viernes, 25 de junio de 2010

Desigual

Es un sonido que me hiela la sangre, un aullido que no puede proceder de un ser humano. Contenemos la respiración durante un segundo interminable, atentos a cualquier movimiento. No se ve un alma en los alrededores, pero nos llega otro grito. No necesitamos decir nada para saber qué tenemos que hacer, las piernas van una fracción de segundo por delante del pensamiento. Ante la imposibilidad de volver al refugio, no nos queda otra opción que correr y alejarnos tanto como podamos del origen de esos sonidos, que no pueden augurar nada bueno. Nuestra prioridad debe ser encontrar un lugar donde ocultarnos antes de que caiga la noche, la oscuridad hace que los muertos estén más activos y no poder ver los alrededores es sumamente peligroso.

Muerto o no, Mel es una mole de músculos y a la velocidad a la que impacta contra mí el golpe es descomunal. Me lanza por los aires y caigo sobre un automóvil, la chapa se dobla y los cristales saltan hechos añicos, llenándome la espalda de pequeños cortes. Me deslizo al suelo, el dolor es lo suficientemente fuerte como para que me cueste ignorarlo. Sin embargo, cuando levanto la cabeza veo que vuelve a la carga, sin apenas tiempo para recuperar el aliento esquivo el golpe por los pelos, Mel choca aparatosamente contra la puerta del coche y yo aprovecho para ponerme de pie, me echo encima de él, a su espalda, y trato de inmovilizarlo.
- ¡Mel! -le grito-. ¿Puedes oírme?


Las piernas apenas me responden pero el miedo me impulsa a seguir corriendo. A medida que nos alejamos del Purgatorio, nos encontramos cada vez con más despojos. Al principio intentamos esquivarlos o dejarlos fuera de juego con un golpe certero, luego, la concentración aumenta y tenemos que desviarnos continuamente de nuestro camino para evitar los grupos más grandes. No podemos enfrentarnos a ellos, es una lucha demasiado desigual.
- Tenemos que escondernos en algún sitio -apremia Lukas.
- Tiene que ser un sitio seguro -respondo, tratando de recuperar el aliento-. Hay que poder entrar pero también poder salir.
- Deberíamos ir hacia las afueras... -dice Sam, mirando a todos lados y con el hacha preparada. La hoja está salpicada de sangre coagulada.
Lukas asiente y echa a correr, decidido. No tardamos en seguirlo a toda prisa.


Se revuelve con fuerza y consigue tirarme al suelo. No parece que me oiga, ni que me reconozca. Vuelvo a gritar su nombre, no consigo ninguna reacción. Se da la vuelta y se abalanza sobre mí, sin darme tiempo a levantarme, lanza una dentellada directa a mi cuello que a duras penas consigo esquivar. Vuelve a hacerlo, respondo con un fuerte golpe en la mandíbula que solamente me da unos segundos para recuperarme, puesto que no parece haberle afectado lo más mínimo. Lanzo varias patadas al aire hasta dar con su estómago, al menos lo desplazo lo suficiente como para quitármelo de encima. Me doy la vuelta para ponerme de pie, y es entonces cuando siento un fuerte dolor en el tobillo. Con aterradora lucidez, siento como la piel se desgarra y se abre de nuevo una vieja herida. El maldito militar me ha mordido, ¡me ha mordido en el mismo lugar en que lo hizo el otro engendro! El cosquilleo en brazos y piernas que había sentido hace un rato vuelve con fuerza, la conciencia se me nubla y se me estrecha hasta que sólo lo veo a él, y sólo veo una opción posible. Dejo que el instinto hable por mí.


