. Podría ser cualquier cosa, una leve infección, parte de la respuesta al estrés tal vez.
- Alex, ¿has visto a muchas personas contagiarse de la epidemia?
Intuyo por dónde va Isabelle, y trato de tranquilizarla.
- He visto a unos cuantos. Estaría mucho más grave.
Ella asiente con la cabeza.
- ¿Cuál fue la progresión de los síntomas?
- La verdad -pienso un poco, aunque no es agradable sacar esos recuerdos a flote- es que la mayoría murieron por las heridas que los zombis provocaron, no por la infección. Pero cuando ése no fue el caso... fiebre alta, taquicardia, pérdida de consciencia, coma y muerte.
- ¿En cuánto tiempo?
- En una ocasión, poco más de media hora. En otra, más de tres días.
- Los pocos que he visto por aquí fueron más bien rápidos. Cuarenta y cinco minutos, una hora.
- Yuri ha sobrevivido a la noche, eso es una garantía, y antes de dejarlo dormir aquí nos aseguramos de que no tuviera ninguna herida. ¿De verdad crees que puede estar contagiado?
- En realidad no lo creo, pero debemos estar alerta. Marcus ha mantenido a los otros dos bajo vigilancia toda la noche. 
- ¿No se fía de ellos? -pregunto.
- Marcus no se fía de nadie.
- Se fió de nosotros.
Isabelle ríe.
- No, no lo hizo. Pero a los pocos días resultó evidente que no suponíais ningún peligro, y ahora Lukas y tú os habéis convertido en miembros productivos de nuestra comunidad. Suficientemente productivos incluso como para que nos hagamos cargo de vuestra amiga.
No me gusta cómo ha sonado eso último. Isabelle parece darse cuenta, porque enseguida añade:
- Son sus palabras, no las mías. Yo tengo mi propia opinión, pero mi autoridad termina en esa puerta.

Nuestra conversación se interrumpe cuando Yuri trata de incorporarse. Lo ayudamos a sentarse en la cama, él se lleva una mano a la brecha que tiene en la frente.
- Me duele la cabeza -dice.
- No me extraña -responde Isabelle-. ¿Te duele algo más?
- El estómago, un poco.
- Una resaca de campeonato -sentencia ella-, eso es lo que tiene.
Él no responde, sólo resopla y desvía la mirada. A mí me da la impresión de que no tiene fuerzas ni siquiera para discutir. Mi jefa, por otro lado, no parece resignada a dejarlo en paz.
- Sigue mi dedo con la mirada -dice, al tiempo que le muestra el dedo índice y lo mueve de un lado a otro. Los ojos de Yuri dibujan el mismo movimiento.
- ¿Puedes tocarte la nariz con el índice de una mano y luego con el otro?
Él nos mira a ambas, un poco confuso.
- Así -digo, y hago una demostración. Yuri me imita sin entusiasmo.
- ¿Tienes náuseas, te sientes mareado?
Niega con la cabeza.
- ¿Recuerdas lo que pasó antes del accidente? ¿Qué es lo último que recuerdas?
Vuelve a negar.
- Me quedé dormido en la parte de atrás de la limusina. Me desperté aquí.
- Tus compañeros nos han dicho que estuviste bebiendo -dice Isabelle. Yuri frunce el ceño.
- Todos estuvimos bebiendo.
- Pero ellos no se pusieron a conducir la limusina justo después.
De repente, Yuri parece contrariado.
- ¿Era yo quien conducía?
- ¿Ni siquiera recuerdas eso?
Nuestro paciente se lleva las manos a la cabeza, cubriéndose la cara.
- Dios mío... -murmura-. ¿Qué pasó exactamente? ¿Y el coche?
- Lo estrellaste -dice Isabelle sin la menor compasión-. Alex, tú lo viste ¿verdad? ¿No estabas de guardia?
- Sí -respondo. Yuri me mira con desesperación-. Escuchamos un gran estruendo, y cuando fuimos a ver, la limusina había chocado contra una farola. Estabas atrapado en el asiento del conductor, pero nuestros compañeros consiguieron sacarte. Fíodor y Eva estaban en la parte de atrás, salieron por su propio pie.
- ¿Qué pasa con la limusina? 
- Me temo que quedó destrozada.
El rostro de Yuri se deforma a medida que nuestras palabras resuenan en sus oídos y se asientan en su mente. Se pasa una mano por la cabeza, rozando un poco los puntos que cierran la herida. Al final, después de unos segundos con la mirada clavada en el suelo, murmura algo para sí mismo.
- Fíodor me va a matar.

Mantenemos a Yuri bajo estricta observación durante toda la mañana. Él se inquieta, parece ansioso por tener que pasarse el día sentado en la enfermería, sin nada más que hacer que escuchar a Isabelle darme órdenes y someterse a cada hora a un examen de temperatura, presión arterial y funcionamiento neurológico. A primera hora de la noche, cuando vuelvo de mi guardia en la azotea, lo encuentro temblando y empapado en sudor. Está solo, no veo a Isabelle por ningún lado, y eso me cabrea bastante porque no debería haber dejado sin vigilancia a un paciente en observación.
- ¿Cómo te encuentras?
Tarda un poco en responder.
- Cansado. Tengo escalofríos.
Sólo necesito rozarle la frente para saber que la fiebre le ha subido.
- ¿Dónde está Isabelle?
- ¿La otra médico? Vinieron a buscarla hace unos minutos.
Echo un vistazo alrededor hasta encontrar el cuaderno con el historial de Yuri y consulto las últimas anotaciones. A lo largo de las últimas dos horas le ha subido la temperatura y la presión arterial. Está empeorando, pero no lo suficientemente deprisa ni con los síntomas adecuados para sospechar que se trata de la plaga. Mis suposiciones, desde luego, van por otro camino muy diferente, pero los gritos de Isabelle interrumpen mis pensamientos.

