lunes, 28 de abril de 2014

Mala elección

Estoy cara a cara con el anciano, entre nosotros se interpone solamente el cañón de su escopeta. Al ver que no respondo, vuelve a repetir su pregunta.
- ¿Qué haces aquí? ¿Pretendías robarme?
Levanto los brazos y le muestro las manos vacías. Todas mis cosas, muy pocas en realidad, están en el suelo. Apenas hay luz aparte de la pequeña linterna que lleva el viejo ajustada a la escopeta, por lo que no puedo verle bien la cara. Intento pensar con rapidez qué le voy a decir.
- Ya me marcho -respondo al final.
- No has contestado a mi pregunta.
- No he venido a robar. Sólo buscaba comida.
Parece que piensa durante unos segundos.
- Da un paso atrás, despacio.
Obedezco, todavía con las manos en alto, y oigo a Hamlet gruñir a mi lado.
- Date la vuelta -ordena el viejo.
- No le daré la espalda al cañón de un arma -respondo.
- Entonces tal vez tenga que volarte la cara.
Me tomo un momento para valorar si su amenaza es seria o solo un farol. Hamlet está nervioso y sus gruñidos se convierten en ladridos, pero entonces el anciano emite un silbido extraño que lo hace callar de inmediato. ¿Qué tipo de hombre es este?
- No te lo pienses tanto. No estás en posición de negociar.
Maldigo al viejo en silencio, siento que me estoy quedando sin alternativas. Si me lanzo contra él, lo más probable es que dispare, y aunque ya sobreviví a una bala en el estómago, no fue para nada agradable, y no creo que lo hiciera a una bala en el cerebro. Probablemente mi única opción de salir de aquí con vida sea escapar antes de que el viejo apriete el gatillo. 

Al final, me doy la vuelta muy lentamente, aprovechando el movimiento para dar un par de pasos en dirección al bosque, colocándome un poco más lejos del viejo. Me concentro en escuchar con cuidado cualquier sonido que produzca: un cambio en su respiración, el débil parpadeo del haz de luz que emite su linterna, cualquier cosa que me ayude a anticiparme si decide disparar. Hamlet está quieto junto a mí, pero no aparta su mirada del anciano. Lo observo con cuidado también, podría servirme de alguna ayuda. Durante unos segundos todo permanece en calma, incluso el viento parece haberse detenido dejando al bosque en completo silencio.

Después, todo ocurre al mismo tiempo. El murmullo que produce el roce de la ropa del viejo al moverse, Hamlet tensándose como un cable de acero, en una fracción de segundo, incluso antes de que mi mente entienda lo que ocurre, mi cuerpo responde y echo a correr. 
En mi cabeza hay un único pensamiento: convertirme en un blanco difícil y escapar de aquí cuanto antes. 

Oigo la detonación.


Sólo un instante después siento que una fuerza huracanada me lanza hacia adelante, como si un mazo ardiente me hubiera golpeado en la espalda, justo bajo el hombro. Aterrizo de bruces contra el suelo; mi espalda duele, y quema, el dolor se extiende hasta el pecho y el brazo derecho. El viejo habla.

- Mala elección.

Su voz suena distorsionada, como si la escuchara bajo el agua. No me concedo tiempo para pensar en lo que ha pasado, sino que rápidamente me pongo de pie y trato de seguir avanzando, alejarme del claro y perderme entre los árboles. Escucho una segunda explosión, aunque esta vez no siento ningún impacto. Una vez alcanzo el linde del bosque, avanzar se hace infinitamente más complicado, las raíces y la maleza me obligan a ir más lento. El eco de la explosión todavía retumba en mis oídos y el olor a pólvora enmascara todo lo demás, así que no sé si el viejo me persigue. Miro hacia atrás, por encima del hombro, y veo su silueta serpentear entre los árboles con una agilidad que me sorprende.


En un intento por despistarlo, cambio de dirección para salir de la zona que ilumina su linterna y salto entre los árboles hacia una zona más oscura, pero algo sale mal. No sé si he dado un paso en falso o el suelo se ha desintegrado bajo mis pies pero siento que caigo, braceo en un intento por agarrarme a algo pero sólo encuentro tierra quebradiza que se me escapa entre los dedos, y ruedo por el terraplén hasta llegar al lecho de un riachuelo. Me quedo quieto, tengo la vista nublada y mis pensamientos son cada vez menos claros. No oigo nada más que el murmullo del agua, tal vez el viejo no me persiga hasta aquí abajo. Un rayo de luz, débil y parpadeante, barre el terreno a pocos metros, pero no llega hasta mí. Su linterna es demasiado pequeña para abarcar la distancia a la que me encuentro. La luz desaparece poco después. Escucho los pasos del viejo alejándose antes de desfallecer.

Cuando abro los ojos todo está oscuro alrededor. No sé qué hora es ni cuánto tiempo ha pasado. El dolor de mi espalda se abre paso a través de la bruma que me nubla la mente para recordarme que hay una bala bajo mi hombro derecho. Ruedo lentamente por el suelo y llevo la mano izquierda a la herida, noto la ropa húmeda bajo los dedos. Al menos, creo que no he perdido mucha sangre. Si todo sigue como hasta ahora, la herida se curará pronto, pero antes tengo que sacar la bala.


Respiro hondo, deslizo la mano bajo la camisa y busco el agujero en mi piel. Introduzco un dedo, buscando la bala, y me escucho gruñir de dolor. Aprieto los dientes, ya he hecho esto antes, sé que puedo hacerlo, pero sin la adrenalina y la furia del momento, después de varios días sin alimentarme, el dolor parece mucho más intenso. Siento los dedos hurgar bajo la piel, tratando de extraer la bala, pero la herida es muy profunda y la tortura tan atroz que mis ojos se llenan de lágrimas y mi cuerpo no responde.

Me quedo aquí, quieto durante horas, entre la vigilia y la inconsciencia, hasta que noto algo que me humedece la cara y respira pesadamente sobre mí. Hamlet trata de despertarme.
- Ese cerdo te ha dejado ir -consigo decir con voz ahogada.
El frío de la madrugada me da algo de energía para incorporarme. Con el paso de las horas el dolor se ha ido reduciendo, muy lentamente, lo suficiente para poder moverme sin gritar. Me arrodillo en el suelo y busco la bala en el interior de la herida, pero es una auténtica tortura. Hamlet ladra cuando me pongo a gruñir y a temblar. 
- Cállate -le digo entre dientes.

Reprimo un grito cuando mis dedos rozan la bala y la mueven en el interior de mi carne desgarrada. Lo intento varias veces más, pero tengo que darme por vencido. No puedo sacar la bala yo solo. Tampoco puedo encontrar ayuda cerca de aquí. Sólo puedo clavar los dedos en la tierra y aguantar el dolor.


Estoy herido. Estoy furioso. Y, sobre todo, estoy hambriento.