Cada vez hay menos luz y me cuesta más mover las piernas. Mi cuerpo no se olvida de los siete días que ha pasado encerrado en cinco metros cuadrados, ni de que apenas ha comido durante gran parte de ese tiempo. Ahora ya no corremos, pero caminamos a buen paso y procurando alejarnos de los muertos que nos salen al encuentro. Recuerdo con nostalgia el tiempo en que podía coger el autobús para ir a cualquier sitio, o el metro... ahora bajar al metro sería un suicidio, aquello debe de ser un hervidero de infectados.
El cansancio me está poniendo de mal humor, necesito descansar, recuperar fuerzas, comer algo... Aunque no sé qué vamos a comer, en mi mochila apenas tengo provisiones. Llevamos un par de horas vagando por la ciudad, prácticamente sin rumbo ya que los grupos de muertos nos obligan a cambiar continuamente de dirección. Es la misma jodida estrategia que utilizamos la última vez, y acabamos en aquel refugio de locos.


La lluvia de golpes parece sorprender a Mel, o lo que sea ahora, y me hace ganar algo de tiempo. He dejado de pensar, ahora simplemente voy a por él en una maniobra temeraria, los dientes prestos a desgarrar una carne que en otras condiciones me produciría náuseas. Al principio, parece que tengo alguna posibilidad, lo hago retroceder, incluso en un momento dado creo acorralarlo... Luego viene de nuevo a por mí con fuerzas renovadas y no parece que los daños que le he causado le importen lo más mínimo. Tampoco a mí me importa lo que él pueda hacerme, me olvido de todo, me olvido incluso de por qué estoy peleando con él, sólo puedo pensar en sobrevivir al siguiente movimiento para poder continuar la lucha. Tras un tiempo que se me antoja interminable consigo hacerlo retroceder hasta el portal de un edificio, entonces, cogiendo impulso, me lanzo sobre él, estampándolo contra la puerta, que se desencaja tras el golpe brutal. Caemos al suelo en la penumbra del recibidor con un fuerte estrépito y Mel, inagotable, me agarra del pelo y me arrastra hasta golpear mi cabeza contra la puerta del ascensor.


Nuestro viaje sin rumbo acaba por conducirnos a una zona ocupada por naves industriales. Para nuestro alivio, parece desierta, así que es probable que podamos encontrar un lugar seguro, alejado de los muertos y de los perturbados. Nos adentramos un poco más en las amplias calles que quedan entre las construcciones, pero aquí parece que no hay nadie. La mayoría de las naves parecen abandonadas desde antes del inicio del apocalipsis, aunque es difícil precisarlo. Finalmente decidimos entrar en un pequeño edificio de oficinas adyacente a una de ellas, la puerta cerrada cede ante un pequeño forcejeo de Sam, luego la aseguraremos desde dentro. La primera estancia que vemos, un recibidor, distribuye en dos pasillos distintos la planta baja, ambos ocupados por pequeñas oficinas. En el piso de arriba, más de lo mismo, al final del pasillo encontramos un despacho con un rótulo que reza "Director General". El calendario colgado en la pared es de hace cuatro años. No hay nada más aquí, solamente oficinas y muebles cubiertos de polvo. Ni una señal de vida reciente, ni una señal de movimiento o violencia. Perfecto para nosotros.


No tardo en entender que mis posibilidades de salir victorioso de esta pelea son escasas. Llevamos horas igual, y aunque me siento mucho menos fatigado de lo que cabría esperar y el dolor apenas me molesta, Mel es completamente incansable. Mis heridas sangran poco, pero las de él ni siquiera lo hacen. No parece importarle si vive o muere, simplemente viene a por mí. He intentado romperle la cabeza un par de veces, pero siempre es más rápido que yo. No puedo anticiparme a sus movimientos, como hago con los demás podridos. No sé qué cojones es Mel pero si no lo despisto va a acabar conmigo, ahora lo entiendo. Lo distraje de su presa porque me convertí en otra. Maldigo un instante el haber gastado en la lucha las fuerzas que podrían haberme hecho escapar de él y, relegando el cansancio a un alejado rincón de mi mente, emprendo la huida.

