martes, 30 de octubre de 2012

Cambios de humor

No sé exactamente cuántos días llevo dando vueltas por el cordón militar, creo que un par de semanas. Aquí no hay signos de vida, no he visto un ser humano en todo este tiempo. Sí me he encontrado con unos cuantos zombis, todavía con su uniforme, y con muchos cadáveres desperdigados que se descomponen rápidamente debido a la exposición a los elementos. El tiempo se está volviendo más frío, así que me he dedicado a buscar ropa de abrigo que me valiera para sacársela a los muertos. Me he hecho con una chaqueta y un par de botas nuevas, y también con un rifle y munición, aunque ni siquiera he tenido ocasión de usarlos. Los vehículos abandonados me han sido de gran ayuda, he encontrado muchas cosas útiles que he utilizado para preparar pequeñas trampas que he dejado esparcidas por el bosque. Sin embargo, hay algo que me inquieta, y es pensar qué ocurrió al romperse la cuarentena para que el ejército dejara todo esto aquí abandonado. Ni siquiera tiene pinta de que hayan intentado volver a por algo, es como si los que quedaron vivos se hubieran largado para no volver, como si no tuvieran ninguna esperanza de recuperar este lugar. 

Comienza a bajar el sol, así que salgo del coche donde he pasado casi todo el día y me dispongo a hacer mi ronda por el bosque. Parece que me estoy volviendo un poco nocturno, porque cuando mejor me siento es en las horas antes y después del atardecer. Por el momento, solamente he conseguido atrapar pequeños animales, ardillas y algunos ratones, pero es una dieta muy pobre, y me está costando encontrar y atrapar presas mayores. Tal vez debería intentar arrancar uno de esos todoterrenos y largarme de aquí, conducir hasta quedarme sin gasolina y luego instalarme en otro lugar. Puede que lo haga, uno de estos días, si me veo con fuerzas. De momento, vivo al día, no quiero pensar en el futuro más allá de encontrar algo que calme un poco el hambre que me corroe.

Trato de ser lo más sigiloso posible. Es un ejercicio de autocontrol que exige que ponga todos mis sentidos en lo que estoy haciendo para no cometer ninguna estupidez que espante a potenciales presas. Escucho un murmullo no muy lejos de aquí, pero todavía fuera de mi alcance para un ataque rápido, así que de momento decido revisar mis trampas. Llego a la primera, que no es más que un tubo clavado en el tronco de un árbol. En la parte de abajo he colocado una malla con algunas nueces, de manera que el animal entra para cogerlas pero luego no puede trepar por el interior del tubo, y se queda atrapado dentro.
- Mira qué tenemos aquí -murmuro. Llevo tantos días sin escuchar mi propia voz que incluso me sobresalto, pero dura solo un instante, porque empiezo a relamerme al ver que mi trampa finalmente ha servido para algo. Hay una ardilla dentro, que intenta morderme cuando la saco. Apenas noto sus dientes, rápidamente le retuerzo el cuello y me dispongo a disfrutar del pequeño bocado.

Estoy comiendo, rápidamente y en silencio, cuando escucho el suave sonido de las hojas contra el suelo, los pasos cautelosos de un animal. Cuando levanto la vista, me encuentro otra vez con ese perro. Lleva días siguiéndome, pero no se atreve a acercarse, y si me vuelvo en su dirección, sale huyendo. Tampoco sé por qué un animal seguiría a alguien como yo. Sin embargo, ahí está, parece que por fin se ha decidido a mostrarse y acercarse. Tal vez el hambre lo haya obligado a ello. "Lo siento", pienso, "pero esto es mío y no lo voy a compartir".

El animal se acerca un poco más y me mira fijamente. Más que a mí, a lo poco que queda de la ardilla entre mis manos. Mierda, empiezo a sentir lástima. Termino con la comida más deprisa aún.
- No hay nada para ti -le digo, aunque no sirve para disuadirlo. 
Se sacude un poco el pelaje negro y enmarañado y avanza unos pasos más.
- Vete, no queda nada -añado. Sigue mirando mis manos con esos ojos enormes y tristes. Mierda, no quiero un perro. Dejo los huesecillos de la ardilla en el suelo, lo único que no he podido masticar, y me marcho en busca de mis otras trampas. El perro se queda en el lugar donde he estado sentado, dando cuenta de mis sobras. Me alejo antes de que se le ocurra venir detrás de mí.

