jueves, 19 de agosto de 2010

La última esperanza

Recorro el pasillo moviéndome como una tarántula hacia su presa, alcanzo la habitación en pocos segundos y ésta vez parece que la fiesta está a punto de comenzar.
- ¿Interrumpo?- comento con sarcasmo a los asaltantes, rápidamente uno de ellos alza una barra de metal que tiene un parecido demasiado razonable a una llave inglesa.
-Es una fiesta privada héroe, ¿o es que vienes por otra cosa?- escupe el que sujeta a una semi inconsciente Alex.
- Vengo desde el infierno atraído por la peste que emana de vuestros sucios traseros.
Acto seguido el asaltante frunce el ceño extrañado.


- Oye, ¿qué coño te pasa en las venas? Este tío está infectado... ¡mátale!


El tío de la llave inglesa se abalanza sobre mí con un gruñido asomando por sus labios, dejo que cargue y detengo su golpe cogiéndole la mano que empuña el arma, aprieto con todas mis fuerzas, el tipo trata de zafarse, me golpea y gime de dolor mientras se va acuclillando, aprieto más y más hasta que empiezo a notar los chasquidos de los huesos aprisionados entre mi mano y la empuñadura de la llave. Me mira incrédulo, con los ojos desorbitados y la mano hecha puré. Le quito tranquilamente el arma y hundo la llave en su frente.
- Ahora me toca a mí- digo mientras avanzo hasta el motero que queda y suena a mis espaldas el cuerpo del otro tipo al caer. Mis venas marcadas, mi mirada de depredador, mi avance implacable... el tipo se ha meado encima y tiembla como una colegiala el primer día de instituto. Trato de sonreirle, al fin y al cabo es mejor ver una cara sonriente antes de morir, le cojo del cuello y aprieto su nuez contra la tráquea, de pronto oigo un disparo, aprieto con fuerza y una pistola se desliza entre los dedos inertes del motero. ¿Ha fallado? De pronto las fuerzas me abandonan, el vientre me arde y mi sangre más espesa de lo habitual empieza a salir copiosamente durante unos segundos, me tambaleo ligeramente, la habitación me ha dado una vuelta entera, trato de centrarme, meto los dedos y saco la bala hurgando en mi herida, medio minuto más y parece que dejo de sangrar, sigo mareado, me arde el vientre y siento agotamiento, todo de golpe, como si de repente fuera solo humano.


Escucho una conversación que me llega desde lejos, desde fuera del pozo de inconsciencia en el que lucho por no caer. Una voz familiar que no consigo identificar, golpes, la fuerza que me aprisionaba contra el suelo de pronto desaparecida. El miedo es ahora menos intenso, diluido en el dolor y la derrota. La conversación continúa a mis espaldas, pero las palabras me resultan incomprensibles y apenas las oigo. Intento sobreponerme al mareo y a pesar de que no consigo enfocar la mirada, trato de darme la vuelta y arrastrarme lejos de los ruidos de la pelea. Me subo la ropa interior, enredada en mis tobillos, y avanzo a gatas hasta toparme con la pared. Me arranco de un tirón la cinta adhesiva que me cubre la boca y cojo aire. Cuando alzo la vista siento el horror volviendo de golpe a medida que empiezo a discernir lo que ocurre ante mis ojos. Uno de mis atacantes está tendido en el suelo, el cráneo abierto con algún tipo de herramienta, tal vez una llave inglesa. Enfrente, el otro forcejea con un hombre pálido, de aspecto enfermo, con la piel surcada por finas líneas oscuras que esboza una sonrisa cruel. A pesar de la mueca que le deforma el rostro, a pesar de que su cuerpo está sembrado de heridas y sangre, reconozco los rasgos de Isaac.


