domingo, 23 de enero de 2011

Sin mirar atrás

Los podridos gritan ahí fuera, dan golpes en la puerta, se empeñan en entrar. A mis pies se apilan unos cuantos cadáveres, los que Lukas y yo hemos podido matar. ¿Matar? ¿Se mata a los muertos? Qué más da, dentro de nada seremos como ellos, ya es sólo cuestión de tiempo que nuestras fuerzas no sean suficientes y consigan meterse aquí dentro. No sé a qué viene esta estúpida obstinación por mantenerse con vida, después de todo. La vida es un estado pasajero, y luego... joder, luego resulta que hay algo y es todavía peor. Aunque no sé si realmente están muertos.
- ¡Alex!
Lukas me llama, está sujetando del cabello a uno de los engendros que ha conseguido colar la cabeza mientras intenta mantener la puerta cerrada con el peso de su cuerpo. Una lluvia de martillazos, finalmente el cráneo se astilla y hundo la herramienta en la masa encefálica. La sangre salpica, me asalta la duda de si puedo contraer la infección al contacto con ella. Cuando se queda inmóvil, tiro del cuerpo hasta que queda dentro y Lukas puede cerrar de nuevo. Era una señora mayor, con un vestido de flores.



Me abro paso entre la muchedumbre que se agolpa frente a la nave. Esperaba que me atacasen a mí, al menos algunos de ellos, pero parece que mis compañeros son más apetecibles. Tal vez porque son humanos del todo, no lo sé. Intento cargarme a todos los que puedo, pero con una multitud así me llevaría días, y ni siquiera sé si tengo algunos minutos. Tengo que llegar hasta la puerta, abrir un camino, darles tiempo para escapar, cualquier cosa. Aparto a los podridos, los lanzo contra los otros, se caen al suelo en montones desordenados y tratan torpemente de ponerse en pie. Lo conseguirán aunque tarden un rato, son criaturas perseverantes. Ahora parece que reparan por fin en mi presencia, algunos me atacan, lanzando dentelladas desesperadas, y yo sonrío. Es todo lo que me hace falta para sentir ese subidón de adrenalina y lanzarme contra ellos con fuerzas renovadas.



Nos apuntalamos contra la puerta, que vibra con cada golpe, con cada embestida de la masa que pugna por entrar. Llamo a Mishel a gritos, le pido que venga a ayudar. Tarda unos segundos en reaccionar, como si al principio no entendiera lo que le estoy diciendo. Al fin viene, aunque entre ella, Lukas y yo no sumamos para nada las fuerzas necesarias para contener a la turba. Sam respira con dificultad a un lado.
- ¿Cómo vais, chicos? -dice, articulando lentamente las palabras, la voz débil.
- Aguantando -responde Lukas-. ¿Y tú, Sam?
- Igual -dice él-. Aguantando -hace una pausa, me da la sensación de que sonríe-. Tened fe, saldréis de ésta.
- Saldremos de ésta -corrijo.
Los pies me resbalan hacia delante, la puerta cederá pronto. Nuestras esperanzas también.





Levanto uno de los cuerpos, se revuelve mientras lo sostengo sobre mi cabeza. Un hormigueo me recorre los brazos, por mis venas corre energía pura. Lanzo al podrido contra un pequeño grupo, retroceden y caen, aúllan tratando de ponerse en pie de nuevo. Recibo un mordisco en el hombro, me vuelvo, dando un fuerte codazo que le rompe la nariz al muerto y hace saltar unos cuantos dientes. Me rodean, pero avanzo. Si consigo llegar a la puerta, luego podría proteger al grupo hasta alejarlo de la horda, o contener a los podridos hasta que ellos encontrasen otra salida en la nave. Ya estoy cerca, sólo un poco más, una cabeza aplastada contra el asfalto, mi bota contra una espalda, sobre un cuello. Aguantad, por favor...


Los golpes se vuelven de pronto más débiles, hasta el punto de que dejamos de sentir la puerta vibrar a nuestras espaldas. Los aullidos, sin embargo, parecen incluso más intensos, más ansiosos y desquiciados. Entonces, una voz se eleva por encima de los gritos.
- ¡Alex!¡Sam!
El corazón me da un vuelco. Tenemos una oportunidad de salir de aquí con vida.
- ¡Isaac!
Todos nos ponemos más alerta si cabe, abrimos ligeramente la puerta, una fina rendija. Fuera, Isaac pelea contra una masa de engendros, intentando mantenerlos lejos de nosotros. Gira ligeramente la cabeza, nos ve asomar.
- ¡Buscad otra salida mientras los contengo aquí!
No perdemos tiempo, mientras Lukas se queda junto a la puerta, para defenderla si algún zombie se le escapa a Isaac, Mishel y yo nos ponemos a recorrer la penumbra de la nave en busca de una nueva salida del almacén.