Mi suerte se termina pronto. Cuando la oscuridad comienza a envolver el bosque, me doy por vencido. El resto de mis trampas estaban vacías, así que echo algo de comida nueva en ellas y vuelvo al cordón militar. Trampas vacías, estómago vacío. El hambre me enfada. Vuelvo a pensar en marcharme de aquí, pero no sé qué voy a comer, allá donde vaya. 

Regreso a mi coche, un todoterreno que no arranca y cuyo motor ya he desvalijado para construir mis trampas del bosque. Compruebo sin mucho interés que todo sigue como lo dejé. No estoy cansado, así que me siento sobre el capó del coche y paso un rato escrutando la explanada que lleva a la ciudad. Más allá, estará la zanja repleta de muertos, las fábricas abandonadas, las casas vacías y los comercios saqueados. La noche es clara y puedo ver la silueta de algunos edificios, los más altos, completamente oscuros. Bajo del coche de un salto y me aventuro algunos metros en dirección a la zanja. Si escucho atentamente, puedo oír los gemidos de los muertos desde aquí. Me pregunto si habrá alguna forma de que los zombis atraviesen el hoyo, y si eso fue lo que hicieron para llegar hasta aquí. Camino un rato en la misma dirección, agudizando el oído a cada paso, acercándome a los lamentos de las criaturas que se han adueñado de la ciudad.


Un sonido extraño rompe la letanía. Un sonido que, a diferencia de los aullidos de los zombis, llevo mucho tiempo sin escuchar. Pasos rápidos, una respiración apresurada. Un ser humano, y no está lejos. Cierro los ojos y trato de determinar de dónde viene el sonido. Luego, echo a correr en su busca.

Procuro no perder de vista la hilera de vehículos muertos que delimitan el cordón militar, para no desorientarme en la oscuridad. Ahora lo escucho más cerca, alguien corre. Huye, más bien. Algo lo persigue, algo silencioso que, inesperadamente, lanza un lúgubre alarido a la noche. Ahora los veo, sus siluetas en la penumbra. El cazador se mueve con una rapidez aterradora y va ganando terreno segundo a segundo. Dudo un instante, pero no dejo de correr. Hace mucho que no me enfrento a uno de esos, y llevo días sin apenas alimentarme. No obstante, si no hago algo pronto le dará alcance al desgraciado que corre delante, así que acelero, siento tensarse mis músculos y el cosquilleo en las extremidades que precede a la acción. Lo intercepto con un placaje de los que hacen historia.

Mi velocidad, unida al impulso que llevaba la criatura, hacen que salgamos despedidos y rodemos por el suelo varios metros. No consigo mantenerlo sujeto y se pone rápidamente en pie, a sólo unos pasos de donde estoy. Sin embargo, no viene a por mí, continúa centrado en su presa y echa a correr de nuevo. La víctima, un poco más lejos, ha caído de rodillas al suelo. Me levanto rápidamente y salto de nuevo sobre el zombi, tumbándolo de un golpe y aplastando su cara contra el polvo. Parece que lo tengo inmovilizado, no sé cómo logra zafarse de mi presa e incorporarse de nuevo. Pero ahora las cosas cambian, ya que no se aleja. Se pone en pie para lanzarse sobre mí con todas sus fuerzas, dispuesto a arrancarme la cara de un mordisco. Tumbado en el suelo, freno su mordisco agarrándole las mandíbulas con las manos. Intenta morderme, desesperado, y siento cómo sus dientes se me clavan en las palmas y abren pequeños cortes. No podré continuar así mucho tiempo, así que descargo una poderosa patada en su estómago y logro alejarlo de mí. Ruedo para ponerme en pie y me preparo para su ataque. Como esperaba, carga contra mí, así que simplemente me desplazo un poco y lo detengo golpeando su cuello con el brazo. Una vez desequilibrado, basta una patada para echarlo al suelo. Me agacho junto a él, colocando una rodilla sobre su garganta, y agarro con fuerza su mandíbula. Tiro, la desencajo, doy un fuerte golpe con un movimiento rotatorio. Sigo así durante más de treinta segundos, hasta que consigo arrancarla. El zombi queda inmóvil en el suelo. Lanzo los dientes a lo lejos, y sin limpiarme la sangre negruzca de las manos, me voy a buscar a quien sea que este monstruito estaba persiguiendo. 

