miércoles, 24 de marzo de 2010

Infectada


Salimos de la entrevista con El Orador un tanto confundidos. Este lugar parece seguro como refugio, pero no es que me convenza demasiado la forma de funcionar. Tampoco es que vayamos a quedarnos aquí para siempre, lo más probable es que mañana nos marchemos. Y esta noche dormiremos tranquilos, lejos del infierno que es la ciudad. Lo cierto es que eso me reconforta.

Durante las pocas horas que quedan para que sea noche cerrada, procuramos colaborar en lo posible en el mantenimiento del refugio. No hay mucho que hacer por hoy, así que buscamos un buen lugar para cenar y dormir, en las naves laterales de la iglesia, junto a otros grupos como el nuestro. Nadie nos dice nada, no parecen muy comunicativos. Mientras cenamos, Lukas se acerca a nosotros.
- Dicen por ahí que os marcharéis por la mañana -dice a modo de saludo. Asiento con la cabeza.
- Las noticias vuelan.
- Me preguntaba... ¿Podrías echarle un vistazo a Ness antes de que os vayáis?
Miro fugazmente a mis compañeros. Supongo que puedo hacerlo antes de irnos.
- Claro -respondo. Lukas esboza una sonrisa triste.
- Gracias -dice. Luego, se marcha en silencio.

La noche transcurre sin incidencias. Los sonidos de los muertos se escuchan muy lejos, tanto que apenas me perturban a la hora de dormir. Agotados sobre las mantas, un poco incómodos por estar en el suelo, finalmente todos caemos presas del sueño.

Me despiertan algunos ruidos a mi alrededor. Mishel y Sam siguen durmiendo, pero ya hay algunas personas levantadas y rondando por aquí. Apenas he tenido tiempo de recogerme el pelo cuando Lukas se acerca con las manos en los bolsillos. Me escapo con sigilo, para no despertar a los demás, y lo sigo de nuevo hasta la zona de cuarentena. Casi no hay luz todavía, pero el día ya se adivina nublado cuando llegamos a la puerta de madera marcada por el signo de la plaga.
La chica enferma continúa como la dejé ayer, con fiebre alta a pesar de la medicación, y bastante debilitada, incapaz de levantarse de la cama. Sin embargo, está despierta después de cuatro días luchando contra la infección.
- ¿Cómo te encuentras? -le pregunto mientras observo la herida del brazo.
- Me duele todo el cuerpo... -murmura-. Es como si tuviera hielo circulando por mis venas en lugar de sangre...
Me fijo en cómo se marcan sus venas bajo la piel. Se han oscurecido un poco más. La única explicación que se me ocurre es que, como le sucedió a Isaac, la sangre se está espesando en el interior de los vasos, coagulándose poco a poco. Dudo un momento, no sé si decirle a Lukas que está empeorando. Aunque lo creo, no puedo estar totalmente segura...
- No hace falta que disimules -dice entonces Ness-. Me encuentro peor que ayer, me encuentro peor cada hora que pasa, y tengo la sensación de que llevo meses en este estado... No puede ser buena señal.
- No lo es -respondo-. De verdad, lo siento mucho, pero no puedo hacer nada por ti...
- ¿Estás segura? -pregunta Lukas, aferrándose a una esperanza que Ness dejó ir hace tiempo.
Asiento con la cabeza. El rostro del chico se contrae de dolor, la impotencia que yo siento no es nada en comparación con la que él refleja.
- ¿Cuánto queda? -añade, con un hilo de voz.
- No lo sé. Ha resistido mucho tiempo... pero no tengo medios para darte una cifra. Horas, días... ¿De verdad no pasó nada extraño cuando se contagió?
- No, nada -dice, enfadado-. Y si no puedes ayudarla, mejor déjanos solos.
Me marcho sin decir nada. Esa reacción no hace más que confirmarme que me ha mentido, pero ocultar la verdad perjudica a Ness más que a nadie. "Qué más da", me digo. Nos vamos a marchar dentro de nada y probablemente no vuelva a verlos.