Los podridos se abalanzan sobre mí, hambrientos y desesperados, sus dedos agarrotados se cierran sobre mis brazos, me sacudo violentamente para quitármelos de encima. Algunos vienen a por mí, pero otros intuyen que lo que hay detrás es mucho mejor, más apetecible. Tras la puerta del almacén siento la presencia de mis compañeros, también es más apetecible para mí... Pero no, no es lo que quiero. Lo que quiero es protegerlos. Los intentos de los hambrientos por entrar me enfurecen, lanzo una descarga de golpes sobre ellos y grito a mis espaldas que, por favor, se den prisa. Son muchos, contenerlos no es fácil.




Las ventanas del almacén están altas, al menos tres metros sobre nuestra cabeza. Las cajas que quedan esparcidas por la nave no formarán una escalera suficiente. ¿Una salida de emergencia? Tal vez pueda encontrarla... 
- Vamos Mishel, ayúdame.
Recorro el perímetro de la estancia, dando traspiés, buscando una puerta o un hueco en la pared. Lo único que encuentran mis manos, palpando la penumbra, es la pared desnuda. De pronto mis dedos topan con algo distinto, una superficie fría y metálica. ¡Una puerta! Contengo la respiración y tiro de la manivela, la hoja se abre tras un breve forcejeo. Levanto la mirada, esperanzada, pero no veo la luz del exterior, algo está tapiando la apertura. Una pared de ladrillo.
- No...
Golpeo el muro con el puño, con la mano abierta, araño los ladrillos hasta hacerme heridas en los dedos. Las lágrimas me resbalan por la mejilla, abriendo un surco entre la suciedad y la sangre seca. Llorando, recorro el resto de la nave con desesperación, pero no hay ninguna otra salida. Una horda de zombis aúlla en el exterior, el almacén es una ratonera.


Vuelvo temblando hasta mis compañeros, Mishel sigue junto a Lukas, donde la dejé. Niego con la cabeza, aunque por mi expresión es sencillo adivinar que no traigo buenas noticias. 
- ¡No hay otra salida! -grita Lukas, espero que Isaac pueda oírle. 




La voz del chico nuevo se abre paso entre los gemidos de los muertos. No recuerdo cómo se llama, pero no importa. Es una mala noticia, porque ahí dentro tampoco están seguros. No puedo enfrentarme solo a toda una horda, me dedico únicamente a contener a los que se acercan demasiado, pero es un ejercicio agotador incluso para mí. Tarde o temprano entrarán y el almacén se convertirá en una ratonera. Lo único que se me ocurre es sacarlos de ahí, cubrirles mientras se alejan lo suficiente y rezar por que ninguno de los que están cerca eche a correr.
- ¡Voy a tratar de abrir un camino a través de los zombis! -les grito-. ¡Preparaos para correr!


Un escalofrío me recorre cuando pienso en pasar a través de esa horda de muertos. Respiro, nos miramos, el último momento de calma antes de la tempestad. No puedo evitar ponerme a temblar al escuchar los aullidos al otro lado de la puerta metálica. Sam se adelanta unos pasos, no sin esfuerzo.
- Vamos, preparémonos -dice. Me doy cuenta de la gravedad de su estado con sólo verle el gesto desarmado.
- No podemos salir, es un suicidio -interrumpo. Sam me observa con seriedad, nunca lo había hecho de ese modo.
- Si nos quedamos aquí, entrarán tarde o temprano. Eso sí es un suicidio, no podríamos salir. Tal vez no sea la mejor opción, pero es la única que tenemos.
Me muerdo el labio pero soy incapaz de replicar. Está bien, no hay nada que discutir. Lukas y yo cargamos con Sam. Respiro de nuevo, esperamos el aviso de Isaac.




- ¡Ahora!
La puerta del almacén se abre a mis espaldas, veo de refilón a Alex y el otro chico ayudando a salir a Sam. Ella se vuelve un instante hacia la puerta.
- ¡Mishel! ¡Vamos! -grita. Me deshago de un par de podridos que rondan al pequeño grupo, pero apenas avanzan. Mishel sigue dentro del almacén, parece que no quiere salir. Los empujo un poco, obligándolos a dar unos pasos hacia delante.
- ¡Nos os paréis! 
Me inclino un poco hacia el interior del almacén, mis ojos tardan una fracción de segundo en acostumbrarse a la oscuridad, pero puedo percibir a Mishel incluso antes. La cojo del brazo y la saco al exterior de un tirón.
- ¡Corre!
Le lleva unos segundos reaccionar, pero al segundo empujón parece ponerse en marcha. Un poco más adelante se encuentran los otros tres, enseguida los alcanza, son extremadamente lentos. Los zombis se agolpan a nuestro alrededor y yo no paro de moverme de un lado a otro, lanzándolos por los aires o pateando sus cuerpos desvencijados. Comienzo a dudar, tal vez no haya sido buena idea sacarlos de ahí. Pero ahora ya no hay vuelta atrás, el cerco se cierra. Veo a Alex esgrimir el martillo, con Sam colgando de su hombro. El otro chico está justo a su lado, tratando de mantener a los muertos lejos de ellos.