Distingo la silueta en el suelo, todavía de rodillas. Me apresuro a su lado pero, antes de haber dado tres o cuatro pasos, escucho un ruido detrás de mí, un gorgojeo que hace que me vuelva sobresaltado. El muerto, aún sin su mandíbula inferior, se lanza hacia mí como un animal, pero algo lo hace caer antes de que me alcance. No pierdo el tiempo, aprovecho su caída para terminar con esto de una vez aplastando su cráneo con la fuerza de mi bota.

Al terminar, miro alrededor, buscando qué es lo que lo ha hecho caer, y me encuentro de lleno con mi pequeño acosador particular. El perro negro, salido de la nada, y que de repente se ha enfrentado a un zombi para ayudarme. Lo cierto es que es toda una sorpresa, pero hay algo más urgente ahora de lo que ocuparme.
- ¡Vamos! -le digo al perro, y me alejo del cadáver para atender al vivo.
Cuando llego, me doy cuenta de que es apenas un muchacho, que no tendrá más de diecisiete o dieciocho años. Está llorando.
- Gracias... -susurra, mirándome asustado.
- ¿Estás herido? -le pregunto. Tarda un rato en responder. Al final asiente con la cabeza.
- Me ha mordido.

"Mierda."

- ¿Dónde te ha mordido? -pregunto, tratando de mantener la calma. El chico levanta el brazo y me lo muestra, aunque en la oscuridad sólo puedo ver una mancha oscura sobre su ropa.
- ¿Hace mucho tiempo?
- Unos minutos... me ha alcanzado y me ha mordido, no sé cómo he conseguido escaparme, pero me ha perseguido hasta aquí... ya no podía más, si no llega a ser por usted...
- No te preocupes -le digo, mientras me quito el cinturón-. Voy a usar esto para hacerte un torniquete, estarás bien, ya verás.
No sé si el cinturón será suficiente para detener la infección, pero creo que me dará algo de tiempo para llegar al cordón militar y amputar el brazo. Tengo que evitar que la infección se extienda, o al menos retrasarla al máximo. Lo ayudo a ponerse en pie y prácticamente lo llevo en brazos hasta llegar junto al todoterreno donde paso los días. Lo dejo suavemente en el suelo y busco una linterna entre mis cosas. Luego, me dispongo a examinar la herida.

La piel alrededor de la mordedura está morada, y los vasos sanguíneos comienzan a oscurecerse. Le pongo la mano en la frente para comprobar que tiene fiebre. No lo voy a poder salvar. La infección se está extendiendo. Dudo unos segundos. El perro nos ha seguido hasta aquí, está sentado a mi lado observando con curiosidad la situación. El muchacho va a morir, sin embargo... hay algo que puedo hacer. Algo que él... podría hacer por mí.

No sé si seré capaz.

- ¿Me voy a poner bien? -me pregunta aterrorizado.
- Claro que sí -le respondo-. Cierra los ojos, descansa un poco. Voy a buscar unas medicinas en el coche.

El chico obedece, apoya la espalda en la rueda del coche y se queda quieto. Yo saco la pistola de debajo del asiento. Antes de que abra los ojos, la bala le atraviesa la sien y cae a plomo como un peso muerto.

Iba a morir de todos modos, sólo le he ahorrado el sufrimiento.

El disparo ha asustado al perro, que sale corriendo y se pierde entre la noche. Observo al muchacho, en el suelo, con una expresión de serenidad en el rostro. Me doy cuenta de que estoy salivando, y comienzo el banquete.

Al rato, el perro vuelve a acercarse. Lo veo rondar los alrededores, husmear entre los cadáveres y rascar con las patas delanteras una calavera medio descompuesta.
- Eh, Hamlet, ven aquí -lo llamo. Me río, por primera vez en mucho tiempo. Comer me pone de buen humor.