El sonido de un disparo me sobresalta de tal manera que me golpeo contra la pared. Isaac, con expresión de sorpresa, cierra una poderosa garra sobre el cuello del hombre que hace un minuto intentaba violarme, y tras un crujido claramente audible su cabeza se descuelga a un lado formando un ángulo antinatural. Al tiempo que lo deja caer, lo que un día fue mi amigo mira con atención su abdomen empapado en sangre oscura y mete los dedos en la herida hasta extraer la bala. La única muestra de dolor es un leve gruñido interrumpiendo una respiración entrecortada. Entonces levanta la mirada, clavando sus ojos en los míos. Me quedo paralizada, pegada a la pared, de pronto intensamente consciente de cualquier sensación, mi corazón bombeando con fuerza, el dolor sordo de las heridas, el zumbido en mi cabeza y el hilo de sangre que me baja desde el oído y ya me llega al pecho. Creo percibir un atisbo de miedo en Isaac, que enseguida se transforma en esa expresión que acabo de verle al matar a los dos hombres. La exaltación del depredador observando a su presa.


Toso un poco de sangre por la herida, aunque parece que cada vez me molesta menos, es algo progresivo pero constante, de repente aparecen dos hombres más por la puerta de la habitación, uno más joven y fuerte lleva a... Sam... me quedo perplejo por un instante, apaleado y malherido apenas se mueve sin una mueca de dolor en el rostro. El otro hombre me mira perplejo, acomoda rápidamente a Sam en el quicio de la puerta y se dirige a por mi congestionado su rostro en una mueca de ira. 
-¡Déjala! - me grita cargando contra mí con todo. Suspiro resignado unos segundos antes del encontronazo, siento el calor de nuevo en las venas de mi brazo, me posiciono para recibirle y con un rápido revés golpeo su torso con ganas haciendo volar su cuerpo hasta la otra pared de la habitación. Se retuerce de dolor en el suelo y sonrío dispuesto a terminar el trabajo, me dirijo hacia él, implacable, Sam abre los ojos de forma desmesurada y comprendo que acaba de reconocerme, trata de alargar su brazo y balbucea algo incomprensible, pero no puede alcanzarme ni hacer nada, no en su estado.



No sé cómo han escapado de su encierro pero me quedo con la boca abierta cuando los veo aparecer. El aspecto de Sam es deplorable, a simple vista distingo múltiples contusiones, un corte sobre la ceja y varias heridas en las manos, por no hablar de lo que debe ocultar bajo la ropa. ¿Qué le han hecho esos animales...?
Pero no tengo tiempo de pensar nada más, Lukas ha gritado algo y carga a la carrera contra Isaac, que lo envía al suelo de un golpe descomunal. Sam murmura algo, Isaac lo ignora y avanza hacia Lukas. A un lado, los cadáveres destrozados de mis agresores, me doy cuenta de que eso es lo que le espera a Lukas en manos de Isaac. No, no, no...
- ¡Isaac, no lo hagas! 
Se detiene apenas una fracción de segundo y continua hacia Lukas, esbozando esa sonrisa escalofriante, como si estuviera disfrutando con la situación. Sin pensar, me pongo de pie y me lanzo sobre él, ingenuamente dispuesta a detenerlo.
- ¡Isaac, por favor, no! -le grito, casi llorando, tirando de su brazo con todas mis fuerzas. Se deshace de mí con una simple sacudida, lo intento de nuevo, poniéndome en medio de su camino con los ojos llenos de lágrimas. Me aparta de un empujón y caigo al suelo. Entonces todo se detiene, como si el mundo hubiese dejado de girar.
Isaac se vuelve hacia mí y me observa un instante, perplejo. El silencio es tan intenso que oigo los latidos de mi corazón, acelerados, golpeando rítmicamente en los oídos. No me atrevo a desviar la mirada de los ojos de Isaac, tengo la sensación de que si lo hago se dará la vuelta y destrozará a Lukas sin vacilar. Sin embargo, su forma de mirarme ahora es ligeramente diferente, parece confuso, como si dudara sobre qué hacer. Me doy cuenta de que estoy temblando, los pensamientos me vienen a la mente tan rápido que la cabeza me da vueltas. ¿Qué te hicieron, Isaac? ¿En qué te has convertido? No puedes ser un monstruo, me niego a creerlo... Tiene que haber algo de él ahí dentro...
Despacio, comienzo a incorporarme. Me pongo de pie poco a poco, sin dejar de sostenerle la mirada, haciendo un descomunal esfuerzo para que las piernas me sostengan. Doy un paso hacia delante, con mucha cautela, acercándome a él sin atreverme a respirar. Otro paso, siento la atónita mirada de Sam y Lukas sobre mí, pero ninguno de los dos se atreve a moverse un ápice. Levanto los brazos muy lentamente y acerco las manos a su rostro sin poder contener el temblor, hasta rodear su cuello y abrazarlo con fuerza. Permanece rígido, en tensión, completamente inmóvil. Una lágrima se abre paso por mi mejilla, y luego una más, y otra. Mi cuerpo se estremece en repetidas sacudidas, incapaz de dejar de llorar. Pasa un minuto, tal vez dos. Unos brazos fuertes, todavía tensos, me rodean con cuidado la espalda.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Sangre y tortura