Estoy pensando en qué ruta deberíamos seguir cuando salgo de nuevo a la calle. El día comienza grisáceo y una tormenta se ve venir desde lejos. Al llegar a la iglesia, encuentro a Sam en la entrada, observando con el ceño fruncido el cúmulo de nubes que se acerca lentamente.
- ¿Cambio de planes? -le pregunto.
- Creo que no queda más remedio. Nada nos garantiza que para cuando llegue la tormenta estemos en un lugar seguro.
Mishel llega en ese momento, a tiempo de escuchar nuestra pequeña conversación.
- Deberíamos esperar a que mejore el tiempo -dice, con la mirada puesta en el cielo. Por una vez estamos de acuerdo.
- Nos quedamos hasta mañana, entonces.
Mis compañeros asienten en silencio.

Le comunicamos a uno de los guardianes nuestras intenciones de quedarnos un día más en el refugio. No parece importarle demasiado, simplemente se limita a asignarnos tareas. Envía a Sam a trabajar en la fortificación de una parte de la barricada, y a Mishel y a mí a ayudar a un pequeño grupo que está despejando de escombros una edificación cercana. Al parecer, un
vehículo chocó contra la parte baja y hubo un pequeño derrumbe. Hay algunos hombres apuntalando precariamente la pared dañada.
La mañana transcurre sin incidentes, aparte del momento en que intento cargar demasiado peso y lo que llevaba en brazos, un montón de pedazos de yeso desprendidos de la pared, acaba por caer al suelo y hacerse añicos. Uno de ellos se lleva por delante la manga de mi camiseta y parte de la piel de mi brazo. Por suerte, sólo ha sido un arañazo que enseguida dejará de sangrar. Mishel pasa a mi lado riéndose por lo bajo, con todas las personas que hay aquí, ha tenido que ser precisamente ella quien viera el estropicio. En fin...

Estamos agotados cuando llega la tarde y comienza a anochecer. La tormenta, que se ha pasado amenazando todo el día, está ya casi encima de nosotros. Llego a la iglesia después de un último viaje y encuentro allí a Mishel, parece que también acaba de llegar. Está rebuscando algo en mi mochila.
- ¿No tenías pastillas para el dolor de cabeza? -pregunta. Yo me encojo de hombros.
- No sé si queda algo, tal vez un paquete de aspirinas. Pero no estamos para derrochar precisamente...
No me vendría mal algo para el dolor de espalda también, aunque probablemente se me pase en cuanto haya descansado un rato. Sam se acerca enseguida y nos trae la cena, cortesía de los hombres de El Orador, en compensación por un día de trabajo. Lo que ellos llaman una "ración" no es más que una lata de champiñones y una botella de agua. No sé qué cantidad de comida tienen en sus reservas... pero si tienen que alimentar a toda esta gente, no me extraña que la racionen. Estamos terminando con la comida cuando notamos un revuelo alrededor, la gente está como inquieta. Entonces lo vemos, una figura humana de pie sobre el altar. Es El Orador.

- ¡Amigos! -exclama, elevando los brazos-. Cómo me alegro de teneros aquí un día más. Cómo me alegro de ver que seguís resistiendo. Porque en éste, nuestro pequeño reducto de salvación, continuamos a salvo del caos.
Los truenos comienzan a escucharse, todavía un poco distantes. Los guardianes gritan una oleada de vítores ante el pequeño discurso.
- En las últimas semanas hemos sido testigos de un auténtico apocalipsis -continúa-. Algunos dicen que fue un ataque terrorista o un experimento fallido. ¡Mentiras! ¡Todos sabemos por qué ha ocurrido todo esto! ¡Todos sabemos quién lo ha causado! ¡Dios!