jueves, 18 de octubre de 2012

La vida en Cornwell

Isabelle es una jefa dura. No me cuesta imaginar por qué los demás ayudantes que tuvo decidieron dedicarse a otra cosa. Le grita a todo el mundo, incluso a los pacientes. Cuenta con el visto bueno de Marcus para hacer lo que le plazca dentro de sus dominios, así que ha convertido la enfermería del instituto en un pequeño feudo en el que ella tiene poder absoluto. Sin embargo, hace bien su trabajo, y eso me gusta. Y después del infierno que he vivido, esto me parece un paseo. De hecho, ya he durado dos semanas, y eso es el doble de lo que aguantó el último que ocupó este puesto. Isabelle era enfermera en el centro de salud de Cornwell antes de la plaga. Es un poco irónico que una enfermera sea mi jefa ahora, pero la verdad es que no me supone un problema. Además de contar con mucha más experiencia, es una mujer llena de energía. Yo estoy agotada, física y mentalmente, y no podría asumir ahora mismo el liderazgo de nada. Me siento mucho mejor obedeciendo sus órdenes y tratando de pensar lo menos posible en un futuro que no sea el inmediato.

Por el momento, el tipo de problemas que hemos tenido en la enfermería de Cornwell han sido de poca gravedad. La mayoría, heridas que sólo necesitaban un poco de limpieza y cuidados, y tal vez un par de puntos de sutura. La enfermería cuenta con una camilla y una cama plegable para los pacientes, y las reservas de medicinas y material sanitario no están nada mal. Isabelle me ha contado que han estado saliendo periódicamente a limpiar zonas del pueblo y han ido reuniendo todas las cosas útiles que han podido encontrar. Esta mañana hemos terminado por fin un exhaustivo inventario de todos los suministros de que disponemos.
- Bien hecho, jovencita -me ha dicho cuando he terminado con la última caja, y ha mirado alrededor buscando otra cosa que encargarme. Aquí todo el mundo se dirige a mí como si fuese una niña. 

Al final, Isabelle no ha encontrado ninguna tarea para mí, ni para ella, así que hemos salido un rato la patio, para que nos diese un poco el aire. Un puñado de niños fingían conducir la moto que hay junto al muro exterior. Isabelle los ha echado de allí diciendo a gritos que iban a romperla, y los críos han salido huyendo aterrorizados. Me he sentido tentada de seguirlos, pero finalmente me he quedado con ella. Creo que con esa capacidad pulmonar esta mujer podría ser cantante de ópera. Puede que le gustase, parece que se lo pasa bien dando voces.
- ¿Alguna vez usáis esa moto? -le he preguntado cuando los niños se han marchado.
- No la hemos usado nunca, de momento, pero Marcus quiere mantener los vehículos en buenas condiciones -ha dicho ella-. Dice que podríamos necesitarlos en cualquier momento. 
He asentido, y nos hemos puesto a andar alrededor del patio. Sienta bien estirar las piernas.
- ¿Te gusta este lugar? -me pregunta de repente. Es la primera vez que se interesa por algo así, así que al principio me quedo un poco parada.
- Sí, claro que me gusta -le digo al final-. Tenemos de todo, la gente es amable y no hay zombis.
- Bien, me alegro. Tal vez tengamos que quedarnos durante mucho tiempo.
- Isabelle...
- Tú lo sabes mejor que ninguno de los que estamos aquí, ¿verdad? Has visto cómo está todo fuera de aquí.
Me quedo callada, pero no dejo de caminar. Asiento con la cabeza.
- Sabes que no van a venir a rescatarnos -dice.
- No lo sé -respondo yo-. Pero lo que he visto fuera... no da muchas esperanzas.
- Lo imaginaba, sobre todo después de ver en qué condiciones llegasteis a Cornwell. Tu amiga todavía no está recuperada, ¿verdad? Debe de ser terrible enfrentarse cara a cara con los zombis.
- Lo es, pero no fueron los zombis los que la dejaron así. Los zombis han matado a muchas personas, a nuestros amigos, a nuestras familias... pero a Mishel fueron seres humanos quienes le hicieron cosas terribles. Humanos, si es que se los puede llamar así...
- Dios mío... Lo siento mucho.
- Habrá que ser pacientes con ella -le respondo, y seguimos andando. 

