sábado, 24 de julio de 2010

En busca de alimento

El día amanece nublado, con poca luz, una fina niebla reposando tranquila sobre la ciudad muerta. Desde la ventana del despacho que se ha convertido en nuestro improvisado centro de mandos no se ve más que una impersonal hilera de almacenes y naves industriales. Me vuelvo hacia mis compañeros, preocupada. Apenas nos queda comida, y sólo dos litros de agua.
- La cosa pinta mal.
Lukas asiente, Mishel no parece demasiado preocupada. Sam se encoge de hombros. Parece que fuera a decir algo, pero finalmente se queda callado. Últimamente las situaciones por las que pasamos son capaces de superar su optimismo. No es agradable ser consciente de que te estás jugando la vida con cada movimiento.
- Estudiemos nuestras opciones -dice al fin-. ¿Dónde estamos y cómo llegamos a los límites de la ciudad?
Mishel saca un papel doblado del bolsillo, anoche encontró en un cajón un plano de la ciudad. Lo deja en el suelo y nos inclinamos sobre él. Es antiguo, pero bastante útil. Lukas señala un punto a la izquierda del papel.
- Estamos aquí, en la zona más occidental. El aeropuerto queda justo al otro extremo, aunque de poco nos va a servir ahora. La autopista 76 es la vía de comunicación más importante que tenemos cerca, y queda un par de kilómetros al norte.
- ¿No crees que la autopista estará bajo control militar? Al parecer, tienen la ciudad rodeada -digo. Lukas asiente.
- No creo que podamos utilizar ninguna carretera, ni vías de ferrocarril. Si no está el ejército, lo más probable es que esté infestado de podridos.
- ¿Entonces? -pregunta Mishel-. ¿Qué vamos a hacer?
Nos miramos durante unos segundos.
- Creo que tendremos que acercarnos al cordón militar -dice finalmente Sam-. La única salida posible es encontrar una brecha en la cuarentena.


No sabemos cuánto tiempo tardaremos en encontrar la forma de salir de aquí, pero algo está claro: no lo haremos sin comida. Observamos el exterior a través de la ventana: la niebla es fina, tal vez dentro de un rato se haya disipado. Si es así, saldremos a explorar los alrededores en busca de alguna fuente de alimentos y agua. La verdad, tengo pocas esperanzas.




Me doy la vuelta dispuesto a enfrentarme con todo lo que queda de mí al demonio incansable en el que se ha convertido Mel y me sorprendo al ver a una criatura espeluznante; del interior de un cubo de basura metálico surge medio hombre, literalmente, arrastrándose con la ayuda de sus codos el engendro se acerca a mí con un gemido lastimero muriendo en sus labios, me compadezco de él y, aunque ni siquiera siento asco me doy la vuelta y sigo mi camino buscando otros olores en el turbulento aire de la ciudad.

La noche ha sido un infierno, encontré refugio en una carnicería ilegal de chinos o algo así por los cadáveres que tuve que machacar. Casi no paso la noche, tras asegurarme el refugio, empezé a sentir como la fiebre subía rápidamente y lo último que recuerdo es que comencé a convulsionar. Hoy me he despertado ardiendo y con un sol de justicia apuñalándome en la cara, me arrastro hasta un rincón oscuro y más fresco, el baño de la carnicería, bebo agua, me limpio y parece que las heridas del combate con Mel están casi curadas, mi nuevo metabolismo es asombroso... aún así sigo sintiendo náuseas y ardor en mi tobillo.


Exploro un poco el local, me alimento de carne cruda que encuentro en las cámaras frigoríficas, paso las horas más calurosas refugiado del Sol y rebuscando entre los cuerpos prendas de mi talla para sustituir la ropa que llevo hecha un asco.





Finalmente, a media mañana, la niebla acaba por levantarse. La luz es mucho más intensa ahora y nos da más confianza, probablemente los engendros están lo suficientemente atontados como para pasar más o menos desapercibidos. Al final, nos decidimos a probar suerte: nos separamos en dos grupos, Lukas y yo por un lado, Sam y Mishel por el otro. Vamos a intentar encontrar alguna fuente de alimentos y, por qué no, algún camino despejado hacia los límites del cordón militar. El problema es que no se me ocurre otra fuente de alimentos que alguna gran superficie, y un lugar así va a estar infestado de podridos. Tal vez si damos con algún tipo de almacén...