Los guardianes vuelven a gritar. Yo me estremezco al ver como muchos de los refugiados observan embobados a El Orador. Empiezo a sentir frío y una ráfaga de dolor me cruza el abdomen.

- El Señor vio en qué se convertía esta sociedad: el crimen y la depravación ¡estaban por todas partes! Él fue quien decidió acabar con ello. ¿Sabéis donde están ahora todos los corruptos, todos los impuros? ¡Muertos! Mientras tanto nosotros sobrevivimos aquí, resistimos el azote de los muertos, porque Él nos ha señalado como los guardianes de su nueva sociedad.

Comienzo a contener la respiración. Sam y Mishel parecen tan impresionados como yo. Los truenos resuenan ya sobre nuestras cabezas, dando más fuerza a las palabras de El Orador. Sigue hablando, los guardianes vitoreándolo a cada pausa. Me siento peor, tengo náuseas. Me estoy mareando, necesito que me dé el aire. Me pongo en pie trabajosamente y, dando tumbos, me dirijo al exterior.

- Éste es el Reino de la Muerte, el infierno desatado sobre la tierra, y sólo en el Purgatorio permaneceréis a salvo. Ya no es el tiempo de los vivos, sólo unos pocos permaneceremos para aprender la lección. Sólo los que honremos a la Muerte, enviada desde los cielos para limpiar la tierra de los males del hombre. Mirad con respeto a los resucitados que caminan más allá de nuestros muros, porque son los soldados del ejército divino. Permaneced aquí, o salid y pasad a engrosar sus filas.

Escucho el apoteósico final del discurso y los gritos de entusiasmo de los guardianes y los supervivientes desde la entrada del templo, apoyada contra la pared y de rodillas en el suelo. El aire fresco del atardecer me sienta bien, y por un momento me encuentro mejor. Entonces, sin previo aviso, mi cuerpo se estremece en una arcada y acabo devolviendo toda la cena. Alguien se acerca corriendo, escucho la voz de Sam.
- ¡Alex! ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? -exclama, al tiempo que se agacha junto a mí-. Estás sudando, ¿tienes fiebre?
- Me duele el estómago... -respondo con voz ronca-. Algo debe de haberme sentado mal...
Sam me da un poco de agua y un pañuelo para limpiarme. Está empezando a llover. Termino de beber un trago cuando alguien grita a nuestra espalda.
- ¡Está enferma! ¡Está infectada!
Antes de que me dé tiempo a reaccionar, dos guardianes me levantan del suelo de un tirón. Asustada, comienzo a gritar.
- ¡No estoy infectada! ¡No estoy infectada!
Desgraciadamente, los sudores fríos y las arcadas no me dan mucha credibilidad. Un pequeño grupo de curiosos se ha congregado en la puerta de la iglesia. Uno de los guardianes me levanta el brazo, dejando al descubierto la herida que me hice esta mañana.
- Un resucitado debe de haberla arañado -le dice a su compañero, y luego, dirigiéndose a los demás-: ¡Nos la llevamos a cuarentena!
- ¡No! -les grito, tratando de soltarme-. ¡No estoy infectada!
Los hombres tiran de mí escaleras abajo, ignorando las quejas y los empujones de Sam. Entre los supervivientes distingo a Mishel.
- ¡Mishel! ¡Tú viste cómo me hice la herida! -grito con todas mis fuerzas, aguantando el dolor que me atenaza las entrañas-. ¡Diles cómo me hice daño! ¡Mishel!
Ella, sin embargo, se limita a bajar la mirada y permanecer en silencio.
- ¡Mishel, por favor!
Continúo llamándola a voces, entre súplicas e insultos, mientras los guardianes me llevan a
rastras a la casa que hace las veces de cuarentena. El único mobiliario que me acompaña, cuando cierran la puerta de una diminuta habitación, es un cubo de fregar y un colchón en el suelo. Mis gritos se pierden en el estruendo de la tormenta.