- ¡Alex, por fin! -mi jefa entra en la enfermería dando voces, como siempre, pero la expresión que lleva en el rostro está lejos de ser la habitual. Automáticamente, me pongo en alerta. Mi enfado con ella se desvanece en cuanto pronuncia las primeras palabras.
- Tu amiga, la chica rubia -dice.
- Mishel.
- Ha perdido los nervios. Lydia no consigue calmarla. Está muy asustada, gritando y apartando a todo el que se acerca con patadas y arañazos. Creo que alguien ha ido a buscar a Lukas, pero tú deberías ir también, ver si entre los dos conseguís que se tranquilice.
- ¿Dónde está?
- Abajo, en el comedor.
Me dirijo la puerta.
- Quédate con Yuri, tiene fiebre -añado antes de salir a toda prisa.

Se ha formado una pequeña multitud alrededor de la puerta del comedor. Me abro paso sin prestar mucha atención a los que observan, sin dificultad porque casi todos se apartan al verme. No veo a Mishel ni escucho gritos, así que barro la sala con la mirada, buscándola. Encuentro a Lydia, que me hace señas para indicarme dónde está. Entonces la veo, acurrucada debajo de una de las mesas, cubriéndose la cabeza con las manos. Al acercarme, muy lentamente, descubro que está temblando y que llora, aunque lo hace tan bajo que es sólo un murmullo. Sin querer, golpeo una de las sillas y el ruido la sobresalta, todo su cuerpo se estremece y se le escapa un grito. Espero unos segundos para seguir avanzando, y entonces la llamo con voz muy suave.
- Mishel.
No responde y no sé qué hacer, así que me vuelvo hacia Lydia, que está unas mesas más allá.
- ¿Qué ha pasado?
Ella me responde en voz tan baja que tengo que hacer un gran esfuerzo para oírla.
- Estábamos preparando las mesas para la cena y alguien ha llamado a la puerta. Ha sido como si se disparase una alarma, de repente se ha puesto así.
En ese momento, Lukas pasa entre los mirones de la puerta y entra en el comedor. Le señalo a Mishel con un gesto de la mano.
- Está muy asustada -le digo cuando se pone a mi lado.
- ¿Por qué?
Me encojo de hombros ante su pregunta.
- Puede que esté teniendo alucinaciones.
- Como... ¿viendo cosas?
- Algo así. Tiene una buena colección de recuerdos donde elegir.
- Como todos.
Nos acercamos unos pasos más.
- Mishel -dice Lukas-. Mishel, somos nosotros. 
Ella tiembla y grita.
- ¡No me toquéis! ¡No os acerquéis!
- Mishel.
Ella grita con voz estridente al tiempo que patea una de las sillas en nuestra dirección.
- ¡Estan aquí! ¡Están por todas partes!
- ¡No hay nadie, Mishel, cálmate! -grita Lukas. 
Ella no reacciona a nada de lo que le decimos, y empieza a retroceder a gatas bajo la mesa para alejarse de nosotros. Cuando logra salir al estrecho pasillo entre las mesas se incorpora, levanta una de las sillas y la lanza hacia donde estamos. Nos encontramos demasiado lejos para que nos alcance, pero aun así nos agachamos por instinto.
- ¡Mishel, escúchame! -me intento hacer oír por encima de sus gritos-. Hemos venido aquí para ayudarte, vamos a sacarte de aquí.
- Sí -añade Lukas-. Nos encargaremos de ponerte a salvo.
- ¡No puedes! -exclama ella-. ¡Están por todas partes!
No deja de repetir lo mismo, pero insistimos un poco más.
- Podemos llevarte a un lugar seguro.
- Lejos del peligro.
- Míranos, Mishel, nos conoces.
- Somos tus amigos.
Ella continúa gritando, pero no tan fuerte. Poco a poco deja de lanzar cosas, se queda quieta. Nos mira en silencio, con la cara surcada por el reguero que han dejado sus lágrimas. Finalmente logramos llegar a pocos metros de donde está, y extiendo la mano. Lukas hace lo mismo.
- Ven con nosotros.
Vacila durante unos segundos interminables y luego da un paso y agarra mi mano. Todavía tiembla cuando Lukas y yo la rodeamos y se encoge al verse entre nosotros.
- Ya no estás en peligro, tranquila -dice él.
Nos cuesta un poco que eche a andar. Salimos del comedor muy lentamente, el grupo de curiosos que se había congregado a las puertas de la sala se separa en silencio para dejarnos pasar. Sólo unos metros más adelante, Mishel se desploma sobre las rodillas, llorando.
- Los he visto... estaban allí... a mi alrededor, en todas partes...
Nos agachamos junto a ella.
- Ya no están -le digo en voz baja.
- Nunca han estado aquí, este lugar es muy seguro.
Mishel levanta la cabeza y mira a Lukas sin decir nada.
- Pero... los he visto...
- Ya no están -le repetimos los dos, como le hablaríamos a un niño que acaba de despertar de una pesadilla-. Ya no están.