martes, 16 de febrero de 2010

Convivencia

- No puedes pasarte la vida aquí arriba -dice una voz a mi espalda. Sorprendida, me doy la vuelta y encuentro a Mishel. Se asoma desde la caseta de las escaleras, sin atreverse a salir del todo. Lo cierto es que llevo aquí más de cuatro horas, pero no me apetecía bajar.
- Sam está preparando algo de comer -continua Mishel, creo que está intentando ser amable conmigo-. ¿No tienes hambre?
Sí, tengo hambre. Bastante, de hecho. No digo nada, simplemente la sigo escaleras abajo en silencio, aún sin entender demasiado bien por qué de repente ha decidido ser simpática. Tal vez Sam le haya dicho algo... ¿Y ese olor? Es totalmente delicioso...
- ¡Al final has bajado! -exclama Sam, visiblemente más contento que cuando lo dejé aquí esta mañana-. La comida está lista -añade sonriente, mostrándome un plato de verduras variadas que tiene un aspecto extraño, pero huele de maravilla-. Creía que teníamos algo de carne, pero no había nada, así que he preparado las verduras que es lo que primero se iba a estropear... Todavía sin decir nada, cojo el plato que me ofrece y pruebo la comida.
- Joder, eres un auténtico genio de la cocina -le digo al fin, y me siento a comer junto ellos.

Después de todo, pienso, siguen siendo mis compañeros. Por mucho que me duela la marcha de Isaac, por mucho que esté cabreada con él por habernos abandonado de esa forma, no es justo estar continuamente enfadada y echando la culpa a los demás. Estamos juntos en esto y precisamente es permanecer juntos lo único que nos ofrece una mínima posibilidad de sobrevivir. Supongo que no me queda otra que poner lo que haga falta de mi parte para facilitar la convivencia.


Los días aquí se hacen un tanto extraños. Largos, sin mucho que hacer aparte de vigilar los movimientos de los pequeños grupos de muertos que deambulan por los alrededores, y dedicarnos a entrar en los apartamentos del edificio buscando alimentos, ropa o armas. Al final, hemos conseguido bastantes provisiones y una pistola más. Sólo teníamos una, Isaac se llevó la otra. Cuando pienso en cómo se fue sin decir nada... Bueno, no quiero pensar en eso ahora. He encontrado una cazadora de cuero en uno de los apartamentos, me queda un poco grande pero creo que será cómoda y servirá para protegerme de golpes o mordiscos. Esos jodidos engendros siempre tienen los dientes preparados.

La convivencia aquí dentro no es fácil. Pasan los días y no hay novedades, no hay señal en la televisión, no funcionan los teléfonos, la radio sólo capta estática. De vez en cuando se oyen explosiones a lo lejos, o llega el olor del humo y de la pólvora, y pienso en todos los que como nosotros están atrapados dentro de esta ciudad maldita. A veces nos quedamos durante mucho rato en silencio, hasta que Sam comienza a bromear para hacernos reír, y nos relajamos un rato. Pero el silencio siempre acaba volviendo, sobre todo por las noches. Se ha vuelto habitual escuchar de vez en cuando murmullos, o sollozos, acompañando a los gemidos de los zombies. No es que me extrañe, todos tenemos muertos a quien llorar.

Aún con lo que hemos encontrado, la comida empieza a escasear. No es que no nos quede nada, pero hemos pasado aquí bastante tiempo y no queremos marcharnos sin nada en reserva. No me gusta la idea de quedarnos sin provisiones en mitad del camino. Doy una última vuelta por aquí, asegurándome de haber revisado bien todas las habitaciones, ya que de vez en cuando nos encontramos con alguna sorpresa, y nunca es agradable. No hemos visto ningún otro superviviente en todo el edificio, todos debieron de intentar huir. Cuando pienso en todas esas personas... la sensación de vacío es tan grande que me da vértigo.

Termino de revisar el apartamento, todo controlado. Me alegro de marcharme de de este lugar, me siento una intrusa cada vez que entro en las habitaciones y veo las cosas de quienes vivieron aquí, casi siempre un tanto desordenadas, tal como las dejaron, igual que si fuesen a volver en un momento. Pero no, no creo que vuelvan. Subo de nuevo a "nuestro apartamento". Nos vamos hoy. Tampoco creo que volvamos.

Partimos poco antes de mediodía, la hora más segura para andar por las calles. Hace algo de frío, pero el sol está alto y mantendrá a los muertos atontados durante un buen rato. Nos dirigimos de nuevo a las afueras, hacia lugares donde presumiblemente hubiera poca gente antes de que empezara todo esto, pero no es fácil abrirse paso en las calles. En muchas hay vehículos obstruyendo el paso, o grupos de muertos que cambian de rumbo al vernos y emprenden la marcha tras nosotros. Creí que esto sería más sencillo... Mierda, ahí vienen más.