Isabelle tiene razón, Mishel no está recuperada. Está igual, o peor. Tiene pesadillas todas las noches, y apenas conseguimos que coma. Lydia y yo intentamos estar pendientes de ella, pero es complicado, porque la mayor parte del tiempo parece que está en otro lugar. A veces se pone a gritar y a llorar diciendo que los zombis van a entrar o suplica que la suelten y que no le hagan daño. Es como si reviviera una y otra vez la pesadilla de aquellos días. Y de paso, me recuerda constantemente todo un infierno que me esfuerzo por olvidar. Después del descanso volvemos a la enfermería, aunque hay poco por hacer durante la tarde.  Aún así, lo dejamos todo preparado para atender a posibles heridos o enfermos, porque a última hora, poco antes de anochecer, van a llegar los miembros del grupo que se encontraban trabajando en la granja.

En las dos semanas que llevamos aquí, Isabelle me ha ido contando cómo se ha organizado el refugio y cuáles son los planes de Marcus. Parece que es consciente de que hay pocas probabilidades de rescate, porque ha hecho planes a largo plazo para este lugar. Y el principal, el más ambicioso, es conseguir una fuente de alimentación sostenible. Así que han decidido cultivar sus propios alimentos, y dado que el huerto de la azotea no es ni de lejos suficiente, han buscado otra solución, una granja que queda a unos seis kilómetros de Cornwell y que tiene la ventaja de tener un terreno bastante amplio completamente vallado. Hay ocho miembros del grupo allí ahora mismo, aunque puede que ya estén en camino, en realidad.
- ¿Qué hora es, Isabelle? ¿Cuánto van a tardar?
Isabelle suelta una risotada y da un vistazo a la ventana.
- No mucho, cielo -se vuelve a reír-. No estés tan ansiosa.
- No estoy ansiosa. Bueno... puede que un poco. ¿Traerán comida?
- Puede. Hay gallinas allí, así que suelen traer huevos. Con las verduras no sé si se han aclarado todavía, pero no queda mucho para que empiece a hacer frío así que no sé para cuándo las podremos tener.
- Vaya...
- Pero no pasa nada, tenemos provisiones acumuladas para el invierno. Estaremos bien, ya verás.
- ¡Tía Isabelle! ¡Doctora Sky! 
Una niña con largas trenzas se asoma a la puerta de la enfermería y nos llama a voces con una enorme sonrisa en los labios. La reconozco enseguida. Es Sara, la sobrina de Isabelle. Bueno, realmente no es su sobrina, pero Isabelle y su madre se criaron juntas y son como hermanas. La chiquilla nos hace gestos con las manos para que la sigamos.
- ¡Ya llegan!

La pequeña sale dando saltos, aunque nosotras nos retrasamos un poco porque tenemos que cerrar la enfermería. La niña vuelve a buscarnos y tira del brazo de Isabelle para que se dé prisa.
- ¡Ya vamos, ya vamos!
Nos apresuramos escaleras abajo y nos reunimos en el patio con el resto del grupo. Busco a Mishel con la mirada, pero antes de que la encuentre, ella me toca discretamente un hombro.
- Todos están emocionados, ¿verdad? -le digo, con una sonrisa. Ella mira distraída alrededor, como si acabase de darse cuenta de que todo el mundo está aquí.
- ¡Doctora Sky, ya están aquí! -grita Sara tirando de mi chaqueta. Unos cuantos muchachos abren la puerta trasera del instituto, que da acceso al patio, para dejar entrar al grupo.
- ¿Por qué entran por aquí, en lugar de por la puerta principal? -le pregunto a Isabelle.
- Ah, viene cargados con un par de carretillas -explica ella-. Y también está Lawrence, claro.
- ¿Quién es Lawrence?
- ¡Es él! -grita Sara señalando al frente. Un puñado de hombres y un par de mujeres tiran de dos carretillas llenas de trastos, y enseguida unos cuantos de los que estaban mirando se apresuran a ayudarlos. Detrás, entra el que debe de ser Lawrence.
- ¿Un camello?
Sara me tira de la manga.
- No es un camello, es un dromedario -dice, como si se lo explicase a un niño pequeño-. Sólo tiene una chepa, ¿ves? Es un dromedaaaario.
- Se dice joroba, cielo, no chepa -la corrige Isabelle.
- ¿De dónde habéis sacado un camello?
- Alex, ¿es que no lo has oído? Es un dromedario.
- Dromedaaaario -añade Sara con una risita.
- Está bien. ¿De dónde habéis sacado un dromedario?
- Lo encontraron en una de las primeras expediciones que hicimos -dice Isabelle-. Estuvimos explorando los alrededores para saber dónde había zombis o algún otro peligro y Lawrence andaba por ahí, solo.
- ¿De dónde salió? 
Isabelle se encoge de hombros.
- Nuestra hipótesis es que de un circo, pero no lo sabemos realmente. Pensamos que podíamos utilizarlo como animal de carga en la granja, así que lo adoptamos. No cuesta mucho mantenerlo, come hierba y hojas, y puede cargar bastante peso así que es muy útil.
Asiento con la cabeza mientras observo cómo descargan al animal, que busca un lugar tranquilo para descansar. Este lugar me sorprende cada vez más.