Estoy sentada en el suelo, la sensación de impotencia ardiéndome en el pecho. Ha estado ahí desde que empezó todo este desastre, la falta de control sobre los acontecimientos, sobre lo que me ocurría, sobre mi vida... Se hizo más fuerte cuando nos abandonó Isaac y casi creí que me mataría en el Purgatorio, pero ahora me está anulando por completo. La parte de mí que insiste en seguir luchando empieza a ceder ante la que quiere darse por vencida y cada segundo es más difícil resistir. Sería tan fácil dejarme morir...

Alguien habla en la otra habitación. Tardo unos segundos en darme cuenta de que es Lukas, y de que me está hablando a mí. Me cuesta entenderlo al principio. Al final saco unas palabras en claro.
- Sam está aquí. Está muy mal.
- ¿Qué le han hecho? -digo casi a gritos pegada a la pared. Pasan unos segundos antes de que me responda.
- Le han pegado una paliza, Alex -responde Lukas-. Está consciente. Débil.
Me pongo a temblar. Por favor, Sam no...
- Tiene una herida. Sangra mucho -añade Lukas. Respiro profundamente.
- Busca algo para taponar la herida. Tu chaqueta, cualquier cosa, tienes que hacer presión sobre ella.
Unos exasperantes momentos de silencio.
- Ya está. ¿Qué hago ahora?
- Presiona la herida. ¿Cómo respira?
Tarda en responder. Escucho unos murmullos que no entiendo, parece que habla con Sam.
- Le cuesta. Dice que le duele el pecho.
Me acuden a la mente miles de posibilidades. Dolor muscular. El corazón. Una costilla rota, perforando el pulmón. Ninguna ante la que yo pueda hacer algo ahora.


El olor se hace cada vez más intenso, sin duda voy en la dirección correcta, mi corazón se desboca ante el embriagador sabor del miedo, es tan intenso y visceral que lo saboreo en el paladar. Sigo a toda velocidad, callejeando y esquivando escombros, coches calcinados y los espectros de la muerte que abrazan el aire a mi paso deseando sentir mi carne en sus labios, pero no hay tiempo de jugar con ellos, la verdadera diversión esta a unos cuatrocientos metros, puedo estimar que de entre todas las edificaciones, el edificio de oficinas es mi objetivo. Giro unas cuantas calles, salto un par de coches y tras doblar la última esquina encuentro una barricada de cadáveres ante la avenida que lleva justo al edificio al que me dirijo. Me detengo bruscamente, los músculos de las piernas tensados, mi corazón bombeando firme y potente bajo mi pecho... cierro los ojos por un momento explorando la zona con mi olfato, una sonrisa se dibuja en mi rostro, están todos aquí... y al parecer han hecho nuevos amigos, aspiro con fuerza por la nariz, maleantes, piratas o asesinos, casi puedo oler sus negras y pútridas almas.


Creo que es de noche. La poca luz que se colaba por la ventana tapiada ha desaparecido. Hace un rato que no tengo noticias de mis compañeros, lo último que supe es que Sam se había quedado dormido. Al menos Lukas está con él. Se han estado escuchando ruidos en el piso de arriba que me han hecho pensar en Mishel. No sé si sigue en el despacho o la han encerrado también. Ni siquiera sé si sigue con vida. Joder, deben de haberle hecho de todo.
Escucho pasos y voces por el pasillo que me sobresaltan. Son dos, están cerca, hablando entre ellos. Uno suelta una risotada y me estremezco. Están frente a mi puerta.
- ¿No se cabreará el jefe?
- Él ya tiene a la rubia, ¿qué más le da lo que hagamos con la otra?
La puerta comienza a abrirse y todo mi cuerpo se pone alerta, los músculos tensos como cables de acero. Entran.


