miércoles, 6 de marzo de 2013

Petunia

El hambre me desgarra.

Es como si se me retorcieran las entrañas, un dolor permanente que no puedo aliviar. Puedo comer y, tan pronto como haya terminado, volveré a estar hambriento. Lo único que me ha saciado, realmente, ha sido la carne humana. Los animalillos del bosque son apenas un bocado, sirven para engañar al ansia durante un breve lapso de tiempo, pero sé que al poco va a volver, con más fuerza. En cambio, cuando terminé con el muchacho de hace una semana, cerca del cordón militar, pude aguantar fácilmente varios días sin probar otra cosa. Me alimenté durante horas, pero tuve que dejar más de la mitad del cuerpo porque no podía comer más. Si hubiera encontrado la forma de conservarlo, antes de que se pudriera... Podría haberme durado semanas. Con la cabeza más clara, quise alejarme al máximo de cualquier signo de civilización, con la esperanza de no hacer daño a ningún otro ser humano. Me puse a andar sin rumbo, adentrándome en el bosque, hacia las montañas. El perro me ha seguido todos estos días. No me molestaba, así que lo he dejado hacer. Creo que la compañía no me viene mal.

Ahora, sin embargo, vuelvo a tener dudas sobre el rumbo que debería tomar. Estoy en medio de la nada, y tengo hambre. Pronto empezará a hacer más frío y será más difícil encontrar comida. No sé qué haré durante el invierno, ni cuánto tiempo podré aguantar antes de volverme loco.

Hamlet se adelanta varios metros y yo lo sigo entre la maleza. De vez en cuando encuentra algún animal, o alguna fuente de agua. Yo no necesito beber, realmente, pero me viene bien lavarme un poco. Como no tengo un destino fijo, me resulta más cómodo dejarme llevar por él y seguirlo a donde nos lleve su instinto. Cuando veo que acelera el paso y se pierde entre la vegetación más espesa, corro tras él, procurando hacer el menor ruido posible. Sin embargo, al poco se detiene, y cuando llego a su altura, lo único que hace es escarbar en el suelo. Aparto un puñado de hojas secas esperando tal vez encontrar la madriguera de un conejo, pero no hay nada. 
- Joder, Hamlet. No te pongas a desvariar ahora, que el que está cuerdo aquí eres tú.
Cuando le hablo, inclina la cabeza como si entendiera lo que digo. Luego vuelve a su hoyo, pero enseguida lo deja. Levanta la cabeza y se pone alerta, como si hubiera oído algo. Echa a correr, levantando un murmullo entre las hojas, y yo le sigo.

Ahora sí está persiguiendo algo, algo que, a medida que me acerco, puedo oler con más claridad, algo cálido que desprende el olor de las cosas vivas. Trato de adelantarme por un lateral, para pillar al animal de frente, pero no sé moverme por este terreno y todo lo que hay me molesta para avanzar, así que me centro en no perder de vista el borrón peludo al que Hamlet intenta dar caza. Algo me dice, sin embargo, que Hamlet también es un novato en esto, porque después de diez minutos de persecución creo que estamos más lejos del conejo que al principio. Se escabulle entre la maleza y prácticamente se escapa de entre mis brazos cada vez que me acerco lo suficiente como para lanzarme a por él. Lo único que me viene a la cabeza es que sería mucho más fácil atrapar a un ser humano.

Ya está, lo hemos perdido. Contengo un grito de rabia, armar más ruido sólo servirá para ahuyentar otras presas. Hamlet es testarudo y no se da por vencido, así que trata de rastrear al animal y encontrar su madriguera. Lo sigo con desgana y durante unos minutos dejo que escarbe en la tierra, pero es un perro grande, no hay manera de que pueda pillar al conejo si ya se ha escondido. Nunca me había interesado por la caza, pero he oído decir que la gente utiliza hurones para obligar a los conejos a salir de sus madrigueras y atraparlos entonces.
- No gastes más energías en eso -le digo-. Vámonos. No va a salir mientras estemos aquí.
Doy unos pasos, el perro se queda atrás todavía empeñado en su tarea. Cuando empieza algo, no sabe parar. Da igual, terminará encontrándome de todas formas, así que sigo avanzando, sin una dirección clara, como siempre, pero al menos no estoy quieto. No puedo estar quieto, hace semanas que paso los días vagabundeando de un lado a otro. Simplemente, necesito caminar, moverme, el lugar al que vaya realmente me importa poco. Creo que es una de esas cosas en las que me parezco a los podridos. Ellos tampoco se detienen nunca. Al poco, Hamlet aparece a mi lado, con el morro sucio y lleno de tierra.
- Te lo dije, tendrías que hacerme más caso. 
Me mira con ojos de pena.
- No seas nenaza, ya encontraremos otra cosa que comer. 

El sol comienza a bajar y empiezo a sentirme más activo. A medida que los días se acortan y se hacen más frescos, tengo la sensación de que estoy menos lento, menos atontado durante las horas de luz. Eso me hace preguntarme también cómo estarán reaccionando los zombis al cambio de tiempo. Podrían estar volviéndose más peligrosos, especialmente alguno con el que no sé si quiero volver a encontrarme. 