- ¿Qué hacemos, Sam? -le pregunto en un susurro. Hay un grupo bastante numeroso en medio de nuestro camino, y a nuestra espalda, unos pocos se aproximan peligrosamente.
- Hay que alejarse del grupo grande como sea -dice Sam, mirando en todas direcciones. Estamos medio rodeados... mierda, mierda, mierda.
- ¿Crees que podríamos atravesar el grupo pequeño?
Mishel oye mis intenciones y se estremece. No tenemos mucho tiempo para pensar, y sólo son ocho o nueve los que tenemos detrás, mientras que frente a nosotros se acerca un grupo de más de treinta. Sam asiente con la cabeza y levanta el hacha, yo hago lo propio con el martillo y controlo la pistola que llevo en la otra mano. Mishel dibuja una mueca de terror al tiempo que prepara el palo de golf que cogió del apartamento. Sólo hace falta una pequeña inclinación de la cabeza y los tres comenzamos a correr hacia los muertos que nos perseguían. En realidad, no buscamos un enfrentamiento, sino esquivarlos en la medida de lo posible y volver sobre nuestros pasos. A mitad de camino, uno de ellos me agarra del pelo. Con un grito a medio camino entre el dolor y el miedo estampo el martillo contra su cráneo una y otra vez, hasta que noto cómo la garra pierde fuerza y finalmente cae al suelo. Cuando me vuelvo hacia mis compañeros, veo que Sam está acabando con un par de ellos, y Mishel ya corre un poco más adelante. El grupo más grande se acerca peligrosamente, así que corremos tras ella, pero en lugar de volver por donde vinimos, toma otra dirección. Ahora sí que no hay tiempo para dar la vuelta, así que seguimos corriendo. Son lo suficientemente lentos como para tener algo de ventaja, pero no podemos confiarnos. Podrían seguir nuestro rastro... o lo que sea que hagan para encontrar a los vivos.

En un intento desesperado por despistarlos, comenzamos a cambiar continuamente de dirección. En el camino, nos vamos encontrando algunos muertos aislados, aunque uno a uno no suponen gran amenaza y Sam acaba con casi todos sin problemas. El problema, en realidad, es que acabamos completamente desorientados, perdidos en el esqueleto de esta ciudad enorme. Y ahora, el sol comienza a bajar y los muertos, a espabilarse.
- Y ahora, ¿qué? -exclama Mishel, enfadada. Una especie de barricada formada por lo que parecen muebles y vehículos accidentados obstruye la calzada. Otro callejón sin salida, qué bien. Pero esto parece creado expresamente y no fruto de una colisión multitudinaria. Me fijo mejor en la pared de escombros que nos impide el paso. Hay un punto más elevado y, sobre él, una figura humana.

domingo, 14 de febrero de 2010

Una sensación familiar

Cuando Sam me hace la pregunta, ya estoy saliendo del apartamento. Oigo que vienen detrás de mí, pero no me detengo. Llego abajo y salgo a la calle, corriendo. Miro a todas partes, buscando alguna pista, algo que me indique por dónde ha podido marcharse Isaac, la forma de encontrarlo. Pero a mi alrededor no hay más que una calle desolada.
- ¡Isaac! -comienzo a llamarlo a voces, cada vez más enfadada-. ¡¡Isaac!!

Él no aparece, obviamente. Me cuesta creerlo, ¿cómo ha podido hacer algo así? Escojo una dirección cualquiera y continuo avanzando, aunque Sam no tarda en darme alcance.

- No sabemos dónde puede estar, Alex -me dice, agarrándome con fuerza de los hombros y mirándome directamente a los ojos, como para asegurarse de que lo estoy escuchando-. Yo tampoco quería que se marchara, pero vagar por la calle dando gritos no es la solución...

Bajo la mirada, avergonzada. No sé qué esperaba, ¿que Isaac apareciera de repente pidiendo perdón por habernos dado un susto como éste? No parece el tipo de persona que dé marcha atrás en sus decisiones.


Me doy cuenta de que un puñado de zombies, probablemente los que vagabundeaban por las calles de alrededor, se están acercando peligrosamente. Sam me pasa el brazo por el hombro, empujándome suavemente en dirección contraria.

- Vamos pequeña, volvamos a casa.


