lunes, 25 de mayo de 2009

Preguntas

Empezaba a caer la noche cuando llegamos a lo que parecía un barrio residencial, con calles iguales en las que se alineaban casas también iguales, con pequeños jardines y cercas blancas. Parecía que la revuelta no había tenido apenas eco por aquí y la estampa era casi normal, de no ser por un pequeño detalle: el lugar tenía pinta de estar totalmente desierto. No se veía luz en las casas, ni se escuchaban las voces y los ruidos de sus habitantes, pero tampoco oíamos los gemidos de los muertos, el silencio era sepulcral, apenas roto por nuestros pasos cansados y el sonido de la lluvia. No habíamos abierto la boca desde la huida de los militares, simplemente nos habíamos limitado a caminar, abatidos, de nuevo hacia la ciudad. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? Ahora, sin embargo, teníamos que preocuparnos de algo mucho más inmediato: estábamos helados, teníamos hambre, y necesitábamos pasar la noche en algún lugar resguardado. Las casitas, vistas en la penumbra, no resultaban demasiado acogedoras.

"Ya sé que puede ser peligroso" dijo Sam. "Pero no podemos encontrar nada mejor por el momento... Dentro de poco será completamente de noche. Deberíamos probar en alguna de las casas, quizá incluso haya suministro eléctrico". Sam tenía razón. Miramos a nuestro alrededor, buscando señales que nos indicasen cuál era el refugio más apropiado. Al final nos decidimos por la casa más cercana, que desde fuera, como todas, parecía vacía. La puerta de entrada estaba entreabierta. "¿Eso es buena o mala señal?" pregunté, en voz baja. Los demás se encogieron de hombros, pero prepararon sus armas. Abrimos del todo y entramos en el vestíbulo.

Isaac pulsó el interruptor de la luz, y una lámpara parpadeó unos instantes, luego se apagó. No es que confiásemos en tener electricidad, así que saqué una linterna de la mochila e iluminé el pasillo. Aseguramos la puerta y cerramos la entrada posterior. La casa parecía vacía, no se oía nada y no había signos de actividad. Las cosas estaban a medio recoger, había algunas prendas de ropa sobre una silla y platos en el fregadero de la cocina. Daba la impresión de que los habitantes de la casa la había abandonado a toda prisa, probablemente justo al principio de todo este asunto. El polvo empezaba a acumularse en el suelo y sobre los muebles. En la nevera había comida, algunas cosas estaban ya estropeadas. Sam empezó a sacar fruta y leche. "Sería una lástima dejar que todo esto se echara a perder" dijo, relamiéndose los labios.

Me dirigí hacia donde estaba Mel. Tenía hambre, pero podía esperar unos momentos y necesitaba algunas respuestas. "Sabían que no estábamos infectados, si no, no hubiesen avisado antes de disparar" le dije. "¿Se puede saber a qué está jugando el ejército?" Mel negó con la cabeza, perdiendo por momentos la serenidad que le caracterizaba. "No... no lo sé" dijo. "¡No lo sé, maldita sea! ¡Esto no es lo que tenían que hacer!" Isaac se acercó a nosotros. "¿Qué quieres decir con eso?" preguntó. Mel nos miró unos momentos, parecía a punto de derrumbarse, pero de pronto recuperó la serenidad otra vez.

"Cuando nos enviaron aquí, se suponía que teníamos que evacuar a la población civil no infectada" empezó. "Es lo que establece el protocolo del Plan Nacional de Contingencia contra Amenazas Biológicas. La cuarentena, cerrar la ciudad... todo forma parte del protocolo. Es el que se sigue con el nivel máximo de alerta. Pero de pronto, nos abandonaron aquí dentro, a nuestra suerte. Eso sólo podía significar una cosa y era que iban a... neutralizar el foco de la infección, es decir, la ciudad. Que iban a volarnos por los aires. Pero han pasado dos días y no lo han hecho, y tampoco nos han dejado salir. No sé qué cojones pretenden."