lunes, 15 de marzo de 2010

Infierno al mediodía


Llevo varios días vagando por el infierno a solas deseando morir, y ningún demonio ha podido conseguir realizar la tarea. Siento como el asfalto arde bajo mis pies, es mediodía en la ciudad y al parecer algo embota mis sentidos, respiro azufre, veo con las ligeras ondulaciones del caluroso desierto y tengo el cerebro algo aturdido. Debe ser algo similar a lo que sufren estos demonios que me rodean hambrientos con sus cantos fúnebres. Me incorporo pesadamente entre los cuatro cadáveres que ya no se levantarán, creí que con este embotamiento me costaría moverme, o siquiera luchar, pero al parecer es solo algo volitivo, motivacional. Hubiera sido más cómodo que terminaran conmigo sólo por no levantar un brazo en mi defensa, pero parece ser que mi instinto de supervivencia es demasiado fuerte, una vez me mordió el primero desperté y los destrocé. Ahora empiezo a sentirme embotado de nuevo y las heridas no dejan de sangrar, le arranco la camisa a uno de los cadáveres y hago varias tiras con las que me vendo los diferentes mordiscos. Piernas, brazo y hombro, mierda, ¡ése sí que me ha dolido!
Mientras vendo mis heridas observo las venas de alrededor, negras y marcadas, pero no me preocupa, por alguna razón se que ésto no es malo, aunque siento un extraño cosquilleo y un dolor agudo a
intervalos más o menos regulares en la cabeza, sera el estrés... Despierto en la más absoluta oscuridad y por unos instantes me encanta, miro a mi alrededor y recuerdo vagamente la estancia, no sé cómo he llegado, como en un sueño al despertar sé que lo he hecho pero no consigo retener los detalles desde poco después de la pelea con esos despojos... saboreo la palabra un instante como un eco dentro de mi mente, soy uno de ellos, o algo derivado, puede que saliera mal el cambio o que siga progresando... siento cosas extrañas, miro y veo mis heridas curadas, solo unas pequeñas marcas de dentadura, blancas como una cicatriz curada de hace años... y parece que ya no sienta nada por ellos. Hasta ahora no he caído en la cuenta de que sólo eran alimañas para mí, cuando en realidad tienen mi aspecto, cuando han sido humanos como yo, con sus vidas, sus experiencias, sus sentimientos... Caigo en la cuenta de todo ésto y me falta la respiración, ¡no me reconozco! sin duda hace unas semanas no habría podido destrozar un cuerpo humano con mis propias manos hasta tal punto, sin sentir remordimientos, vomitar o echarme a llorar desconsolado por semejante atrocidad...

-Y mírate ahora- pienso, ni una punzada de remordimientos -el superviviente oscuro- me repito una y otra vez mentalmente, sin duda los cambios físicos que he sufrido ayudan, pero lo que realmente me asusta es ver cómo voy perdiendo lo que un día fui. ¿Seré capaz de aceptar lo que ahora soy? quizá sea el producto de un mundo calcinado, quizá me esté convirtiendo en el futuro de éste presente aterrador, esta broma en la que se ha convertido la civilización... por un momento sonrío y recuerdo a mis compañeros de viaje, Sam, Mishel... Alex, un aterrador sentimiento de soledad me invade y durante unos segundos siento que unas lágrimas acarician mis mejillas con suavidad. De pronto me doy cuenta del hambre que tengo, mis gándulas salivales se disparan ante los recuerdos.
-Tengo que encontrarles- murmuro a solas en la oscuridad, y una ágil sombra se desliza entre las ruinas buscando un olor determinado...

viernes, 12 de marzo de 2010

El Purgatorio

Al volver con los demás, ninguno de los dos dice nada. He examinado a la chica enferma, Ness, pero no puedo hacer mucho por ella. Le he dado a Lukas los medicamentos que creo que pueden ayudarla, pero sólo servirán para aliviar los síntomas un poco: ibuprofeno para la fiebre, aspirina para evitar que la sangre se coagule demasiado. Es cierto que ha durado mucho tiempo, quizá por alguna razón su cuerpo sea capaz de luchar contra la infección, pero a mí me ha parecido bastante debilitada y no quiero dar falsas esperanzas. Es muy posible que esa supervivencia se deba a algo que Lukas no me ha contado, aunque no he conseguido sacarle nada más a parte de la historia que no deja de repetir, aprendida de carrerilla.

