sábado, 24 de octubre de 2009

Fase tres

- Debiste cortarle el pie al ver la mordedura. Un torniquete no es suficiente.
- Si hubiera tenido un equipo quirúrgico, lo habría hecho -respondo malhumorada, mientras termino de ajustar una venda alrededor de la pierna, justo por encima de la heri
da-. O qué, ¿le amputo el pie con el hacha de Sam?
- Por ejemplo.
- ¿Tengo que volver a explicarte por qué no es una buena idea?
- Dejadlo ya, chicas -interviene Sam, en tono cansado, probablemente de oirnos discutir. Mantiene la vista fija a través de la ventana y ni siquiera se da la vuelta para hablarnos. Está evitando mirar a Isaac. Mishel también se mantiene alejada, se limita a observar cómo limpio la herida de nuestro compañero y envuelvo su tobillo en un rudimentario vendaje. Mi provisión de medicinas es jodidamente limitada y lo único que he podido hacer es darle ibuprofeno para la fiebre y una buena dosis de aspirinas con la esperanza de enlentecer el ritmo al que se coagula su sangre. El torniquete evitará que vuelva la hemorragia, pero la infección... se ha extendido tan rápido que apenas he tenido tiempo para reaccionar. Durante un rato, perdía y recuperaba la consciencia, pero cada vez me costaba más despertarlo. Al final ha dejado de responder del todo. Está en c
oma, me temo. A este ritmo, no creo que sobreviva a la próxima hora. Y todo apunta a que se reanimará convertido en un maldito antropófago. Mierda, no puedo dejar que pase eso, tengo que hacer algo... Y lo único que se me ocurre, es que mientras lo mantenga con vida no se transformará en una de esas criaturas.

- ¿Por qué no nos vamos antes de que se convierta en zombie? -dice Mishel, volviendo a la carga, aunque ahora percibo más miedo que malicia en su voz. Lo que más me fastidia es que sé que está siendo la más sensata de los tres. Sam me ahorra tener que responder a eso.

- Desde aquí veo una farmacia.

Me pongo en pie de un salto y corro junto a Sam. No debe de faltar mucho para el amanecer, ya que a través de la penumbra puedo distinguir el cartel del establecimiento. Una farmacia, justo al otro lado de la calle. Tan sólo son unos metros... tomo la decisión en una fracción de segundo.

- Aho
ra vuelvo -le digo a Sam, y luego, en voz baja, añado- vigílalos.
Cojo una mochila y una pistola, el martillo ya lo llevo colgado de la cintura. El pobre Sam apenas tiene tiempo de gritarme que no lo haga, que es muy peligroso, antes de verme desaparecer por la escalera que conduce a la planta baja.

Siento el pulso descontrolado y la respiración acelerada mientras bajo la escalera con la pistola en alto. No se ve ningún cadáver por aquí, aunque en algunos lugares encuentro señales de su paso: manchas de sangre en las paredes, muebles destrozados... Intento ignorarlas y sigo corriendo. Algo tiene que haber en esa farmacia que me ayude a
mantener a Isaac con vida un poco más de tiempo...

Al llegar a la planta baja me desoriento un poco. Está muy oscuro y no veo nada; por el momento decido escuchar en busca de señales de movimiento. Todo parece tranquilo, así que rebusco en la mochila hasta encontrar una linterna. Al encenderla, veo que me rodean unos diez vehículos de la policía, entre coches y furgonetas. Me dedico a explorar la estancia con el débil haz de luz, concentrándome en encontrar una salida segura para evitar esa opresión en el pecho que me dice que voy a arrepentirme de esto.

De repente, escucho un golpe a mi izquierda. Al darme la vuelta, descubro un cadáver en el interior de uno de los coches, que grita enloquecido mientras aporrea la ventanilla con todas sus fuerzas. Al salir corriendo me doy cuenta de que había dejado de respira
r y cojo una gran bocanada de aire mientras me abalanzo sobre una puerta metálica. Afortunadamente, está abierta. Parece que el apocalipsis pilló desprevenido a todo el mundo, y ni siquiera hubo tiempo de asegurar las salidas. Sin embargo, en mi precipitada carrera hacia el exterior mientras huía del zombie atrapado en el coche, olvidé que la calle está plagada de ellos.