La bienvenida de Mishel no es demasiado calurosa. Nos espera en el portal del edificio, con los brazos cruzados sobre el pecho. Juntos, subimos de nuevo al apartamento.

- Deberíamos deshacernos de la muerta -dice Sam, señalando hacia la habitación donde está el cadáver. Me da la sensación de que busca algo que hacer, mantenerse ocupado, pero lo cierto es que el olor es cada vez más desagradable, así que después de todo accedo a ayudarle.

Había tocado cadáveres antes, pero nunca había sido tan asqueroso. Pasado de largo el rigor mortis, la mujer no es más que un trozo de carne inerte que pesa más de lo que aparenta. Entre los dos cargamos con ella hasta la ventana y, después de asegurarnos de que en la calle no hay nadie aparte de los zombies, la tiramos. El cuerpo produce un sonido sordo al impactar contra el asfalto que nos hace encogernos. Abajo, los despojos que se habían acercado, atraídos por mis gritos, se arremolinan alrededor de la mujer, pero pronto pierden el interés y comienzan a alejarse. Al menos, ha servido para que se olvidaran de nosotros. El último favor de nuestra desaparecida anfitriona.


Una vez nos quedamos solos de nuevo, nos sentamos en el salón. Me quedo callada tratando de no pensar, porque ya sé a dónde se van a dirigir mis pensamientos, y lo que menos me apetece ahora es discutir. No gano nada echando la culpa a los demás, pero... joder, Mishel, en qué mal momento apareciste. Sam parece captar mi hostilidad, ya que intenta actuar como pacificador.


- Intentemos pensar en algo, ¿de acuerdo chicas? -dice, sonriendo-. Intentemos pensar qué vamos a hacer ahora.


Eso, vamos a pensar. ¿Qué podemos hacer? Porque no se me ocurren muchas opciones...

- Ya intentamos salir de la ciudad... -comienzo-. ¿Podríamos intentarlo por otra zona?

- Es difícil que no esté todo el perímetro vigilado -dice Sam-. Pero tal vez si exploramos un poco podamos descubrir si hay algún punto por el que sea posible pasar.

- Deberíamos señalar de alguna forma que estamos aquí, para que vengan a rescatarnos -interviene Mishel. Sam niega con la cabeza.

- Según informó Mel, nadie está buscando supervivientes... nadie va a venir a por nosotros, me temo.


Ella empalidece de repente. No estaba con nosotros cuando Mel nos dijo que había poca o ninguna esperanza de rescate, así que no lo sabía.

- Además, no nos interesa captar la atención de compañía indeseable... -añado-. Los tipos de los trajes podrían volver a aparecer, y no parecían muy pacíficos.

La discusión se prolonga durante largo rato. Sin embargo, no hacemos más que dar vueltas en círculos alrededor de los mismos temas: no podemos salir de la ciudad, al menos por el momento, y tampoco esperar a que nadie venga a buscarnos, porque lo más probable es que no ocurra. No tenemos teléfonos ni forma de contactar con nadie. Así que, ¿qué nos queda? Tratar de sobrevivir hasta que podamos salir de este infierno, hasta que encontremos la forma de burlar la férrea cuarentena que los militares mantienen.
Al final, decidimos quedarnos aquí, en el apartamento, durante unos días. Tenemos alimentos y agua para aguantar cuatro o cinco. Luego... habrá que salir. Buscaremos zonas poco pobladas, bordearemos la ciudad por las afueras. Espero que en algún punto del viaje podamos salir de una vez por todas.

Tomada la decisión, se hace de nuevo un silencio incómodo. Sam se pone a reordenar el salón de manera que estemos más cómodos. Hemos dormido aquí esta noche, y probablemente lo hagamos las que quedan. Tres personas adultas y ni siquiera nos atrevemos a dormir solos...
A mi lado encuentro, tirado en el suelo, un papel arrugado con garabatos escritos. Es la nota de Isaac. Sin leerla, la cojo y me la guardo en el bolsillo. Mishel comienza a darle órdenes a Sam sobre cómo colocar los muebles. Creo que será mejor que me aleje de aquí para evitar otra discusión, así que salgo del apartamento y subo a la azotea.

La ciudad no parece más que un esqueleto de lo que era. Es increíble cómo todo se ha ido a pique en sólo una semana... Cómo nuestras vidas se han convertido en una lucha continua. Y después de todo, tengo la sensación de que algo se está repitiendo. Me siento igual que cuando era una niña: me asusta la oscuridad, tengo miedo de dormir sola, y mis noches están repletas de pesadillas por culpa de unos monstruos que no puedo sacarme de la cabeza. Igual que entonces, abandonada por la persona en quien más confiaba.