En el camino hacia la iglesia tengo tiempo de fijarme en los alrededores. Habrán tenido que trabajar sin descanso para levantar esas barricadas en tan poco tiempo y sin apenas medios, pero da la impresión de que han hecho un buen trabajo. El lugar parece despejado y seguro.
Lukas me cuenta que la casa donde está la chica es la zona de cuarentena, donde se encierra a cualquiera que tiene síntomas de infección hasta que mejora, o hasta que muere. Ahora mismo, allí sólo está Ness. Hubo un par de personas más, pero ambos acabaron con un disparo en la cabeza después de morir y reanimarse.
- Hay unas treinta o cuarenta personas aquí refugiadas -me explica-, además de El Orador y sus hombres.
- ¿Quiénes?
- Son esos tíos que ves por ahí desperdigados, vigilando las barricadas, la cuarentena o la iglesia. Son los que manejan las cosas por aquí, ya sabes, los que organizan todo. Empezaron a montar este refugio y la gente ha ido llegando desde diferentes partes de la ciudad. Se hacen llamar guardianes...
- Y El Orador, ¿quién es?
Lukas ralentiza un poco el paso, estamos a punto de llegar a la iglesia.
- Es el que controla todo esto -dice, abriendo el portón del templo para dejarme pasar-. No tardarás en conocerlo.

Dentro de la iglesia se nota el ambiente más fresco que en el exterior. Veo pequeños grupos de personas ocupando las naves laterales, el pasillo central ha sido despejado de bancos y es ahora el espacio por el que desfilan un par de hombres armados, probablemente los "guardianes" de los que me ha hablado Lukas. El altar, sin embargo, sigue intacto, presidiendo la estancia desde lo alto de una tarima. Encuentro a Sam y Mishel sentados en el suelo, cerca de la puerta que está al otro lado. Al verme, Sam se pone de pie rápidamente y corre hacia mí. Mishel lo sigue con desgana. Lukas se marcha de nuevo a su puesto de vigilante, y yo les cuento a mis compañeros lo que he visto en la cuarentena. Al poco, uno de los guardianes se acerca al grupo.
- Me han informado de que acabáis de llegar -dice, una especie de rifle descansa en sus manos-. Nadie puede permanecer aquí si El Orador no lo aprueba.
- ¿Y qué tenemos que hacer para que lo apruebe? -pregunta Sam.
- Venid conmigo -responde el hombre, comenzando a andar en dirección al altar. Este lugar empieza a inquietarme, pero por el momento, es lo mejor que tenemos.