sábado, 12 de junio de 2010

Viejo amigo

Lleva varios días rondando el refugio, pero nunca se acerca lo suficiente como para ser visto por los que vigilan los muros. Sin embargo, para mí no ha sido difícil reconocer su olor, un tanto peculiar. Ya estuve tras él unos días, antes de seguir a mi antiguo grupo hasta este lugar. Me pregunto si él también los habrá seguido, o si está aquí por casualidad. Se mueve con sigilo, casi siempre durante la noche, rápido y silencioso, no se parece a los otros despojos que rondan por la ciudad, ni siquiera a los que corren. Parece capaz de esperar, incluso de planificar los movimientos. Al principio pensé que tal vez fuera como yo, pero no huele como un vivo. Me gustaría acercarme para observarlo más de cerca, aunque me preocupa que me ataque. No es difícil acabar con los lentos pero tengo la sensación de que éste sería un rival más duro, así que me limito a observarlo desde las alturas. Lo único que he sido capaz de distinguir es una mancha oscura donde tenía clavado un puñal la última vez que lo vi. No lleva ropa en la parte de arriba, sólo un pantalón oscuro y calzado militar.


Me acomodo en la azotea de uno de los edificios cercanos, el más alto, para observar con detenimiento sus movimientos. A pesar de que aún no ha caído la tarde parece alterado, más activo de lo normal. Subo a una pequeña caseta donde probablemente se guarden herramientas y me siento allí, buscando a mi objetivo con la mirada. Es un lugar un tanto remoto como para que pueda reparar en mi presencia, y el viento sopla en dirección opuesta, trayéndome su olor pero alejando de él el mío. Aun así, es posible que me haya detectado por los alrededores en los últimos días, observándole a una distancia prudencial. Si lo ha hecho, no parece que le haya importado.


Estoy preguntándome de nuevo qué ocurre hoy para que se muestre tan activo cuando escucho lo que probablemente está causando ese cambio en su comportamiento. Se escucha un revuelo en el interior del refugio, algo está pasando allí dentro, los supervivientes gritan. Desde mi posición, observo como un grupo cada vez mayor de personas salen de la iglesia que preside el recinto, parecen muy alborotados mientras se dirigen al muro que los protege de los muertos. Me quedo paralizado al descubrir quién encabeza la marcha. Seguidos muy de cerca por unos cuantos hombres armados, Sam, Mishel y Alex se dirigen apresuradamente a la barricada. No es fácil distinguir sus rostros desde aquí, pero no tengo problemas en reconocer la silueta del bombero, grande y cuadrada, y los cuerpos más pequeños de las chicas, con una maraña de pelo castaño coronando el de Alex y la melena rubia en la cabeza de Mishel. Los acompaña un joven de pelo largo que he visto alguna vez en lo alto de la barricada. El resto de supervivientes los arrinconan contra el muro y tengo problemas para verlos, pero eso no es lo que más me preocupa. El griterío de los refugiados me ha distraído el tiempo suficiente como para perder de vista al extraño ser que estaba vigilando. Alertado por un mal presentimiento, o tal vez porque una oleada de aire me ha traído el olor del miedo mezclado con el de los que fueron mis compañeros, me pongo en pie de un salto y concentro mi atención en localizar a la criatura.
- Oh, Dios...
Mi propia voz suena extraña después de varios días sin oírla. La silueta de ese muerto tan particular se dibuja sobre un balcón cercano al refugio, próximo al lugar donde se concentran los supervivientes. Se sujeta a la barandilla con un brazo, por la parte de fuera, preparado para saltar. En un instante entiendo lo que ocurre, alguien va a salir del recinto y él se ha preparado para caer sobre su presa. Por desgracia, no es difícil imaginar quién va a salir de ahí y no pienso permitir que esa cosa les haga daño.