Nos miramos, preocupados. Aquello sin duda tenía mala pinta, aunque parecía que no iban a hacernos desaparecer, tampoco iba a ser fácil salir de la ciudad. Me pregunté cuál sería nuestro próximo movimiento, si es que había alguno, pero por el momento era más importante asegurar nuestra supervivencia más inmediata. "¿Qué os parece si buscamos algo de ropa seca?" dije. "No creo que a los propietarios les importe... después de que Sam haya arrasado con su nevera". Sam rió, pero enseguida saltó de su silla dispuesto a quitarse de encima su uniforme empapado. Subimos al piso de arriba con las armas preparadas, ya que todavía no lo habíamos explorado. Había un pasillo largo con puertas a los dos lados, la mayoría de ellas abiertas. Sólo una, la primera, estaba cerrada. Escuchamos un golpe, y luego jadeos, procedentes del interior. Isaac se acercó. "¿Hola?" dijo, junto a la puerta. Como respuesta, oímos más golpes y un gemido, como si un animal estuviera atrapado en el interior. Sólo que todos sabíamos que no se trataba de ningún animal.

martes, 12 de mayo de 2009

Vuelta al infierno


Avanzamos lentamente en dirección al cordón militar, que se perfila frente a nosotros entre la lluvia. Aunque todavía queda un trecho hasta allí, se distinguen ya camiones y alambradas. No se ve, por el momento, movimiento humano ni de ningún tipo. Quizá estemos aún demasiado lejos. Mel aconsejó hace un rato que evitáramos las vías principales de acceso a la ciudad, ya que probablemente durante la revuelta hubo un intento masivo por abandonarla y las carreteras están llenas de vehículos accidentados, cadáveres y zombis buscando a su siguiente víctima. Por esa razón hemos decidido tomar un camino más apartado, y ahora nos encontramos en una especie de explanada donde sólo se ve algún que otro árbol solitario y ningún otro indicio de vida, al menos por el momento. Lo único que se oye es la lluvia y nuestros pies chapoteando en el suelo embarrado. Aún así, no he soltado la empuñadura del martillo que llevo colgado al cinturón desde que salimos de aquél foso, y los demás tampoco parece que vayan a guardar sus armas. Sam se adelanta un poco y se acerca a Mel. "Nos estamos acercando ya... ¿Cómo crees que nos recibirán tus amiguetes?" La verdad es que creo que la pregunta nos ha estado rondando a todos por la cabeza. Esperamos expectantes la respuesta del militar, pero en su lugar escuchamos una voz potente y distorsionada por un megáfono: "La población civil no está autorizada a permanecer en esta zona. Vuelvan de inmediato a la zona cero".

Teníamos demasiadas preguntas, y en el semblante de cada uno se dibujaba un interrogante distinto, nos miramos mutuamente sin saber muy bien qué hacer, mientras la advertencia se repetía en el horizonte con tono un tanto amenazador. Pasaron los segundos bajo la lluvia, con las dudas, el frío y la tensión por lo que había acontecido unos minutos antes en la zanja, cuando oímos un disparo, y tras éste cortas ráfagas y disparos más sonoros. Al grito de "¡¡Corred!!" de Mel, volvimos sobre nuestros pasos a toda velocidad, tropezando entre el barro y la lluvia, entre la maldita zanja y el fuego de los militares. 

No era fuego de advertencia. Algunos disparos pasaron realmente cerca, y probablemente habrían dado en el blanco si no hubiésemos estado moviéndonos, y tan lejos. ¿Por qué continuaban disparando si nos habíamos alejado tanto del cordón militar? No tenía sentido desperdiciar su munición con nosotros cuando estábamos volviendo a lo que llamaban la "zona cero", a no ser que realmente quisieran matarnos. Pero... ¿qué sentido tenía acabar con nosotros si no estábamos infectados? Entonces llegamos de nuevo a la zanja. Nos detuvimos en seco, indecisos. A un lado y a otro se tendían trampas mortales y nosotros cuatro estábamos atrapados en medio. Se escucharon más disparos, esta vez algo más atenuados. "¿Pueden sus armas alcanzarnos a esta distancia?" preguntó Isaac. Mel dirigió una mirada rápida al horizonte. "Es posible. De todas formas, no podemos volver. No avisarán la próxima vez." Un escalofrío me recorrió el cuerpo. El miedo y la incertidumbre se dibujaban en el rostro de todos. Sólo podíamos ir en una dirección.