Me acerco sigilosamente, cubierto por el negro manto de la noche, no es un edificio muy accesible así que no parece haber nadie vigilando. Multitud de cadáveres rodean el edificio formando como un arco a su alrededor, o han repelido algún ataque numeroso o se dedican a hacer prácticas de tiro con los que husmean por aquí, sea como sea, parece que los podridos saben que no es bueno acercar sus traseros a esta zona que ahora parece muy despejada.

Percibo el dolor y el peligro en el piso de arriba, alguien está sufriendo una gran agonía y probablemente no tenga final feliz, ¿Mishel? el olor de sexo y sangre se confunden con el miedo y la excitación, hay al menos tres hombres ahí arriba. Trepo ansioso y hambriento de carne por la farola más próxima al ventanal del segundo piso que despide olores que prometen diversión. Sin duda la fiesta lleva en marcha bastante tiempo, siento como sube ese calor en mi interior, tenso los músculos y salto los ocho metros que me separan de la ventana dispuesto a reventarlo con el hombro...
Vivo la escena muy lentamente, como si todo fuera a cámara lenta aunque en realidad pasan un par de minutos. El cristal explota ante el golpe y siento que las diminutas astillas de cristal me acarician dejando una estela de sangre cuando ruedo por el suelo de la estancia, tres hombres ataviados como moteros de carretera o piratas de ciudad disfrutan de la compañía de Mishel hasta que interrumpo con mi entrada, no les doy tiempo para mucho más, me abalanzo sobre el primero como una bestia terrible, las venas negras marcadas en tensión por todo el cuerpo. Lo levanto del cuello, apenas noto su peso y lo lanzo por la ventana, un segundo con una argolla en la nariz y demasiado ataviado con pulseras de pinchos y cadenas, se abalanza sobre mí navaja en mano, detengo el golpe y le parto el antebrazo empujando con un golpe seco su puño hasta verle el hueso. El tío aulla de dolor mientras sus sucias lágrimas empapan sus ojos, le muerdo en la cara arrancando un trozo de carne mientras miro como el tercer motero se sube los pantalones.
Me abalanzo sobre él sin darle tiempo a abrocharlos y estampo su cráneo contra el suelo, al lado de Mishel, lo hago con tanta violencia y tantas veces que su cara desfigurada queda empapada en un charco de sangre.
Me alimento un poco más del que queda vivo en la estancia, está en sock con un agujero en la cara por el que asoman los dientes ensangrentados y el hueso del antebrazo al aire libre, sacio mi hambre con él hasta matarlo ante la mirada de una atónita Mishel, ni siquiera sé si me ve, al menos lo que queda de ella, sangrando por la entrepierna, la cara y múltiples heridas por la espalda. Oigo ruido por la escalera de la otra punta del pasillo, alguien viene, olfateo el viciado aire de violencia...

Contengo la respiración mientras se acercan a mí, apenas dos siluetas recortadas a la escasa luz que llega del pasillo. Otra vez esa risa.
Cuando uno de ellos me toca, es como si saltara un resorte. Grito, me revuelvo, doy patadas, intento resistirme con todas mis fuerzas. Una patada en el estómago me corta la respiración y acalla mis gritos durante unos momentos. Siento unas manos agarrarme con fuerza de los brazos y del pelo y una tira de cinta adhesiva sobre mis labios. Me sacan de la habitación a rastras y me llevan escaleras arriba. Nos dirigimos al otro extremo del pasillo, justo al otro lado del despacho principal. Los gritos que salen de allí son terribles, me estremezco al pensar en Mishel.
- Menuda fiesta se están dando con la rubia -oigo detrás de mí, seguido de una carcajada. Me empujan al interior de la habitación y caigo al suelo, sobre mi hombro derecho.
- ¡Cierra la puerta, Ron! -grita uno de mis agresores. Escucho un portazo y me vuelvo. Aquí hay más luz y puedo ver que son los mismos cabrones que nos abrieron la puerta. El que tiene el pelo rapado se abalanza sobre mí, tratando de inmovilizarme. Me revuelvo con fuerza y lanzo patadas al aire intentando golpearlo, pero no lo consigo. El corazón me late tan fuerte que creo que voy a sufrir un infarto, la cinta adhesiva sobre la boca me dificulta la respiración y siento que me ahogo. Me coge los brazos con tanta fuerza que sus uñas se clavan en mi piel.
- ¡Maldita sea, Ron, ayúdame!
Me golpea en la cara.
- ¡Estate quieta!
El otro se acerca y nos rodea, se coloca detrás de mí y me aprisiona los brazos contra el suelo. El calvo me desabrocha los pantalones y tira de ellos. Casi me vuelvo loca, pataleo con fuerza, acierto un golpe contra él.
- ¡La muy puta me ha pegado! -grita, golpeándome de nuevo-. ¡Haz que se esté quieta, Ron!
No lo veo venir. El impacto de la bota de Ron contra mi cabeza es brutal. El dolor irradia desde mi sien derecha, expandiéndose por todo el cráneo, una sensación cálida bajando desde el oído al cuello, empapando mi camiseta en una mancha oscura. Me debato en los límites de la inconsciencia, luchando por no desmayarme. El mundo se convierte en un borrón, en unas manos que arañan mi piel al tirar de mi ropa interior, en una sombra que se inclina sobre mí y en un intenso dolor en la entrepierna.