En una carrera contrarreloj, salto al tejado del edificio vecino y de ahí, por la escalera exterior, bajo hasta la calle. Cruzo deprisa, saltando por encima de los escombros y sorteando los vehículos abandonados, comienzo a sentir ese cosquilleo en brazos y piernas que me prepara para un gran esfuerzo. Remonto la calle en dirección al refugio y la criatura levanta la cabeza, me ha visto y se prepara para atacar. Cuando creo que va a saltar sobre mí, se vuelve de nuevo hacia el refugio, donde los gritos están aumentando de intensidad, y salta sobre el techo de una furgoneta para agarrarse a un saliente de otro edificio y cambiar de posición, huyendo de mí pero sin alejarse demasiado de la presa fácil que van a suponer en breve los que atraviesen el muro. Eso me asusta, no había visto hacer a otro muerto viviente un trabajo físico como ese, ni tampoco, lo que es más aterrador, esperar pacientemente desde un punto estratégico a que se den las circunstancias apropiadas para el ataque. Normalmente son impulsivos, cualquiera de los otros, incluso los corredores, ya estaría golpeando el muro con fuerza. El olor de los supervivientes asustados en el interior es tentador hasta para mí.


Intento no perder tiempo y me acerco tanto como puedo a su posición, pero parece que intenta evitar un enfrentamiento directo, me rehuye todo el tiempo. Al menos estoy consiguiendo que se aleje del lugar. Los gritos dentro del recinto se vuelven más intensos, casi frenéticos, me vuelvo un instante para comprobar que Sam está saliendo por la abertura en la parte baja del muro, de espaldas a mi posición, a unos cuarenta metros de aquí. La criatura mira en la misma dirección y echa a correr hacia allí, pero no voy a permitir que llegue hasta ellos. Interponiéndome en su camino emprendo una carrera hacia él, cojo tanto impulso como puedo y salto, no puede esquivarme e impacto contra su cuerpo con una fuerza brutal. Salimos despedidos en direcciones opuestas, sonrío, he conseguido alejarlo de mis compañeros todavía más, ahora estamos al otro lado del refugio y todo el recinto cercado por el muro de escombros se interpone entre nosotros y ellos. Enfurecido, retoma la carrera tratando de evitarme, pero de nuevo me echo encima de él y lo tiro al suelo. Esta vez intento no soltarlo, se revuelve con fuerza y me lanza unos metros más allá. Mi cuerpo cruje con el golpe, la piel se abrasa con el roce del asfalto, el dolor aparece en algún lugar de mi cabeza. Le presto poca atención, vuelvo a ponerme en pie, dispuesto a cargar contra él de nuevo.


Entonces se da la vuelta y quedamos frente a frente. Parece que ha comprendido que no lo voy a dejar en paz y que no conseguirá llegar hasta sus presas mientras yo esté aquí. Flexiona las rodillas, inconscientemente me preparo para el inminente ataque, la sangre ardiéndome en las venas y los músculos tensos dispuestos a encajar el golpe. En ese instante de silencio, de calma previa a la tempestad, siento que el mundo se detiene. Recuerdo a Alex y los demás, al otro lado del refugio, y deseo con todas mis fuerzas que se marchen en dirección opuesta. Las facciones de la criatura, deformadas en una mueca feroz, se me aparecen de repente horrorosamente familiares. El más doloroso reencuentro con un viejo amigo.


Lanzando un alarido sobrehumano, lo que algún día fue Mel se abalanza sobre mí.

lunes, 7 de junio de 2010

Conflictos familiares

Al salir de la entrevista con el Orador me siento todavía un poco confusa. Demasiada información después del largo periodo de aislamiento. De vuelta a la nave principal de la iglesia me cruzo con Lukas, que parece dirigirse al despacho de su padre. Podría haberme contado la verdad y me hubiera ahorrado el mal rato que acabo de pasar. Hubiese atendido a Ness igualmente y ahora no sentiría que me han estado tomando el pelo todo este tiempo.