Un rato antes del anochecer, probamos los huevos frescos y algunas verduras que los compañeros de la granja han traído, aunque apenas podemos tomar un par de bocados cada uno, ya que la comida que producen todavía es escasa. El resto de la cena consiste en las habituales conservas que acumulamos en el instituto. Todos han vuelto ilesos, aunque han tenido que pasar una pequeña revisión de seguridad. Lukas habla con los agricultores, que ahora se quedarán en Cornwell durante unos diez o doce días y serán sustituidos por otros voluntarios en la granja. Al acabar, me acerco a hablar con él en la puerta del comedor antes de que se marche.
- Lukas, espera.
Se da la vuelta, aunque no dice nada. Los últimos rezagados de la cena pasan junto a nosotros sin apenas mirarnos.
- ¿Cómo estás? Hace días que no hablamos.
- Bueno... -mira a ambos lados, aunque en el comedor ya no queda nadie.
- Oye, si te pasa algo... puedes hablar conmigo, ya sabes.
Él niega con la cabeza.
- No me pasa nada, sólo... estoy concentrado en el trabajo.
- ¿Quieres ir a la granja la semana que viene?
- Lo he estado pensando, probablemente lo haga.
No deja de mirar a todas partes excepto a mí, es obvio que se siente incómodo.
- Lukas, ¿qué te ocurre?
- ¿Qué me ocurre? ¡Toda esta mierda, joder! 
- Lukas...
- Mira, no tengo ganas de hablar contigo. Me voy a la cama.
- ¡Oye! Yo no te he hecho nada para que te cabrees así -está empezando a hacerme sentir mal a mí también.
- Tú -empieza, pero parece que duda y no termina de hilar la frase-. Tú me haces pensar en ella, y no puedo soportarlo.
Me quedo en blanco, sin saber qué responder. Él aprovecha que me quedo bloqueada para dar la vuelta y marcharse sin despedirse. Menudo capullo.

Me voy a dormir.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Onegai shimasu

Paso varias horas deambulando sin rumbo. Mi plan llegaba hasta el momento de dejar a Alex y los demás en un lugar seguro y asegurarme de que estaban a salvo. Más allá de eso, no había pensado nada. Quizá creía que moriría o me convertiría definitivamente en un zombi descerebrado, pero lo cierto es que nada de eso ha ocurrido, y ahora me siento extraño y desorientado. No sé hacia dónde ir... no quiero volver a la ciudad, no es más que un hervidero de podridos y de hijos de puta. Vagar por las calles de Cornwell como estoy haciendo ahora tampoco es un buen plan a largo plazo, sabiendo que la comida normal me pone enfermo y que aquí no hay mucha carne fresca que cazar. Sin embargo, explorar zonas nuevas tampoco me atrae mucho por el momento, estoy demasiado cansado para eso, así que acabo tomando el camino por el que llegamos al pueblo.

Hacia mediodía, el cansancio y el hambre empiezan a pasarme factura. Tampoco ayuda que el sol me caiga de lleno encima. Me atonta, me vuelve más lento y más torpe. Creo que a los zombis les pasa algo parecido. No me gusta parecerme a ellos.