Nos alejamos lo suficiente como para que dejaran de disparar, y nos asomamos con todo el sigilo que nos fue posible al borde de la zanja, echados en el suelo, completamente embarrados y tiritando por la lluvia. Comenzaba a anochecer, el cielo estaba extraño, de un gris rojizo por el ocaso dejando un ambiente enrarecidamente tenebroso. Como era de esperar los cadáveres estaban amontonados, sucios y apestaban a humedad y muerte, habíamos tenido cuidado de acercarnos por otra altura de la zanja, esperando encontrar a los muertos tranquilitos y tuvimos suerte. Esta vez no hubo sorpresas, recorrimos la zanja por el lateral hasta encontrar el mejor lugar para bajar y subir lo más cómoda y rápidamente posible. Todo sucedió sin problemas en esta ocasión, cuando empezaron a rezumbar y despertarse, ya estábamos caminando al otro lado de la zanja, casi de noche, hambrientos, sucios, regresando a la ciudad maldita...

miércoles, 6 de mayo de 2009

Con el barro en los talones


Fue entonces cuando empezó una carrera frenética por la supervivencia, los brazos, cuerpos retorcidos y manos agarrotadas empezaron a moverse por todas partes, no todos los cadáveres parecían "despertar" pero sí muchos de ellos, demasiados. Si alguna vez habéis caminado sobre la espalda de alguien, emprenderéis lo difícil que resultaba moverse en esas condiciones, pisando cuerpos, cabezas y torsos amontonados de cualquier manera, todo lo rápido que podíamos, mientras decenas de manos intentaban cogernos, inmovilizarnos... Mel tenía menos dificultades, su entrenamiento era superior al del resto, encabezaba la marcha hacia el lugar más fácil de escalar rápidamente dadas las circunstancias; yo cerraba la comitiva, ayudando a la doctora a avanzar lo más deprisa posible. Tras unos segundos de carrera, Sam resbaló... -¡Sigue a Mel! -grité a Alexandra mientras pateaba la cara del desgraciado que había cogido a Sam por el tobillo. La criatura gruñó aprentando más su presa, Sam encogió el rostro de dolor mientras con su hacha golpeaba y cortaba todas las manos que trataban de aferrarse a su cuerpo, volví a patear con mi bota hasta dejar marcada mi suela en la piel ahora ensangrentada y embarrada del zombi. -¡Ahora está más guapo! JAJA!- Sugirió Sam mientras se levantaba para retomar la dificultosa carrera de obstáculos. Llegamos a su altura justo a tiempo, Sam incrustó su hacha en la cabeza de un podrido justo antes de que mordiera a Mel en la pierna, distraido como estaba aupando a Alexandra para salir de la especie de trinchera embarrada. Sam subió el segundo, mientras lo cubríamos entre Mel y yo, pateando y empujando todo lo que se nos acercaba demasiado. -¡Sube! lo harás más rápido que yo, y una vez arriba podréis tirar de mí para subirme más deprisa- dije a Mel mientras aporreaba a patadas al mismo zombi por acercarse una tercera vez. Una vez arriba, los tres comenzaron a gritar para que espabilara, miré arriba, vi el rostro aterrado de la doctora Sky, el ceño fruncido de Sam y la cara de preocupación de Mel mirando a unos metros a mi izquierda. Miré en la misma dirección y empecé a trepar con rapidez, clavaba las manos y los pies en el barro y hacía toda la fuerza posible para empujar mi cuerpo hacia arriba, sentía como la adrenalina potenciaba mis músculos, el pulso martilleando mi sien, la ansiedad creciente...pues lo que vieron mis ojos al mirar en aquella dirección, era uno de esos cadáveres rápidos. Le faltaba una pierna, pero aún así se movía bastante deprisa entre el resto de cuerpos, usando los brazos y la otra pierna, en una postura animal. Gruñía y salibaba con terrible ansiedad, mientras saltaba de un lado a otro del foso a "tres patas" con una agilidad sorprendente y una velocidad sobrenatural. Subí casi dos metros cuando sentí que algo me enganchó la chaqueta, casi al mismo tiempo en el que empecé a notar mi descenso arrastrando el barro con mis manos, como arañándolo desesperadamente para no caer, dos fuertes manos me frenaron. Sam y Mel, cada uno por una muñeca y haciendo un gran esfuerzo, se estiraron lo suficiente como para cogerme y tirar de mí. La criatura colgaba y se zarandeaba mientras Alexandra le lanzaba piedras con afortunada puntería.