Un olor nuevo me llega de repente. Intercambio una mirada con Hamlet, seguro de que él también lo ha notado, probablemente antes que yo. Le hago una señal con la mano para que se esté quieto mientras busco en los alrededores, aunque realmente no sé si me obedece porque entiende la orden o porque mi cautela le pone en guardia. Muy cerca de nosotros, en el suelo, las hojas secas y la hierba se ven pisoteadas, y algunas ramas bajas, las más pequeñas, están rotas. Por aquí ha pasado un animal, un animal grande, y no hace mucho. No puedo decir qué era sólo por el olor, pero sé con seguridad que no era humano. 

Me pongo a seguir el nuevo rastro aprovechando las últimas luces de la tarde. A medida que me acerco, el olor es más fuerte, y se mezcla con otros. El animal no está solo, así que habrá que tener mucho cuidado. Anochece cuando el camino me lleva a un claro en el bosque con Hamlet pegado a los talones. Sin salir de la protección que nos brinda la oscuridad entre los árboles, echo un rápido vistazo a la escena. Al otro lado del claro hay un remolque que parece la parte de atrás de una vieja autocaravana con un pequeño fuego encendido justo enfrente. El animal que ha estado por el bosque resulta ser una mula que pasta no muy lejos de la hoguera. Un poco más allá, hay un camino de tierra. Tiene que ser por ahí por donde ha llegado el remolque hasta este lugar. No veo movimiento por ahora, pero está claro que aquí vive alguien. Me oculto entre la maleza y me dispongo a observar, a la espera de que se me ocurra algún plan o de que encuentre la ocasión de hincarle el diente a algo. Tengo que comer, lo que no tengo claro aún es el qué.

Después de lo que parecen horas, la puerta del remolque se abre y un hombre sale del interior. Camina encorvado hasta la fogata remueve las brasas con una vara. Cuando se acerca al fuego es cuando puedo verle el rostro, arrugado y luciendo una barba gris y descuidada. Un anciano no sería complicado de atrapar, si está solo. No, ¿en qué estoy pensado? Se supone que me he alejado de la civilización para no hacer daño a nadie más. El muchacho del otro día estaba condenado igualmente, sólo hice que su muerte sirviera de algo. Esto es diferente, el viejo no ha hecho daño a nadie. Esperaré a que se duerma para ir a por la mula. Me convertiré en una estatua entre los árboles hasta entonces.

El viejo vuelve enseguida al remolque y me pregunto si este no sería un bueno momento para ir a por mi alimento. No, no te impacientes. Es un animal grande, necesito pensar en cómo matarlo rápido o cómo alejarlo lo suficiente de aquí para que el viejo no me oiga. Si consigo hacer que me siga por el camino de tierra tal vez... El hombre sale otra vez, ahora cargado con trastos y algo agarrado a su espalda. Es un... de acuerdo, creo que es un mono. Sí, se baja del hombro del anciano y corretea unos segundos por el suelo, luego vuelve a su lado. Parece que el hombre le habla. Me río en silencio. En un mundo donde los muertos caminan, acaba de sorprenderme un mono.

Hamlet se queda inmóvil a mi lado todo el tiempo. Por suerte para nosotros, el viejo no se demora mucho. Al poco de haber salido, echa un cubo de tierra sobre la hoguera para apagarla y vuelve al interior del remolque. Es totalmente de noche cuando nos aventuramos a dar nuestros primeros pasos en el claro y a través de las ventanillas del remolque no se ve ninguna luz. Aun así extremo la precaución y me deslizo bordeando la línea de los árboles, con el perro pegado a mí, hasta llegar al lugar donde está la mula, de pie con la cabeza gacha. Arranco un puñado de hierba del suelo y me acerco. El plan es hacer que el animal me siga por el camino de tierra, hasta alejarlo lo suficiente como para que un disparo no despierte al dueño.

Alargo la mano hasta colocar la hierba que he cogido en el hocico del animal. Al principio retrocede un poco, luego se inclina y huele lo que le ofrezco. Entonces algo me desconcentra, un olor, un murmullo. Escucho a Hamlet gruñir y me doy la vuelta para encontrarme con el cañón de una escopeta de caza.
- Suelta lo que lleves en las manos y levántalas -dice el viejo. Habla con una voz sumamente tranquila.

Dejo caer el puñado de hierba y el hombre, en la penumbra, levanta una ceja. Retrocede un poco, sin dejar de apuntarme. Hamlet se pone a la defensiva y le enseña los dientes.
- Ahora quítate la mochila y saca lo que tengas en los bolsillos, y déjalo todo en el suelo.
Obedezco lentamente, obligándome a contener la respiración para soportar mejor el estar tan cerca de un ser humano con el hambre que tengo. Podría con él si no estuviera armado, pero creo que un movimiento brusco ahora terminaría con una bala en mi cabeza. Por un momento me da la sensación de que Hamlet va a atacarlo, aunque al final se queda quieto y observando. Intento relajarme, si me ve tranquilo se calmará también.
- Está bien muchacho -dice el viejo entonces-. ¿Hay una explicación, o simplemente intentabas robarme a mi vieja Petunia?