En la parte de atrás del altar hay una puerta que conduce a una pequeña sacristía. De ahí, sale un pasillo que llega hasta un despacho, subiendo un pequeño tramo de escaleras. Probablemente es el lugar donde solía haber un sacerdote hasta hace poco. El hombre que está sentado detrás del escritorio, sin embargo, no tiene aspecto de cura.
- Así que vosotros sois los recién llegados -dice con voz pausada, reclinándose en el sillón-. Pasad, por favor.
A primera vista parece un tipo corriente, un hombre poco corpulento con el cabello canoso y una barba blanca que lo hace parecer mayor de lo que en realidad es. Los ojos, sin embargo, sí llaman la atención: son grises, como de ceniza. Una vez entramos en la habitación, sonríe abiertamente.
- Dejad que me presente. Por aquí me llaman El Orador. Y vosotros sois...
- Sam Wilkins -responde rápidamente Sam-. Mis compañeras, Mishel y Alexandra.
El Orador asiente, sin perder su sonrisa.
- Supongo que habéis visto lo que hemos construido aquí -explica-. Un pequeño reducto a salvo del caos que se vive en el exterior. Son muchos los que han buscado refugio entre nuestros muros. ¿Es vuestro caso?
Dudamos un instante antes de responder.
- Sí -dice Sam-. Necesitamos un lugar donde pasar la noche, antes de proseguir nuestro camino...
El hombre ladea la cabeza, observando cada uno de nuestros movimientos.
- Podéis permanecer aquí el tiempo que consideréis oportuno, siempre que cumpláis unas sencillas reglas: obedecer a la autoridad, colaborar en el mantenimiento del refugio, y no crear problemas. Mis hombres y yo levantamos esto, y lo hemos estado organizando y defendiendo durante estas semanas. Salta a la vista que hemos hecho un buen trabajo. Por tanto, quien quiera permanecer aquí debe amoldarse a nuestras normas.
Nos miramos entre nosotros un momento aunque, la verdad, no hay mucho que discutir.
- Está bien -responde Sam en nombre de todos. El Orador sonríe de nuevo.
- En ese caso, bienvenidos a El Purgatorio.
- ¿El Purgatorio?
El Orador ríe, como si hubiésemos preguntado algo demasiado obvio.
- Bueno, el infierno está ahí fuera, y yo diría que el cielo queda demasiado lejos.

lunes, 8 de marzo de 2010

Tres días

- ¡Identificaos! -grita la figura desde lo alto. Entre sus manos descansa lo que parece un rifle.
Sam se adelanta por los tres y le dice nuestros nombres. La silueta mira hacia atrás, al interior del recinto fortificado, y hacia nosotros otra vez. Espero que nos deje entrar... llevamos caminando todo el día y no nos vendría mal descansar en un lugar seguro.
- ¿Habéis tenido contacto con algún infectado? -pregunta. Le decimos que no. Aún así, parece indeciso. Probablemente, espera que los que lleguen le mientan. Empiezo a inquietarme, creo que no va a dejarnos pasar así como así. Sam intenta negociar con él.
- Estamos sanos, podemos colaborar en la fortificación del refugio -le dice-. Ni siquiera consumiremos vuestras provisiones, ¡traemos las nuestras! Sólo necesitamos un lugar donde pasar la noche.
El tipo, en lo alto de la barricada de escombros, parece que se lo piensa un poco, pero sigue sin dar respuesta. Decido intervenir, en un intento desesperado por convencerlo.
- ¡Soy médico! ¡Y tengo medicinas! -grito, enseñándole la mochila. Seguro que ahí dentro hay algún herido que necesita que lo atiendan.
Parece que mis palabras operan un ligero cambio en el vigía. Se queda callado, como indeciso, y finalmente desaparece tras la muralla de vehículos calcinados y muebles rotos. Perdida ya la esperanza, el vigilante aparece por una esquina, abriendo la puerta de un coche en la parte baja de la muralla. Hace señas para que nos dirijamos hacia él. Una vez allí, vemos que los asientos traseros del automóvil han sido arrancados para utilizar esa parte como pasadizo. Lo atravesamos y, acto seguido, el vigía coloca un pesado armario sobre la puerta del vehículo, bloqueando la entrada. Sam lo ayuda en la tarea.
- Necesito que vengas conmigo, ahora -dice con gravedad. Se salta las presentaciones y cualquier recibimiento de cortesía, así que imagino que la situación debe de ser seria. Echo un último vistazo a Sam y Mishel antes de seguir al vigilante al interior del recinto.