Una, en el hombro. Otra en la boca, que hizo saltar dientes, sangre y saliva, pero el maldito despojo no soltaba su presa. Recordé con toda claridad nuestro último encuentro con una de aquellas criaturas. Isaac tenía los pies hundidos en el barro y luchaba con todas sus fuerzas por subir por la escarpada pared, mientras Sam y Mel tiraban de él. El zombi lanzó un bocado, tratando de morderle la pierna. - ¡¡Ni lo sueñes, cabrón!! -grité, apuntando a la cabeza del muerto. La piedra impactó en su ojo derecho, que quedó convertido en una masa oscura, y por un momento se tambaleó. Mel y Sam aprovecharon la ocasión para dar un fuerte tirón y subir a Isaac un buen tramo, sin darse cuenta de que el zombi se había agarrado a su bota hasta que le oyeron lanzar un grito de dolor. En precario equilibrio, Isaac se mantenía aferrado a las manos de los otros dos, con un pie hundido en el barro que resbalaba lentamente hacia abajo, y el otro en el aire con el cadáver colgado de él. Sam y Mel aguantaban como podían el peso de dos cuerpos prácticamente a pulso y yo sabía que a pesar de las pedradas el condenado zombi no iba a renunciar a su almuerzo. - Así no vamos a sacarlo. ¡Hay que hacer algo! -dije, haciéndome oir por encima de los gemidos de los muertos que habían empezado a concentrarse en el fondo de la zanja, alrededor de donde Isaac luchaba por salir. Mel me llamó. Habló con una serenidad que contrastaba tremendamente con la situación. - En mi cinturón hay una pistola. Quedan unas pocas balas. Cógela. Saqué el arma de la pequeña funda unida al cinturón del militar y la miré sin demasiada confianza. Mel continuó dándome instrucciones, mientras Isaac sacudía la pierna en un intento por evitar la mordedura del zombi. - Tira de la parte de arriba hacia ti, hasta que oigas un chasquido. Luego busca un lugar donde veas bien y dispara. Sólo tienes que apretar el gatillo. Respiré hondo y obedecí rápidamente. La lluvia me dificultaba la visión cuando traté de apuntar. El muerto había clavado sus dientes en la bota de Isaac, esperaba que fuese lo bastante resistente como para evitar que el mordisco llegase a la piel. Apunté el cañón a la cabeza y recé para que esto se me diera tan bien en la vida real como en los videojuegos. Después, apreté el gatillo.


Me dolía todo el cuerpo de la tensión y el esfuerzo, los brazos me ardían y los pinchazos que sentía en la pierna auguraban un fallo muscular en cualquier momento. Mover una pierna con un peso que no deja de revolverse tratando de morderte no es un ejercicio agradable... Oí un estruendo, sentí un quemazón en la parte externa del gemelo, y la pesada carga que colgaba de mi pierna dejó de moverse. Miré hacia abajo y la criatura miraba con la misma expresión gruñona, los ojos apagados de excitación y un riachuelo de humo y sangre salían del lateral de su cráneo, golpee su cara con la otra pierna hasta tres veces, para poder desembarazarme de la carga y finalmente, subí ayudado por mis compañeros, donde nos recostamos en el suelo embarrado, jadeando, para recuperar fuerzas. Los constantes gemidos y gruñidos que provenían de abajo, pronto nos animaron a continuar la marcha, alejarnos del peligro y rezar por que sus torpes movimientos no les permitieran trepar. Andamos unos 40 metros cuando nos detuvimos, queriamos comprobar nuestras heridas, era posible que tuviéramos alguna herida peligrosa, mi bota tenía la marca de una dentadura humana cerca del talón e irremediablemente acudieron a mi imaginación tráilers de películas del género zombi, en las que la mayoría de las víctimas se contagiaban por un simple mordisco. Sam tenia un moratón bastante importante en el tobillo por donde le agarraron, pero nada más, el resto, arañazos de trepar y de la frenética carrera, nada importante. Me llegó el turno, tras quitarme la bota, el calcetín no mostraba indicios de nada, la sangre con el barro no se distingue, así que me quité con cuidado la prenda para descubir mi pie intacto, tan sólo la marca de una mordedura en la piel, como cuando aprietas los dientes contra tu mano, dejando el surco en la piel con la forma de tu dentadura, sin dejar herida. Todos miraban perplejos. -Has tenido suerte, muchacho-dijo Sam animadamente. -Si, espero no haber gastado este cartucho demasiado pronto- le contesté pensando en qué habria pasado si su saliva hubiera entrado en contacto con mi sangre...¿me habría contagiado? ¿o tenía que morir para levantarme transformado en uno de esos engendros vivientes? Me calcé con estos turbios pensamientos en mente y seguí a mis compañeros con la mirada perdida hacia el cercano cordón militar.