Me desvío del camino y me meto entre los árboles, buscando una sombra. En realidad, no hace mucho calor todavía. Queda poco para el verano pero el aire todavía es fresco. Creo que lo que me afecta, más que el calor, es que haya tanta luz, así que me siento bajo un árbol y cierro los ojos. Me quedo así, quieto, escuchando el silencio y los ruidos del bosque. Oigo a los insectos, el roce de las hojas, las criaturas que corretean y se esconden por encima de mi cabeza entre las copas de los árboles. Mi oído parece haberse vuelto más fino y creo ser capaz de seguir el trayecto que recorre algún animalillo no muy lejos de aquí. Algo corre sobre las ramas, sobre las hojas, y yo tengo hambre. Me esfuerzo en escuchar con atención, tratando de adivinar el recorrido de la criatura, y me doy cuenta de que viene hacia mí. Siento el impulso de levantarme y saltar a por ella, pero lo poco que sé de los animales que viven en los bosques es que salen huyendo al menor ruido, así que hago un esfuerzo de contención y me quedo inmóvil esperando que mi presencia pase inadvertida. No es fácil, porque la posibilidad de comer me activa mucho, y las extremidades me arden en un hormigueo eléctrico que me da ganas de saltar, correr y destrozar lo que encuentre. Pero no puedo actuar así si quiero sobrevivir en este mundo. Debo ser un cazador, un estratega. 

"Onegai shimasu"

Escucho la voz de mi antiguo entrenador en mi cabeza. Siempre empezaba así las sesiones de práctica: onegai shimasu. "Por favor". Yo tenía la energía de cualquier adolescente rebosante de hormonas, pero durante los entrenamientos, siempre conseguía concentrarme. Intento recuperar aquella sensación de control, aunque es complicado. Ahora me veo obligado a dominar un impulso mucho más intenso, el hambre atroz que me consume y que me ha obligado a apartarme de la única persona que me importaba en este maldito apocalipsis. 

Unas patas diminutas dan un salto justo por encima de mi cabeza, abro los ojos, me pongo en pie y salto hacia donde está el animal. Me cuelgo de una rama y estiro rápidamente el brazo para cogerlo, pero en lugar de eso la rama se parte y caigo de espaldas al suelo. La ardilla se escapa y, con el estruendo que he causado, no creo que vuelva. 

Y sigo teniendo hambre.

Me adentro más en el bosque, un buen trecho, hasta perder de vista el camino. Esta vez procuro ser silencioso. De vez en cuando, me paro a escuchar, hasta que vuelvo a oír a los animales, y entonces me detengo del todo y repito la operación. Me arrodillo en el suelo, las manos descansando sobre los muslos, y me concentro en los sonidos que me rodean hasta que sé que hay algo cerca, y entonces trato de cazarlo. Sin embargo, es difícil, muy difícil cazar así. Al final del día, solamente he conseguido comerme una ardilla, y sigo hambriento. Tengo que cambiar de estrategia, tal vez tender trampas a mis presas en lugar de tratar de cogerlas sin más. Dispararles no es una opción, tengo poca munición y podría necesitarla para algo más importante. Además, un disparo fallido ahuyentaría a todas las presas potenciales en muchos metros a la redonda. Llevo cuerda, un cuchillo y un mechero en la mochila, pero no sé si será suficiente con eso. Podría buscar algo más en otro lugar... de hecho, no debo de estar muy lejos del cordón militar. Dejaron cientos de cosas abandonadas allí. 

Creo que puedo llegar antes de que sea de noche, así que busco de nuevo el camino y me dirijo de vuelta. No es un lugar al que desee volver, pero podría ser útil, podría incluso encontrar un nuevo vehículo, o armas, o unas botas nuevas. Unas botas ligeras para el verano, eso sería genial. Aunque no sé dónde estaré cuando llegue el verano. Debería pensar en un plan, hacer algo para mejorar mi situación, aunque no se me ocurre qué. No sé muy bien dónde encaja alguien como yo en este mundo.

Ya veo algunos de los vehículos del ejército, todavía un poco lejos, cuando escucho ruidos detrás de mí. Me doy la vuelta sobresaltado, poniendo sin darme cuenta todo el cuerpo en tensión, preparado para atacar. Miro a mi alrededor, pero no hay zombis, ni humanos, ni nada, así que sigo andando. Sin embargo, poco después, los ruidos continúan, como si alguien me estuviera persiguiendo. Cada vez que me vuelvo, no hay nada. Puede que me esté volviendo loco. 

Enfadado, me doy la vuelta y espero, en mitad del camino, a que lo que sea que haya venga a por mí. Al final veo, entre unos árboles, a un perro que se esconde al darse cuenta de que lo he visto. 

Me quedo un rato mirando el lugar donde estaba, y sacudo la cabeza. Loco, sí. Puede que ya lo esté.