Al salir del garaje me encuentro a unos veinte metros de la entrada de la comisaría, donde los muertos están más concentrados. Lógico, después de haber entrado hace un rato... aunque a mí me parece que fue hace siglos. Sin entretenerme, echo a correr hacia la farmacia intentando hacer el menor ruido posible, aunque sé que pronto o tarde repararán en mi presencia. La tensión que siento es tan grande que creo que voy a romperme en pedazos...


Esperaba poder romper la puerta de la farmacia con el martillo, pero
no será necesario. La puerta está abierta de par en par y el interior del establecimiento aparece destrozado bajo la luz de mi linterna. Alguien ha pasado por aquí y ha dejado los estantes prácticamente vacíos. El estómago se me encoge y me falta el aire, pero no puedo marcharme sin más. Tal vez encuentre algo útil, tiene que haber un almacén o algo, ¡joder!
Parece que no hay nadie, así que me adentro en la farmacia, con la pistola preparada, eso sí. No confío demasiado en mis habilidades de lucha, pero al menos me defenderé si me ataca alguien... o algo. En la trastienda encuentro un armario que los saqueadores han dejado casi intacto. Meto en la mochila todo lo que pueda ser de utilidad: jeringuillas,
gasas, vendajes y medicaciones de distintos tipos. Estoy arrodillada en el suelo, rebuscando en un cajón, cuando escucho un sonido extraño detrás de mí, como un chasquido. Me doy la vuelta despacio, con la pistola agarrada firmemente y casi sin respirar. Me encuentro cara a cara con el cañón de un arma enorme que apunta directamente a mi cabeza.
- No te muevas -dice el visitante. Su voz suena distorsionada porque habla a través de una máscara de gas. Lleva una especie de traje de seguridad, que le cubre todo el cuerpo y le hace parecer más corpulento de lo que en realidad es aunque, de hecho, es un hombre enorme. Tiene, además, un chaleco repleto de bolsillos, pero no puedo ver qué lleva en ellos. La visión me resulta terrorífica, nunca había estado tan quieta.

Ladea la cabeza. Me pone nerviosa no poder verle la cara.

- ¿Sabes qué hago con los saqueadores como tú? -dice en tono amenazador. Entonces me echo a temblar.
- N-no... ¡no soy ninguna saqueadora! -consigo articular, tartamudeando-. Necesitaba medicinas... mi amigo se está muriendo...

- ¿Muriendo? ¿De qué?

Me quedo callada, no sé si responder a la pregunta. No puedo confiar en alguien que me apunta a la cabeza con un cacharro que parece sacado de una película. Entonces acciona el cargador, y vuelve a preguntar.

- Dime de qué se muere o no sales de aquí.

- Una... una de esas cosas le atacó y...

Me callo al ver que saca un walkie del bolsillo.

- Aquí Johan. Tengo algo.

- Mirad qué he encontrado ahí dentro -dice Johan, triunfante, al salir de la farmacia. Me ha robado la pistola y me ha sacado del local prácticamente a rastras. Fuera están los que supongo que son sus compañeros, cinco o seis tipos vestidos igual que él, empuñando armas como la suya. Aquí hay más luz y puedo ver en sus trajes el acrónimo NBD. Me empuja hasta situarme unos pasos por delante de él, mostrándome a los demás como un trofeo. Contengo la respiración al ver las armas apuntando en mi dirección.
- Johan nos ha traído un regalito... -dice uno, avanzando hacia mí. Cómo me gustaría partirle la cara.
- No es para eso, gilipollas -interrumpe Johan, agresivo-. Creo que nos puede conducir hasta un paciente en fase dos o tres.
- ¿Dónde está? -pregunta otro, visiblemente interesado. No me gusta nada el rumbo que está tomando todo esto. Johan se acerca a mí y me golpea la espalda con el cañón del arma. Me quedo paralizada un instante, me vuelve a golpear con más fuerza y me hace tropezar. Oigo algunas risas amortiguadas.