A medida que nos alejamos del refugio y exploramos los alrededores me doy cuenta de que esto llevaba abandonado desde mucho antes de que nuestras vidas se fueran a la mierda. Lukas parece haberse percatado también, y sugiere que cambiemos ligeramente la dirección planeada y nos acerquemos de nuevo a la ciudad. Por el momento, todo está desierto: ni un muerto a la vista, ni un vivo tampoco.
- Cuando estuvimos en el Purgatorio, dijiste que tu padre no se había preocupado por ti durante mucho tiempo -le digo a Lukas. Me mira levantando una ceja.
- Mi padre no actuó nunca como padre -dice él-. Nos mantenía a mi madre y a mí, pero no porque le importásemos. Simplemente por guardar las apariencias. A él le importa el poder, que todos lo adoren. Créeme, está en su salsa con todos esos pirados creyendo que es un enviado de Dios.
Jugueteo con el martillo entre las manos. Lukas lleva la pistola. Me pregunto cómo estarán Sam y Mishel.
- ¿Qué hay de tu familia, eh? -dice él. La pregunta me pilla un poco desprevenida. Me resulta doloroso pensar en ellos, suelo evitarlo.
- Viven lejos -respondo-. Ahora me alegro de ello, al menos se han evitado todo este horror. Sólo espero que estén bien...


Nos quedamos un rato en silencio. Es una mierda no saber qué está pasando más allá de lo que podemos ver. Todo esto, lo que ha pasado. Como para seguir creyendo que Dios existe.
- Al menos tu padre no es el líder de una secta de perturbados...
Lukas suelta una risa amarga. Me río también, solo un poco.
- No, pero es presidente de una asociación de recreaciones históricas.
- ¿De verdad?
- Sí, es profesor de historia en un instituto. Está obsesionado con Alejandro Magno. Quería ponerle su nombre a uno de sus hijos, pero mi madre se plantó con la tercera niña. Me llamaron Alexandra y todos contentos.
Se ríe.
- Es una historia divertida.
Suspiro. Y salto. A lo lejos, creo que es un camión volcado, unos cuantos podridos merodean a su alrededor. 
- Mira... -susurro, cogiendo a Lukas del brazo. Nos quedamos inmóviles un momento, intentando no llamar la atención de los engendros. El remolque del camión está abierto y la mercancía que transportaba, desparramada por el suelo. Desde aquí parecen botellas de plástico, lo cual puede significar agua.


Nos acercamos con cautela, lentamente, casi conteniendo la respiración. Damos un gran rodeo para llegar al contenido del camión sin cruzarnos con los muertos. En el suelo hay un montón de botellas, botellas de agua sin abrir. Abro la mochila y comienzo a cargarla con todas las que caben mientras Lukas vigila. Cuando está llena le pido la suya y meto también todas las que puedo. El estallido de un disparo me sobresalta hasta tal punto que creo que el corazón me va a estallar. A unos metros de nosotros, un podrido se desploma en el suelo. Lukas apunta a otro.
- ¡Date prisa! -me apremia.
- ¡Casi está!
Un nuevo disparo, me asusto otra vez.
- ¡Ten cuidado!
Cuando levanto la cabeza el grupo de engendros es mucho más numeroso. El ruido de los disparos debe haberlos alertado. Me cuelgo la mochila a la espalda y le doy la otra a Lukas. Cojo un par de botellas más para cargarlas en brazos y sigo a mi compañero, que ya a echado a correr.


A lo lejos veo el pequeño edificio de oficinas. Casi estamos.


Después de escapar de los muertos del camión, hemos dado varias vueltas por los alrededores. No hemos encontrado más alimentos ni nada de interés aparte de un grupo de podridos que me han obligado a tirar las botellas que llevaba en brazos para poder defenderme. Ahora el sol está bajando, casi hemos llegado.


Por la ventana del despacho principal se alcanza a ver destellos de luz, como si alguien hubiera encendido una linterna. Sam y Mishel ya deben haber llegado. Nos acercamos a la puerta, la encontramos atrancada. Golpeamos varias veces y los llamamos a voces para que nos abran.


Se oyen ruidos al otro lado, alguien camina. Parece que hay varias personas, hablan entre ellos. Pero las voces no son las de nuestros amigos.

lunes, 5 de julio de 2010

Sin descanso

El lugar parece tranquilo, no se percibe actividad en los alrededores. Tal vez haya algunos podridos desperdigados entre las naves y almacenes, pero no creo que constituyan un peligro por el momento. Hemos decidido instalarnos en la segunda planta, en el despacho más grande al final del pasillo. Hay un par de sillones y una alfombra, que aunque no son gran cosa nos van a venir bien a la hora de dormir. Además, es el más luminoso. No funciona la instalación eléctrica, por lo que vamos a necesitar la luz natural. En el resto del edificio, pocas cosas son aprovechables: casi todo es material de oficina y muebles llenos de polvo. Espero que nadie sea alérgico.
En la planta baja, hemos bloqueado la puerta principal y la de emergencia con unos pesados archivadores. Sam ha hecho un buen trabajo apuntalando los muebles, enormes, de manera que a los podridos les resulte muy complicado entrar. Las ventanas tienen rejas, pero de todos modos hemos colocado algunos muebles frente a ellas. Al terminar, nos hemos quedado prácticamente a oscuras. Arriba, por suerte, entraba todavía algo de luz, así que hemos aprovechado para hacer inventario de lo que tenemos y ver qué necesitamos. Lo cierto es que en cuanto a provisiones y comodidad el lugar no es muy acertado, pero todos tenemos claro que se trata de algo provisional. Aunque vayamos a descansar aquí unos días, no pasará mucho tiempo hasta que pensemos en algo para salir por fin de esta maldita ciudad. Al menos, eso espero.