Cargo con todo el peso de Sam cuando Lukas se ve obligado a separarse para poder alejar a los zombis. Todavía lleva la pistola en la mano, pero intenta evitar los disparos, sabe que apenas queda munición. Al final la situación se vuelve insostenible y suena el primer disparo, provocando una pequeña lluvia de sangre junto a nosotros. Nos movemos junto a la pared del almacén, para tener menos frentes abiertos, pero aun así estamos agotados. Levanto el brazo que me queda libre y descargo un martillazo sobre el cráneo de una adolescente. Tengo que dar un fuerte tirón para sacarlo, el cuerpo cae como una marioneta sin hilos. Sam gruñe, para él, cada paso supone un gran esfuerzo. Isaac nos grita desde atrás para que nos demos prisa.




Los ataco incluso con los dientes, aunque su carne nada tiene que ver con lo que desearía llevarme a la boca. Desesperado, llevando mis fuerzas al límite, aparto a un pequeño grupo que se acercaba peligrosamente a mis compañeros con una fuerte embestida. Derriban a otros en su caída, tenemos espacio para avanzar unos metros más.




Lukas se ha alejado demasiado, ahora tiene problemas para volver junto a nosotros. Isaac le grita que siga avanzando, por el momento es capaz de defenderse. Sam vuelve a gruñir y siento que se mueve, dando una sacudida. Baja la cabeza y mira al suelo, hay algo que nos impide el paso. Cuando miro en la misma dirección una película de sudor frío empieza a cubrirme la frente. Hay un cuerpo en el suelo, agazapado. Sam sacude la pierna, es el movimiento que acababa de sentir. El muerto tiene los dientes clavados en su pierna. Atravesando el pantalón, la sangre baja por la bota y se mezcla con el barro y la suciedad. Un martillazo certero afloja la presa, pero la herida es grave. Sam se tambalea.
- Suéltame, y corre -dice en un susurro. Muevo la cabeza. No, me niego a que esto esté ocurriendo.


Isaac se da cuenta de que nos hemos parado y trata de acercarse, nos ordena continuar. Empujo a Sam, que dibuja una mueca de dolor al apoyar en el suelo la pierna herida. Isaac entiende que algo no va bien, le basta una mirada del bombero para comprender qué está ocurriendo. Parece dudar un instante, luego se vuelve para acabar con un par de zombis que alargan los brazos en nuestra dirección.
- ¡Alex, corre! -me ordena. Las lágrimas me nublan la mirada.
- Vete, pequeña -dice Sam, vuelve a tener en el rostro su eterna sonrisa-. Cuida del grupo. Y no pierdas el martillo.
Quiero decir algo, pero la voz me falla. Al final, es Isaac quien tiene que tirar de mí para que lo deje. Me obliga a avanzar mientras aparta zombis de nuestro camino, echamos a correr para ganarles ventaja. Rápidamente alcanzamos a Mishel y a Lukas, que me mira horrorizado al advertir la ausencia de Sam. No necesito explicarle nada, intento pensar en correr, sólo correr y escapar de la muchedumbre, ganar ventaja metro a metro mientras sus pasos lentos y descoordinados quedan atrás.


Y salimos. Salimos de la horda, vivos, agotados. Isaac se detiene y le quita la pistola a Lukas, pero no permite que ninguno de los demás nos paremos. Rezo por que quede una bala.




Mantengo la cabeza fría y el pulso firme. Sam apenas resiste de pie, ya tiene el cuello y los brazos cubiertos de mordeduras y un pequeño grupo de podridos parece que tiene intención de cebarse con su cuerpo. Cruzamos una mirada fugaz, suficiente para que él entienda lo que voy a hacer, suficiente para que yo pueda leer el agradecimiento en sus ojos.




La detonación silencia por un segundo los aullidos de los muertos. Es como si la bala me hubiese atravesado el pecho, como si el esternón se me partiera en dos. Me destroza por dentro.


Pero no me detengo, sigo corriendo, mis piernas actúan con voluntad propia, movidas por el instinto de supervivencia. Mis compañeros son borrones a los lados, mi respiración se mezcla con la suya. No dejo de correr, no deseo otra cosa que correr hasta el fin del mundo y dejar esta ciudad en ruinas, alejarme de todo esto y nunca mirar atrás.