Me reúno con Sam, Mishel está a su lado. Me saluda fugazmente y se aparta a un lado, buscando algo dentro de su mochila. Sam me mira interrogante, no hace falta que formule la pregunta para que se la responda.
- Quiere que me vaya de aquí -anuncio con voz monótona. Sam levanta una ceja.
- ¿Qué? ¿Por qué?
- La gente tiene miedo -explico-. Ha corrido la voz de que estuve en contacto con una infectada... ya sabes, la chica enferma que Lukas me pidió que viera. Supongo que habrás escuchado cómo acabó la historia. No tuve contacto con ella realmente, sólo estuve en la misma habitación. Pero como los refugiados están asustados, el Orador quiere que me marche para que vuelvan a sentirse seguros.
- He oído los rumores. Es muy injusto...
- Lo sé, pero no he podido convencerlo para que cambiara de opinión. Es un manipulador, Sam. Hace de la gente lo que quiere. Ten cuidado con él a partir de ahora.
Sam parece meditar unos instantes, hasta que sonríe y se encoge de hombros.
- Por suerte, no voy a tener que verlo mucho tiempo más -dice-. Será mejor ir recogiendo nuestras cosas, ¿cuándo quieres que nos marchemos?
- ¿Nosotros? -respondo, levantando las manos en señal de negación-. No, no. No nos vamos. Me voy.
Se echa a reír, como si hubiese oído un chiste.
- Tú no te vas de aquí sola, pequeña.
- Pero tú no tienes por qué marcharte, puedes vivir aquí, es un lugar seguro...
- Es seguro hasta que esas cosas consigan entrar. Nadie puede sobrevivir aquí para siempre. Además, te recuerdo que nuestro plan era buscar una salida de la ciudad. ¿Ya lo has olvidado?

Niego con la cabeza. No, no lo he olvidado. En realidad, me iría ahora mismo si no fuera por el peligro que espera fuera. Además, por muy egoísta que pueda parecer, lo cierto es que pensar que Sam va a venir conmigo supone un alivio enorme, y una pequeña esperanza de sobrevivir más allá de los próximos dos días.
- Entonces... ¿nos marchamos mañana, cuando sea pleno día?
- ¿Cómo que nos vamos? -Mishel se acerca de improviso, irrumpiendo en la conversación. Sam y yo la miramos.
- Será mejor que recojas tus cosas si quieres venir -le dice él. Yo lo miro con incredulidad. ¿De verdad espera que me parezca bien?
- Bueno, tampoco es que quiera quedarme aquí, con todos esos pirados -dice. Se da la vuelta y se pone a guardar algunas cosas en su mochila. Yo sigo la conversación con la boca abierta, sin dar crédito. ¿Qué le pasa a Sam? 

Como leyéndome el pensamiento, me aparta un poco y me habla en voz baja.
- Está muy arrepentida por lo que hizo -dice-. No es mala, sólo estaba muy asustada.
Me quedo mirando a Sam un instante, hasta estar convencida de que habla en serio. Tampoco tengo fuerzas para discutir con él, lo único que deseo es descansar y comer algo. Suspiro y dejo que se salga con la suya, después de todo, tal vez Mishel pueda ser útil en algún momento, aunque sólo sea para entretener a los muertos.


Con un suspiro, me siento en el suelo y me pongo a revisar mi mochila y mis pertenencias, más bien escasas. Los medicamentos y demás utensilios médicos siguen en su sitio, parece que nadie ha tocado nada de esto durante los días que he pasado encerrada. También está la pistola y una cajita de munición. En el fondo encuentro algo de dinero, un par de billetes arrugados. Los vuelvo a dejar donde estaban, aunque para mí ya no tengan ningún valor.
- Hola -dice alguien a mi lado. Miro hacia arriba, es Lukas. No trae muy buena cara, yo le respondo con una mueca. Me pongo de pie para poder mirarlo a los ojos.
- Ya me he enterado de tu jugada -respondo-. Muy hábil.