- Llévanos hasta él.

No me hace ninguna gracia que estos animales encuentren a Isaac, pero no tengo ninguna duda de que sus amenazas van en serio. No sé de dónde pueden haber salido ni quienes son, ya que no responden a mis preguntas. Temblando de miedo, los conduzco hasta los demás, temiendo que mi acción sea una condena a muerte para todos.


Llegamos hasta el despacho donde están mis compañeros. Los tres siguen allí, Mishel y Sam al parecer discutiendo, Isaac en el suelo, inmóvil. Por favor, por favor que no esté muerto...
Los recién llegados no pierden el tiempo. Irrumpen en la estancia con las armas preparadas, dando un susto de muerte a Sam y a Mishel. Nos empujan hasta un rincón sin contemplaciones. Sam intenta resistirse, pero lo único que consigue es un culatazo en la cara. Un par de ellos forcejean con él hasta inmovilizarlo, no dudan en asestarle puñetazos y patadas cada vez que intenta algún movimiento. Otros dos se han encargado de sujetarnos a Mishel y a mí. Les grito todos los insultos que conozco e intento liberarme, pero mi oponente no tiene problema en estamparme contra la pared mientras me retuerce el brazo y yo grito de dolor. Aunque nos amenazan con las pistolas, evitan utilizarlas. Deben de estar ahorrando munición.

Los dos que han quedado libres se han arrodillado alrededor de Isaac. No puedo ver lo que están haciendo con él pero me temo que no es nada bueno. Soy una jodida idiota, no debí conducirles hasta aquí...

- ¿Tienes la vía? -dice uno de los que están con Isaac, reconozco la voz de Johan.

- Sí, ya está. Parece que intentaron parar la coagulación de la sangre. Está muy fluida para estar en fase tres, pero el estado de coma no deja lugar a dudas.

- Bien -dice Johan-. Puedes empezar.

jueves, 15 de octubre de 2009

Treinta y cinco minutos

No estaba sorprendido, recordaba perfectamente el rostro del cadáver que me había mordido. Y casi desde el primer segundo sentí un calor abrasador en la zona donde estaba la herida, pero un frío intenso que recorría mis venas. Miro el reloj, y tan sólo han pasado unos minutos desde que he sido mordido, no podemos estar seguros de nada aunque en mi interior ya sé que algo no va bien. Mis compañeros me miran horrorizados, no saben qué hacer, las dudas fluyen por sus ojos nítidamente.
-No tiene por qué pasar nada, quizá sea una infección o un efecto de mordedura, las transformaciones milagrosas sólo pasan en las películas- añadió Sam restándole tensión al momento.

-¡¡Todo lo que nos pasa tiene que ver con las películas!! -exclamó Mishel nerviosa y desconfiada.

Alex
no dice nada, sólo me quita el sudor en un paño empapado de agua, sin mirarme directamente a la cara. Ninguno sabe con certeza lo que va a pasar, pero yo ya me siento condenado.
Quince minutos, siento como la fiebre sube rápidamente, empiezo a temblar...
La doctora Sky y el resto están en una pequeña discusión, los nervios están a flor de piel, siento como si los escuchara cada vez un poco más lejos, y calculo que no deben de estar a más de 10 metros en la estancia.
Veinte minutos desde la mordedura, Sam me da algo de comer, dice que me dará fuerzas. Debo tener muy mal aspecto tal y como me mira Mishel, es la que menos disimula y puede que en este caso la que me muestre más sinceridad. Gracias a ella ahora sé que doy miedo. Me despierto como si hubiera pasado una eternidad, miro el reloj y veo que sólo han pasado dos minutos, Alex está a mi lado, ha intentado reanimarme pero en ningún momento he sentido cómo me sacudía, ni cómo me gritaba. Treinta minutos; Sam disimula, pero tiene su hacha bien afianzada, y sé que está en tensión por cómo aprieta los puños contra el mango. Me miro los brazos y parecen más delgados, quizá sea mi imaginación, lo que sí asusta son mis venas, me duelen, y se marcan más de lo habitual. Apenas puedo oírles, tan sólo un martilleo en mi cabeza, doloroso y rítmico. Parece el martilleo de un corazón desbocado, luchando por escapar, por sobrevivir. Despierto de nuevo, miro el reloj, treinta y cinco minutos y otra aparente eternidad. Si no fuera por el reloj diría que llevo días así. Me sobresalto cuando Alex señala mi brazo, las venas están negras y mi aspecto general no promete ser mejor. Siento como si transportaran hielo líquido, quemando de frío... y de pronto siento un quemazón en el pecho, muy fuerte. Siento mi cuerpo convulsionar antes de que la oscuridad se apodere de mí.