Las piernas no dejaron de temblarme durante un buen rato. Devolví la pistola a Mel y me puse a caminar tras él, tratando de seguir su ritmo a pesar de que empezaba a notar el cansancio y que continuaba lloviendo con fuerza. Al menos, era una forma de combatir el frío. Miré de reojo la bota destrozada de Isaac pensando en lo que podría haber ocurrido. El mordisco del zombi no había llegado a producir una herida, así que según mi teoría no debería estar contagiado, pero aún así... podía equivocarme. Los casos que había visto en el hospital los días anteriores a lo que sin duda equivalía al apocalipsis inducían a pensar que el "contagio", por llamarlo de alguna manera, ocurría a través del intercambio de fluidos, así que las mordeduras eran la forma más probable de contraer la "infección", considerando que los despojos tenían especial motivación por la carne humana. El problema es que en aquél momento, antes de que todo se fuese a la mierda, pensamos que se trataba simplemente de heridas infectadas. En urgencias llega de todo, y la gente se pelea tanto que un mordisco no resulta especialmente llamativo... Hasta que la persona muere y luego se levanta convertida en un monstruo. Entonces recordé a quienes dimos una receta de antibióticos y el alta. Esas personas se fueron a casa y extendieron esto... Y ahora huimos de una ciudad destrozada, después de sobrevivir por los pelos a varios ataques, de disparar un arma por primera vez en mi vida, caminando entre el barro y la lluvia y con los brazos en alto para que no nos confundan con ellos.

lunes, 4 de mayo de 2009

Lluvia


Me desperté, sudoroso, en medio de los lamentos de la muerte, ese cántico fúnebre, esa oración incompleta que surge de los labios descarnados de los condenados. Me sequé el sudor y comprobé el estado de mis compañeros, la doctora parecía intranquila, sin duda no estaba teniendo un sueño reparador. Mel, la nueva adquisición, no expresaba demasiado, un soldado como él estaba acostumbrado a las incomodidades y al peligro, así que...no parecía molesto, ni demasiado relajado. Y respecto a Sam...mis labios no pudieron evitar dibujar una sonrisa, al ver a aquél hombre bonachón, roncar y dormir a pierna suelta como si estuviera en el salón de su casa. Me asomé entonces para observar la ciudad, a los condenados, las pequeñas luces de otros supervivientes en la negra noche, en una ciudad agonizante, casi muerta, oscura. Observándoles desde mi segura posición, me pregunté por qué se lamentaban, ¿acaso eran conscientes de alguna forma de su condena? ¿era una forma primitiva de comunicación? ¿O simplemente no había ninguna razón para sus lamentos y oraciones fúnebres? Pude oír un bostezo silencioso a mis espaldas, miré la hora, y pensé que quedaban dos horas hasta el amanecer.

El hospital está abarrotado de seres mutilados que se apilan en los pasillos. La sangre cubre las paredes y los espacios del suelo que los cuerpos dejan a la vista. Hay camillas destrozadas, puertas arrancadas... Este lugar es un infierno, tengo que salir de aquí. Tropezando, intento abrirme paso a través de la marea de cadáveres, conteniendo la respiración. El olor es insoportable y no encuentro la salida, parece que este lugar, que creía conocer a la perfección, ha decidido cambiar a placer y transformarse en un macabro laberinto. Algo helado me aferra el tobillo. Tiro con fuerza, pero no afloja su presa. Una segunda gélida garra captura mi otra pierna y caigo sobre los cuerpos en descomposición. Trato de levantarme, pero hay demasiadas manos que me cogen de la ropa, de los brazos, del pelo... Me revuelvo violentamente y veo cómo sobre mi se abalanzan miles de ellos. Tienen los ojos vacíos, como de cristal. Grito con todas mis fuerzas.

Algo me agarra de los hombros y me zarandea. Abro los ojos para descubrir una silueta oscura inclinada sobre mí. De un manotazo, la aparto a un lado y me incorporo rápidamente, preparada para escapar. Entonces miro a mi alrededor y me doy cuenta de que no sé dónde estoy. Ha sido como volver a tener ocho años y un serio problema de terrores nocturnos. Lo peor es que la realidad no se aleja mucho de la pesadilla de la que acabo de despertar.