Siento su presencia aun cuando debe de estar un par de pisos por debajo de mi posición, su olor es muy característico y he conseguido ocultar el mío con las sábanas del primer apartamento que encontré abierto. Me muevo sigilosamente, y el truco de la sábana me dará unos minutos hasta que llegue mi cazador, lo cierto es que estoy agotado, me canso rápidamente cuando despierta toda esa fuerza dormida en mi interior y las venas se me hinchan oscureciéndose.
Registro la habitación pero la única salida que tengo es la ventana del salón, dos pisos más abajo hay una farola, tan sólo tengo que engancharme a ella y deslizarme hasta la calle como los bomberos. Sonrío por un momento al pensar en lo absurdo de mi plan, al menos hasta antes del cambio seria algo imposible de hacer, pero tengo que intentarlo. Abro la ventana, cojo carrerilla hasta apoyar mi espalda sobre la pared contraria en el salón... uno, dos, tres... ¡salto!
Los músculos se tensan, las venas se oscurecen y alcanzo la farola con más fuerza de lo que esperaba, no he tenido problemas, alcanzo el suelo rápidamente y desaparezco por la oscuridad del callejón más próximo.
He perdido a mis compañeros, me va a ser difícil recuperar su rastro tras la desorientación de la pelea, recojo un retrovisor roto de un coche y me miro. La pelea se ha cobrado un precio alto, tengo un ojo medio cerrado del golpe contra la puerta del ascensor, y esa parte de la cara hinchada y roja como un tomate, me sangra el labio inferior copiosamente, tengo la frente perlada de sudor frío y empiezo a notar un ardor muy fuerte en el tobillo donde me ha mordido Mel, es una sensación familiar para mí, como la primera vez que fui mordido. Se oye un chasquido a mis espaldas -Mierda!- pienso mientras me doy la vuelta dispuesto a enfrentarme de nuevo a mi peor pesadilla.



Reparto algunas de las barritas energéticas que quedaban en mi mochila entre mis compañeros, no tenemos mucho más para comer. Nos marchamos de una forma tan apresurada del Purgatorio, y hemos estado tan ocupados evitando a los despojos, que no hemos conseguido alimentos de ningún tipo. Probablemente mañana o pasado nos veremos obligados a salir y buscar algo que llevarnos a la boca si no queremos pasar el día sin comer. Le doy un bocado a mi barrita y me apoyo contra la pared, dejándome caer lentamente al suelo, hasta quedar sentada sobre la alfombra. Estoy agotada y a este paso no conseguiré recuperarme del encierro en aquel cuartucho. Jodidos fanáticos, apenas me dieron de comer. Debo de haber perdido al menos tres o cuatro kilos, lo cual es bastante para una persona de mi tamaño. Sam se me acerca con una sonrisa y me ofrece un poco de agua, que acepto de buen grado. 
Pasan unos minutos en silencio, mientras la luz que entra por la ventana se va volviendo más débil. El atardecer tiñe la habitación de un color rojizo. Lukas suspira y se pone de pie.
- Siento mucho todo esto -dice, mirando al suelo-. Ha sido culpa mía que nos echaran, por enfurecer a mi padre...
- Déjalo, Lukas -respondo-. Qué más da eso ya. Había que salir de allí de todas formas.
- Sentirte culpable no va a arreglar las cosas -dice Sam-. Lo que tenemos que hacer es mirar hacia delante, marcharnos bien lejos de todo este horror.
Lukas se queda callado y se vuelve a sentar en el suelo. Me pregunto si estará pensando en su padre y en todos los refugiados del Purgatorio. No estoy segura de si estar allí supone la salvación o es una condena a muerte. Una brecha en su seguridad y el lugar se convertiría en una ratonera. No parece que Lukas y el Orador se llevasen bien, pero sigue siendo su padre... Y él su hijo. Espero que esté hecho de otra pasta, no me apetece tener un psicópata en el grupo. Por el momento se ha portado bastante bien, obviando las mentiras que me contó para convencerme de que viera a Ness. Puedo entender aquella artimaña como fruto de la desesperación, y nos viene bien tener a alguien capaz de manejar armas y físicamente fuerte. Uf, empiezo a divagar. Se ha hecho de noche del todo, la ventana me ofrece una doble imagen. Por un lado, la casi absoluta oscuridad del exterior, la ciudad convertida en un mar de sombras. Por el otro, el reflejo del pequeño grupo a la luz de un par de linternas. Mi aspecto es lamentable, el cabello enmarañado, las ojeras oscuras, la ropa me empieza a estar demasiado grande. Creo que voy a intentar dormir un rato...