martes, 3 de agosto de 2010

Un olor familiar

Creo que debo estar en una especie de coma, me siento vagar de una pesadilla a otra siempre con el mismo argumento. El mundo aparece borroso como inundado por una nube negra y espesa, deformando los edificios en borrosas paredes y convirtiendo al resto de criaturas en sombras de agudos y lacerantes chillidos. La pesadilla siempre se repite, vago por la negra espesura en la que se ha convertido la ciudad, y de vez en cuando siento como las sombras me rodean para morderme, para alimentarse de mi alma... pero en lugar de ello ocurre algo peor, me dejan en paz, como si fuese una broma macabra del destino, como si yo fuese igual que ellas.
Recupero y pierdo el conocimiento en ese punto, entre sudores fríos y convulsiones que me hunden de nuevo en mis pesadillas, ya no sé si lo que sueño ocurre o simplemente es producto de mi mente... qué más da, creo que no me van a dejar morir, mi cuerpo se niega a dejarme morir.
La siguiente pesadilla es similar a la anterior, pero acabo devorado por una horda de sombras hambrientas de colmillos afilados. Y me veo a mi mismo en un charco de mis propias entrañas, pugnando por alcanzar algo con mi mano, pero sin poder arrastrarme, sin fuerzas... tan sólo me estiro todo cuanto puedo para terminar sintiendo el peso de una terrible bota militar y la sonrisa de la sombra más cruel de la ciudad.
Vuelvo a despertar, no veo nada, solo oscuridad, no oigo nada... tan solo siento el sudor segundos antes de que vuelvan las convulsiones... algo está cambiando, empiezo a percibir un olor familiar antes de desvanecerme de nuevo.




Escuchamos como algo se arrastra al otro lado de la puerta, tal vez algún mueble que la estaba bloqueando. Lukas y yo nos miramos, preocupados, y casi inconscientemente agarro el mango de mi martillo y pongo en tensión todos los músculos del cuerpo. Lukas da un paso hacia atrás, vacilando, cuando la puerta se abre un poco. Nos recibe el cañón de una pistola.
- Llegáis a punto para la fiesta -dice una voz ronca.


A la primera arma le sigue otra. Nos quedamos paralizados, el corazón latiendo a cien por hora. Mis pensamientos vuelan de aquí a Sam y Mishel, aterrorizada ante la perspectiva de que estén atrapados en las oficinas con esa gente. El que está más cerca es un hombre de unos cuarenta años. Lleva la cabeza rapada y esboza una sonrisa torcida. Está diciendo algo, pero no me doy cuenta hasta que levanta la voz.
- ¡El martillo! ¡Que me lo des!
A mi lado veo como Lukas está entregando su pistola al otro, algo más joven y con el cabello cortado al estilo militar. Sin decir nada, obedezco la orden. La mano me tiembla cuando le doy el martillo, conteniendo la respiración.
- Ahora, adentro -dice el más joven, haciéndose a un lado para que pasemos pero sin dejar de apuntarnos en ningún momento. Desarmados, no nos queda otra opción que hacer lo que nos dicen. Me invade la certeza de que no vamos a salir de aquí con vida, pero el miedo que siento es extraño, parece como si estuviera viviendo un sueño, algo irreal.