Amaneció nublado y el fresco viento traía presagios de tormenta. En pocos minutos nos las apañamos para recoger los bártulos, buscar una posible ruta que seguir desde las alturas y ponernos en marcha con cuidado tratando de que no nos detectaran los hambrientos caníbales podridos, como los llamaba cariñosamente Sam. Llevábamos un buen rato caminando cuando empezó a llover, justo cuando la ciudad se convertía en las afueras, el aspecto era todavía más desolador, podía respirarse un ambiente más fantasmal y a lo lejos, podíamos ver lo que según Mel, eran barricadas del ejército. Nuestro objetivo estaba cerca, ahora simplemente debíamos jugárnosla, y esperar que no disparasen. -Seria recomendable levantar los brazos mientras avanzamos a partir de ahora, si nos están observando con prismáticos, verán mejor que no somos como esos zombies mal nacidos- dijo Mel, como siempre con su semblante serio y seco. A todos nos pareció correcto, al fin y al cabo era una propuesta de lo más lógica y sencilla, que a la vez podía salvarnos el trasero. Era curioso como la tierra tras el cordón militar parecía baldía y desolada, quizá fuera por el día gris y lluvioso, pero la estampa era bastante desoladora. Un grito interrumpió mis pensamientos, seguido de un ruido de alguien cayendo por un terraplén, me detuve justo a tiempo de no caer yo también, el suelo estaba literalmente cortado, había una fosa bastante profunda ante nosotros y rodando cuesta abajo, estaba Alenxandra. -Joder!!- dije asombrado- -Te has hecho daño Alex? -No, solo unos rasguños y el susto...pero qué es esto? -No te muevas!!! -dijimos los tres varones al unísono- Y sobre todo, no mires lo que estas tocando, te sacaremos de ahí enseguida!

- ¿Pero qué...? -. Nunca digas a alguien que no mire algo, si realmente no quieres que lo mire. No pude gritar porque se me cortó la respiración. No pude moverme porque los músculos de todo mi cuerpo decidieron congelarse. Ante mis ojos, los cuerpos se apilaban igual que en mi pesadilla y el olor de los cadáveres me producía náuseas. Algunos llevaban uniformes militares, otros iban con ropa corriente o estaban medio desnudos. Miré hacia arriba, buscando a mis compañeros, esperando que encontrasen la forma de sacarme de aquél agujero. La zanja en la que había caído tenía por lo menos tres metros de profundidad y no veía ningún lugar por el que subir sin riesgo de partirme el cuello. El corazón se me aceleraba conforme me daba cuenta de que el verdadero peligro no era ése, sino la posibilidad de que los muertos se pusieran en pie de un momento a otro. Aquí no tendría posibilidades de escapar. Empecé a temblar.
Un ruido llamó la atención a mi derecha y di un salto. El suelo era resbaladizo, y casi caigo de nuevo. Entonces me di cuenta de que se estaba desprendiendo tierra de la parte de arriba, y que Isaac, Sam y Mel bajaban a toda velocidad por la pared que yo había recorrido rodando. No había dejado de llover y los cuatro estábamos empapados y llenos de barro.
- ¿Qué hacéis aquí? Ahora todos estamos atrapados...
Mel negó con la cabeza enseguida.
- Hay que buscar un lugar por el que subir al otro lado. Es la única forma de cruzar, han hecho este foso a conciencia.
Comenzamos a avanzar con dificultad entre el barro y los cadáveres, Mel a la cabeza, parecía haber asumido el mando y marcaba un ritmo rápido y difícil de seguir. Nos abrimos paso durante unos veinte minutos en los cuales la pesadilla de la noche anterior no paraba de venirme a la mente una y otra vez. Podía hacerse realidad en cualquier momento.
Finalmente, Mel se detuvo. Observaba atentamente una zona en la que la pared de la zanja estaba ligeramente abombada. La pendiente era menos inclinada que hasta ahora, que había sido casi vertical, así que podíamos intentar escalarla. Fue entonces, al detenernos, cuando escuchamos un sonido extraño. Antes de poder reaccionar, Isaac lanzó un grito.
- ¡¡¡Joder!!!