Parece que han amurallado, con barricadas improvisadas, un espacio de varias calles, en el centro del cual se levanta, imponente, un edificio de piedra, surcado de arcos y ventanales que imitan el estilo gótico de las antiguas catedrales europeas. Es una iglesia.
En la escalinata que da acceso a la misma, pequeños grupos de personas se congregan dirigiéndonos miradas de desconfianza. Un nuevo vigilante ocupa ya el puesto que el otro ha dejado libre, en la cumbre del montón de escombros, mientras otro hombre, también armado, hace indicaciones a Mishel y Sam para que lo sigan. Se marchan en dirección a la iglesia, pero el chico al que estoy siguiendo camina en otra dirección. Es joven, no creo que llegue a los veinticinco años. El cabello largo y claro, junto con los ojos azules, le dan un aspecto nórdico.
- Date prisa, ¿quieres? -dice malhumorado. Habla con un ligero acento que no consigo identificar.
Me conduce a una pequeña edificación que se encuentra un poco apartada. Es una casa pequeña, con dos alturas, de aspecto descuidado. Hay un hombre corpulento, con un arma entre las manos, vigilando la entrada. En la puerta de madera, asegurada por un enorme candado, está pintada una enorme cruz roja.
- Venimos a ver a Ness -dice mi acompañante-. Ella es médico.
El tipo nos mira levantando una ceja, pero nos acaba dejando pasar. Empiezo a imaginarme qué clase de lugar es éste.

En el interior de la casa hace frío. Sigo al vigilante hasta el piso de arriba, a una pequeña habitación que parece un dormitorio. La ventana está tapiada, apenas entra luz hasta que el chico acciona un interruptor y la estancia se ilumina. En la cama, una pequeña figura se revuelve, protegiéndose los ojos con el dorso de la mano.
- Cuando llegamos, se encontraba bien, pero entonces comenzó a tener fiebre -me explica el vigilante-. Aquí sólo hay un veterinario para atender a los heridos, pero no quiere acercarse a ella... la han traído aquí, lejos de todos, yo sé que quieren matarla... Sólo dejan que permanezca con vida porque vigilo voluntariamente la barricada día y noche.
- Espera, espera, ¿de qué me hablas? ¿Quién la ha traído aquí, quién quiere matarla?
No puedo evitar hacer suposiciones sobre lo que está pasando, y aunque rezo por no estar en lo cierto, cada vez estoy más convencida.
- Sólo quiero que la veas -dice el chico, perdiendo esa pose enfadada y volviéndose suplicante-. Que hagas todo lo posible por salvarla.
- Si lo hago... ¿dejarás que mis amigos y yo nos refugiemos aquí? -le pregunto. Odio tener que negociar con la vida de una persona, pero también las nuestras están en juego. Él responde que sí sin dudarlo, así que no me queda más remedio que cumplir con mi parte del trato. Cuando me acerco a la chica, casi no me atrevo a respirar.