viernes, 2 de octubre de 2009

Cristales rotos


Por un instante me vi suspendida en el aire, después, mi cuerpo impactó brutalmente contra la cubierta del edificio que había junto a la comisaría. A mi espalda escuché el aullido desgarrador de la criatura al precipitarse al vacío, luego un fuerte estruendo y los gritos de Sam y Mishel mientras corrían hacia el borde del tejado. Me incorporé lentamente, recuperándome del golpe, y gateé hasta situarme a su lado. Abajo, en el suelo, el cadáver que nos había perseguido se arrastraba por el callejón, pero no había rastro de Isaac.
- Tiene que haberse metido por alguna de las ventanas -dijo Sam, respondiendo a la pregunta que todos teníamos en la cabeza.

Entramos en el edificio a través de una trampilla, con suma cautela y las armas preparadas, ya que no sabíamos qué podíamos encontrarnos en el interior. Sam, que encabezaba la marcha, nos indicó que guardáramos silencio mientras comenzábamos a avanzar por un pasillo estrecho y de techo bajo. Mishel iba detrás de él, sin abrir la boca, y yo iba en último lugar, vigilando continuamente mis espaldas. No encontramos rastro de Isaac en aquel nivel, así que descendimos al piso inferior. Tampoco nos cruzamos con ningún muerto, aunque seguíamos oyendo sus gemidos lejanos, en la calle.

Recorrimos el piso inferior conteniendo la respiración. Sam se asomaba a todas las habitaciones, que parecían oficinas, y negaba, con un suspiro, en cuanto comprobaba que estaban vacías. En una de ellas encontramos un par de cadáveres, definitivamente muertos ya que tenían el cráneo destrozado. Al parecer, alguien había pasado por allí antes que nosotros. No supe si tranquilizarme o alarmarme por ello.
Finalmente, tras abrir una de las puertas, Sam soltó una exclamación que apenas entendí, y todos nos precipitamos dentro de la habitación. Era una especie de despacho que parecía haber sido abandonado a toda prisa, con papeles desperdigados sobre la mesa y una silla volcada. Cerca de la ventana había un cuerpo inerte, sobre una alfombra de sangre y cristales rotos. Nos aproximamos a él con cautela, y finalmente respiramos al comprobar que su pecho subía y bajaba, rítmicamente, y que por tanto estaba vivo, al menos de momento. Me arrodillé a su lado mientras Sam se quedaba en la puerta, vigilando, y Mishel observaba preocupada desde una distancia prudencial.
Tenía pulso, un poco acelerado, y respiraba al parecer sin dificultad. La ropa y la piel aparecían manchadas de sangre, aunque no podía decir si era toda suya o no. Estaba inconsciente, y tenía varios cortes y arañazos en las manos y en la cara, que no parecían ser demasiado graves. Empezó a volver en sí mientras revisaba su pierna derecha, ya que tenía el pantalón empapado en sangre, y entonces, al retirar la bota destrozada, vi la herida, más o menos a la altura del tobillo. Ésta sí parecía grave... Isaac me miró con expresión sombría mientras las manos comenzaban a temblarme y casi sin darme cuenta me ponía a negar con la cabeza.

- No... no... no...