Baja los ojos, como arrepentido. No sé si creerme su actitud.
- Quería pedirte perdón -susurra-. Fue una estupidez no contarte la verdad. Estaba tan desesperado que no podía pensar. Lo siento.
Me quedo callada un momento, dudando si confiar en él o no.
- Eres igual de manipulador que tu padre.
Mi respuesta hace que cambie la expresión de su rostro.
- Oye, yo no soy como mi padre -dice-. Casi todo lo que te dije era verdad. Cuando llegué aquí fui el primer sorprendido de encontrármelo al mando, no había sabido nada de él desde mucho antes de la epidemia. Y de repente ahí estaba, con un montón de personas creyéndolo a ciegas, y yo fui suficientemente tonto como para contarle lo que le había ocurrido a Ness y pedirle cobijo. La utilizó para manipularme tanto como quiso, me vi obligado a obedecerlo en todo ya que amenazaba continuamente con matarla... Pero ahora ella no está, así que no puede continuar con su chantaje. La verdad es que aquí dentro no me queda nada más que recuerdos muy dolorosos.
- Siento no haber podido hacer nada por ella.
Asiente con la cabeza, esbozando una débil sonrisa.
- No es culpa tuya que todo se haya ido a la mierda -dice, a modo de consuelo.
- Al menos aquí tienes un lugar seguro donde vivir.
- De eso precisamente quería hablar. Me he enterado de que os marcháis. Me gustaría, si me lo permitís, ir con vosotros.
- ¿Con nosotros?
- Ya sé que me he portado mal contigo, y entenderé que me digas que no, pero no quiero seguir viviendo aquí.
- ¿Y qué pasa con tu padre?
- A mi padre no le he importado lo más mínimo durante veintisiete años, y ahora espera que me convierta en su siervo en este circo que ha montado. No dejo atrás una vida feliz, precisamente. 
- Entonces, ¿estás seguro de que quieres marcharte? Eres consciente del peligro que hay afuera, ¿no es así?
Lukas asiente. Después de lo que le ocurrió a Ness, debería ser muy consciente de ello.
- Lo único que deseo es dejar atrás esta ciudad maldita.
- En eso estamos todos de acuerdo.


Voy a buscar a Sam y le hablo de la propuesta de Lukas. En realidad, no me parece mal que venga con nosotros. Parece que sabe manejar un arma, podría hacer un buen trabajo protegiendo al grupo. Lo cierto es que Sam es fuerte, pero no puede ocuparse de todo, y yo me manejo de manera muy limitada con el martillo, por no hablar de Mishel... Lukas supondría una buena incorporación al grupo. Sam está de acuerdo conmigo, así que le comunico a Lukas la noticia. Se alegra visiblemente cuando le digo que pude venir.
- Pero tendrás que ser tú quien se lo diga a tu padre -le advierto. No creo que al Orador le haga gracia que nos llevemos a uno de los suyos, y menos a su hijo.
- Ahora mismo -dice Lukas, y se da media vuelta.


Espero sentada en el suelo a que vuelva, preguntándome cómo reaccionará el Orador ante la noticia. En la parte más elevada de la iglesia hay vidrieras de colores, no había reparado en ellas hasta ahora. La luz de la tarde aparece teñida de una tonalidad rosada, en el exterior el día es soleado, pero aún así más gris que aquí dentro. Mishel y Sam hablan a pocos metros de mí, pero no les presto atención. Después de pasar una semana a oscuras me quedo casi embobada mirando cómo se cuelan los rayos de sol por los cristales de colores.
Al rato, algo llama mi atención. Alguien anda dando voces por la iglesia, me pongo de pie rápidamente y me acerco a la fuente. Un pequeño grupo de gente se ha congregado alrededor de la escalera que da acceso al despacho del Orador. Lukas y él discuten invisibles en el piso superior, el eco de la escalera nos trae sus voces ligeramente distorsionadas. Tardo un poco en entender lo que dicen.