Tiene el pelo negro, muy corto. Bajo la piel pálida se adivinan los vasos sanguíneos que comienzan a marcarse. Respira con dificultad, la mirada desenfocada busca algo a través de la habitación. El chico se acerca a ella y le coge la mano.
- Lukas... -dice en un susurro.
- He traído a esta chica, es médico -responde él, sonriendo-. Deja que te examine, ¿de acuerdo?
Me mira y asiente con la cabeza. Dejo la mochila en el suelo, a un lado, y toco la frente de la chica. No me hace falta un termómetro para saber que tiene mucha fiebre... y tampoco necesito ningún otro análisis para aventurar un diagnóstico. Por desgracia, no es la primera vez que veo estos síntomas. Al apartar la sábana encuentro el brazo derecho cubierto por un vendaje ensangrentado, por debajo del cual asoma la piel amoratada.
- ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que la mordieron? -pregunto.
- Tres días.
No puede ser.
- ¿Qué? ¿Tres días?
- Eso he dicho -responde Lukas, mirándome con preocupación-. ¿Qué ocurre?
Me quedo callada un momento, esto es muy raro. Isaac entró en coma antes de una hora. ¿Cómo esta chica ha podido aguantar tres días con la infección y estar todavía consciente?
- ¿Has visto algún otro caso? Si las heridas no lo hacen, la infección acaba matando a la persona en poco tiempo. ¿Ocurrió algo extraño en el contagio? ¿Qué pasó?
Lukas suspira, imagino que no debe de ser agradable para él recordar un momento así.
- Estuvimos encerrados en casa hasta hace tres días, desde que declararon la cuarentena -explica-. Las cosas parecían un poco más calmadas, y habíamos conseguido comunicarnos con otros supervivientes que estaban cerca, decían que tenían un buen refugio donde escondernos hasta que pasara todo, así que decidimos ir con ellos. Fue un grave error, como puedes ver... Había infectados merodeando por los alrededores y nos atacaron cuando intentábamos huir. Uno de ellos la agarró y le mordió en el brazo, provocando una grave herida que acabó infectada. Finalmente, conseguimos escapar, llegamos aquí al cabo de unas horas y pedimos que, por favor, nos dejasen refugiarnos, a cambio de colaboración en la construcción y vigilancia de las barricadas. Pero cuando Ness comenzó a tener fiebre, la encerraron aquí, lejos de todos los demás. Me costó horrores convencerlos de que no la mataran. La dejaron aquí, en cuarentena...

Al terminar de hablar, Lukas baja la vista. Observo con detenimiento a la chica, que tiene lágrimas en los ojos. Estoy segura de que no me ha contado toda la verdad.

lunes, 1 de marzo de 2010

Tras la pista

Los olores se separan ante mis sentidos de una forma nueva y difícil de explicar, es como si pudiera percibir cada matiz y separarlo, como tener otro sentido de la vista aunque distinto, me es tan fácil diferenciar y seguir un olor, como diferenciar entre distintintas cintas de colores y seguir aquella que más te conviene. Y eso es precisamente lo que hago ahora, al abrigo de la noche, sigo un olor a muerte en movimiento, un olor diferente, pues aún entre los condenados, hay diferencias que todavía no comprendo, pero éste al que sigo, es bastante peculiar. Sigue un rastro y se mueve como un mortal, aunque no está vivo, tiene varias costillas que le sobresalen y lo que parece ser un puñal incrustado por encima de la clavícula. Parece que sigue un rastro al igual que yo sigo el suyo, me pregunto por un momento si será capaz de detectarme, quizá me lleve hasta algún superviviente. Me está costando bastante seguirle, es rápido y me dificulta la tarea tener que ir escondiéndome entre los escombros sin perderle de vista. Tras más de veinte minutos de persecución, la criatura se detiene ante un cuerpo, consigo subir sin demasiada dificultad a una furgoneta y de ahí trepo hasta un balcón disfrutando de mejor vista. Incluso desde ésta distancia puedo oler el cuerpo que yace ante la criatura, diria que sigue caliente, no hace demasiados minutos. Noto como mi boca empieza a salivar ligeramente, la criatura esta buscando algo en el cuerpo, rota el cráneo del cadáver como buscando un punto determinado, se inclina sobre él y tras unos instantes... oigo un gruñido en mi espalda y sin darme tiempo a mirar algo me embiste fuertemente, la maltrecha barandilla del balcón termina por desencajarse y caemos sobre la furgoneta, reboto hasta el suelo, oigo varios crujidos en el estruendo, siento un lacerante dolor por todo el cuerpo, tengo la respiración cortada y empiezan a arderme las venas... es entonces cuando me incorporo y veo el cadáver que me ha atacado en una grotesca pose que ha retorcido su cuello
- Ha tenido menos suerte que yo -pienso mientras busco más peligros en la oscuridad. La criatura a la que perseguia ya no está, me acerco a explorar el cadáver pero las múltiples heridas no me revelan nada importante, excepto las huellas que veo de sangre en el suelo, juraría que son de calzado militar...