Nos conducen al interior todavía encañonados. La planta baja está casi a oscuras, se escuchan voces en el piso de arriba. No me atrevo a preguntar por nuestros amigos, tal vez no hayan llegado todavía y no sepan de ellos. Puede que tengan algo más de precaución que nosotros y no los cojan... Mis esperanzas se desvanecen cuando llegamos al piso superior. En el despacho al final del pasillo hay varios hombres más. Uno de ellos, el que parece estar al mando, se adelanta unos pasos al vernos llegar. Tiene el pelo rubio, los descuidados mechones sobre los ojos. Sonríe, una sonrisa como de hiena.
Al otro lado de la habitación hay una pequeña figura hecha un ovillo, llorando medio desnuda. Es Mishel.
- ¡Pedazo de cabrón! -grito, adelantándome unos pasos, arrepintiéndome al instante. El golpe me alcanza la base del cráneo, haciendo que me tambalee y pierda el equilibrio. Caigo al suelo de rodillas, todavía mareada. Lukas parece haber recibido también, aunque no sé si ha hecho algo o lo han atacado por placer. Nos van a matar, estos locos nos van a matar. No entiendo cómo nos han encontrado en este lugar tan apartado, pero realmente da igual. Probablemente quieran llevarse lo que tengamos y quedarse con nuestro refugio. Matarnos por unas posesiones tan miserables... ¿y dónde está Sam?
- Encerradlos, chicos -dice el jefe.
- Levántate -ordena el que se encuentra a mi espalda. Me debato entre colaborar o resistirme, tal vez me pegue un tiro ahora y no tenga que sufrir más. Pero el instinto de supervivencia siempre gana. Me intento poner de pie, trastabillando. Me agarra del brazo con fuerza hasta hacerme daño y, de un tirón, me obliga a caminar por el pasillo. El otro lleva a Lukas delante de él, el cañón de la pistola en la espalda de mi compañero. Bajamos la escalera, hasta la planta baja. El hombre abre una puerta y empuja a Lukas al interior.
- ¡Sam! -exclama Lukas, intento darme la vuelta y correr hacia allí pero un nuevo golpe me detiene, esta vez en el pecho. Una patada me precipita al interior de otra habitación y la puerta se cierra de golpe. Intento forzarla, pero la han atrancado desde fuera. La ventana está tapiada y, como ya vimos al llegar aquí, tiene barrotes en el exterior. No voy a poder escapar.


Escucho voces y quejidos junto a mí, al otro lado de la pared. Lukas y Sam están justo ahí, en la oficina contigua, y les están haciendo daño. Golpeo la puerta y la pared desesperada, gritando y dando puñetazos hasta que me duelen las manos. Cuando los golpes cesan los llamo a gritos. Ninguno de los dos responde.


Me despierta un agudo dolor en el brazo izquierdo, abro los ojos para descubrir un maldito cuervo alimentándose en mi antebrazo ¡joder qué asco! de un manotazo lo estampo contra la pared del fondo donde cae inmóvil dejando una estela de plumas negras por el camino.
Salgo de la carnicería por el gran ventanal de cristal roto y el olor familiar me envuelve de nuevo ¿Alex?, miro a mi alrededor desorientado, es como si la tuviera muy cerca pero a la vez sé que no es así; el rastro viene de lejos, entremezclado con miles de tonos olfativos que ha recogido por el camino, creo que algo ha vuelto a cambiar en mí, me siento diferente de nuevo.
El viento me trae otra vez su olor, esta vez percibo un nuevo ingrediente, su miedo... salgo corriendo sin darme cuenta de que mi brazo esta intacto, como si nunca hubiese sido picoteado por un cuervo, entonces empiezo a sentir el calor de nuevo.
Siento que mis venas arden, se marcan negras a través de mi pálida piel, y acelero, acelero sin pensar, sin cansarme y sin dificultad, saltando coches, impulsándome con el entorno o usando las paredes de los edificios para girar bruscamente perdiendo el mínimo de velocidad.
Esta agilidad no es normal, siento que soy un depredador, un felino incansable directo a por su presa...