- ...perfectamente. No hace falta que me lo expliques -dice Lukas-. Por si se te olvidaba, yo estaba ahí fuera mientras montabas todo este teatro de la secta.
El Orador habla en voz más baja, apenas se escucha un grave murmullo uniforme, ininteligible.
- Tú no te has preocupado de nadie en tu vida -responde Lukas-. Puedes engañar a otros, pero no a mí, te conozco desde hace demasiado tiempo.
Le sigue otro susurro que no logro entender, es como escuchar a alguien hablar por teléfono.
- ¡Soltadme imbéciles! ¿Qué pretendes hacer, ordenar que me maten?
- Lukas, no puedes marcharte de aquí -por primera vez el Orador aumenta el volumen y su voz se hace claramente audible-. Los retendré a ellos también si es necesario.
- No voy a ayudarte en tu absurda historia del reino de la muerte y toda esa patraña aunque me obligues a permanecer aquí, ¿es que no lo entiendes?
- Salir de aquí es un suicido. ¿Qué vas a hacer?
- No, el suicidio es quedarse aquí esperando a que se os acabe la comida y el agua. Nadie va a venir a rescatarnos, papá, al menos quiero intentar salir de esta ciudad y dejar atrás todo este horror.
- El Señor enviará un emisario de entre los muertos que...
- Déjalo ya, ¿de verdad te crees las cosas que dices? 
- Por supuesto, y así deberías hacerlo tú. Aquí, ayudándome a proteger a...
- No puedes retenerme aquí por la fuerza -dice Lukas, interrumpiendo de nuevo a su padre.
- Puedo hacer que reconsideres tu postura. Piénsalo, ellos son unos desconocidos, Lukas, yo soy tu padre.
- Nunca has actuado como un padre, no intentes convencerme de eso ahora.
Se hace el silencio durante unos interminables instantes.
- Muy bien. Te irás de aquí si es lo que quieres.


En pocos segundos el Orador aparece en escena. Intercambia unas palabras con uno de sus hombres, luego sube a la tarima del altar con expresión grave y se aclara la garganta, preparado para dirigirse a un público que se ha vuelto hacia él, expectante. Al poco Lukas aparece por el pasillo escoltado por dos de los hombres de su padre, pero nadie le presta atención. Cruza conmigo una mirada llena de ansiedad. Siento un nudo en el estómago.


- La falta de fe es uno de los grandes males de nuestro tiempo -comienza el Orador-. Sin embargo amigos, la comunidad que hemos construido aquí sí la tiene. ¡Y eso es bueno! Nuestra fe es lo que mantiene alejado al ejército de los muertos, nuestra fe es lo que hace que el Señor mantenga firmes nuestros muros. Pero hemos descubierto algunas manzanas podridas que carecen de fe. Algunos de los aquí presentes, sin duda a causa de su contacto con los muertos, han sido pervertidos por el mal que ahora los llama a sus filas. Nuestro cometido es, pues, entregárselos a su legítimo propietario. Me llena de dolor hacerlo, pero no podemos permitir que el mal permanezca en este lugar. Aquellos que no tienen fe deben ser expulsados sin demora.


Tras decir esto, y aun sin darme tiempo a procesarlo, me veo rodeada por dos Guardianes armados que me agarran de los brazos. Tengo la sensación de que podrían levantarme del suelo sin esfuerzo.
- Tienes dos minutos para recoger tus pertenencias -murmura uno de ellos antes de soltarme. Temblando, me doy la vuelta para ir a por mi mochila y me doy cuenta de que Lukas, Mishel y Sam se hallan en la misma situación. Los hombres me siguen mientras voy a por mis cosas y muchos de los otros supervivientes se arremolinan alrededor de nosotros, gritando insultos y pidiendo a voces que nos echen de allí. El Orador los anima desde el altar. En su expresión imperturbable es difícil adivinar si siente dolor por la pérdida de su hijo.


Los Guardianes nos empujan al exterior de la iglesia, seguidos por una pequeña multitud que vitorea cada muestra de violencia. Intercambio una mirada angustiada con Sam, en su rostro se refleja la impotencia del que es incapaz de hacer nada para cambiar su situación. Prácticamente nos arrastran a la entrada, en la parte baja del muro, y nos obligan a pasar a punta de pistola. No entiendo cómo ha pasado esto, nosotros nos queríamos marchar voluntariamente...


Cuando la abertura en el muro se cierra al otro lado, contengo la respiración. Dentro del recinto se escuchan los vítores amortiguados de los supervivientes aclamando al Orador y los Guardianes, cada vez más débiles a medida que se alejan de la barricada y probablemente vuelven al interior de la iglesia. A nuestro alrededor se hace el silencio, los cuatro nos quedamos muy quietos, expectantes. Un grito de ultratumba rompe entonces la quietud de la ciudad.